EL ENIGMA DE LOS CELOS A TRAVES DE MEDEA DE

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Fepal - XXIV Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis - Montevideo, Uruguay
“Permanencias y cambios en la experiencia psicoanalítica" – Setiembre 2002
EL ENIGMA DE LOS CELOS A TRAVES DE MEDEA DE
EURIPIDES1
Serapio Marcano
Me propongo explorar algunas características de uno de los sentimientos
atribuidos a la mujer: los celos y sus relaciones con la envidia, a través de
la tragedia Medea de Eurípides. Una de las tendencias teóricas que ha
prevalecido en el psicoanálisis ha adscrito este sentimiento como
característico de la mujer en tanto que sujeto de identidad biológica sexual.
Otra tendencia que se ha venido desarrollando como una lectura teórica
diferente, y la cual suscribo, plantea que una cosa es la identidad de género,
inscrita en el orden mental y socio-cultural, y otra es la identidad de sexo
basada en la anatomía de hombre o mujer. De ese modo la identidad
masculina o femenina, perteneciente al género, puede hacerse presente
tanto en hombres como en mujeres en una combinatoria muy diversa.
Desde esta perspectiva, ser celosas es parte de la naturaleza femenina, de su
amor. Una mujer, sea cual fuere el sexo anatómico, es más sensible, más
dependiente de la mirada que puede dirigirle el hombre. Los celos
feminizan, pues al suponer o reivindicar el TODO, o el UNO, se exhibe la
falta. ( Denise Lachaud, 1988). Descifrar esa diversidad es uno de los retos
que nos plantea la práctica psicoanalítica de cada sujeto en particular.
Como siempre, la obra de arte puede brindarnos su conocimiento,
aplicándola al psicoanálisis, para tratar de esclarecer dichos enigmas.
Para ubicarnos en la trama de los afectos que se desarrollan en esta
tragedia, creo necesario exponer una breve síntesis de la obra y sus
relaciones con el Mito de Medea y los Argonautas.
La obra comienza con el lamento, que expresa la nodriza, del viaje que
emprendió Jasón, en la nave Argo hacia la Cólquida en busca del Vellocino
de Oro.
Según el mito, Pelias se lo había exigido a Jasón como condición para
entregarle el trono usurpado a su hermanastro Esón. Advertido por un
oráculo que le sería dada muerte por un descendiente del rey eolo, padre de
Esón, mandó a matar todos los eolos importantes, pero le perdona la vida a
Esón, por respeto a la madre común de ambos: Tiro, y lo hace preso. Esón
tiene un hijo con Polímela, y lo llama Diomedes. Ella, para salvarlo, lo
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Presentado en el VI Encuentro Anual de la Sociedad Psicoanalítica de Caracas el 17 de junio del 2001
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hace pasar como si hubiese nacido muerto y así sacarlo de la ciudad. Lo
llevan al monte Pelión donde lo cría el centauro Quirón quien le pone el
nombre de Jasón. Un segundo oráculo había advertido a Pelias de cuidarse
de un hombre con una sola sandalia y así durante una celebración de un
sacrificio se encontró a un joven que tenía una sola sandalia, resultando ser
el eolo predestinado a matarlo, de lo cual se entera al interrogarlo sobre sus
orígenes. Pelias le pregunta qué haría si un conciudadano está
predestinado a matarlo, según un oráculo, a lo que Jasón dice que lo
enviaría a la Cólquida a buscar el Vellocino de oro. Cuando Jasón requiere
la identidad a Pelias y este la revela, Jasón reclamó el trono usurpado. Es
cuando se le pone como condición, para devolvérselo, que para librar a su
pueblo de una maldición, debe repatriar el espíritu de Frixo, sepultado sin
dignidad en la Cólquida, junto con el Vellocino del carnero de oro.
El vellocino es guardado por un dragón que no dormía y colgado de un
árbol en el bosque de Ares en la Cólquida.
