Cancel, Mario R. Literatura y narrativa puertorriqueña: la escritura entre siglos. San Juan: Pasadizo, 2007. 236 págs. La discusión de la modernidad y la postmodernidad en Literatura y Narrativa Puertorriqueña: una mirada desde la sociología José Anazagasty Rodríguez (RUM) Quiero felicitar a Mario Cancel por su más reciente libro Literatura y Narrativa Puertorriqueña. Como con sus libros anteriores, Anti-figuraciones, Historias Marginales e Intento Dibujar Una Sonrisa, he disfrutado mucho la lectura. Al mismo tiempo, leer Literatura y Narrativa Puertorriqueña fue una experiencia de aprendizaje sobre nuestra literatura, pues descubrí aspectos que desconocía de la misma. El libro posee gran valor pedagógico. El texto de Cancel me provocó un mayor interés por nuestra literatura y espero leer pronto algunos de los textos que él discute en su libro, sobre todo aquellos que han pasado inadvertidos. De hecho, uno de los grandes logros de Literatura y Narrativa Puertorriqueña es traer a discusión aquellos textos literarios excluidos o rara vez discutidos por la crítica literaria tradicional. Además, otro logro importante del libro de Cancel es que es uno de los pocos textos que ofrece un panorama exhaustivo de la narrativa puertorriqueña que a su vez ofrece reflexiones y lecturas atinadas y estimulantes de la misma. Además, es un libro accesible al público lector, aun para aquellos de nosotros que no somos precisamente extraordinarios lectores como el autor. Pero el logro más importante de Literatura y Narrativa Puertorriqueña, entendido como esbozos para una historia pendiente, es que es un texto de posibilidades. En este sentido el mismo no es definitivo sino más bien provisional. De hecho, y como sugiere el propio Cancel, su texto no intenta establecer parámetros interpretativos fijos sino “jugar con la fluidez del presente.” Y es justamente el carácter provisional del texto lo que nos permite establecer un escenario dialógico en el que podamos debatir varios aspectos de la literatura puertorriqueña y lograr no solo un entendimiento creativo de la misma sino además movernos del espacio del “lector-escritor que monologa ante el fuego” al espacio virtual de escritores y lectores que ante el mismo fuego dialogan para colaborar en la recopilación de apuntes para una historia futura de la literatura y narrativa puertorriqueña. Uno de los objetivos de Cancel con Literatura y Narrativa Puertorriqueña es provocar la discusión acerca de la narrativa puertorriqueña dentro y fuera de la academia. Insisto en que este es una de las grandes virtudes del texto, una que parte de la gran disponibilidad de Mario al diálogo y la discusión, una cualidad intelectual admirable y reflejada en su más reciente libro. Pretendo entonces sugerir algunas posibilidades para el diálogo y estudios futuros de la literatura puertorriqueña, esperando que la flexibilidad de este blog nos facilite conversar sobre estas y otras posibilidades. Confieso que mi intención es llamar la atención a la cuestión postmoderna, por lo que las posibilidades que propongo giran alrededor de temas relacionados al debate modernidad / postmodernidad. Una posibilidad para el diálogo es extender la reflexión crítica sobre la relación entre la modernidad y la postmodernidad desde el campo especifico de la literatura puertorriqueña ya comenzada por Cancel en Literatura y Narrativa Puertorriqueña. Después de todo, la novísima narrativa puertorriqueña implica un rechazo extendido de muchos de los principios fundamentales de la modernidad y su literatura. Literatura y Narrativa Puertorriqueña, aunque reconoce la continuidad, enfatiza las rupturas y discontinuidades que la postmodernidad implica con respecto a la modernidad. Sin embargo, ni los postmodernos más radicales han logrado escapar el espectro de la continuidad. Es necesario entonces atender dicha continuidad o al menos entender la literatura puertorriqueña en el contexto de la relación dialéctica entre lo continuo y lo discontinuo. Como concluye el propio Cancel, la postmodernidad se afirma sobre los principios de