El efecto Londoño Salomón Kalmanovitz Al parecer, Londoño representaba los intereses de un magnate que se hizo a buena parte de la propiedad de la empresa privatizada. Un fallo condenatorio, proferido por el Consejo de Estado hace cuatro años, fue dilatado cuando Londoño era ministro del Interior (y de Justicia). ¿Cómo pudo ser ministro de la ley un personaje que la viola tan flagrantemente? El primer delito evidente y que es condenado rigurosamente en los países que cuentan con sistemas de justicia serios, es hacer uso de información privilegiada en beneficio propio, algo que en otras partes también afecta de manera permanente la reputación del involucrado y lo saca del mercado. El problema con el abuso de la información privilegiada es que puede perjudicar a todos o algunos accionistas de las empresas; en el caso de corredores de bolsa, lesiona los intereses de sus clientes. Un sistema que pretenda profundizar el mercado accionario debe hacer respetar los intereses de accionistas minoritarios, pues no se puede dar el lujo de permitir que la impunidad se apodere de las acciones que los atropellan. Cuando se trata de expoliar al sector público, como se evidenció en el acceso ilícito a unas acciones por el magnate, la cuestión es más grave porque está afectando los intereses de todos los contribuyentes y de aquellos en quienes se gastan los recursos usurpados. De nuevo, la impunidad en tales casos es una clara señal de que es rentable y posible atracar la cosa pública y por lo tanto incentiva actos similares. El segundo delito fue de falsificación de documento público, al hacerse pasar por trabajador de la firma de la cual era, por el contrario, consultor que recibía altos honorarios, deducidos por horas. Aunque la definición de trabajador pueda ser ambigua por los que diseñaron la ley, precisamente para legitimar los abusos, es evidente la transgresión al espíritu de la ley que busca democratizar la propiedad accionaria. Si la ley cumple la función de regular la conducta, entonces el castigo debe ser ejemplarizante. El trabajador Londoño era una falsificación, elevada a realidad con la complicidad de otros altos funcionarios de la empresa, o sea que hubo también concierto para delinquir. El tercer delito es hurto simple, porque no se utilizó violencia pero sí todas las mañas que caracterizan el delito de cuello blanco. El personaje se hace a unas acciones con un precio preferencial que después hace valer a su precio de mercado, se las traspasa a su principal cuando las vende o intercambia por una deuda de 11 millones de dólares en Panamá. ¿Cuánto le pagó el magnate a Ecopetrol por las acciones que apropió indebidamente? Suponiendo que obtuviera una rentabilidad anual del 10% de ese capital, estamos hablando de 28,5 millones de dólares, que es lo que se le debe retornar al Estado por los recursos que tomó y utilizó indebidamente. Al momento, solamente se le exige a su testaferro que devuelva las acciones que apropió de manera ilícita. El cuarto delito es obstrucción de la justicia. Londoño se valió de su poder y de su influencia para demorar por más de 10 años la acción de la justicia colombiana, agobiada por enormes problemas de corrupción, venalidad, interpretación amañada de las normas y tráfico de influencias. No se entiende por qué la Fiscalía no procesa al beneficiado y a su testaferro por los delitos de uso indebido de información privilegiada, falsificación en documento público, hurto simple, concierto para delinquir, desacato y obstrucción de la justicia. El efecto Londoño es entonces el de frenar el desarrollo de un mercado accionario profundo en Colombia. El Espectador – 18 de agosto de 2007