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Tras las cortinas
Historias de vida de niños y niñas que
trabajan como empleados domésticos
En el mundo, millones de niños y niñas son trabajadores
domésticos. No están ayudando en casa: trabajan durante varias
horas al día, seis o siete días a la semana como empleados
del hogar, privados de miles de horas de educación, juego,
descanso y desarrollo. El trabajo infantil les niega algunos de
sus derechos más básicos y les hace invisibles frente a una
sociedad que no considera que el trabajo doméstico sea una
actividad laboral.
Pierden su infancia tras las cercas, puertas y cortinas de casas
donde a menudo son maltratados, humillados y explotados.
Sufren abusos que no se atreven a denunciar porque no saben
que todos los niños y niñas tienen derechos que deben ser
respetados y defendidos por quienes les rodean.
No todos sufren los mismos abusos, pero todos están
expuestos a los mismos peligros.
Estas fotos narran las historias de 12 niños y niñas que viven o
han vivido esta situación.
Foto de la portada:
Retrato de Anika Atker, trabajadora doméstica en Bangladesh
© UNICEF/BANA2008-00556/Mohammed Aminuzzman
Anika Akther, de 13 años, en su lugar de trabajo, una casa particular en el barrio de Mirpur, en
Dhaka (Bangladesh). Anika asiste a una escuela no formal de educación primaria gestionada por
Surovi, una ONG local, y apoyada por UNICEF.
© UNICEF/BANA2008-00553/Mohammed Aminuzzman
Anika, Bangladesh
Anika Akther, de 13 años, trabaja como empleada doméstica en dos casas de la
capital de Bangladesh, Dhaka. Su jornada de trabajo es de cuatro horas, de 9:00
a 13:00, y por la tarde asiste dos horas y media a la escuela, de 14:00 a 16:30.
Además, es responsable de cuidar a su sobrino pequeño cuando llega a su casa,
en un barrio de la periferia.
La escuela a la que asiste Anika es un centro de educación no formal apoyado por
UNICEF. Aunque no sabía nada de matemáticas, escritura e inglés antes de ir a la
escuela, ahora son sus asignaturas favoritas. Quiere estudiar para poder trabajar
de mayor en una fábrica textil. Su madre trabaja en una de las miles de fábricas
textiles de Bangladesh, pero como no sabe leer ni escribir, su salario es menor
que el de otros trabajadores. Según el padre de Anika “si no puedes firmar tu
propio nombre, no te contratan en las fábricas”.
Christine Adhiambo, de 13 años, en la puerta de un centro de protección apoyado por UNICEF en
Kibera, Nairobi (Kenia). © UNICEF/KENA00774/Bonn
Christina, Kenia
Christine Adhiambo, de 13 años, es un ejemplo de cómo la violencia doméstica y
la negligencia pueden llevar al trabajo infantil.
La madre de Christine no podía cuidarla y se la dejó a sus abuelos, quienes no la
alimentaban adecuadamente y le pegaban a menudo. Acabó viviendo en Nairobi,
la capital de Kenia, trabajando como empleada doméstica para un pariente que
la obligaba a dormir en el suelo y a veces la acosaba sexualmente. Se unió a un
grupo de niños y niñas que llegaron hasta la casa infantil Baraka, apoyada por
UNICEF, donde finalmente ha podido ir a la escuela y recibir protección.
Germán Tumpanillo, de 13 años, carga con cañas de azúcar en un campo de cultivo cercano a San
Juan del Carmen, en Bolivia, donde vive. © UNICEF/NYHQ2011-1455/Friedman-Rudovsky
Germán, Bolivia
Germán nació en una plantación de caña de azúcar en las tierras bajas del
este de Bolivia. Su familia vivía en una tienda de campaña en una aldea que no
tenía escuela ni transporte hasta la escuela más cercana. Germán y sus cinco
hermanos y hermanas empleaban sus días cortando caña y realizando trabajo
doméstico. El primero de ellos en ir a la escuela fue el propio Germán, a los 9
años, cuando se mudaron a San Juan del Carmen. Ahora, va a la escuela por las
mañanas y trabaja en los campos algunas tardes con su familia. Aunque los niños
en esta aldea ya no tienen que trabajar en los campos, muchos ayudan a sus
padres a plantar caña para ayudar al ingreso familiar. El dinero que gana Germán
ayuda a comprar material escolar y zapatos.
En la última década el número de niños y niñas bolivianos trabajando en las
plantaciones y las minas se ha reducido, gracias a iniciativas de desarrollo que
han proporcionado escuelas e infraestructuras básicas a las aldeas. En la aldea
de Germán UNICEF ha colaborado con el gobierno en la construcción de dos
escuelas, la instalación de un pozo de agua potable y la puesta en marcha de
programas para erradicar el trabajo infantil en la zona.
