III Domingo de Cuaresma Un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna (Jn 4,5-42) ANTÍFONA DE ENTRADA (Sal 24,15-16) Tengo los ojos puestos en el Señor, porque él saca mis pies de la red. Mírame, oh Dios, y ten piedad de mí, que estoy solo y afligido. o bien (Ez 36,23-26) Cuando os haga ver mi santidad os reuniré de todos los países; derramaré sobre vosotros un agua que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar. Y os infundiré un espíritu nuevo – dice el Señor. No se dice «Gloria» ORACIÓN COLECTA Señor, Padre de misericordia y origen de todo bien, que aceptas el ayuno, la oración y la limosna como remedio de nuestros pecados, mira con amor a tu pueblo penitente y restaura con tu misericordia a los que estamos hundidos bajo el peso de las culpas. Lectio PRIMERA LECTURA (Ex 2,1-7) Danos agua de beber Lectura del libro de Éxodo En aquellos días, el pueblo, torturado por la sed, murmuró contra Moisés: «¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?» Clamó Moisés al Señor y dijo: «¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta para que me apedreen.» Respondió el Señor a Moisés: «Preséntate al pueblo llevando contigo algunos de los ancianos de Israel; lleva también en tu mano el cayado con que golpeaste el río, y vete, que allí estaré yo ante ti, sobre la peña, en Horeb; golpearás la peña, y saldrá de ella agua para que beba el pueblo.» Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel. Y puso por nombre a aquel lugar Masa y Meribá, por la reyerta de los hijos de Israel y porque habían tentado al Señor, diciendo: «¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?» SALMO RESPONSORIAL (94, 1-2. 6-7. 8-9) R/. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón.» Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva; entremos a su presencia dándole gracias, aclamándolo con cantos. R/. Entrad, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro. Porque él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía. R/. Ojalá escuchéis hoy su voz: «No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto; cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras.» R/. SEGUNDA LECTURA (Rm 5,1-2.5-8) El amor ha sido derramado en nosotros con el Espíritu que se nos ha dado Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos Hermanos: Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos: y nos gloriamos, apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios. La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado. En efecto, cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; –en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir–; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. ACLAMACIÓNAL EVANGELIO (Jn 4,42 y 45) Señor, tú eres de verdad el Salvador del mundo; dame agua viva; así no tendré más sed. EVANGELIO (Jn 4,5-42) Un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna Lectura del Santo Evangelio según San Juan En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía. Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: «Dame de beber.» Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» Porque los judíos no se tratan con los samaritanos. Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.» La mujer le dice: «Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?» Jesús le contestó: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.» La mujer le dice: «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla.» Él le dice: «Anda, llama a tu marido y vuelve.» La mujer le contesta: «No tengo marido.» Jesús le dice: «Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.» La mujer le dice: «Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén.» Jesús le dice: «Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.» La mujer le dice: «Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo.» Jesús le dice: «Soy yo, el que habla contigo.» En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo: «¿Qué le preguntas o de qué le hablas?» La mujer entonces dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente: «Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será éste el Mesías?» Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él. Mientras tanto sus discípulos le insistían: «Maestro, come.» Él les dijo: «Yo tengo por comida un alimento que vosotros no conocéis.» Los discípulos comentaban entre ellos: «¿Le habrá traído alguien de comer?» Jesús les dice: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. ¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna: y así, se alegran lo mismo sembrador y segador. Con todo, tiene razón el proverbio: Uno siembra y otro siega. Yo os envié a segar lo que no habéis sudado. Otros sudaron, y vosotros recogéis el fruto de sus sudores.» En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer: «Me ha dicho todo lo que he hecho.» Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.» ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS Te pedimos, Señor, que la celebración de esta eucaristía perdone nuestras ofensas y nos ayude a perdonar a los que nos ofenden. ANTÍFONA DE COMUNIÓN (Jn 4,13-14) El que beba de esa agua que yo le daré – dice el Señor – no tendrá mas sed; el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna. ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN Alimentados ya en la tierra con el pan del cielo; prenda de eterna salvación, te suplicamos, Señor, que se haga realidad en nuestra vida futura lo que hemos recibido en este sacramento. Lectio El tema de la sed recorre todo el Evangelio de Juan: desde el encuentro con la samaritana, a la gran profecía durante la fiesta de las Tiendas (Jn 7,37-38), hasta la Cruz, cuando Jesús, antes de morir, dijo, para que se cumpliera la Escritura: «Tengo sed» (Jn 19,28). La sed de Cristo es una puerta de entrada al misterio de Dios, que se hizo sediento para saciarnos, como se hizo pobre para enriquecernos (2 Co 8,9). Sí; Dios tiene sed de nuestra fe y de nuestro amor. Como un padre bueno y misericordioso desea para nosotros todo el bien posible, y este bien es Él mismo. La mujer de Samaría representa en cambio la insatisfacción existencial de quien no ha encontrado lo que busca: ha tenido «cinco maridos» y ahora convive con otro hombre; su ir y venir al pozo para sacar agua! expresa una existencia repetitiva y resignada. Sin embargo para ella todo cambió aquel día, gracias a la conversación con el Señor Jesús, que le estremeció hasta el punto de hacer que abandonara el cántaro de agua y corriera para decir a la gente de la ciudad: «Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será el Cristo» (Jn 4,28-29). El evangelio del día de hoy con el diálogo que Jesús sostiene con la samaritana nos deja ver la importancia que tienen las relaciones interpersonales y de la transformación que pueden suscitar en las personas cuando se basan en la confianza, capacidad de escucha, apertura y sinceridad. Contexto El diálogo de Jesús con la samaritana pertenece todavía a la primera sección; forma una unidad con los dos capítulos anteriores; completa e interpreta lo dicho en ellos: el primer signo (Caná de Galilea) se ve evocado e interpretado aquí al hablar Jesús del agua viva del que surge la vida eterna (Jn 3, 10.14). Un agua de mayor calidad que la del pozo de Jacob. El simbolismo es claro: Jesús, el Nuevo Testamento, es superior al Antiguo, representado por Jacob. La acción simbólica realizada por Jesús en el templo es recordada y profundizada aquí desde la adoración en espíritu y en verdad. Tanto el culto del Garizín como el de Jerusalén carecen ya de sentido. Estructura Juan 4,5-26 El encuentro de Jesús con la samaritana persona Juan 4,27-38 el diálogo con los discípulos Comunidad Juan 4,39-42 El encuentro de Jesús con los samaritanos Sociedad De la persona a la comunidad Desde el comienzo del pasaje del evangelio de hoy, no se limita exclusivamente al encuentro de Jesús con la mujer samaritana (Juan 4,5 -26), sino que involucra también a todos los habitantes de Sicar (Juan 4,39-42). Es un encuentro personal pero también colectivo– o mejor “comunitario”–, en el que el encuentro con un solo personaje nos permite entender anticipadamente, y sin necesidad de volver a repetir todos los detalles, lo que sucede en el encuentro con toda una ciudad. Es justamente para el momento final, cuando lo sucedido con la samaritana se replica con toda una ciudad, que el evangelista ha dejado el momento culminante del encuentro: la “confesión de fe” de parte de la gente y el “permanecer” con ella por parte de Jesús. Por lo tanto, todo el relato sigue un itinerario bien definido, como un movimiento fuerte que se va desencadenando hasta que tiene su impacto definitivo en el momento final. Geografía del Encuentro - Es un encuentro que va desde fuera hacia dentro de la ciudad: comienza con Jesús y la samaritana solos junto al pozo, luego entra en escena la comunidad de los discípulos y junto con ellos Jesús contempla los campos, finalmente Jesús es conducido hacia dentro de la ciudad, donde es acogido como huésped de honor. – Es un encuentro que va da del pozo físico al pozo del corazón: El corazón humano que por sí mismo no puede producir vida, el corazón de Dios de donde viene el don inagotable de la vida. – Es un encuentro verdaderamente salvífico que conduce de la conciencia del pecado (la lejanía de Dios) a la experiencia plenificante de la adoración de Dios (la entrega de la vida a él) según la manera como Jesús la enseña. – Es un encuentro que va de la disgregación a la congregación En el encuentro con el Verbo se da un proceso que quiebra dicotomías, reconciliando