“El lector Justo” Autora: Laura Escudero- Escritora- Plan Nacional de Lectura-Ministerio de Educación de la Nación Buenas tardes, mi nombre es Laura Escudero y puedo decirlo porque sé quién soy. Decir que sé quién soy parece una afirmación temeraria, casi desafiante. Probablemente lo sería en otro lugar. En este país, es un derecho que no ha sido de todos. Muchos todavía no saben de dónde vienen, quiénes fueron sus abuelos, cómo ha sido su historia antes de ellos. Porque todos venimos de una historia. Y toda historia guarda la forma de un relato. Y ustedes saben, muchos chicos fueron apropiados durante la dictadura. Quitados de su historia. Arrancados de las letras que los nombraban. Arrancados de su nombre propio (que los ligaba a un deseo) y de su apellido (que los enlazaba a un origen) En este país, promover la lectura, el acceso a la cultura, tiene mucho sentido. Diría, tiene un plus de sentido en tanto tenemos todavía unas búsquedas por delante tan ligadas a la identidad. Búsquedas de indicios para restituir los nombres propios de muchos argentinos. Cuando hablo de lectura me refiero a un concepto extendido. A cualquier acto humano que devenga construcción de sentido. Me refiero a ustedes que leen en mi rostro, qué más quiero decir además de lo que dicen mis palabras. Me refiero a mí leyendo qué lugar es este y quiénes son ustedes. Todos estamos leyendo el mundo todo el tiempo y buscando nuestra situación allí. Todos somos signos para otros y los otros son signos para nosotros. Y muchas formas de lectura suceden en la intimidad. Es más, constituyen nuestra intimidad: espacio subjetivo de refugio y encuentro con uno mismo. Uno que puede decir quién es para los demás, que ha tenido la fortuna de ubicarse en la cadena de nombres que titulan un relato sobre el origen. Y dan ilusión de continuidad, qué haríamos sin ella, quiénes seríamos. La lectura viene entonces a dar un lugar. Y luego la lectura de lo escrito expande ese dominio del ser. Del sentido de la existencia. Porque como dice Graciela Montes, una gran teórica de la lectura: “leer lo que fue escrito supone además, y sobre todo, entrar al mundo de lo escrito, al registro de la memoria de la sociedad. Su sedimento de significaciones. Lo que se considera por alguna razón perdurable, merecedor de quedar asentado. La suma de los textos es la tela, el inmenso tapiz en el que las sociedades que han desarrollado escritura dejan registro expreso de los universos de significación que fueron construyendo a lo largo del tiempo y las circunstancias. (…)” “Para quien vive dentro de una sociedad de escritura, no es lo mismo leer que no leer, no es lo mismo, entretejerse y formar parte del tapiz que quedar mudo y afuera.” Y bien, lectura e identidad son una sola cosa. Las dos caras de una forma de existencia atravesada por el lenguaje. Y la lectura de literatura y la identidad son cosas que se resuelven en la intimidad, debieran serlo. A menos que un acto violento irrumpa en una vida y desgarre ese derecho. Entonces todo lo que pueda hacerse en términos de reparación, también a nivel de relato, será imprescindible. Más aún, lectura e identidad son asuntos que nos abarcan a todos. Podemos ver en nosotros mismos sus efectos. Hace poco tiempo alguien regresó de un viaje a un país lejano. En una conversación con amigos, describió lo acostumbrado: algunas peculiaridades arquitectónicas, sutilezas gastronómicas, paisajes. Pero luego, se detuvo y relató una escena casual a la salida de un colegio. Algo familiar lo había sorprendido en aquel lugar remoto. Con verdadero arrobo había descubierto que unos niños tan distintos, podían ser al mismo tiempo, tan iguales. Perplejo con el hallazgo nos hablaba del misterio de la identidad. De lo que define un cuerpo y sus límites en relación a los demás. De la búsqueda siempre inacabada de uno mismo en los