Neurociencias y terapia sistémica. O el final de cuatro mitos. Alberto

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Neurociencias y terapia sistémica. O el final de cuatro mitos.
Publicado en Rev. MOSAICO, nº 47 (2011) pp.72-80
Alberto Carreras
Profesor de la universidad de Zaragoza
[email protected]
Resumen: Interesan las neurociencias y la interacción entre el cerebro, la vida social y la
psicoterapia. Se referencian aquí algunas investigaciones sobre la manera cómo la vida
relacional moldea nuestro cerebro, igual que lo hace la psicoterapia. La alianza entre las
neurociencias y las psicoterapias nos permitirá avanzar en el conocimiento y tratamiento de
las enfermedades mentales. También debilitará algunos mitos de nuestra cultura, sobre todo
postmodernos.
Palabras clave: ciencias cognitivas, psicoterapia, neurociencia social.
Introducción
La terapia sistémica no permanece al margen del actual desarrollo de las neurociencias.
Muchos terapeutas están interesados en ellas1 aunque, por el momento, faltan los puentes
entre la terapia familiar y las investigaciones sobre el cerebro.
Existen, desde luego, numerosos puentes entre el cerebro y la psique, pero suelen tener
un solo sentido de circulación: el que va del órgano (el cerebro) a sus producciones (la psique
interna o la conducta social). Esta dirección aparece ya en todos los manuales de
neuropsicología. Por contra, el que propongo activar ahora es el sentido inverso, el que
muestra cómo las relaciones familiares y sociales van moldeando nuestro cerebro a lo largo de
la vida. Del mismo modo que las psicoterapias pueden ayudar a reequilibrar ciertos
funcionamientos patológicos del cerebro.
Avanzar en esta dirección pondría fin a varios mitos que abundan en nuestra cultura y
que afectan a los psicoterapeutas, tales como la oposición entre lo físico y lo orgánico, o las
falaces alternativas genético/cultural, interno/externo, cognitivo/emocional y otras; por
añadidura también ayudaría a terminar con la fe en la omnipresencia y omnipotencia del
lenguaje creador de mundos. Algunos de estos mitos han sido promovidos por las
psicoterapias llamadas postmodernas.
Mito 1. El dualismo. El mito dualista es el más antiguo; tuvo su origen en el animismo,
en los filósofos pitagóricos, en el cristianismo platonizante, en Descartes, a través de una
larga cadena. Contrapone lo corporal a lo psicológico, considerado éste como algo inmaterial.
Damasio (1994) atribuye al dualismo el prolongado divorcio entre la neurología y la
psicología; entre la fisiología y las psicoterapias. Divorcio o ignorancia mutua, pues muchos
psicoterapeutas parecen ignorar que todo lo psíquico es físico, aunque su materialidad sea
distinta a la de las neuronas que lo producen, como la sinfonía es distinta de la orquesta que la
ejecuta. O quieren desconocer que todos nuestros recuerdos, emociones, traumas y
aprendizajes tienen su sede en el cerebro.
Al resaltar cómo la vida familiar y social moldea nuestro cerebro pensamos contribuir
también al fin del siguiente mito.
Mito 2. La oposición entre lo genético y lo adquirido. Pues si consideramos que todo
lo psíquico es físico (aunque no todo lo físico sea psíquico), el anterior mito se desplaza hacia
la falsa oposición entre lo genético y lo que es debido a la biografía de cada uno. Autores
importantes2 mezclan los dos problemas y plantean las relaciones mente/cerebro como
relaciones entre las influencias sociales y el innatismo. Como si lo social influyese sólo en la
psique (y no en el cerebro), o como si todo lo cerebral estuviese genéticamente determinado.
Sabemos que los genes no son nada sin un medio apropiado y que se expresan de
distinta manera según muchas variables contextuales. Pero también debemos saber que nada
de lo que hagamos, pensemos, digamos o sintamos, podríamos hacerlo si nuestra dotación
genética no nos lo permitiera.
De manera que no debemos confundir la tesis del determinismo de los genes (negación
de los condicionantes ambientales), con el error anterior, el del reduccionismo organicista o
fisicalista, el cual ignora la importancia de la subjetividad y la conciencia, a las que desprecia
como cosas intangibles existiendo fuera del “verdadero” mundo material, del que se ocupa la
ciencia.
La controversia entre los partidarios de la herencia (o del determinismo de los genes) y
los de la educación o socialización también es antigua, pues ya fue descrita por Platón y no
tiene visos de terminar debido a sus enormes connotaciones sociales, éticas, políticas y
económicas. Desde hace decenios, los genetistas gozan de mucho prestigio, disponen de
subvenciones e inversiones millonarias, mientras que los ambientalistas –entre los que se
encuentran casi todos los terapeutas familiares- parecemos pequeños David ante Goliat.