hombre-mujer (conflictos de género), judío-samaritano (enemigos políticos), verdadero-falso adorador de Dios (discriminaciones religiosas). – Es un encuentro que integra lo personal y lo comunitario, la experiencia personal y la misión. La samaritana vive su experiencia personal de Jesús pero confiesa su fe sólo junto con su comunidad. El encuentro salvífico de Jesús con la samaritana es el punto de partida de la misión: de la samaritana misma y de los discípulos. – Finalmente, es un encuentro que va del “no tener” al “tener” (del “tú no tienes” al “yo te puedo dar”). Su función es educar para comprender la grandeza del donde Jesús, la necesidad que tenemos de él, la manera como se “obtiene” y el llamado a compartirlo. El punto de partida para la recta interpretación de la escena lo constituye la extrañeza de la samaritana con su motivación doble: el diálogo entre un hombre y una mujer, ya que los rabinos consideraban indecoroso hablar en público con las mujeres; y que éste tuviese lugar entre judíos y samaritanos, entre los que existían antiguas rencillas. Frente a estas dos causas de extrañeza llama consoladoramente la atención la libertad de Jesús frente a las categorías raciales y cultuales de sus contemporáneos. La escena se halla construida sobre los dos principios teológicos siguientes: el judaísmo, con la natural inclusión del Antiguo Testamento, encuentra su plenitud y complemento en Jesús; el agua utilizada para las purificaciones (Jn 2, 6; 3,5) adquiere un nuevo sentido en Jesús, que es quien únicamente puede dar el agua viva, la salud, el Espíritu (Jn 7, 37-39). Estos principios teológicos se exponen mediante una doble contraposición: el agua sacada laboriosamente de un pozo y la regalada por Jesús y la superioridad de Jesús y del tiempo que él inicia sobre Jacob y lo que él significa. Teniendo como punto de referencia estos dos principios teológicos, el evangelista desvela el misterio de la revelación de Dios de una manera progresiva, colocando hitos importantes a lo largo del diálogo-monólogo: suscita el interés inquietando a la samaritana, y a sus lectores, sobre quién es Jesús (Jn 4, 10). El conocimiento sobrehumano de Jesús le descubre como profeta (Jn 4, 19). Ante las esperanzas mesiánicas manifestadas por la samaritana, Jesús se autopresenta (Jn 4, 25s). Al final tiene lugar la confesión de la fe cristiana que hacen los samaritanos. Ya no creemos en él por lo que tú nos dijiste, sino porque nosotros mismos le hemos oído y estamos convencidos de que él es verdaderamente el Salvador del mundo (Jn 4, 42). Jesús habla del don de Dios (Jn 4, 10). En este versículo, el don de Dios se identifica con el agua viva. Y el agua viva significa la salud, la vida eterna. Es la gran revelación hecha por Dios en Cristo y que tiene muy poco que ver con la satisfacción de las necesidades naturales. El simbolismo del agua viva se utiliza también en este evangelio para referirse al Espíritu Santo. El agua viva es símbolo del Espíritu. La célebre afirmación de Jesús: de lo más profundo de todo aquel que crea en mí brotarán ríos de agua viva (Jn 7, 38) es interpretada por el evangelista diciendo que decía esto refiriéndose al Espíritu (Jn 7, 39). En todo caso, esto en nada contradice a lo que se afirma en este pasaje: el don de Dios es Dios mismo dado en Cristo; el don de Dios es la salud, la vida eterna; el don de Dios es el Espíritu Santo. La intercambiabilidad de estas expresiones no significa contradicción sino complementariedad y enriquecimiento. La samaritana, como ocurre frecuentemente en el evangelio de Juan, además de su personalidad singular, es una mujer representativa: simboliza y personifica a la región de Samaría donde se había dado culto a cinco dioses (2 Re 17, 24ss), representados en los cinco maridos que había tenido aquella mujer. Y el culto que daban a Yahvé en la actualidad era ilegítimo, por no ajustarse al principio de un único santuario. La samaritana simboliza a la región de Samaría y también a todos los buscadores de Dios a través de los múltiples errores y equivocaciones de la vida. Para el evangelista es, al mismo tiempo, una buena oportunidad para destacar el conocimiento sobrehumano de Jesús. El problema del culto (Jn 4, 20-26) era uno de los que más preocupaban en la época. Aunque el templo sobre el Garizín había sido destruido en el año 128 a. C. por el sumo sacerdote Juan Hircano I, el culto seguía celebrándose allí. Además, la comunidad samaritana poseía, y posee, un ejemplar antiquísimo de la Torá. Tenía, pues, buenas razones para competir con Jerusalén. La respuesta de Jesús es elocuente: una vez que ha hecho su aparición el tiempo último, estas cuestiones carecen de interés, puesto que la salvación se ha hecho presente en él. Ha llegado la hora (Jn 4, 23). Un serio problema de lenguaje: si ha