otros. De eso que se lee. La fortaleza identitaria, lo que uno es, se construye con trabajo de revisión histórica y memoria. Si hay memoria y ejercicio de pensamiento no es posible perderse en el otro. Más bien todo lo contrario. Y es así para todos. Todos estamos incluidos en esos movimientos de memoria, pensamiento y nombre. He llegado hasta aquí para decir que me parecen imprescindibles las políticas de lectura. Que el acceso a los libros como bienes culturales es un derecho que hay que garantizar. Que todas las personas de nuestro país debieran poder elegir ser lectores. Y nadie elige lo que no conoce. Que la cultura es un derecho cívico. Que todo ciudadano lo será de manera efectiva si puede realmente ejercer su ciudadanía con capacidad de lectura. Es decir, si puede leer el mundo que lo rodea, sus circunstancias y puede elegir conociendo el argumento de sus deseos. Nada menos. Por eso quisiera detenerme un poco más en el concepto de lectura. En un libro titulado “El lago” (2) de Paola Kaufmann hace tiempo leí algo muy interesante. La autora se detiene brevemente en la descripción de los lagos de la Patagonia. Dice que esas superficies, en virtud del frío, de su origen glaciar, son increíblemente puras. Casi agua destilada. Por eso, concluye, son lagos poco productivos. Esas palabras quedaron dando vueltas en mi cabeza “poco productivos”. Si han tenido ocasión de observar los lagos del sur habrán notado la transparencia que tienen. Verdaderamente inodoros e incoloros. Asépticos. Puede verse todo el fondo. Muy diferentes de los lagos de Córdoba donde el agua suele ser oscura y si por casualidad quedaron charcos después de una creciente, al acercarse y observar detenidamente, uno puede ver muy poco. Más bien lo que ocurre es de la índole de una sospecha. Por la cantidad de burbujitas que asoman a la superficie uno puede presumir que están pasando cosas. El aroma que despiden anuncia que algo se está descomponiendo. O componiendo, vaya a saber. En fin, que hay mucha vida trabajando. Entonces ¿Qué tienen que ver las aguas productivas con la lectura? Me parece que algo ¿No son acaso, las condiciones efectivas de lectura, situaciones de gran densidad productiva? Quiero decir, la lectura puesta en acto me remite a los charcos oscuros, poco visibles, sobre los que cabe más la sospecha que la certeza. Pienso en la lectura “en situación” poniendo en marcha diversas y complejas interacciones dentro de un sujeto de manera simultánea. Porque las condiciones de lectura efectivas se producen en un espacio enigmático y, voy a adelantarme, se producen con un despojamiento de los predicados de utilidad. Quisiera consignar en este punto la diferencia entre utilidad y productividad. Voy al diccionario: Busco Utilidad dice: (Del lat. utilĭtas, -ātis). 1. f. Cualidad de útil1. Busco Útil (Del lat. utĭlis). 1. adj. Que trae o produce provecho, comodidad, fruto o interés. 2. adj. Que puede servir y aprovechar en alguna línea. Es un efecto por fuera del sujeto, permítanme observar, y remite a una voluntad. A algo que se puede controlar. Productividad (Del lat. productīvus).Dice: 1. adj. Que tiene virtud de producir. Busco entonces producir: (Del lat. producĕre). tr. Engendrar, procrear, criar. Se usa hablando más propiamente de las obras de la naturaleza, y, por extensión, de las del entendimiento. Es efecto de un sujeto ligado a la existencia. Aún a pesar suyo todo sujeto creará algo, si vive. El paradigma de la productividad contiene al paradigma de la utilidad que muchas veces va sobre la superficie y uno puede engañarse. Uno puede creer que esa utilidad tiene la misma naturaleza de lo oculto y no siempre es así. Por eso, propongo situarme en el paradigma de la productividad para hablar de la lectura. Y no hace falta decir que si me ubico en ese lugar será pensando en la Literatura. Cuando hablamos