Y ahora qué Carlos LARRÍNAGA Historiador Justo una semana después de entrar en vigor la tregua acordada por Estados Unidos y Rusia para Siria, ésta ha saltado por los aires. Tras unos primeros días en los que la cosa parecía ir relativamente bien y la calma volvía a las ciudades y pueblos del país, la situación empezó a torcerse por causa de un buen número de incidentes. El Estado Mayor ruso, por ejemplo, ha denunciado más de 300 violaciones del cese de hostilidades por parte de las milicias rebeldes. Éstas, a su vez, achacan al Ejército sirio no haber respetado lo pactado en los términos acordados. De hecho, que los camiones de la ayuda humanitaria no hayan entrado en Alepo por falta de voluntad de Damasco ha sido uno de los mayores agravios, por no hablar del embate del 19 de septiembre contra un convoy de la ONU y la Media Luna Roja, saldado con 21 víctimas mortales. Los miles de civiles atrapados en el conflicto necesitan de unos alimentos y unas medicinas que no llegan. Sin embargo, el detonante que ha hecho fracasar el armisticio ha sido el ataque de la coalición internacional liderada por Washington contra las tropas gubernamentales el sábado 17 de septiembre. El bombardeo tuvo lugar cerca del aeropuerto de Deir Ezzor, una ciudad clave en el este del país donde los soldados sirios batallan desde hace tiempo contra el Estado Islámico. Si estamos hablando de unos destacamentos altamente cualificados y tecnológicamente muy avanzados, resulta llamativo el “error”, como ha sido calificado por sus responsables. Aunque de ahí a tildar la operación de “flagrante y deliberada agresión”, como ha hecho el presidente sirio, va un trecho. Total, que cuando había dudas de que las autoridades norteamericanas serían capaces de controlar a las distintas facciones de la insurgencia, hete aquí que, finalmente, ha sido una ofensiva de cuerpos militares regulares la que ha precipitado el término del alto el fuego. Desde luego, el trágico balance de 90 muertos exacerbó los ánimos del ejecutivo de Bashar al-Asad. Hasta el punto que, a petición de Rusia, esa misma noche se reunió de urgencia el Consejo de Seguridad de la ONU para analizar dicha cuestión. La diplomacia debió actuar, pues las aguas bajaban muy revueltas. Moscú había acusado a Washington de que esa agresión podía beneficiar al Dáesh, lo que suscitó una agria polémica con la embajadora norteamericana ante ese organismo internacional, Samantha Power, que no hizo sino enrarecer sobremanera una relación de por sí bastante deteriorada. Al calificar de vergonzosa la insinuación del Kremlin, la portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores ruso, Maria Zajarova, invitó por las redes sociales a Power a visitar Siria para conocer realmente el significado de ese adjetivo. Y ese twit me sirve para insistir una vez más en lo fuera de la realidad que parecen estar la mayoría de los dirigentes y altos funcionarios internacionales. ¿Cuántos de ellos han visitado Siria como simples “civiles”, despojados de privilegio alguno? ¿Cuántos campos de refugiados han visto? ¿Cuántos se han desplazado al Pireo o a las islas griegas para ver la tragedia de los refugiados? Es muy fácil hablar desde grandes y lujosos despachos estando indiferentes al dolor ajeno, sin ser conscientes de la tragedia que están padeciendo millones de sirios e iraquíes desde hace años. No obstante, lo prioritario ahora es cómo arreglar este desaguisado. EEUU pretende prorrogar la suspensión de la conflagración y a mí me parece bien. Todo esfuerzo en esta dirección es poco, especialmente transcurridos ya más de cinco años de guerra. Pero también me pregunto ¿cómo hubiera reaccionado el ejecutivo de Barack Obama si hubiesen sido abatidos 90 militares de la alianza internacional, sobre todo, si hubieran sido estadounidenses? Y es que, de nuevo, da la impresión de que las vidas no valen lo mismo. Depende mucho de la nacionalidad de los fallecidos. Pero hecha esta salvedad, lo importante es que el Grupo Internacional de Apoyo a Siria, en el que participan Rusia y EEUU, de un total de 23 naciones, decida seguir adelante con esta suspensión de los combates y apueste por las negociaciones entre las partes. Una vez más lo accesorio está prevaleciendo sobre lo fundamental, que no es otra cosa que derrotar al yihadismo en general y al ISIS en particular. Y mientras esto no lo interioricen los insubordinados resultará muy difícil llegar a una solución política pactada. Hay que advertir que aún hay milicias extremistas luchando conjuntamente con el ala moderada de la insurrección, que es a la que apoya Washington. Y esta circunstancia es lo que resulta inadmisible para Damasco y Moscú. Recordemos que hasta hace bien poco, para Bashar al-Asad, todos los sublevados eran terroristas. Ahora semejante asimilación ya no se sostiene y la línea de separación entre el terrorismo y la oposición debe quedar cada vez mejor delimitada. En mi opinión, es imprescindible seguir ahondando en esta diferenciación, ya que son realidades completamente distintas. Sólo así será factible volver a la mesa de diálogo en Ginebra y se podrá tratar de buscar una solución pactada a un problema que nunca debió de dejar de ser político. Según acaba de clamar recientemente en la Asamblea General de Naciones Unidas su secretario general, Ban-Ki-monn, es necesario que las grandes potencias cedan en sus intereses geoestratégicos para procurar solventar un problema que dura ya demasiado tiempo. “Basya ya”, ha sentenciado en ese mismo foro François Hollande y no le falta razón. Pero mientras, el régimen ha intensificado sus acometidas en Alepo precisamente para volver a tener una posición de fuerza en esa futura conferencia de paz, que esperemos no tarde en llegar. 22 de septiembre de 2016 Publicado en El Diario Vasco, 23 de septiembre de 2016, p. 24, y en El Correo, 23 de septiembre de 2016, p. 42, con el título “Siria, un problema que dura demasiado tiempo”