AQUELLO LLAMADO MELANCOLÍA Fabiola Morales Gasca

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AQUELLO LLAMADO MELANCOLÍA
Fabiola Morales Gasca
Es tarde, frente a la ventana contemplo el avance de las negras nubes mientras
empieza a llover, como es típico en los atardeceres de junio. A través de los
cristales caen tímidas gotas y siento la terrible necesidad de un cigarro, cosa
trágica porque ocasionalmente fumo y la única cajetilla abandonada en un
pequeño cajón está vacía. Tal vez la falta de nicotina es la principal causa de que
sienta el ambiente nostálgico. Las gotas cohibidas poco a poco empiezan a perder
su timidez y se precipitan de forma exuberante para agonizar en el asfalto. Un
ligero olor a humedad y un frío se cuela por la casa. Tal vez así sea la melancolía
para algunos: húmeda y fría.
El libro que acapara mi atención en estos días lluviosos es del reconocido escritor
mexicano Alberto Chimal, La generación Z y otros ensayos. En sus hojas, entre
varios temas de escritura y de autobiografía, el autor nos hace reflexionar sobre
los escritores en México y nos muestra perspectivas diferentes sobre la escritura
mexicana. De inicio, el autor aclara que Z no tiene nada que ver con la idea de
narcotráfico, que por desgracia inunda la mayoría de los sectores de nuestro país.
Chimal nos indica esto como un juego, una marca relacionada a los Zombies.
Nos relata que la narrativa de la generación a la que pertenece Chimal, nacidos
en los años 70´s, es una generación desencantada. Y por desencanto se debe de
entender el enfrentamiento de los hombres y mujeres nacidos en una época en la
que se creía que el futuro pintaba mejor que el pasado. Una generación que creció
abrupta y aceleradamente, idéntico que el internet en los noventa, y que vino a
descubrir que las promesas de un mejor futuro se desvanecían entre las manos
como un pez que se atrapa a la orilla de un río y que se escapa.
Aquí es donde me detengo para añorar aún más un buen cigarro ¿Quién no
quería embriagarse de las mieles y del vino que prometía traer el nuevo siglo? La
desilusión fue más veloz que el encanto. La generación que se sentó a esperar el
anterior siglo , al menos tenía bien consolidadas sus esperanzas de un mundo
feliz, la ideología positivista recorría con la Ciencia y el Progreso a toda Europa.
Sin embargo
solos algunos pensadores y visionarios
vislumbrar la guerra. Hecatombes
desgajaron el
fueron capaces de
prometedor
siglo XX y un
mundo desorganizado por las guerras, la opresión y los regímenes totalitaristas
forjaron la incertidumbre del hombre frente al futuro. Los cambios sociales y
económicos del globo terráqueo amputaron de golpe los valores filosóficos y
morales de siglos anteriores. Dios dejó de existir y la cruz pasó a ser un símbolo
ignorado. La ciencia lo resolvería todo. Las ideas de Freud, Nietzsche, Einstein
empezaron a impregnarse en la ideología del hombre moderno. La psicología y el
psicoanálisis se declararon la panacea de todos los males. Pero tras las guerras,
Sartre enmarcó en breves palabras la decadencia del hombre frente al siglo XX:
“soy un ser para la nada”. Así que como ni el mundo, ni el hombre tienen sentido,
es tarea inútil buscarlo.
Las corrientes artísticas empezaron a cambiar, a nutrirse de la decepción mundial,
se rompieron paradigmas y todo se oponía contra todo. Pero había una última
promesa en medio de tanta decepción; se podía presentir la entrada de la
tecnología, como la panacea de la humanidad.
Algunos, quizás los más entusiastas ilusos, estudiamos computación y nos
embarcamos a aprender nuevos lenguajes, basados en instrucciones, ceros y
unos, aún sin terminar de entender bien el nuestro. Tomamos computadoras,
instalamos redes,
empezamos a tejer una enorme telaraña de protocolos,
programas y gran cantidad de cables, y nos sentamos felices a esperar que el
futuro llegara. Así nos sorprendió el arribo del nuevo siglo. Igual que nuestros
ancestros, ansiábamos las promesas, sólo que a diferencia de ellos, ya intuíamos
que era de madrugada y que la fiesta no tardaría en terminar.