Ahora bien, si Goliat nos subestima o nos desprecia, no debemos caer en la trampa de
pagarle con la misma moneda, ignorando o menospreciando los genes. Pues llegar a
discriminar cómo y en qué medida la herencia y el ambiente influyen sobre nosotros
constituye un programa de investigación de común interés; los pasos que se den por ambas
partes supondrán grandes avances para la prevención y el tratamiento de los problemas
psíquicos.
Cómo la vida relacional moldea nuestro cerebro. La plasticidad cerebral.
Han sido muy estudiados los mecanismos cerebrales de aprendizaje por asociación y
mediante recompensa (refuerzo). En esencia consisten en establecer nuevas conexiones entre
neuronas y reforzarlas o debilitarlas, aumentando así o disminuyendo sus “pesos sinápticos”,
esto es, su tendencia a activar o inhibir neuronas vecinas.
Desde Cajal -a quien debemos la frase “cada uno esculpe su propio cerebro”- sabemos
que las neuronas son importantes por ser puntos de conexión, nódulos de redes mayores. El
sistema nervioso constituye una red de redes, conectada con muchísimas células de nuestro
cuerpo y en contacto con el medio. Una red que se halla centralizada en el cerebro desde
tiempos muy lejanos en la evolución; éste constituye un centro o un conjunto de centros que
rigen tanto nuestra vida vegetativa como la relacional, lo consciente como lo inconsciente.
Todo estado mental consciente (y por tal se puede entender cualquier sensación,
emoción, pensamiento, recuerdo o decisión...) supone un estado de esa red; es el fruto, entre
otras cosas, de un conjunto de conexiones, en el que muchas neuronas sincronizan
rítmicamente su activación produciendo ondas, campos electromagnéticos o melodías
neuronales (fenómeno conocido como coherence). Otros procesos de conexiones sinápticas,
de sus refuerzos y sus extinciones siguen un curso ciego o inconsciente, en el que unos
conjuntos de neuronas computan la actividad de otras neuronas produciendo nuevas
activaciones sin que nos apercibamos de ello, como es el caso de todos aquellos procesos que
rigen el sistema nervioso autónomo.
Ahora bien, el mecanismo básico de cualquier proceso de aprendizaje, consciente o
inconsciente, el mecanismo que nos permite conectar unas ideas con otras, está en las
“sinapsis”. Ellas posibilitan esa gran plasticidad que caracteriza nuestro cerebro, o capacidad
de cambio, de aprendizaje, de adaptación. Sólo en su arquitectura más general las sinapsis
están programadas genéticamente; pues es la experiencia la que va conectando los detalles
decisivos; ella favorece la creación de neuronas, su fijación en unos lugares, el
establecimiento de conexiones y el refuerzo o extinción de las mismas, modulando así nuestra
vida afectiva y relacional.
En 1949 Hebb estableció su conocida ley: dos neuronas que se disparan a la vez
tenderán a dispararse de nuevo conjuntamente. Supuso que tenían lugar cambios metabólicos
o estructurales en una o en las dos células, aunque no pudo demostrarlo. Hoy sin embargo
tenemos ya conocimiento de algunos de estos mecanismos, del papel de la dopamina en ellos
y de las familias de sus receptores. Ya en 1966 Terje Lomo descubrió la “potenciación a largo
plazo” o el aumento de la eficacia sináptica, que tenía lugar, sobre todo, en el hipocampo
(importante región del aprendizaje y de la memoria).
A partir de estos mediados años 60 son ya numerosos los estudios de la plasticidad
neuronal en gatos, monos y otros animales, mostrándose en estas investigaciones el papel de
la experiencia en el desarrollo del cerebro al observarse cambios anatómicos neuronales de
gran importancia en función de la estimulación o ausencia de ella, o del tipo de actividad
desarrollada. También muestran nuestra capacidad de establecer nuevos circuitos que
compensen los que han sido deteriorados. Fueron famosos al respecto los trabajos de
rehabilitación dirigidos Luria durante las décadas que siguieron II guerra mundial. En la
década de los 70, destacaron los experimentos de los Nobel Wiesel y Hubel, que mostraron
las consecuencias neurológicas (anatómicas y estructurales) de la privación de estimulación
visual durante los dos primeros meses del gato.
Mientras se iba avanzando en el conocimiento de los procesos neurales que explicaban
los clásicos sistemas de aprendizaje (por asociación y por recompensa), en 1996 Rizzolatti y
colaboradores descubrieron3 las neuronas espejo, que podrían dar cuenta de los mecanismos
neurológicos del aprendizaje por imitación y mimesis hasta llegar a los símbolos y la
comunicación semiótica.
