El niño en la pantalla: soledades infantiles y época

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Enero - 2016
SOLEDADES
El niño en la pantalla: soledades infantiles y época
Gabriela Dargenton y Eugenia Molina
El niño en la pantalla, es una expresión intencionalmente equívoca. Despejaremos 4 perspectivas.
La primera, se trata del niño que habita con su cuerpo el cuadro de las imágenes absolutas que velan o delatan, la no
relación sexual que se evidencia por todas partes. Así, el niño en la pantalla lo está en el consumo cada vez mayor
de las páginas de pornografía infantil, que pasó de ser un grave delito o una práctica clandestina del goce solitario
de pocos, a un espectáculo para todos que satisface los más diversos goces del espectador. Es decir que se proyecta
la imagen del cuerpo del niño y se hace instrumento de satisfacción, objeto a consumir como cualquier otro en el
artificio del mercado. Esto borra los bordes mismos de lo infantil, eso que se atesora en una diacronía temporal que
relacionaba el cuerpo del niño a la experiencia singular, temporalizada, del objeto en cada uno, en cada historia.
En este punto se hace necesario explorar nuevas vías para una clínica que se oriente a partir de invenciones de una
función que enganche goces adecuados a la existencia de cada niño.
La segunda perspectiva es la pantalla del cine, donde proliferan de ficciones que toman al niño como su protagonista
en el marco de la época: la del Otro que no existe. Muchos de estos films nos encuentran en algún detalle de la historia
de un niño, con su original respuesta ante el sufrimiento y la variedad de tramas tejidas a la hora de armarse una
estrategia que le permita afrontar la vida.
Nos encontramos por ejemplo con una niña (Pequeña Miss Sunshine) y un cuerpo descolocado en relación al
requerimiento de imagen perfecta que cierta cultura impone, con el desborde pulsional ante el despertar sexual
(Kids), con los cortes en el cuerpo en un intento de localizar el exceso provocado ante la pregunta por lo femenino
(A los trece), o bien con el pasaje al acto de un adolescente y su imposibilidad de lazo al otro, acto en el que realiza el
rechazo del cual él es objeto. (Hablemos de Kevin).
Un niño puede producir ficciones dentro de una ficción: encontramos bellos ejemplos de cómo dos niñas con modos
muy diferentes se las arreglan para contar su propia historia en relación a la elección del sexo ( Tomboy) ypara
desmarcarse de su posición de objeto ( Qué hacemos con Mesie?).
Las respuestas son variadas: hay las soluciones ineficientes, las catastróficas, las posibles y las que encajan; pero no
las correctas, ni mucho menos las universales.
Una tercera perspectiva la constituye el niño en la pantalla de la pareja parental. Allí él puede encarnar el más
profundo rechazo entre ellos, dándole cuerpo: ser la pantalla que constituye y vela, al mismo tiempo, el fracaso
del encuentro que él anima con su cuerpo. En todos los casos recordaremos a Lacan cuando enfatizaba que la cura
analítica del niño debía trabajar para que no sea el cuerpo del niño el que responda como a
Una cuarta perspectiva del niño en la pantalla es finalmente la que más se constata en la demanda clínica por estar a
la vista. Es la del niño consumidor de pantallas, es decir el niño frente a la pantalla. El ubica su cuerpo capturado por
un objeto que le habla a él, lo fascina, lo invita a interactuar, le propone todas las supuestas prohibiciones del Ideal
: matar gente , ser un héroe , tener pueblos dominados y hasta tener sensaciones en el cuerpo que van desafiando la
vida misma de su cuerpo, gana el que atraviesa más desafíos contra su cuerpo.
http://virtualia.eol.org.ar/
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Enero - 2016
Dos cuestiones son deducibles de esta 4º perspectiva
Una es la experiencia que cada niño tiene de su cuerpo quieto. Horas mirando sus fantasmas, mirando muchas veces
su propia imagen idealizada, inalcanzable o la que realiza día a día. Son variados los anzuelos de cada uno, aquello
que a cada uno lo libera y lo encierra al mismo tiempo en esa pareja de él con su pantalla. Pero a la hora de estudiar
la consistencia imaginaria ligada al cuerpo hoy, es insoslayable la pregunta ¿cómo construye cada niño su cuerpo
cuando hace de partenaire a la pantalla? Cómo la construye allí donde no es el estadío del espejo lo que organiza
como imagen de sí, sino que está en juego allí la acefalía pulsional de una satisfacción escópica que está totalmente
fuera de sentido edípico y también arrojada a la infinitud
La segunda cuestión que entraña esta relación del niño con la pantalla, es el tipo de pareja, de partenaire que instaura.
Decimos que es un objeto, un gadget, que no cuenta con una historización para él, pero instala un tipo de relación a
una cosa cuya esencia está vacía, como lo está el objeto a. Dicho esto , es decir situado el niño enlazado a este singular
y novedoso partenaire-imagen-maquina , estamos frente a la más radical de las soledades infantiles. El pide, y palpita
por no desenchufar nunca esa nada; pero en ese mismo transcurso él se construye una soledad , un espacio sólo en
el que su cuerpo encuentra la consistencia en esa idea de unidad del cuerpo sin Otro y con la imagen en la pantalla.
Toda su identidad está allí, atravesando un silencio sin Otro.
¿cómo se las arregla el psicoanálisis para tratar este efecto que ha transformado la demanda y nos confronta a una
clínica sin Otro? La referencia que la época da a los cuerpos, por sobre el lazo social es un cambio de valor atribuido
al lenguaje mismo, es decir que es un asunto que cuestiona la dimensión del Inconsciente mismo, porque es el valor
dado a la palabra lo que está en el centro del problema. ¿Cómo vamos a despegar del cuerpo las palabras necesarias
para luchar contra el “empuje al síntoma-mudo”? Ahora bien, la angustia si la tomamos como brújula, como afecto
que no engaña, como señal de lo más real, podemos verle sus modos de emergencia: los movimientos imparables,
el consumo fatídico, la imposibilidad de parar las lesiones sobre el cuerpo, la inserción en tribus, etc. La angustia
infantil, de los adolescentes, cuestiona al Otro y vuelve sobre cada cuerpo.
Vías del psicoanálisis
Proponemos pensar una práctica capaz de recibir esta deslocalización de la angustia actual y, localizándola, despegarla
del cuerpo abriendo un espacio que arranque la palabra del cuerpo y se ligue al Otro que el analista encarna. Así esta
pieza separable del cuerpo, se vuelve recurso fundamental para el ejercicio de la clínica, porque revelará el modo
en que cada niño goza en tanto que el inconsciente lo determina. Se trata entonces de “desangustiar” y devolver al
sujeto su síntoma singular.
El objeto “a” no es sólo imaginario. Para nosotros, gracias a su lazo a lo Real -que sólo nuestra posición en el discurso
permite- es posible develar su verdadera naturaleza: el vacío, el borde mismo del decir. En ese tope que cada
cual encontrará en y con su analista, él se hará su propio “artesano”. El síntoma y su creencia en él, aseguran una
singularidad para cada uno que haga de límite y de broche también al dolor de existir que empuja en la época de los
desengañados.
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