Hoy, todos enredados en móviles y redes, nos damos cuenta que el futuro ansiado
ya quedó muy atrás. Tal vez por eso, como Chimal lo menciona reiterativamente
hay un desgaste emocional en toda esa generación, una necesidad de persistir en
las promesas que los padres habían hecho a los jóvenes. La fisura existente entre
los últimos años del siglo XX y los primeros del siglo XXI se tiene que llenar a
como dé lugar. Se puede decir que el dos mil que tan ansioso se esperaba y se
veía tan lejano pasó tan rápido que ahora se ve igualmente lejano. La frase de
“La fiesta comenzó sin nosotros”
refleja mucho del desencanto de esta
generación.
La escritura, como reflejo de este descontento general lo expresa. El autor
mexicano de cuentos traducido a varios idiomas nos señala que “Si bien es cierto
que no todos los escritores con cuarenta años escribieron
sobre la temas
dolorosos y melancólicos, al menos la frustración, desorientación y perplejidad sí
se deja sentir en varios textos. Una generación que se ha ensimismado en
contemplar y sacarle brillo a su pasado.”
Ahora, las bases tecnológicas que se asentaron en el siglo pasado como el
Arpanet y las primeras redes nos hicieron muy felices en los primeros años. La
Era de la información nos hacia tan radiantes de felicidad como un buen
estimulante en forma de pastilla, pero la verdad es que transcurrido los primeros
años de este nuevo siglo hemos descubierto vertientes negativas. Todas esas
toneladas de terabytes de información nos ahogan como una droga. Lo que antes
parecía ser la promesa de la liberación del hombre, ahora es una condena.
Aquella época ajena a la informática y la tecnología se ve tan lejana que entra
una verdadera nostalgia al recordarla. Muchos textos literarios hacen hincapié en
esto.
De acuerdo a Chimal, se nos menciona que no hay un niño prodigio que
represente a esta generación mexicana, lo mismo va para los nacidos de 1980 y
los 1990. La razón de denominar generación Z se debe a llamar zombies a esos
escritores
quienes después de los noventa siguieron escribiendo después de
dejar la escritura, es decir, después de morir. Tras un periodo largo de silencio y el
descalabro del fin de siglo que no destruyó a quienes tuvieron la terquedad
suficiente para seguir escribiendo con otros temas o enfoques relacionados con
el mundo y sobre todo con su propia voz. Ejemplo de ello son los escritores Pepe
Rojo y Bernardo Fernández Bef.
Chimal nos aclara que la palabra zombie usada aquí para los escritores es un
poco injusta pero en ciertos aspectos es pertinente porque un zombie es una
criatura que vuelve de la muerte; que no debía moverse pero que de todas
maneras se mueve, que inquieta a todas las personas que lo conocieron en vida.
Son resucitados.
Son los supervivientes del catástrofe, cambian de género, se abren, modifican su
postura ante el lenguaje, su lenguaje. No están muertos, sus textos tienen más
vigor y entusiasmo que sus primeras obras de juventud. Resisten y continúan. Un
claro ejemplo de esto es la escritora Guadalupe Nettel.
La lluvia ha disminuido pero no cede, las ganas de fumar se han disipado como
las negras nubes, pero la tristeza no. Los cambios siempre atemorizan, es
evidente que no somos la primera ni la única generación que frente a la mudanza
nos intimidamos. El mundo tal vez no es mejor ni peor que en otros siglos,
simplemente es distinto. La fiesta ha terminado, hay que recoger los platos sucios,
limpiar las mesas, recoger las botellas de los excesos de otras generaciones. Y
aunque muchos se quejen de que ya no queda nada, creo que queda un poco de
todo. Hay diferentes visiones de la vida que podemos tomar, la optimista o la
pesimista, o en peor caso la indiferencia, cada quién elije. Así que tomemos lo que
hay y construyamos a partir de esto. Vislumbremos con la mayor creatividad lo
que ninguna generación tuvo antes que nosotros. Hay una gran responsabilidad
en ello, pero también están todas las herramientas disponibles. Contamos con
toda la información del mundo en la palma de la mano en esta plena era digital, es
casi imposible fracasar.
Así que hagamos volver a la humanidad
de la muerte y seamos como esos
muertos vivientes de las películas. La generación Z sirve para recordar que la
escritura, ese símbolo de creatividad, es capaz de volver de la muerte. Nosotros
mismos podemos regresar tras innumerables fracasos. El mundo, como la
literatura resiste; sobreviven aunque no sobrevivamos en ellos.
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