Biba, Níger
Biba Seydou, de 15 años, prepara la comida en el
centro de arte donde trabaja, en Niamey (Níger).
© UNICEF/NYHQ2007-2694/Pirozzi
Biba Seydu, de 15 años, nació
en Filingue, una localidad
de la región de Tilaberi, en
Níger. Biba ha trabajado como
empleada doméstica desde
que tiene memoria.
Níger lleva años figurando
entre los 5 países más pobres
del mundo, con una de las
peores tasas de educación y
supervivencia infantil y materna
del planeta. La extrema
pobreza y el subdesarrollo
crónico del país se ve reflejado
en la falta de infraestructuras
básicas y de servicios de
salud, educación y protección
públicos accesibles a la mayor
parte de la población. Esta
situación hace que los niños y
niñas trabajen para sostener a
sus familias o para su propia supervivencia, cuando no tienen familia. Se estima
que un 47% trabaja más de cuatro horas cada día como empleados domésticos,
en granjas o en negocios familiares.
En muchos lugares del mundo los niños y niñas aún nacen “con un pan debajo
del brazo”, ya que se les considera una fuerza de trabajo útil para complementar el
ingreso familiar. Los niños que pierden oportunidades de educación por trabajar
se ven inmersos en un círculo de pobreza y explotación que les lleva a necesitar
del trabajo de sus propios hijos cuando llegan a adultos. Ayudar a las familias
y las comunidades a romper este círculo vicioso y apoyarles para que puedan
prescindir del trabajo infantil es clave para lograr el desarrollo tanto de los niños
como de sus comunidades.
Mame Diara, de 13 años, prepara el café para la familia para la que trabaja como empleada
doméstica, en Tounngene (Mauritania). © UNICEF/NYHQ1992-0246/Goodsmith
Mame, Mauritania
Mame Diara,de 13 años, es de etnia Wolof. Al morir sus padres, fue a vivir
con unos familiares, para los que trabaja como empleada doméstica. Mame
está relegada a las tareas más pesadas del hogar, viviendo una existencia de
Cenicienta que no es infrecuente entre los huérfanos.
Es común en muchos lugares del mundo que los empleadores de los niños y
niñas que viven como trabajadores domésticos guarden parentesco con ellos.
Esto contribuye a que las cifras de trabajo doméstico aparezcan ocultas bajo lo
que aparentemente es una relación familiar y, además, contribuye a la aceptación
social de este tipo de trabajo infantil, al desdibujarse la línea entre lo que podría
ser considerado “ayuda a las tareas del hogar” y lo que de hecho es un trabajo a
tiempo completo.
Jacqueline, Haiti
Jacqueline Paul, de 7 años, sostiene
una cacerola durante un descanso en
su jornada de trabajo como restavek.
© UNICEF/NYHQ2010-2563/ROGER
LEMOYNE
Jacqueline Paul, tiene 7 años
y vive con una mujer a la que
llama su tía pero que no lo
es, para la que lava los platos
y limpia la casa, entre otros
trabajos. Jacqueline es una
restavek, una palabra creolé
que significa “quedarse con”.
Los restavek sufren la
cara más amarga del
trabajo doméstico infantil:
pertenecientes a las familias
más pobres de Haití, que
a menudo no pueden
alimentarlos ni vestirlos
adecuadamente, sus padres
los ceden a otras familias con
la esperanza de darles una vida
mejor. No reciben un salario
por su trabajo, pero en teoría
reciben cobijo, protección,
cuidados y educación. La práctica es distinta, ya que la vida de un restavek es más
parecida a la de un esclavo que a la de un niño en acogida. Muchos restavek viven
como auténticos siervos, se alimentan de restos de comida, duermen en el suelo, son
sometidos a violencia y abusos y se les priva de la posibilidad de ir a la escuela.
UNICEF calcula que hay unos 250.000 niños y niñas haitianos que viven esta situación,
aunque la cifra exacta es imposible de conocer debido a la naturaleza informal de
la práctica. Después del terremoto de 2010 muchos restavek perdieron cualquier
posibilidad de contacto con sus padres. UNICEF trabaja con el gobierno y ONG locales
para reunificar a estos niños con sus familias y ofrecerles educación y protección.
Tumpa, de 14 años, ordena la ropa en la casa en la que trabaja como empleada doméstica, en
Barisal Sadar (Bangladesh). © UNICEF/BANA2011-01314/Siddique
Tumpa, Bangladesh
Tumpa tiene 14 años y vive en Barisal Sadal, una ciudad en el delta del rio
Ganges, en el sur de Bangladesh. Para ganarse la vida, trabaja seis días a la
semana como empleada del hogar: seis horas y media por la mañana, desde las
8:00 de la mañana hasta las 14:30, y por la tarde hasta las ocho o las nueve de
la noche. Tiene unas horas libres por la tarde, lo que le permite ir a la escuela
hasta las cinco de la tarde y realizar tareas domésticas en su propia casa. Por su
trabajo, Tumpa recibe 400 taka al mes, apenas cuatro euros.