1. Las adicciones. Según Corominas, Roncero y Casas (2007, 2009)4, hay probadas
evidencias de que el consumo crónico de drogas produce alteraciones en los mecanismos
neuronales del aprendizaje y el sistema dopaminérgico. Pero no solo en el caso de drogas
químicas (cocaína, hachis, alcohol, nicotina...) sino en el de cualquier adicción (ludopatía,
cleptomanía, adicción al deporte, al consumo, al trabajo, al ordenador, etc.). Las sustancias
adictivas parecen actuar igual que las recompensas naturales (comida, bebida o sexo)
aumentando la liberación de dopamina, aunque las drogas químicas pueden provocar una
liberación mayor, más intensa y que no se extingue con el tiempo.
Entre otros mecanismos, las drogas cambian paulatinamente la estructura del cerebro, a
partir de pequeños cambios en el equilibro entre las dos principales familias de receptores de
Dopamina (las facilitadoras y las que limitan su secreción y su recepción) en las superficies
sinápticas. Estos cambios pasan al cuerpo de la neurona donde se activa la proteína CREB que
influye en la producción de otras proteínas que, a su vez, influyen en el grado de tolerancia o
habituación a la droga, exigiendo progresivamente un mayor consumo para lograr los mismos
efectos. Allí llegan a influir en los genes que favorecen la recepción del glucamato (esencial
para el control de búsqueda), aumentando los efectos de la droga.
2. Las profesiones ( músicos, taxistas...) y los lectores.
Bastantes experimentos han mostrado que los cambios producidos por la experiencia en
el cerebro alcanzan dimensiones anatómicas notables.
Se conoce desde hace tiempo que una deficiente estimulación provoca un desarrollo
insuficiente (no solo desorganizado) de zonas del cerebro. Lo contrario sucede con la
especialización. Por ejemplo, Michel Merzenich observó cómo variaba la representación de la
mano en el área sensorial de la corteza de un mono que tocaba asiduamente con sólo tres
dedos un disco giratorio. Investigadores del University College de Londres pretenden haber
demostrado que los taxistas tienen un hipocampo mayor de lo habitual, y tanto más cuantos
más años llevaban en la profesión.
Otra profesión estudiada ha sido la de los músicos, desde que Gaser y Schlaug (2003),
dieron a conocer un mayor desarrollo cerebral de las áreas relacionadas con el oído, con la
vista, con los movimientos precisos y con las conexiones interhemisféricas en ellos5.
Actualmente existe un centro en Boston, el Institute for Music & Brain Science que estudia
las diferencias específicas que se encuentran en el cerebro de los músicos profesionales.
Parece que si bien en algunos casos una mejor dotación cerebral produce un buen músico, en
otros momentos es el ejercicio de la profesión el que desarrolla el cerebro.
En 2009, el equipo del Centro vasco para el estudio del cerebro y el lenguaje, dirigido
por Manuel Carreiras, publicó en la revista Nature6 un estudio del que parecía desprenderse
que, con el aprendizaje de la lectura, varias áreas del cortex, como el giro angular (con una
función predictiva o anticipatoria), desarrollaban más materia gris o mayor densidad de
cuerpos neuronales. En el caso del cuerpo calloso lo que aumentaba era la materia blanca de
los axones que ligan los dos hemisferios. Dado que el tamaño de estas áreas suele ser menor
en los disléxicos, la mayoría de los autores interpretaban que su déficit neuronal era la causa
de su dislexia; la propuesta de Carreiras invertía el orden: las diferencias cerebrales de los
disléxicos no son la causa de sus dificultades en el aprendizaje de la lectura; sino que son su
consecuencia.
Puede discutirse cada uno de estos experimentos, sobre todo este último, dado el escaso
número de casos estudiados en esta experiencia. Pero la idea de fondo está bastante
demostrada: el cerebro se esculpe; pues –como afirmaba Luria- todas nuestras experiencias
dejan su huella en él.
3. Neuropsicología prenatal
Bastantes investigaciones se centran actualmente en las vicisitudes de la gestación y su
influencia sobre el desarrollo neurológico y psicológico del niño. Las experiencias de Benoist
Schaal en el Centro europeo del gusto y del olfato en Dijon7 muestran que las reacciones de
agrado o desagrado ante estímulos olfativos no son innatas, a pesar de su temprana
manifestación. Por el contrario, la familiaridad con un olor conocido o su conexión azarosa
con otras sensaciones placenteras también condiciona las preferencias olfativas. Así un recién
nacido puede reaccionar de diferente manera ante olores que le son familiares (porque han
atravesado la placenta materna y circulado por el líquido amniótico) que ante olores extraños,
teniendo en cuenta que el sistema nervioso olfativo comienza a ser sensible a las experiencias
a partir de los 7 meses desde la fecundación.