una modernidad que se va, lo que reitera la mutua dependencia entre la modernidad y la postmodernidad. Para Cancel una y otra esfera se necesitan para negarse y afirmarse contra el otro. Pero también es cierto que algo de la modernidad permanece. Consideremos, por ejemplo, lo que Cancel llama la “transformación dialógica de una cultura logocéntrica en una iconocéntrica.” Si bien es cierto que el impreso dominó la era moderna esto no implica que la visión y la imagen no hayan sido centrales para la modernidad. Ya varios intelectuales, entre ellos Michel Foucault y Donna Haraway, han reconocido lo que Chris Jenks llamó la “centralidad del ojo en la cultura occidental.” La necesidad, centralidad y universalidad de la visión es una preocupación profundamente moderna. De hecho la ciencia moderna occidental ha sido, en gran medida, un esfuerzo para imaginar o producir imágenes de la realidad asumiendo, como plantea Jenks, la “doctrina de la inmaculada percepción” o la correspondencia absoluta entre la visión y la realidad. La escritura moderna sobre todo en la historia natural, como plantean Michel Foucault y Mary Louise Pratt, intentaba reducir la distancia entre el lenguaje y la mirada. Además esa historia suplementaba su narrativa visual con dibujos detallados de plantas y animales, y más tarde con fotografías. En fin, la modernidad y sus narrativas surgen con la llegada del observador. Por supuesto, hoy las nuevas tecnologías permiten enfatizar la imagen y ya las narrativas visuales o descriptivas han sido desplazadas por las imágenes producidas con estas nuevas tecnologías. He ahí la era de la imagen. Si en la narrativa moderna predominaba la descripción visual suplementada por imágenes, hoy predominan las imágenes. La “centralidad del ojo” es entonces común a la modernidad y la postmodernidad. Lo que es distinto es la visión postmoderna con respecto a la visión. Si para los modernos “ver es creer” para los postmodernos “creer es ver.” Es decir, ya no se adhieren a la doctrina de la inmaculada percepción. Además su producción y reproducción visual está caracterizada por las fisuras y la fragmentación. Para ellos la visión es parcial siempre. He ahí la ruptura con la visualización moderna. La preocupación de nuestros novísimos narradores con la imagen es entonces moderna aunque no así su teoría de la percepción ni su producción visual. En fin, solo podemos entender la visualitura en el contexto de la continuidad y la discontinuidad entre la modernidad y la postmodernidad, afirmándose o negándose una a la otra. El último libro de Cancel facilita otra vía de diálogo relacionada a la posibilidad ya expuesta. Literatura y Narrativa Puertorriqueña, como uno de los pocos panoramas exhaustivos de la narrativa puertorriqueña, nos permite reflexionar sobre los debates intelectuales relativos a las cualidades de la modernidad y la postmodernidad. Con su “propuesta de teoría cultural” Cancel plantea que debemos entender la literatura puertorriqueña, sobre todo en las ultimas décadas, en términos de una transición desde la tardomodernidad a la postmodernidad. Sin embargo, no existe aceptación general o consenso con respecto a la postmodernidad. Y hoy la literatura sobre el tema sugiere que tampoco existe consenso con respecto a la significación de la modernidad. Ambos conceptos—la modernidad y la postmodernidad—son elásticos; poseen múltiples significados, algunos hasta contrarios. Por un lado, varios intelectuales, entre ellos Jameson, Lyotard, Baudrillard, Kellner y Harvey, y el propio Cancel, conceden que nos hallamos en la era postmoderna. Por el otro lado, sin embargo, hay muchos otros intelectuales, entre ellos Giddens, Beck, Habermas, Bauman, y Agger, que rechazan que estemos viviendo la era postmoderna. Para algunos de estos últimos las sociedades contemporáneas continúan los desarrollos de la modernidad por lo que aun somos sin duda modernos. Para Giddens, por ejemplo, los cambios sociales importantes de nuestros días implican una radicalización de la modernidad, no su trascendencia. Su posición es similar a