La escuela a la que asiste Tumpa recibe el apoyo de UNICEF y le permite recibir
educación básica. La esperanza de Tumpa y otros niños y niñas bangladeshíes es
que aprender a leer y escribir les abra la puerta a los trabajos que se ofertan en la
pujante industria textil de Bangladesh.
Fatimatou, de 12 años, lava la vajilla es su propia casa, durante el tiempo libre que tiene en su
jornada de trabajo como empleada doméstica. © UNICEF/UKLA2012-00509/Kurzen
Fatimatou, Mauritania
Fatimatou, de 12 años, nació en Ayoun pero tuvo que emigrar a la ciudad con su
familia cuando unas inundaciones acabaron con su casa y sus tierras de cultivo.
El trabajo de su madre vendiendo galletas en el mercado no era suficiente para
mantener a Fatimatou y sus cinco hermanos, así que Fatimatou tuvo que empezar
a trabajar. Al principio trabajaba como interna, pero no le gustaba porque no la
trataban bien y la engañaron, así que ahora trabaja de casa en casa. Gana unos 500
ouguiya al mes (menos de 2 euros).
En su trabajo actual también tiene riesgos: “Una vez, mientras estaba lavando ropa,
el hijo de mi empleador empezó a acosarme y a pegarme. Cuando fui a quejarme
a su madre, ella me dijo que lo dejara, que no le provocara y que no me inventara
historias. Me dijo que era culpa mía. Ahora intento no ir a casas problemáticas”.
“No me gusta esta situación. Si pudiera pedir algo para el futuro, sería no depender
de nadie. Un día, encontraré una casa para mi familia y seré capaz de ganarme la
vida y mantener a mis hermanos. Quiero aprender y quizás, algún día, ser médico”.
Fatimatou recibe el apoyo de una ONG local apoyada por UNICEF, gracias a la que
ahora trabaja media jornada y pronto podrá ir a la escuela.
Ambika carga con un cubo de agua para lavar los platos, en una de las casas en las que trabaja
como empleada doméstica.© UNICEF/INDA2005-02328/Taylor
Ambika, India
Ambika vive en el sur de la India. Su padre es conductor de rickshaw y gana una
media de 20 rupias al día (unos 27 céntimos de euro). Tiene tres hermanas y dos
hermanos.
El día de Ambika empieza a las 5 de la mañana, con las tareas domésticas de su
propia casa. A las 7 de la mañana va a dos casas de la zona para trabajar como
empleada del hogar. A las 9:30 va a la escuela y cuando sale a las 16:30, se une a
su hermana mayor y continúa trabajando en otras casas. Ambika contribuye con
100 rupias cada mes al ingreso familiar (apenas 1,30 euros).
En la India y en otros países del mundo, la precariedad laboral de los adultos y
sus bajos salarios obligan a niños y niñas a trabajar para sustentar a la familia.
Los niños a menudo son relegados a tareas marginales, mal pagadas y sin
posibilidades de desarrollo, perdiendo además sus escasas oportunidades de
educación, con lo que el ciclo se perpetúa durante generaciones.
Una chica que protege su identidad bajo el nombre de Angel posa de espaldas a la cámara en la
ciudad de Zambonga, en la isla de Mindanao (Filipinas).
© UNICEF/NYHQ2011-2384/Giacomo Pirozzi
Angel, Filipinas
Angel (no es su nombre real) tiene 16 años y vive en Zamboanga (Filipinas). Sufrió
abusos sexuales mientras trabajaba como empleada doméstica. Su empleador
además la pegaba y le obligaba a comer alimentos en malas condiciones.
“Si cometía un error, mi jefe me pinchaba con un tenedor. Finalmente no pude
soportarlo más. Me arrodillé frente a él y le supliqué que me dejara marchar. Pero
me dijo que debería suicidarme si no quería trabajar”. Entonces, tomó pesticida
para acabar con su vida, pero su empleador la llevó al hospital.
Ahora vive en una de las casas de acogida de la ciudad, donde recibe apoyo
psicosocial y educación. Los asistentes sociales del centro la están ayudando a
prepararse para testificar en el juicio por los abusos que ha sufrido.