Muy recientemente Grossmann (2010)8, continuando una serie de trabajos anteriores, ha
mostrado que las regiones del cerebro sensibles a la voz, es decir, a la entonación o prosodia,
que trasmite las emociones, están ya disponibles a los 7 meses.
Otros estudios han tenido como objeto el estado emocional de la madre durante la
gestación. Su influencia había sido señalada desde una perspectiva psicoanalítica: el deseo o
rechazo de la madre hacia el hijo, sus temores y fantasías, influían desde el embarazo en las
futuras relaciones materno-filiales9. También se conocía desde hace tiempo que si la madre
bebe, fuma o toma drogas durante la gestación se producen deficiencias y enfermedades en el
hijo. Las novedades actuales surgen del estudio de los mecanismos bioquímicos mediante los
cuales la situación psicológica de la madre influye en el desarrollo neurológico del feto y aún
del embrión. En lo que conozco, lo más estudiado ha sido el estrés materno durante el
embarazo y la acción del cortisol que atraviesa la placenta.
Desde los años 50 del siglo pasado ya se sabía que el estrés de las ratas y las monas
preñadas producía dañinos efectos sobre el desarrollo del feto. Pero sólo recientemente se han
realizado experiencias controladas con humanos. Por Eduardo Punset hemos conocido que
Vivette Glover y el Fetal and Neonatal Stress Research Group10 han llevado a cabo un
estudio en Bristol con 14.000 mujeres embarazadas, con un largo seguimiento. El 15% de las
mujeres que estuvieron más ansiosas durante el embarazo correlacionó muy
significativamente con problemas de atención e hiperactividad de los hijos (en concreto,
multiplicaba por 2 las probabilidades). La molécula fundamental que se supone que actúa en
los humanos y animales es el cortisol u hormona del estrés, que altera el ya mencionado
sistema de la dopamina. También se ha observado en animales que cuanto mayor sea el nivel
de cortisol en el líquido amniótico menor es el coeficiente intelectual del recién nacido. En el
caso de madres ansiosas parece que hay más cortisol que atraviesa la placenta, lo que puede
ser debido11 a la disminución de la acción protectora de la enzima 11ß-HSD2.
Estos efectos del estrés materno varían según se produzca en uno u otro momento del
embarazo, pues en cada momento son distintos los sistemas neuronales que se forman y
diferente su etapa de consolidación. Glover llega a afirmar alguna correlación entre un estrés
intenso (como el producido por la muerte de otro hijo) y la esquizofrenia, si aquél tuvo lugar
en las primeras tres semanas del embarazo o hasta los tres primeros meses. Los efectos serían
diferentes en otras etapas de la gestación.
Tal estrés puede provenir de accidentes, muertes familiares, trabajo... pero también de la
relación de pareja, como muestran las investigaciones de Glover y de otros estudios. Ella
señala, en consecuencia, el papel positivo o negativo que puede jugar el padre en la formación
de su hijo ya durante el embarazo12.
4. El estrés neonatal y posterior
Por supuesto que las investigaciones con animales y con humanos inciden también sobre
los efectos del estrés neonatal en diversas zonas cerebrales. Por ejemplo, Simona Spinelli y
otros13 (2009) detectan cambios volumétricos en el cerebro de primates con experiencias
traumáticas durante la primera infancia. Podemos encontrar en Katarina Dedovic y otros
(2009)14 una revisión del estado actual de estas investigaciones.
El estrés ha sido muy estudiado, pues resulta bastante fácil cuantificarlo. Quizás por ello
muchas teorías psicológicas, como la Emoción Expresada (utilizada hoy en los estudios sobre
esquizofrenia) se centran en él. Sin embargo hay muchos tipos de estrés, que deberían
producir efectos diferentes; pero un análisis cualitativo de ellos resulta todavía muy difícil.
Por ejemplo ¿qué sucede con el estrés que provoca el doble vínculo, tal como fue definido por
Bateson, o con la comunicación paradójica? ¿Cuál es su efecto en el cerebro? Bateson (1956)
señaló que el sujeto perdía la capacidad para interpretar el sentido de las comunicaciones.
¿Qué sustrato neurológico tiene esta capacidad de discriminar contextos relacionales?
Pues bien, el tema no es ajeno a las ciencias cognitivas. Por ejemplo, Natalia AriasTrejo investigó en Oxford los efectos de sencillas paradojas en el cerebro infantil, como la
incongruencia entre imagen presentada y palabra escuchada15. Por otro lado, queda pendiente
de encontrar el sustrato neurológico de la capacidad humana de encuadrar una comunicación
dentro de un contexto, algo que nos diferencia todavía de las máquinas lingüísticas; es un
problema al que se enfrentan los ingenieros de la Inteligencia Artificial, relacionado también
con el problema del marco (frame problem). La importancia que Bateson otorgó al contexto
en su teoría de la comunicación ocupa un lugar central.