la de Beck. Ambos prefieren hablar de una “modernidad reflexiva.” Y para Bauman, quien en un principio prefería el concepto de la postmodernidad, ahora prefiere hablar de la “modernidad líquida,” concepto que plantea que lo que llamamos postmodernidad no es más que la continuación caótica de la modernidad. Y para Agger la postmodernidad es una categoría utópica y escatológica, algo aún por realizarse, una posibilidad dialéctica que no necesariamente implica una ruptura radical con la modernidad. En fin, el concepto de la postmodernidad es uno dúctil, uno al que se le han dado múltiples interpretaciones y significados. Asimismo, al concepto de la modernidad ha sido interpretado de muchas formas y se le han asignados significados diversos. Inclusive, un creciente número de intelectuales, entre ellos Dusell y Quijano, plantean la existencia no de una sino de dos modernidades (una hispánica y una anglo-alemana). Beck, como mencioné antes, y desde su “sociología del riesgo,” y Giddens, desde su sociología neo-estructuralista, hablan de una modernidad reflexiva que sustituyó aquella que no lo era. Y en Literatura y Narrativa Puertorriqueña Cancel se refiere, como Jameson, a una modernidad tardía, lo que presupone una modernidad temprana. Y otros, como Latour, hasta rechazan la posibilidad de que alguna vez hayamos sido modernos. Ante esta diversidad de interpretaciones y teorías de lo moderno y lo postmoderno, me parece imperativo definir, elaborar y especificar el uso de estos conceptos para entender la literatura puertorriqueña. Debemos situar el estudio y la crítica de la novísima narrativa así como los textos mismos, en relación a los debates intelectuales sobre la modernidad y la postmodernidad. Es decir, quiero comprometer a Cancel y otros estudiosos de la literatura puertorriqueña, y a los literatos mismos, a enfrentar el debate desde el campo reducido de la literatura puertorriqueña. A mi entender solo así podemos concebir y juzgar mejor la especificidad y particularidad de la experiencia moderna y postmoderna en la producción literaria puertorriqueña, la magnitud de las alegadas rupturas entre la postmodernidad y la modernidad en la isla, y las rupturas entre la literatura puertorriqueña moderna y su contraparte, la postmoderna. Inclusive, esto nos serviría de base para comparar la literatura postmoderna puertorriqueña con otras literaturas postmodernas para determinar sus particularidades. Cancel ya ha dado un importante paso en esta dirección, pues Literatura y Narrativa Puertorriqueña fue escrito asumiendo la presencia de ese debate, aun cuando no se discute de manera directa en el mismo. Hay mucho mas que podemos decir al respecto. Otra posibilidad abierta por Cancel y su libro Literatura y Narrativa Puertorriqueña es reflexionar críticamente sobre la(s) política(s) postmoderna(s) puertorriqueña(s) desde el campo específico de la novísima narrativa o desde el texto postmoderno puertorriqueño. Para los novísimos narradores, como plantea Cancel, la defensa de un proyecto social de liberación por medio de la escritura es una perdida de tiempo, aunque esta posición no implica un mutismo con respecto a “la estupidez de la vida social.” Y añade: “Desde aquel momento la critica de la utopía nacionalista y socialista y a lo valores modernos en general—razón y ciencia en especial—ha sido mucho mas notable que la crítica del sueño democrático capitalista y sus valores— tecnociencia, consumo extremo, globalización” (29). Y luego explica: No me parece que la literatura del presente, la que he circunscrito a la experiencia de mediados del 1980 en adelante, pueda definirse como un mero ejercicio apolítico y narcisista según el paradigma del arte por el arte. Lo que sucede es que el trabajo sobre la realidad social se ha elaborado mediante un lenguaje y con un tono diferente al que utilizaron los autores de las promociones literarias anteriores. La ilusión de la emancipación inevitable, el gran mito de la modernidad, no está en la pesadilla colectiva de los autores posteriores al 1980. Ese fue su choque más duro