¿Lucidez creciente, ánimo menguante? Dolores Aleixandre Alandar 27.09.15 Imagino que no soy yo la única amenazada por el perverso síndrome “lucidez creciente, ánimo menguante”. Imagino que también a otros les tirita la esperanza a medida que van teniendo más datos sobre lo catastrófico de la situación mundial. Los que, al ser más conscientes de dónde se toman realmente las decisiones que afectan al planeta, incuban pensamientos tóxicos tipo: “Soy una insignificante mota de polvo a años luz de los centros de poder…”; “somos inútiles marionetas en medio de este “juego de tronos”… A quien le ocurra algo de esto le recomiendo con insistencia la lectura del último libro de Joan Carrero: Los cinco principios superiors -­‐ Cómo reconducir la gran transformación en la que se encuentra inmersa la especie humana (Ed. Milenio). Estoy segura de que muchos lectores de alandar ya conocen al autor pero, por si hay algún despistado, les cuento algo de este mallorquín peculiar que vive con sorprendente armonía contrastes difíciles de integrar: cristiano que practica asiduamente la meditación zen e implicado hasta la médula en asuntos políticos globales. Domiciliado en una ermita en la sierra de Tramuntana de Mallorca y activista no violento (alguien le ha llamado “el Gandhi mallorquín”) a favor de la paz en los conflictos de los Grandes Lagos. Con varias huelgas de hambre hasta la extenuación a sus espaldas y una candidatura a Premio Nobel de la Paz en el año 2000. Apoyado y admirado por personalidades tan diversas como Pérez Esquivel, Baltasar Garzón, Vicente Ferrer, Raimon Panikkar, Jon Sobrino, Casaldáliga y Jose Luis Sampedro y calumniado por sectores interesados en silenciarle. Volviendo al libro: las figuras de Einstein –científico ateo–, de Ghandi –místico teísta– y de Luther King acompañan este viaje en el que se encuentran la ciencia, la mística y la religión con un elemento común: la necesidad de entender, de conocer, de abrir la mente a nuevos horizontes y la voluntad de luchar por un mundo más justo y en paz. Es un libro apasionado y con cierto desorden pero después de leerlo (es gordo, ¿eh?, no se despacha en un ratito…), se agradece enormemente el implacable y estremecedor análisis del autor sobre cómo están las cosas. El poder de las finanzas cada vez más abrumador, el expansionismo militar de Occidente cada vez más torpe y criminal, el control de la opinión pública cada vez más sutil pero más férreo, menos de un centenar de personas poseyendo la misma riqueza que media humanidad… Pero se agradece aún más el que su testimonio de fe sea tan convincente y enérgico y que posea semejante “poder del asentimiento”, esa capacidad casi mágica para contagiar su visión unificada de la realidad y poner bajo nuestros pies tambaleantes el suelo sólido de convicciones que nos remiten al Evangelio. Según vas leyendo cosas como estas, piensas “qué razón tiene, qué razón tiene”: “Los grandes cambios siempre los inician unas pocas personas, hasta que se convierten en una masa crítica que produce verdaderas revoluciones”, escribe. “Todo se juega fundamentalmente en el ámbito de la empatía con el sufrimiento de cualquier criatura, en el de la fascinación ante la belleza esencial de todo cuanto existe, en el de la sensibilidad ante la justicia, la verdad y la bondad”. Y continúa diciendo: “Hay demasiada gente que no es consciente de lo grave que sería el desprecio de la política, el que la abandonáramos en manos de la élite que tanto sufrimiento está provocando en el mundo y que nos limitáramos exclusivamente a tareas asistenciales, humanitarias o de cooperación internacional. Tenemos frente a nosotros una tarea ardua: recuperar la dignidad de la política”. “Lo que hace Joan aquí, eso sí que es difícil”, dijo un día de él Vicente Ferrer en una conferencia en Palma de Mallorca. Estamos en tiempo de elecciones, en tiempo de arrimar el hombro en esa tarea difícil que es dignificar la política. Aunque sea difícil.