Los malos tratos en la infancia, las emociones y la neurociencia social
No podemos comentar muchos campos donde los científicos evidencien la influencia
del medio sobre el cerebro. Pero uno de los más estudiados son los malos tratos durante la
infancia. Entre nosotros son bien conocidos los trabajos de Jorge Barudy desde un modelo
ecosistémico. En sus últimos libros16 describe los efectos neuro-endócrinos de los buenos
tratos en el niño, así como los de las negligencias, privaciones, estrés continuado y otros
malos tratos: el deterioro de sus capacidades sensoriales y emocionales; los trastornos del
afecto, el apego y la empatía; las huellas permanentes e inconscientes de los traumas en el
sistema límbico; las alteraciones de la corteza prefrontal para el autocontrol; las disociaciones
(cognitivo-lingüística, cognitivo-emocional...), etc. Algunos de estos daños son irreversibles,
pero, gracias a la gran plasticidad del cerebro, otros pueden ser restaurados o recuperados,
dando lugar a fenómenos de resiliencia o de superación de los traumas. Un libro inspirador es
el de Siegel, 1999.17
Si los malos tratos están siendo ya muy estudiados desde el punto de vista del cerebro,
no digamos nada del extenso campo de las emociones, su localización en el sistema límbico,
sus complejas relaciones con el cortex racional, etc. La literatura aquí es inmensa. A las
figuras de referencia como los neurólogos LeDoux (1998) o Damasio (1994) les siguió muy
pronto Goleman (1995)18 abriendo al público y a las psicoterapias el campo de la Inteligencia
Emocional, tan enormemente extendido hoy día que sería imposible e innecesario dar cuenta
aquí de sus avances.
Para terminar estas pinceladas nos referiremos a la neurociencia social, que se
desarrolla a partir de diversas ciencias sociales como la psicología social, la psicofisiología
social o la sociofisiología que se van transformando en neurociencias. En Grande-García
(2009)19 podemos encontrar un panorama de los objetivos y logros de esta ciencia emergente,
que busca los sustratos hormonales y neurales de los comportamientos sociales como el amor
materno y paterno, la agresividad y la cooperación, la jerarquía y las formas de liderazgo, los
prejuicios, la defensa del territorio, la socialización y el aislamiento, la sexualidad y el juego,
etc.
Pero no se queda en la acción del cerebro sobre la conducta. La neurociencia social debe
intresarse también por la dirección contraria: cómo la vida social moldea el cerebro. Es lo que
afirma el subtítulo del mencionado libro de Siegel, y lo que sostiene también Gazzaniga en su
libro sobre “El cerebro social”20. Y ambos en consonancia con dos pilares de esta nueva
neurociencia: Goleman y Rizzolatti. El primero, después de haber popularizado el término de
“inteligencia emocional” ha entrado en nuestros tradicionales dominios de la comunicación y
de las relaciones humanas al tratar de su inteligencia “social” (por cierto que ligando la
comunicación analógica con la emocional). El segundo se ha convertido en un eje de
actualidad gracias a las puertas que han abierto las neuronas espejo para la comprensión de la
empatía, el aprendizaje por imitación y el lenguaje21.
En este sentido y sin lugar a dudas, las psicoterapias pueden hacer parte de la
Neurociencia social.
¿Final de otros dos mitos (mito 3 y mito 4)?
Tengo también esperanza de que el desarrollo de las neurociencias deje atrás otros dos
mitos: el del subjetivismo e individualismo de la cibernética de segundo grado, así como el
mito de la omnipotencia del lenguaje (logocentrismo). Muchos terapeutas familiares han
hecho suyas, sin críticas, las tesis de Maturana, que, sin embargo, conllevan postulados
antagónicos con aquéllos que fundaron la terapia sistémica; al menos a dos de ellos: 1) que la
conducta aparentemente incongruente del enfermo se entiende si conocemos el medio familiar
o social en el que ha vivido y 2) la comunicación no verbal es esencial para el establecimiento
y la negociación de las relaciones.
Pero fiel a la filosofía fenomenológica que le ha inspirado, Maturana nos ha prohibido
afirmar algo positivo acerca de una realidad exterior, si es que aceptamos su existencia. Su
teoría de la autopoiesis presenta a los organismos como determinados por su organización y
no condicionados por su medio físico o social, sobre el que sólo podemos afirmar que el
organismo está acoplado a él. Como su inspirador Heidegger, Maturana ha separado la
comprensión del individuo de la de su contexto social, afirmando el predominio casi absoluto
de la subjetividad. Lo que le facilitó también la convivencia política.