Cuando llega a la Cólquida, Hera y Atenea, con el fin de ayudar a Jasón a
conseguir el Vellocino de oro, deciden hablar con Afrodita, quien prometió
que su hijo Eros despertaría en Medea, hija del rey Eetes, una repentina
pasión por él. Jasón solicita al rey el Vellocino, pero éste, que había
ordenado impedir la entrada de todos los griegos al mar negro, les ordena
retirarse so pena de cortarles la lengua y las manos. Aparece Medea en
escena y ante la respuesta suave de Jasón, el rey, avergonzado, decide
entregarle el Vellocino, luego de que cumpla unas condiciones casi
imposibles como son las de uncir los toros con patas de bronce que echaban
fuego por la boca; labrar el campo de Ares hasta formar cuatro surcos y
sembrarlo con los dientes de serpientes que le diera Atenea. Ante la
perplejidad de Jasón frente a tal reto, surgió en su auxilio Eros apuntando
una de sus flechas a Medea clavándosela en el corazón y quedando así
locamente enamorada de Jasón y comprometiéndose a ayudarlo con la
única condición de que regresara como su esposa en el Argo. Jasón juró por
todos los dioses que sería eternamente fiel a Medea, quien facilitó entonces
una loción que permitió a Jasón cumplir las condiciones, pero el rey Eetes
no cumplió el trato. Medea llevó a Jasón al recinto de Ares donde estaba el
vellocino y apropiándose de él, luego de calmar al dragón con ensalmos y
dormirlo con soporíferos, huyeron en busca de la nave Argo, no sin ser
heridos varios, entre ellos Jasón. Según algunos relatos, durante la
persecución de Eetes y al alcanzarlos, Medea mató a si hermano Apsirto y
lo cortó en pedacitos para que al tener que recoger Eetes dichos pedacitos
del río, con el fin de darles sepultura posterior, se retrasase la persecución.
Otra versión es que Medea engañó a Apsirto y lo llevó a tierra diciéndole
que estaba raptada, lo que aprovechó Jasón para matarlo, cortarle las
extremidades y así luego subir al Argo, atacar a los colquideos, ahora sin
jefe y poder escapar. Jasón y Medea, según el oráculo, no podían ser
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transportados en el Argo hasta ser purificados por el asesinato, por lo cual
acuden donde la hechicera Circe, tía de Medea, quien de mala gana los
purificó. Al ser desposada Medea por Jasón se evita que ésta sea devuelta a
la Cólquiida junto con el Vellocino.
Al regresar a Yolco se encuentran con que Pelias había mandado matar a
los padres de Jasón y a un hijo pequeño, Prómaco, pero éstos se suicidan
antes de ser asesinados. Jasón quiso invadir la ciudad para matar a Pelias,
pero Medea se comprometió a rendir la ciudad sin ayuda de nadie. Se
disfrazó de vieja arrugada y con ayuda de sus siervos introdujo en la ciudad
una figura hueca de Artemisa con el argumento de que la diosa venía a
traer buena fortuna a Yolco. Así llegaron donde Pelias quien preguntó
aterrorizado qué quería de él la diosa. Medea explicó que la diosa estaba a
punto de reconocer su piedad rejuveneciéndole, y así podría engendrar
herederos al trono. Dada la duda de Pelias ella hace desaparecer el
simulacro de vejez y ante sus ojos se vuelve joven. Luego vio como cortaba
a un viejo carnero y hervía sus pedazos en un caldero. Sin que se percataran
sacó un cordero joven escondido dentro de la figura hueca de Artemisa,
para confirmar el procedimiento de rejuvenecimiento. Pelias, engañado, fue
dormido con un hechizo. Mandó entonces Medea a que las hijas de Pelias
lo descuartizaran para rejuvenecerlo, como hizo con el carnero, y que
hirvieran sus pedazos en el caldero. Cumplido esto envió la señal
convenida con Jasón para que pudiesen entrar los argonautas a Yolco,
donde no hallaron resistencia.
Jasón abdicó al trono, temiendo la venganza del heredero de Pelias y aceptó
el exilio dictado por el Consejo de Yolco y porque además tenía esperanzas
de acceder a un trono más rico en otra parte.
Luego de diez años de vivir en Corinto, Jasón solicita en matrimonio a
Glauce, hija del rey Creonte, y le anuncia a Medea tanto el matrimonio
como la separación de ella.
“Medea, enamorada de Jasón, gozaba en complacerlo en todo
sumisamente, pues la total sumisión de la esposa al esposo es el vínculo
más estrecho del matrimonio- dice la nodriza.”
Este tipo de enamoramiento revela, de acuerdo a sus características, una
búsqueda de fusión incondicional con el objeto. El mismo remite al
borramiento de las diferencias entre el sujeto y el objeto, o si se quiere
entre el yo y el no yo y así reconstituir esa relación original, única, como la
unidad del bebé con la madre, la cual sería total, indiscriminada. Madrebebé son uno, dice Melanie Klein en “Envidia y Gratitud” (ob. comp. Vol.
VI). El niño, puesto en el lugar del falo, está atrapado en el goce de la
madre que él hace toda. (Denise Lachaud. 1998) El que el otro exista
implica también la exclusión del sujeto, en un modo imaginario. Esa
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sumisión que busca re-unión vincular más estrecha, es productora de goce.