con la tradición moderna y con las aspiraciones del 1930, 1950, 1960 y 1970. Ese solo hecho ha sido el elemento que le ha valido el notorio epíteto de pesimistas. (32) Voy más lejos y afirmo el carácter político de la literatura de presente. Todo texto, incluyendo los textos postmodernos, contienen, como afirma Jameson, fantasías acerca de la vida social no solo de cómo vivimos sino de cómo debemos vivir. Así que aunque los proyectos sociales rara vez son utilizados como soporte de la novísima narrativa no existe tal cosa como un texto apolítico y amoral. La novísima narrativa es también política y algunos narradores novísimos de manera implícita, como plantea Cancel, han intentado afirmar un tipo de literatura comprometida con el cambio social desde la postmodernidad. Hace falta entonces un análisis más profundo y crítico de la política postmoderna en la novísima narrativa puertorriqueña, de sus fantasías sociales y de su carácter normativo. De la misma forma hacen falta estudios sobre aquellos textos en la novísima literatura comprometida de manera explícita con luchas y cambios sociales que contesten preguntas tales como: ¿qué nuevas experiencias y estructuras afectivas produce la novísima narrativa puertorriqueña? Y de estar presentes en el novísimo texto, ¿actúan esas nuevas experiencias y estructuras como catalizador de movimientos y/o acciones para la realización de transformaciones sociales y políticas? ¿Produce la novísima narrativa, como recomienda Kellner a los postmodernos, una desfamiliarización con el modo dominante de experimentar la “realidad” o como diría Marcuse, la alienación de la alienación? ¿Es la novísima narrativa didáctica? ¿Implica la novísima narrativa la reformulación de necesidades y deseos y de la imaginación a través de la construcción de imágenes, espectáculos y narrativas que sugieran nuevas formas de leer, ver y actuar? ¿Podríamos hablar como Jameson de “textos conspiracionales” puertorriqueños—narrativas didácticas, auto-referenciales, alegóricas, locales, y específicas orientadas a representar lo irrepresentable o la totalidad social y a despertar conciencia de nuestra posición social y a crear alianzas entre grupos marginados? ¿Existen lazos entre la novísima narrativa y los viejos y nuevos movimientos sociales? La política postmoderna es heterogénea. Kellner, por ejemplo, distingue entre varios tipos de políticas postmodernas, que van desde algunas formas de postmodernismo negativo, nihilista, y derrotista a la Braudrillard hasta algunas formas de postmodernismos positivos, que incluyen el postmodernismo espiritual e individualista New Age y el postmodernismo reformista, liberal y local característico de Foucault, Rorty y Lyotard hasta algunas vertientes de marxismos postmodernos como el postmodernismo marxista de Jameson y el proyecto democrático-radical de postmarxistas como Laclau y Mouffe. ¿Se adhieren nuestros novísimos narradores a algunos de estos proyectos? Y si no, ¿por qué no? Sospecho que la desilusión con la liberación inevitable no es razón suficiente para no utilizar la literatura como herramienta política. Debe haber otras razones, razones que debemos comprender y discutir para entender mejor las “fantasías sociales” y política de los novísimos narradores. Es cierto que estas no son las únicas posibilidades provocadas por Cancel en Literatura y Narrativa Puertorriqueña. Sin embargo, pienso que estas son de fundamental importancia para una historia pendiente de nuestra literatura, en particular porque esa historia requiere establecer difíciles y complejas conexiones entra la literatura y su contexto socio-histórico. Cancel nos ha concedido, a través de Literatura y Narrativa Puertorriqueña, reflexiones producto de su lectura íntima pero perspicaz de nuestra literatura. Ahora nos toca a nosotros contribuir a la historia pendiente de esa literatura con nuestras propias reflexiones agudas de nuestra narrativa. Les invito entonces a dialogar y deliberar con nosotros los asuntos en Literatura y Narrativa Puertorriqueña, algunos de los cuales he mencionado aquí.