Para él no existe la interacción entre el organismo y el medio (pues sólo la hay si un
observador la quiere percibir como tal). Es cierto que más tarde nos diría que nuestros estados
mentales (sensaciones, pensamientos, emociones, decisiones, etc.), en cuanto estados
cerebrales, hacen parte de un sistema nervioso, el cual está acoplado a un organismo, que a su
vez está acoplado al medio. Por lo que podrá decir que hay una cierta dependencia negativa:
nuestros pensamientos sobre el mundo no nos han hecho perecer hasta el momento. Nada
más. Nos prohíbe establecer cualquier correlación positiva entre el medio y los estados
mentales del sujeto.
Afortunadamente el desarrollo de la neurología y otras ciencias cognitivas contradice
este mito que Maturana ha logrado difundir más entre los terapeutas familiares que entre sus
colegas. Multitud de experimentos desmienten que el organismo y el sistema nervioso estén
sólo determinados por su propia organización y demuestran que la conectividad del cerebro se
va estableciendo en función de la biografía del individuo, aunque esta dependencia del medio
no sea simple, determinista ni igual para todos los seres humanos.
El mismo desarrollo de las ciencias cognitivas también puede acabar con un cuarto mito
complementario; uno que nos saca del subjetivismo individualista para llevarnos a la
intersubjetividad. Se trata del mito de la omnipresencia y omnipotencia (cualidades divinas)
del lenguaje. Un mito muy antiguo también. De ningún modo creado en el siglo XX y su
“giro lingüístico” o por los autores postmodernos. Su primera formulación filosófica la
debemos al sofista Gorgias, pero ha tenido otras apologías religiosas22 antiguas. El
logocentrismo o el mito del “logos” (“verbum”, “palabra”) divinizado, presenta el lenguaje
como creador de mundos, algo que bien conocen los terapeutas postmodernos. Según ellos,
sólo el lenguaje da sentido a una experiencia bruta, de la cual podemos prescindir mientras no
haya sido verbalizada. Por ello, las descripciones, metáforas y, sobre todo, las narraciones,
han constituido su centro del interés terapéutico.
Por supuesto que las ciencias cognitivas nunca han ignorado la importancia del
lenguaje. Sin embargo, lo colocan en un lugar menos divino considerando que esta
característica tan específica del ser humano no es la única forma que tenemos para organizar
nuestra experiencia y para comunicarla. Hay otras formas prelingüísticas y subsimbólicas más antiguas en la evolución y, quizás por ello, más básicas- de las que el lenguaje verbal es
sólo un apéndice o un instrumento especializado. De suyo, la neurolingüística, la
psicolingüística y la sociolingüística han ido ampliando desde hace más de medio siglo los
horizontes de la lingüística clásica. Asimismo, la pragmática del lenguaje, desde William J.
Austin y pasando por Teun A.Van Dijk, se ha desarrollado en paralelo con la “pragmática de
la comunicación humana” que axiomatizaron Paul Watzlawick y cols. en Palo Alto.
Aunque todas estas ciencias concuerdan en afirmar que el lenguaje organiza socialmente
nuestra psique y nuestra experiencia, también muestran que él no tiene la exclusiva en esta
función. El lenguaje se superpone a otras formas de organizar nuestras vivencias,
organizaciones que pueden permanecer inconscientes, cuyos mecanismos podemos compartir
con muchos animales, y que no son suprimidas por el lenguaje.
Las neurociencias estudian cómo se establecen diversos órdenes a través de conexiones
neuronales, dando lugar a todos los aprendizajes inconscientes. Algunos de ellos tienen su
comienzo en los últimos meses de desarrollo del feto en el seno de la madre, otros (como
todos las que Piaget denominaba “inteligencia sensorio-motriz” ) se van consolidando durante
los primeros meses y años del bebé, antes del uso de la palabra. Constituyen lo que los
ingenieros de Inteligencia Artificial han denominado “background” o conocimiento de fondo,
así como marcos de referencia o contextuales.
También las emociones se organizan con y sin palabras, permaneciendo su huella pronta
a reactivarse, aunque se haya hecho imposible su recuerdo.
La mayor parte de estas formas prelingüísticas de organizar la experiencia continúan
actuando a lo largo de nuestra vida, en paralelo o en combinación con el lenguaje. No siempre
coinciden con el lenguaje social ni con el privado y, desde luego, nunca lo hacen enteramente.
A veces pueden llegar a estar disociadas de él, e incluso en abierta contradicción, pues el
lenguaje no sólo es una nueva e imperfecta digitalización de la experiencia, sino que también
puede ser un instrumento para encubrir realidades y para engañar abiertamente a los demás y
autoengañarnos.