Los niños y niñas que trabajan en el servicio doméstico son especialmente
vulnerables al abuso, al maltrato y a la explotación. Los delitos cometidos contra
ellos son difíciles de demostrar y muchos nunca llegan a denunciarlos porque
viven amenazados o porque, habiéndolos sufrido toda su vida, llegan a considerar
que no es posible defenderse contra ellos.
Stella Kalebera, en su casa de Mchengautuwa (Malawi), el día después de haber perdido a su
hija de dos años a causa de la desnutrición.© UNICEF/MLWB2011-00174/Noorani
Stella, Kenia
Aunque Stella Kalebera tiene 28 años, tanto ella como sus hijos siguen sufriendo
las consecuencias de su pasado como trabajadora doméstica.
Stella emigró a Malawi desde Tanzania cuando tenía 9 años y tuvo que encontrar
una forma de ganarse la vida, así que empezó a trabajar como empleada
doméstica, ayudando a otra gente a limpiar, hacer la colada, cocinar o fregar los
platos. Sus ingresos eran mínimos lo que le obligaba a trabajar todo el día. Con el
tiempo pudo iniciar su propio negocio, produciendo cerveza casera. Sin embargo,
la escasez de ingresos la llevó a acostarse con algunos de sus clientes a cambio
de comida y dinero. Como consecuencia tuvo tres hijos, a los que apenas
puede sacar adelante. Casi no puede alimentarlos con lo que gana y como
consecuencia, su hija pequeña, gravemente desnutrida, enfermó y murió. Gastó
todos sus ahorros en el tratamiento de su hija y ha tenido que pedir un préstamo
para su entierro.
El derecho a la educación, que se ve vulnerado a consecuencia del trabajo infantil,
es clave para el logro de otros derechos de la infancia. Sin educación, los niños y
niñas pierden oportunidades de desarrollo y se convierten en adultos vulnerables
a la explotación y la pobreza, una herencia que dejan a sus propios hijos y puede
perpetuarse durante generaciones.
Una mujer cubre la cara de su hija para proteger su identidad, que fue traficada para trabajar
como empleada doméstica. © UNICEF/NYHQ2004-0734/Holmes
Laos
La chica de la foto, cuya identidad debe ser protegida, nació en Laos, pero fue
traficada para trabajar durante 6 años como empleada doméstica en la casa de un
rico hombre de negocios de Bangkok (Tailandia). Allí sufrió malos tratos y torturas.
El número total de niños y niña víctimas del tráfico en Laos se desconoce, pero
un estudio basado en entrevistas a víctimas y sus familias indica que un 60% de
las víctimas son niñas de entre 12 y 18 años y que, aunque la principal causa de
tráfico es la explotación sexual, un alto porcentaje de las víctimas con destino
a Tailandia acababan como trabajadoras domésticas, en condiciones de abuso y
explotación.
El trabajo doméstico es un sector productivo que genera grandes ingresos y que
incluso mueve a las mafias a traficar con niños y niñas para obtener mano de obra
barata. El trabajo como empleados domésticos vulnera los derechos de millones
de niños, aunque comúnmente se confunda con las tareas que muchos niños y
niñas del mundo realizan ocasionalmente para colaborar en sus propios hogares.
UNICEF trabaja en más de 190 países del mundo promoviendo
la defensa y cumplimiento efectivo de los derechos de la
infancia recogidos en la Convención sobre los Derechos del
Niño. Gran parte de este trabajo se centra en la negociación
con gobiernos y organizaciones para el impulso de políticas
que aseguren una protección de la infancia efectiva y real.
UNICEF se financia únicamente a través de contribuciones
voluntarias. Gracias al apoyo de miles de socios, donantes y
colaboradores, las historias de niños y niñas como Christine,
Biba o Tumpa pueden tener un futuro esperanzador, en el
que derechos como la educación, el juego o la protección no
son ignorados.
Si quieres contribuir al trabajo de UNICEF, puedes informarte
sobre las distintas formas de hacerlo en www.unicef.es
Los Estados Partes reconocen el
derecho del niño a estar protegido contra
la explotación económica y contra el
desempeño de cualquier trabajo que
pueda ser peligroso o entorpecer su
educación, o que sea nocivo para su
salud o para su desarrollo físico, mental,
espiritual, moral o social. Los Estados
Partes adoptarán medidas legislativas,
administrativas, sociales y educacionales
para garantizar la aplicación del presente
artículo. Con ese propósito y teniendo
en cuenta las disposiciones pertinentes
de otros instrumentos internacionales,
los Estados Partes, en particular: a)
Fijarán una edad o edades mínimas para
trabajar; b) Dispondrán la reglamentación
apropiada de los horarios y condiciones
de trabajo; c) Estipularán las penalidades
u otras sanciones apropiadas para
asegurar la aplicación efectiva del
presente artículo. Artículo 32 de la
Convención sobre los Derechos del Niño
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