de “LA LECTURA” en general nos referimos a una abstracción. Digamos, a una situación ideal que facilita su abordaje teórico y se presenta desprovista de las condiciones de puesta en acto; por lo que entraña una pérdida. Una pérdida de productividad, si me permiten. Todavía más, el uso de la expresión “LA LECTURA” ha sufrido un desgaste, un alisamiento, por repetición e insistencia. Porque también las palabras tienen sus propias metamorfosis de sentido. De modo que a fuerza de un uso aséptico la expresión “LA LECTURA” ha ido desdibujando el sentido que la liga a la situación concreta que evoca. Para ser gráfica: Es la lectura a la que se refieren las estadísticas de cantidad de libros leídos por persona en tal o cual país. Por otro lado ¿cómo las sacarán? Las ventas no dicen todo. Hay bibliotecas con usuarios. Libros en internet y redes de amigos con intensos intercambios. Además las personas somos mentirosas, no por intención más bien por olvido. Me refiero a esa lectura sobre la que nadie se atrevería a cuestionar su importancia. Ni siquiera los que la miran de costado y piensan que un libro es un objeto suntuario y que los lectores son sujetos ociosos. Y es porque LA LECTURA aséptica ha llegado a perder al sujeto. Se puede hablar de la lectura prescindiendo de un lector concreto. Le falta un nombre propio. Y el sentido de esta LECTURA a la que me refiero, se ha diluido, en un genérico como La Paz, La Humanidad, La Solidaridad. En un colectivo tan ampliado que nos libera de toda responsabilidad, porque son casi dogmas, lugares comunes incuestionables, políticamente correctos que nos contienen a todos por igual sin recortar a nadie en particular. Hay en esto que digo una contradicción. Estoy hablando de lectura. También de esa “LECTURA” que interrogo. Y me excuso diciendo que la contradicción es parte de la vida que burbujea bajo la superficie. Las fuerzas en tensión que nos permiten las búsquedas de sentidos... que sí, claro, pueden ser contrarios. No propongo abandonar el uso de la expresión “LA LECTURA” sin embargo sugiero no olvidar el carácter instrumental de su significación. Y también invito a detenernos en la situación de lectura particular, oculta, incierta y subjetiva (porque está sujeta a un trabajo íntimo) Esta propuesta tal vez no sea de gran utilidad pero creo que puede ser productiva. En fin, pienso en esto y algo que leí en el diario. Una noticia referida a la lectura. Y no era precisamente una concepción de lectura productiva. Más bien parecía abrochada a una ilusión de intimidad que ya me dirán ustedes qué les parece. Un juez en Rosario obligó a una pareja de padres divorciados que mantiene una relación conflictiva a reunirse una vez por semana durante un mes para leerles a sus hijos de 6 y 13 años obras literarias y la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño de las Naciones Unidas (ONU). (2) Tienen que reunirse con su malestar y El principito, ¿se les ocurre una forma más eficaz de ahuyentar lectores, hacer odiar el momento de lectura, intervenir de manera poco delicada en un espacio que debiera ser parte de la intimidad de ellos? Otras cosas más interesantes pueden suceder al interior de los ámbitos ligados al poder judicial: que se apoyen las políticas públicas de lectura porque es algo de lo que el Estado no puede desentenderse. Que se conciba al ciudadano como lector y al lector como ciudadano con derechos, entre los cuales, está el acceso a la cultura. Que se garanticen esos derechos. Que quienes ejercen la justicia puedan ser lectores justos. Porque las múltiples formas de interpretar al mundo, y a los demás también, se encuentran en los libros de literatura. Referencias: (1) Kaufmann, Paola. (2005) El lago. Argentina: Planeta (2) http://www.lavoz.com.ar/ciudadanos/obligan-padresdivorciados-leer-con-sus-hijos-el-principito-y-derechos-del-nino