Goce tanto para el bebé como para la madre, ya que esa relación
simbiótica, fusional, trae consigo la idealización del vínculo. La ruptura del
mismo, mediante la frustración,
por lo contrario, promueve la
desidealización, pero también la separación de las pulsiones y de los
objetos ligados a ellas. En este proceso aparece el odio, reinando, a través
del sentimiento de envidia dirigido hacia aquel intruso que ahora posee lo
que antes era considerado de uno. “La envidia (M. Klein, op. cit., pág. 17)
es el sentimiento enojoso contra otra persona que posee o goza de algo
deseable, siendo el impulso envidioso el de quitárselo o dañarlo. Implica la
relación del sujeto con una sola persona y se remonta a la relación más
temprana y exclusiva con la madre. Los celos-prosigue la autora- están
basados sobre la envidia , pero comprenden una relación de por lo menos
dos personas y conciernen principalmente al amor que el sujeto siente que
le es debido y le ha sido quitado, o está en peligro de serlo por su rival. La
voracidad es un deseo vehemente, impetuoso e insaciable, que excede lo
que el sujeto necesita y lo que el objeto es capaz y está dispuesto a dar. En
el inconsciente, la finalidad primordial de la voracidad es la de vaciar por
completo el pecho, es la introyección destructiva.. La envidia busca,
además de lo anterior, colocar en el pecho maldad, excrementos y partes
malas de si mismo con el fin de dañarla y destruirla en su capacidad
creadora. Es un aspecto destructivo de la identificación proyectiva que
parte del comienzo de la vida.” Existe una estrecha conexión entre celos,
envidia y voracidad.
En los celos, surge en el bebé el deseo de exterminio hacia aquel o aquellos
que vienen a usurpar el lugar y que eran él cuando no había sido destetado.
Esos hermanos, tíos o padres, serán ahora los reyes que ocuparán el trono al
lado de la madre. Medea lo expresa diciendo: “ Ellos y todo su linaje deben
ser exterminados”. Como dice Lachaud (op. cit.) “el odio que eso engendra
es porque el otro da al rival algo que le niega al sujeto o encuentra en el
rival lo que no encuentra en el sujeto”. Esto se traduce en el miedo a que
alguien le saque de su lugar, de su empleo, de su pareja, de su país, lo que
está en el fondo de las xenofobias y del miedo a los extraños o extranjeros.
El racismo tiene allí su origen. Pero también lo tiene la tiranía, pues los
tiranos, al igual que Medea, “están acostumbrados a mandar y no obedecer,
rebeldes a todo lo que les contraría”. Tanto Medea como Jasón han sido,
son, y serán desterrados durante el desarrollo del mito. En el mito aparece
frecuentemente la referencia a los usurpadores de aquel lugar que es
legítimamente propiedad de otros, comenzando con Pelias y finalizando
con Glauce, la hija de Creonte, usurpadora del lugar que ocupaba Medea.
Pero entre Jasón y Medea existe una relación del doble, uno es el alter ego
del otro, en la medida en que ella se hace cargo, a través de la
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identificación proyectiva, de los sentimientos que él no puede asumir. El
primer usurpado es él. Medea fue desalojada de su lugar idealizado por su
hermano Apsirto, así como ahora por Glauce y Creonte. Pero también sus
hijos vienen a representar al hermano rival que, en el inconsciente del
celoso, se queda con la madre ubicada en Jasón. Es por eso que luego
también les dará muerte a todos.
El sentimiento de envidia, despliega todo su esplendor. La mirada
malévola, destructiva, propia del “mal de ojo” se torna omnipotente,
mágicamente destructiva, en la fantasía del envidioso. Pero también
muchas veces en la realidad encontramos crímenes, parricidios, fratricidios
y filicidios como expresión del triunfo de estos sentimientos.
La maga o hechicera Medea quiere “verlos aniquilados” a Jasón y a su
nueva mujer. Identifica proyectivamente su envidia en los otros al decir que
“unos la envidian por su ilustración” y acusa a Creonte de mirarla con
mala voluntad.
Medea logra que le permitan mayor tiempo para concretar sus propósitos
vengativos desplegando toda su maldad contra el objeto idealizado, pero
ahora odiado en tanto que excluida de él. El mortífero veneno colocado en
el vestido y la corona de oro que, bajo engaño, envía con sus hijos de
regalo a Glauce, es el equivalente de los excrementos y partes malas de él
mismo que el bebé envidioso expulsa dentro de la madre con el fin de
dañarla y destruirla, fundamentalmente en su capacidad creadora. Muere
Glauce consumida por las “llamas sobrenaturales que todo lo devoraban”.
También así va a ser aniquilado Creonte. Los ataques envidiosos estaban
entremezclados con la voracidad que consume el cuerpo, o el pecho de la
madre, devorándolo y dejándolo vacío, mediante la introyección
destructiva.
El mensajero que lleva a Medea la noticia del “horrendo crimen” cometido
por ella, es el portavoz del mensaje o enseñanza que nos lega Eurípides,
como corolario de esta zaga mítica plasmada en la tragedia. “No es ahora la
primera vez que pienso que los proyectos de los mortales son solo humo, ni
vacilo en afirmar que los que se tienen por sabios y se consagran a
investigar la razón de las cosas, son los que más torpezas cometen. Nadie
es feliz: si llega a poseer grandes riquezas, podrá serlo más que otro,
pero nunca enteramente.”