La psicoterapia deberá revindicar como suyo el estudio de esas incongruencias,
contradicciones y disociaciones que se dan entre el llamado orden lingüístico (consciente) y
las organizaciones prelingüísticas e inconscientes de la experiencia, siguiendo una honorable
tradición a la que Freud quiso dar rango de ciencia.
Psicoterapia y cerebro
Terminaré señalando que un mayor conocimiento del cerebro ha permitido ya
investigar los modos cómo la psicoterapia puede modificarlo. Es cierto que los experimentos
en este campo no son numerosos ni con muestras muy significativas, resultando difíciles de
corroborar. Por lo que habrá que esperar el desarrollo de técnicas no invasivas de observación
del cerebro para que se fomenten estas investigaciones que tanto pueden ayudarnos a evaluar
adecuadamente las teorías y técnicas psicoterapéuticas.
Hay algo obvio y hasta trivial en estos estudios pioneros que, sin embargo, han
sorprendido a aquellos profesionales del cerebro que no ven en su funcionamiento sino la
ejecución ciega de programas genéticamente dictados y que sólo pueden ser modificados
mediante intervenciones bioquímicas sobre los genes y sus productos. Estos organicistas
miopes se admiran (sin llegar a creérselas del todo) ante las evidencias de que las
psicoterapias pueden modificar el cerebro haciéndolo más funcional. Sin embargo, esto
resulta obvio para quien piensa que nuestra vida psíquica no está fuera del cerebro y que todas
nuestras experiencias dejan su huella en él: aumentando o disminuyendo la producción de
neurotransmisores y receptores, creando, reforzando o extinguiendo sinapsis, y aun
produciendo y asentando neuronas en zonas diferentes, etc. Parece lógico que las
psicoterapias, en cuanto conjunto de experiencias y comunicaciones controladas, pueden
modificar, de forma orientada, la conducta y el cerebro que la manda.
Algunas de las investigaciones en este campo han versado sobre el trastorno obsesivo
compulsivo (Baxter)23; el trastorno límite de personalidad; la depresión (Goldapple, también
Brody ); los trastornos fóbicos (Furmark, Paquita) y otros, apreciándose significativos
cambios neurológicos tras terapias conductuales, cognitivo-conductuales e interpersonales; así
como cambios fisiológicos generales, como es el caso de los enfermos de cáncer24.
Hasta el momento, las investigaciones no han ido más allá que patentizar la
reversibilidad de algunos procesos cerebrales, como la deficiencia o la hiperproducción de
neurotransmisores y sus receptores. Procesos que habían sido detectados en diversas
patologías. Y lo que han demostrado es que los resultados de las psicoterapias en algunos
casos son equiparables a los obtenidos mediante las terapias bioquímicas del momento (a
veces, con ventaja para las primeras) o con una combinación de ambas.
Sin embargo se acerca el momento de poder precisar más, mediante experimentos
controlados, los efectos neurológicos de las intervenciones psicoterapéuticas, permitiéndonos
así profundizar en el conocimiento de las enfermedades mentales.
1
Este artículo constituye el guión (que no se llegó a exponer totalmente) de un taller que tuvo lugar en el I
Congreso Ibérico/XXX Jornadas Españolas de Terapia Familiar, en Barcelona (2009). Los comentarios de los
asistentes y de otros colegas me confirmaron el interés que muchos terapeutas sienten por el tema.
Actualmente estoy trabajando por crear un nuevo espacio de información y discusión sobre el mismo.
2
Esta confusión inconsciente se puede rastrear incluso en autores que hablan de la total interacción entre lo
social y lo genético, pero lo hacen en términos de interacción mente/cerebro, como es el caso de Gazzaniga y
algunos textos de “El cervell social”.
3
Ver Rizzolatti, G. Y Sinigaglia, C. (2006): Las neuronas espejo, Paidós. El primer decubrimiento fue publicado
en Gallese et al. (1996). Action recognition in the premotor cortex, Brain, vol. 119, no. 2, 593-609.
4
Ver Corminas, M., Roncero, C., Bruguera, E. y Casas, M. (2007). Sistema dopaminérgico y adicciones, Revista
de Neurología, 44 (1), 23-31. Así como Corminas, M., Roncero, C., y Casas, M. (2009). El sistema
dopaminérgico en las adicciones, Mente y cerebro, 35, 3-9
5
Gaser, C. Y Schlaug, G. (2003). Brain Structures Differ between Musicians and Non-Musicians, Journal of
Neuroscience, October 8, 23(27), pp.9240-9245.
6
Carreiras, M. y cols. (2009). An anatomical signature for literacy, Nature 461, 983-986
7
Ver Schaal, B. y Delaunay-El Allam, M. (2009). Formación de las preferencias olfativa. Mente y cerebro, nº 35,
30-35. Y también Schaal et al. (2004). Olfaction in the fetal and premature infant: functional status and clinical
implications. Clinics in Perinatology, vol. 31, 261-285.
