Reestructuración de la deuda agraria

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—economista de la Universidad del
Pacifico y experto en temas de pobreza—, estos problemas son múltiples: falta de eficiencia en el sistema
de identificación de beneficiarios,
fallas en la distribución de alimentos
o inconsistencias en el sistema de
monitoreo, con los consecuentes problemas de filtración y subcobertura.
En un reciente estudio, el economista señala que los programas de asistencia gubernamental dedican S/.670
más per cápita al año a los pobres de
los diez departamentos más ricos, que
a los de los diez departamentos más
pobres.
Por todo ello, afirma Vásquez, el incremento del presupuesto no garantiza que los alimentos lleguen a quienes
más los necesitan en estos momentos.
Un ejemplo de los cambios necesarios
para llegar a «quienes más los necesitan» lo proporciona Francke, quien propone implementar una red de protección social descentralizada que cubra
a todos los peruanos de manera permanente. «Esta red, que debe contar
con la participación de municipios y
organizaciones sociales de base, permitirá identificar con mayor eficacia a
las familias que de verdad necesitan
ayuda», sostiene.
Otros especialistas proponen reformas que van más allá de la organización interna de los programas, señalando, por ejemplo, que este es el momento para volver la mirada a los desatendidos mercados internos y a la seguridad alimentaria. Así, Guy Gauvreau —representante en el Perú del
PMA— propone sustituir el consumo
de maíz, trigo y otros alimentos que
los programas asistencialistas suelen
importar, por cereales nativos como
la quinua y la kiwicha. «La galleta del
Pronaa, por ejemplo, está hecha de trigo importado, y como el trigo ha pasado de US$400 a US$500 la tonelada, entonces esa galleta ahora es mucho más cara», explica. «Mientras
ABRIL de 2008
tanto, la tonelada del cereal andino ha
bajado de US$900 a US$700, lo que
representa una oportunidad para que
Perú mire a su mercado local y deje
de consumir tantos productos importados». Sin embargo, como Gauvreau
reconoce, este cambio implica alterar
la estructura de mercado y de producción, pues requiere producir grandes
cantidades de cereal andino para
abastecer la demanda de los programas alimentarios, amén de reeducar
a los beneficiarios y enseñarles a consumir cereales nativos.
Finalmente, como observa Fernando Eguren —presidente de Cepes—,
los programas de asistencia alimentaria deberían estar enmarcados en una
«una política de seguridad alimentaria
que, o no existe, o está en algún cajón,
bajo llave». De acuerdo con Eguren,
una política tal debería replantear programas como Sierra Exportadora y
orientarlos hacia la seguridad alimentaria nacional, y redefinir aspectos estratégicos de política nacional, como el
apoyo y los subsidios abiertos o encubiertos a la producción de biocombustibles.
Sean cuales fueren las soluciones
más adecuadas para el mediano y el
largo plazo, si se quiere evitar una crisis social de grandes proporciones es
preciso implementar soluciones específicas en el corto plazo. Esta crisis
estallaría por la sencilla razón de que,
con los presupuestos de los programas —que fueron hechos asumiendo
precios bastante menos elevados de
los alimentos—, no hay manera de que
estos puedan cumplir con sus metas
anuales. Como explica Francke, «ahora están usando el financiamiento dado
a principios de año, pero en unos meses más se verá que el presupuesto
de los programas no alcanza, y ahí
veremos qué tipo de medidas toma el
gobierno, porque, indudablemente, con
el subsidio directo que está brindando
ahora, no es suficiente».
Reestructuración
de la deuda
agraria
El 22 de abril último, la Comisión
Agraria del Congreso aprobó el dictamen que propone el Programa de
Reestructuración de la Deuda Agraria (PREDA). El proyecto implica la
extinción de la deuda parcial hasta
los primeros S/.20 mil de las deudas
comprendidas en el proyecto, y el refinanciamiento del saldo, sin intereses, hasta en diez años. Si bien la
norma se centra en deudas contraídas con el Estado vía Fondeagros y
otros programas de financiamiento de
los noventa, una disposición transitoria abre la puerta para que actuales
morosos del sistema financiero —
que no deben al Estado— puedan
acogerse a esos beneficios.
El costo estimado de la norma supera los S/.350 millones (superior al
capital de Agrobanco), y si bien busca beneficiar a más de 20 mil agricultores de todo el país, la mayor parte
de beneficiados serían medianos y
grandes deudores (¿quién se endeuda por más de S/.20 mil?).
En LRA creemos que si bien es importante apoyar al sector, se debe distinguir entre aquellos que han mostrado voluntad de pago y aquellos que
no. Una norma como esta puede apoyar a muchos que no han contado con
medios para honrar sus deudas. Pero
es también una puerta abierta para
aquellos que no pagaron porque no
quisieron, con lo que se desalienta la
cultura de pago —crucial para el
desarrollo del sector.
Por otro lado, el hecho de que esta
medida no esté articulada a otras
orientadas al desarrollo agrario, despierta suspicacias sobre su real eficacia. Urge un análisis más profundo sobre este tipo de iniciativas.
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