El modelo de riqueza buscado por Medea (y por cualquier mortal que lo
repita) es una búsqueda desde lo imaginario, en una relación
fundamentalmente narcisista del sujeto para con su yo, a través de la cual el
compañero devoto constituiría una garantía de la imagen perfecta, toda. Un
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sostén del narcisismo. Siguiendo a Lacan diremos que toda conducta, toda
relación imaginaria, está esencialmente dedicada al engaño. (Laplanche y
Pontalis. 1974). En la obra trágica de Eurípides, Medea, se vale permanente
del engaño para desplegar sus propósitos.
Cuando finalmente Medea da muerte a sus hijos, Jasón le dice que les “ha
dado muerte por el odio monstruoso y por la envidia que tenía hacia su
nueva esposa”. En un nivel manifiesto, el objetivo de matar a los hijos era
vengarse. Más profundamente sabemos que al descargarse la furia y
agresividad, menores serán tanto la humillación como el sentimiento de
desvalimiento y la depresión, ante la idea de no ser digna del amor de
Jasón. La maldad y la destructividad pasan a ser vistas en el otro y esto
facilita la descarga de la rabia y el odio sin sentir culpa. Más adelante Jasón
le sentencia que el crimen no la libra de padecer y Medea le responde:
“Pero es un dolor grato, porque se nutre de mi venganza e impide que te
rías”.
La envidia concretada en una acción destructiva, no logra liberar al sujeto
del sufrimiento, pero le sostiene un goce en el sufrimiento, el dolor grato.
Este disfrute está fuera de la posibilidad de simbolización y permanece bajo
el dominio del principio del placer-displacer.
Si Medea y su doble Jasón hubiesen alcanzado ser vaciados de este goce en
el sufrimiento, habría sido porque se instaló en ellos el registro simbólico y
el predominio del eje edípico sobre el eje narcisístico. La envidia habría
cedido su lugar a los celos dando testimonio de la instauración del tercero
como portador de la Ley simbólica, de la falta, de la castración, cuyo
agente ejecutor es el lenguaje. Su evidencia, en el mito, habría sido que el
Vellocino de oro, poseedor del don de la palabra, hubiese sido colgado en
el país de Yolco en lugar del templo de Zeus en Beocia.
La ley está disociada entre aquella donde reina la arbitrariedad y la
violencia y aquella otra donde imperan el derecho y las leyes. Jasón se
adscribe al reino de la justicia de los mortales a la que invoca, junto a las
Erinias, al final de esta tragedia, para que Medea sea castigada por sus
crímenes. Medea se ubica fuera de la justicia de los hombres, en la que no
cree y por tanto ella misma encarna la ley, su ley, cruel, vengativa.
Resumen
Apoyándome en la Tragedia que escribió Eurípides sobre el mito de
Medea, cuya síntesis expongo, trato de explorar los sentimientos de celos y
sus relaciones con la envidia en tanto que expresiones de lo femenino,
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como identidad de género, independiente del sexo biológico. El
enamoramiento pasional que busca la fusión incondicional, borrar las
diferencias y la unión indiscriminada, remite a la primitiva relación madrebebé como una unidad indivisible, idealizada, narcisista, la cual, al ser rota,
genera odio. Este se expresa en un pasaje desde los sentimientos de celos
hasta la envidia dirigidos hacia aquel que irrumpe dentro de dicha unidad.
Ese pasaje dependerá de que predomine la posición depresiva o la esquizoparanoide, del registro simbólico o el imaginario, del eje edípico o el eje
narcisístico. En el mito, nos muestra Eurípides, termina reinando la envidia
con sus acciones destructivas y con el predominio de las posiciones,
registros y ejes menos integrados, mas primitivos.
Caracas: 17 de Junio del 2001
BIBLIOGRAFÍA
Eurípides “ Medea ” Editorial Mediterráneo. Madrid. 1965
Graves, Robert “ Los Mitos Griegos ”. Editorial Ariel, Barcelona. 1999
Klein, Melanie. “ Envidia y Gratitud ”. Ob. comp.. T: VI. PAIDOSHORME, Buenos Aires. 1980
------------------ “ Algunas Conclusiones Teóricas sobre la Vida Emocional
del Lactante ”. en
Desarrollos en Psicoanálisis. Ediciones HORME.
Buenos Aires, 1962
Lachaud, Dense. “ Celos ”. Un estudio psicoanalítico de su diversidad.
Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires. 1998.
Laplanche ,J.- Pontalis, J-B,
Psicoanállisis”. Editorial Labor,
“Imaginario”, en
S.A., 1974
“Diccionario
de
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