8
Grossmann, T. et al. (2010). The Developmental Origins of Voice Processing in the Human Brain. Neuron, Vol.
65, Issue 6, 852-858,
9
Ver, por ejemplo, Bayle, B. (2003). L’embrion sur le divan: psychopathologie de la conception humain, Paris,
Masson, así como Missonnier, S., Golse, B., Soulé, M. (2004). La grossesse, l’enfant virtuel et la parentalité.
Éléments de psycho(patho)logie périnatale. Paris, PUF
10
En < http://www1.imperial.ac.uk/medicine/about/institutes/irdb/fetalmaternal/vglover/> puede verse la
preentación de Glover y de este grupo con una lista de muchas de sus publicaciones.
11
Welberg, L. y Seckl, J. (2001). “Prenatal Stress, Glucocorticoids and the Programming of the Brain “, Journal
of Neuroendocrinology, Volume 13, Number 2, pp. 113-128(16)
Cottrell EC, Seckl JR. (2009). Prenatal stress, glucocorticoids and the programming of adult disease, Front Behav
Neurosci.3:19.
12
Ver Entrevista con Punset en programa Redes Título: “Educación emocional desde el útero materno” –
emisión 40 (04/10/2009, 21:00 hs) – temporada 14. Puede verse la trascripción de la entrevista en
http://www.redesparalaciencia.com/wp-content/uploads/2009/10/entrev040.pdf
13
Simona Spinelli; Svetlana Chefer; Stephen J. Suomi...(et.al) (2009). Early-Life Stress Induces Long-term
Morphologic Changes in Primate Brain, en Archives of General Psychiatry, 6, pp. 658-665.
14
Katarina Dedovic; Catherine D’Aguiar; Jens C Pruessner (2009). What Stress Does to Your Brain: A Review of
Neuroimaging Studies”, The Canadian Journal of Psychiatry, Vol 54, No 1, pag. 6-15
15
16
No publicado. Presentado como Poster. Pero habla en el programa de E. Punsert “Redes”, nº 447, “El cerebro
del bebé”.
Barudy, J. Y Dantagnan, M. (2007). Los buenos tratos a la infncia. Parentalidad, apego y resiliencia, Barcelona,
Gedisa. Así como Barudy, J. Y Dantagnan, M. (2010). Los desafíos invisibles de ser madre o padre, Gedisa.
17
Siegel, Daniel J. (1999). La mente en desarrollo. Cómo interactúan las relaciones y el cerebro para modelar
nuestro ser, Bilbao, Desclée de Brouwer.
18
Ledoux, J.E. (1998). El cerebro emocional, Barcelona, Ariel/Planeta.
Damasio, Antonio R. (1994). El error de Descartes. La emoción, la razón y el cerebro humano, Barcelona, Crítica.
Goleman, Daniel (1995), Inteligencia emocional, Barcelona, Ed. Kairós.
19
Grande-García, Israel (2009). Neurociencia social: El maridaje entre la psicología social y las neurociencias
cognitivas. Revisión e introducción a un nueva disciplina, Anales de psicología, vol. 25, 1, pp. 1-20
20
Gazzaniga, M.S. (1985). El cerebro social, Madrid, Alianza.
21
Goleman, Daniel (2006). Inteligencia social, Editorial Planeta Mexicana.
Rizzolatti, G.; Sinigaglia, C. (2006). Las neuronas espejo. Los mecanismos de la empatía emocional. Barcelona,
Paidós.
22
Ver, por ejemplo, “En el principio la Palabra existía y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella
estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe”. Así
comienza el evangelio de San Juan, en el que se cristianiza la teoría estoica del “Logos” y la hebrea del Libro
de la Sabiduría.
23
Sobre la investigación de Baxter, ver también JENIKE, M. A., BAER, L. & MINICHIELLO, W.E. (1998).
Trastornos obsesivos compulsives, Madrid, Harcourt, p. 305.)
24
En numerosas páginas de Internet podemos encontrar el informe de Joan Arehart-Treichel: “Evidence Is in:
Psychotherapy Changes the Brain” publicado por la American Psychiatric Association en Psychiatric News, vol.
36 Nº13, Page 33 (July 6, 2001). Igualmente el de Joshua Roffman “How Does Psychotherapy Change The
Brain: What Neuroimaging Has Taught Us About Psychotherapy”, publicado en Psychiatry Academy del
Massachusetts General Hospital en 2005 que daba un panorama sobre las investigaciones en este dominio,
incluyendo las referencias bibliográficas de los trabajos de Baxter, Brody, Goldapple, Furmark y otros. Desde
entonces se están llevado a cabo nuevos experimentos.
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