Ad nauseam De nada les sirve a los hombres renegar de su suerte. Nada se logra con arrepentirse, lloriquear sobre un lecho vacío, lamentarse por las palabras que dijimos un día lejano y que borraron en un instante el pequeño castillo de alegría que nos habíamos construido. Dado que la vida es tan corta, no se puede perder energías en tareas inservibles. El hombre es, por naturaleza, un ser constructor: sueña y plasma sus sueños en torrentes de creatividad casi infinitos. Un romance acabado puede ser el inicio del amor, y a quien se libera de las cadenas de la comodidad le es saludable redescubrir el sufrimiento. El placer por sí solo no es creador: quien todo lo tiene no ve necesidad de elaborar formas nuevas; el placer necesita alternar, en nuestras vidas, con la carencia, el hambre, la soledad, la traición y la vileza de nuestra propia carne. Que sucesivas crisis estallen en lo más profundo de nuestro ser, haciéndonos cuestionar lo tenido por verdad absoluta: he allí el camino del arte. El artista -hombre creador por excelencia-, el verdadero artista, es un hombre sabio: ha recorrido los vericuetos más sórdidos del alma, conoce las debilidades y grandezas de los hombres; él no levanta el dedo acusador ante los ojos del que peca, sino que pasea su mirada llena de comprensión sobre la debilidad humana. La obsesión por el dolor no es sino otra cara del placer. Un placer pervertido que, en lugar de con lo bello, se excita con lo despreciable del ser humano: El hombre que vive lamentándose de su suerte es también un hedonista a su manera. Por sí solo, este tipo de placer es tan improductivo como aquél que se regodea en lo "bello". Porque lo bello sólo existe en contraste con lo horrendo, y quien no conozca alguno de ellos será como el cerdo que sacude su hocico hediondo sobre el caviar. No debe renegar el hombre de sus desgracias, no debe por ningún motivo encontrar gozo en ellas. Enfrentarlas armado de su impulso creador: he allí el camino más difícil que puede tomar, y el único loable.