Prodavinci

Anuncio
1
Prodavinci
No fue Lee Harvey Oswald / Acerca de las teorías
conspirativas; por Patricio Pron
Patricio Pron · Wednesday, February 3rd, 2016
En la fotografía AP Photo, Jack Ruby disparó a Lee Harvey Oswald dos días
después de que éste asesinara al Presidente Kennedy.
Todo el mundo sabe que los atentados en Nueva York el 11 de septiembre de 2001
fueron perpetrados por los servicios secretos estadounidenses, pero resulta difícil
averiguar quién es ese “todo el mundo” y, más aún, a qué se denomina aquí “saber”.
En un libro publicado recientemente, el filósofo alemán Karl Hepfer se pregunta
ambas cosas en relación al auge de las “teorías conspirativas” en Europa y se
responde que éstas son “modelos de interpretación de la realidad simplificados”,
intentos de regresar a un estadio anterior de nuestra cultura en el que la realidad
habría sido sencilla de comprender, y sus actores, “buenos” o “malos”. Así, el
Prodavinci
-1/3-
03.02.2016
2
presidente norteamericano John F. Kennedy (bueno) no habría sido asesinado por un
paranoico llamado Lee Harvey Oswald sino, en realidad, por la mafia, por el gobierno
cubano o por el vicepresidente Lyndon B. Johnson (malos), según las versiones.
Sin embargo, el libro de Hepfer (titulado Teorías conspirativas: Una crítica filosófica
de la sinrazón) presenta algunos problemas, uno de los cuales es que soslaya el hecho
de que la nostalgia de un mundo más “simple” de comprender, y con ella las teorías
conspirativas, no son un producto reciente. En el año 64, por ejemplo, un gran
incendio en Roma fue atribuido a los cristianos para justificar su persecución; en
1312, el rey francés Felipe IV acusó de prácticas heréticas y sodomía a los templarios
para eximirse del pago de una importante deuda económica que había contraído con
ellos; durante la Edad Media, se acusó a los judíos de beber la sangre de niños
cristianos y de envenenar las fuentes para desatar la Peste. Más recientemente, casi
todo acontecimiento político de relevancia fue atribuido a una conspiración de alguna
índole: la disolución de la orden jesuítica (habría intentado asesinar a la reina de
Inglaterra para reinstaurar el catolicismo en ese país y convertir a un Habsburgo en
rey de los Estados Unidos), las persecuciones políticas durante la Revolución
Francesa, el auge de los nacionalismos (obra, supuestamente, de masones e
“Illuminati”), la Revolución Rusa y la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial
(cuyos causantes habrían sido los socialdemócratas y los judíos), el VIH-Sida y la crisis
de los refugiados, por ejemplo. Para el historiador alemán Dieter Groh las teorías
conspirativas serían, en ese sentido, una “constante antropológica” a lo largo de la
Historia.
El otro problema del libro de Hepfer es que sostiene que las teorías conspirativas
serían un modelo “simplificado” de interpretación de la realidad, un argumento que la
complejidad de ciertas teorías parece desmentir. Piénsese por ejemplo en las del
británico David Icke, quien afirma que el mundo estaría siendo controlado por una
alianza de judíos e “Illuminati”, los cuales serían extraterrestres “reptiloides” dirigidos
por la familia Rothschild: la teoría no sólo es absurda (una afirmación que se enfrenta
a la popularidad de su autor y los foros dedicados a su trabajo), sino también
extremadamente complicada. ¿No es más simple pensar que son la desigualdad
económica y política y la concentración de poder los responsables de las catástrofes
del presente?
Naturalmente, la respuesta es que no. Las teorías conspirativas proponen (a pesar de
su complejidad) un modelo de interpretación más simple y más atractivo de la realidad
para ciertas personas porque articulan procesos económicos, políticos y demográficos
simultáneos y de gran complejidad en un relato coherente. Vivimos, sostiene Hepfner,
en el mundo del “Logos destruido”, lo que equivale a decir, como hace el británico
John Higgs en su excelente Historia alternativa del siglo XX: Más extraño de lo que
cabe imaginar, en uno desasosegante en el que (al menos desde la teoría de la
Relatividad) debemos aceptar que estamos imposibilitados de ofrecer una explicación
racional, absoluta y libre de paradojas de cómo funciona el mundo.
En ese sentido, el auge de las teorías conspirativas no sólo se apoyaría en una
intencionalidad deliberada (como la que llevó recientemente a que, en el marco de las
elecciones españolas, regresasen las teorías conspirativas acerca de los hechos
trágicos del 11 de marzo de 2004 en ciertas televisiones), sino en la necesidad
Prodavinci
-2/3-
03.02.2016
3
humana (la “constante antropológica” de Groh) de articular los hechos en series y
estas series en relatos, como pondría también de manifiesto la popularidad de las
ucronías literarias en las que se especula con la pregunta acerca de qué hubiera
pasado si, por ejemplo, Alemania hubiese ganado la Segunda Guerra Mundial.
Existe, por supuesto, una diferencia entre especular literariamente con la posibilidad
de un triunfo nacionalsocialista en 1945 (lo hicieron Philip K. Dick y Philip Roth, entre
muchos otros) y creer que ese triunfo tuvo lugar, efectivamente y de forma secreta
(por ejemplo a través de influencia que las empresas alemanas ejercen en la economía
mundial); pero esa diferencia sólo existe en relación con lo que hacemos con ambos
tipos de relatos. Ambos comparten, sin embargo, un fondo de miedo y de perplejidad.
Si las teorías conspirativas funcionan, lo hacen debido a ese fondo común, como
prueban la popularización tímida pero constante en la Red de versiones conspirativas
de lo sucedido en París el 13 de noviembre de este año: son la dificultad de
comprender que alguien pueda desplazarse armado por una ciudad como París y el
miedo a que todo ello se repita, en la capital francesa o en cualquier otra parte, los
que impulsan la creación anónima de explicaciones que a muchos no les parecen más
implausibles que las que ofrecen la prensa y el gobierno.
Bajo la impresión de hechos conmovedores (el asesinato de un presidente, por
ejemplo) es más fácil creer en una conspiración antes que en la acción individual (por
sobre todas las cosas, es más simple creer que sabemos cómo han sido las cosas
“verdaderamente”), y lo que las teorías de este tipo ponen de manifiesto es que lo
primero que se pierde bajo esa impresión es la capacidad del individuo de formarse un
juicio crítico: es bueno pensar que ese juicio podría ser estimulado con más y mejor
educación, pero también discutible, como pone de manifiesto la proliferación de
teorías conspirativas durante el siglo XX, durante el cual la educación hizo avances
notables. A ese siglo, nos recuerda Higgs, le debemos dos neologismos que lo
describen bien, “racismo” y “genocidio”, y es nuestra responsabilidad individual en
relación con ambos lo que explica el auge de la teoría conspirativa, que permite, con
su promesa de distanciamiento de hechos dramáticos y procesos políticos percibidos
como negativos, que los “malos” sean, siempre, los otros.que permite que los “malos”
son, siempre, los otros.
This entry was posted
on Wednesday, February 3rd, 2016 at 1:30 am and is filed under
You can follow any responses to this entry through the Comments (RSS) feed. You can
skip to the end and leave a response. Pinging is currently not allowed.
Prodavinci
-3/3-
03.02.2016
Descargar