llegado la hora, ¿cómo es ésta? Para presentar la última intervención de Dios en la historia, los sinópticos, y también Pablo, siguiendo la mentalidad de la época, recurrieron al lenguaje apocalíptico: el Hijo del hombre viniendo sobre las nubes del cielo, ángeles con trompetas, el último día de nuestro mundo, un examen con la evaluación final... Juan introduce cambios importantes en esta cuestión. Prescinde del lenguaje apocalíptico y actualiza todo el acontecimiento. Lo específico de Juan se expresa así. Ha llegado la hora; el que cree en él no será condenado (Jn 3, 18); el juicio se realiza ahora en la actitud de fe-infidelidad ante el Hijo del hombre; el que acepta lo que yo digo y cree en el que me ha enviado, tiene la vida eterna, no sufrirá un juicio de condenación, sino que ha pasado de la muerte a la vida (Jn 5, 24). "Aquel día" comienza ya con la resurrección de Jesús (Jn 14,20; 16,23.26); lo mismo que el "gozo cumplido" (Jn 15,11; 16,20.23s); la "victoria" (Jn 16,33) y la "paz" (Jn 14, 27; 16,33). En conclusión, Jesús ha conducido con maestría un encuentro con él, haciendo de un encuentro peligroso (v.9) un encuentro verdaderamente salvífico (v.42). Todos necesitamos saciar nuestra sed. Nos sentimos fatigados por nuestras preocupaciones diarias, la rutina, el vacío interior, la materialidad de la vida, el consumo… No toda agua nos libera, nos hidrata y tonifica. Tendamos hacia la fuente de agua que sea “un surtidor que salte hasta la vida eterna” (Jn. 4, 14) y dejemos el cántaro de las situaciones pasajeras, accidentales, sin importancia. El Señor nos acompaña, calma nuestra sed y fortalece y rejuvenece nuestra vida con el agua limpia de su Espíritu que nos lo entrega por amor. Oración Señor Jesús, fuente de agua viva, ven a saciar los anhelos de la humanidad. Purifica a tu Iglesia de toda mancha. Ayúdanos a descubrir tu presencia en el mundo. Y enséñanos a aprender de ti el método y los contenidos de una nueva evangelización. Amén. Apéndice Llega una mujer de Samaria a sacar agua Llega una mujer. Se trata aquí de una figura de la Iglesia, no santa aún, pero sí a punto de serlo; de esto, en efecto, habla nuestra lectura. La mujer llegó sin saber nada, encontró a Jesús, y Él se puso a hablar con ella. Veamos cómo y por qué. Llega una mujer de Samaria a sacar agua. Los samaritanos no tenían nada que ver con los judíos; no eran del pueblo elegido. Y esto ya significa algo: aquella mujer, que representaba a la Iglesia, era una extranjera, porque la Iglesia iba a ser constituida por gente extraña al pueblo de Israel. Pensemos, pues, que aquí se está hablando ya de nosotros: reconozcámonos en la mujer, y, como incluidos en ella, demos gracias a Dios. La mujer no era más que una figura, no era la realidad; sin embargo, ella sirvió de figura, y luego vino la realidad. Creyó, efectivamente, en aquel que quiso darnos en ella una figura. Llega, pues, a sacar agua. Jesús le dice: «Dame de beber.» Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» Porque los judíos no se tratan con los samaritanos. Ved cómo se trata aquí de extranjeros: los judíos no querían ni siquiera usar sus vasijas. Y como aquella mujer llevaba una vasija para sacar el agua, se asombró de que un judío le pidiera de beber, pues no acostumbraban a hacer esto los judíos. Pero aquel que le pedía de beber tenía sed, en realidad, de la fe de aquella mujer. Fíjate en quién era aquel que le pedía de beber: Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.» Le pedía de beber, y fue él mismo quien prometió darle el agua. Se presenta como quien tiene indigencia, como quien está dispuesto a dar hasta la saciedad. Si conocieras –dice- el don de Dios. El don de Dios es el Espíritu Santo. A pesar de que no habla aun claramente a la mujer, ya va penetrando, poco a poco, en su corazón y ya la está doctrinando. ¿Podría encontrarse algo más suave y más bondadoso que esta exhortación? Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva. ¿De qué agua iba a darle, sino de aquella de la que está escrito: En ti está la fuente viva? Y ¿cómo podrán tener sed los que se nutren de lo sabroso de tu casa? De manera que le estaba ofreciendo un majar apetitoso y la saciedad del Espíritu Santo, pero ella no lo acababa de entender; y como no lo entendía, ¿qué respondió? La mujer le dice: «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir a sacarla.» Por una parte, su indigencia la forzaba al trabajo, pero, por otra, su debilidad rehuía al trabajo. Ojalá hubiera podido escuchar: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Esto era precisamente lo que Jesús quería darle a entender, para que no se sintiera ya agobiada; pero la mujer aún lo no entendía. De los Tratados de San Agustín, Obispo, sobre el evangelio de San Juan (Tratado 15, 10-12. 16-17: CCL 36, 154-156)