Claudia Gronemann, Patrick Imbert y Cornelia Sieber, eds., Estrategias autobiográficas en Latinoamérica (siglos xix-xxi): géneros-espacios-lenguajes, Hildeshein/Zürich/Nueva York, Georg Olms Verlag, 2010 (Col. Teoría y crítica de la cultura y la literatura, vol. 50), 224 págs. con varias ilustraciones. Existe un pasaje en el primer texto incluido en este tomo, una especie de ensayonarración autobiográfico, narrado por Margo Glantz —a quien está dedicado el libro con motivo de su octogésimo aniversario—, donde relata que muchos años atrás estuvo en Estocolmo, junto con otras escritoras latinoamericanas invitadas a dar conferencias en varias ciudades de Suecia, viviendo en una comuna de un tupamaro retirado. La autora hace anotaciones en su diario mientras desayuna en un pequeño pueblito sueco, acompañada de una taza de café y un empalagoso pastel de chocolate con crema. Espera un tren que la lleve a Uppsala, “pero me he equivocado de estación y he bajado en un lugar desconocido, escribo y de repente hojeo un ejemplar de la revista francesa Lire” (p. 22), para luego concluir: “Hoy, es decir, el 28 de julio de 2005, escribo este texto y copio fragmentos del diario que escribía entonces: me siento feliz copiándolo, guardo aún en el paladar una suave sensación de empalago” (ibid.). La reconstrucción de lo experimentado como “territorio de los transcursos” (p. 17) también podría aplicarse a esta reseña del libro editado por Claudia Gronemann, Patrick Imbert y Cornelia Sieber, pues ha pasado casi un año desde que recibí el libro, lo leí, lo dejé a un lado, lo reabrí, tuve que cerrarlo de nuevo y es en ese proceso de relecturas, de retomar textos con saberes adquiridos y nuevas experiencias que he encontrado el mejor acceso a una obra dedicada al género autobiográfico. Los propios autores explican en su introducción (pp. 9-15) que “ese saber post-estructural sobre lo autobiográfico que no se manifiesta únicamente en el género del mismo nombre sino también en discursos multifacéticos y que no se deja reducir a la tradición de un sujeto racional y soberano” forma no sólo el fundamento de los artículos incluidos en este tomo sino que además presentan para Latinoamérica la producción de ese “espacio of their own heterotópico de las escrituras del yo” (p. 10). Así los autores proponen dos objetivos claros: 1) desconstruir la normatividad que reside sobre el género autobiográfico y demostrar su diversidad de escrituras; y 2) ampliar el enfoque de lo autobiográfico (hasta ahora sólo reducido a los textos literarios) a otros medios de comunicación que pueden ser analizados como textuales dentro de lo audiovisual, lo teatral, lo pictórico y la Internet. En el texto que abre el volumen, “El viaje en el viaje o ejercicios de navegación” de Margo Glantz (pp. 17-32), la literata se hace una pregunta que resonará a lo largo del libro en los diversos casos tratados por los autores-filólogos y críticos de literatura y cultura latinoamericana: “¿a quién le importa que yo dé vueltas como trompo y que mi movimiento fuera sólo una ilusión furtiva?” (p. 22). Janett Reinstädler responde de manera imperativa a esa cuestión con su excelente análisis de la autobiografía de 1835 del esclavo cubano Juan Francisco Manzano (pp. 33-47), pues en ella se visibiliza la doble y paradójica función de la escritura biográfica del esclavo: “le facilita el acceso al orden ‘blanco’ y, al mismo tiempo, la liberación de su yugo” (p. 39). La escritura biográfica de Manzano se dirige a un espacio de libertad étnica y de la nación pero no postula una emancipación de género, dice Reinstädler, lo cual demuestra la función importante pero problemática que tiene la autobiografía para la constitución de la subjetividad latinoamericana. En el mismo periodo histórico se ubica el artículo de Erna Pfeiffer sobre dos escritoras argentinas del siglo xix. Juana Manuela Gorriti y Eduarda Mansilla de García sirven de paradigma a dos distintos discursos al interior de los testimonios autobiográficos (pp. 49-61). En la primera se encuentra una decidida falta de coherencia interna y una marcada negación “de decir yo”, una escritura dirigida más bien a los detalles, a lo intrascendente, en un estilo anticipatoriamente posmoderno. Por el contrario, en Recuerdos de viaje (1882) de Mansilla se encuentra un yo fuerte, con conciencia de género y de su protagonismo desde una clase social privilegiada. Aún insegura de las “consecuencias corporales” de su nueva libertad y autoestima, Mansilla se compara con las mujeres norteamericanas y, al mismo tiempo, se diferencia de ellas cuando “exponen sus intimidades a las miradas ajenas” (p. 57). Son valiosos documentos literarios que amplían la comprensión de la genealogía del individuo decimonónico en esta fase incipiente de la independencia latinoamericana. Conectado con la importancia de las manifestaciones autobiográficas para la comprensión de las llamadas foundational fictions y con la de Domingo Faustino Sarmiento, uno de sus mayores representantes, se encuentra el análisis que de la correspondencia de este personaje con Aurelia Vélez hace Patrick Imbert (pp. 63-71). Las cartas entre Sarmiento y Vélez son vistas como “creación de significaciones” (p. 67) que producen un tercer elemento que circula, como “una suerte de proceso de interpretance peirceano que no quiere detenerse” (p. 68), entre los dos amantes. Aurelia Vélez se construye a sí misma en un género literario, el epistolar, que aparece como in-between “en parte desterritorializado y ligado al viaje y al desplazamiento” (p. 69), asumiendo su posición ambivalente pero libre en la vida del otro: “Ni madre, ni amiga, elijo ser tu amante” (p. 68). Menos denso pero original desde un punto de vista temático, si bien no necesariamente desde el punto de vista metodológico, es el artículo de Karen Genschow, quien trata la elección de la infancia como objeto de la escritura autobiográfica en cuatro escritoras del Cono Sur entre 1937 y 1953 (pp. 73 y 87). Interesante resulta que las cuatro autoras estén “vinculadas de una u otra forma con un escritor conocido” (p. 75) y Genschow concluye su estudio muy acertadamente presentando un doble juego estratégico y riesgoso por parte de las escritoras quienes debilitan “la posición intelectual” al escribir sobre la infancia, siendo éste un periodo no decisivo y no público, y a la vez reafirman o bien rehabilitan su posición como intelectuales al ligar este mismo periodo con la palabra y la escritura (p. 86). En un desplazamiento hacia Brasil, Verena Dolle se dedica a analizar la constitución literaria de un yo femenino en la novela No exilio de la judeo-brasileña 200 Cuadernos Americanos 142 (México, 2012/4), pp. 199-203. Elisa Lispector (pp. 89-108), hermana mayor de Clarice Lispector, concebida como “romance de formação” (p. 95) y “construção do self feminino diaspórico” (p. 97). En dicha novela su autora elige la forma autobiográfica —más que una mera autobiografía, por su aparente estatus híbrido que garantiza lo referencial y lo ficcional— para crear un “distanciamento (necessário) do lembrado/experimentado” (p. 104) con función de protección y de carácter epistemológico. Especialmente interesante, por su aporte teórico, resulta el artículo de Claudia Gronemann y Cornelia Sieber, quienes proponen analizar las escrituras del yo en tres autoras latinoamericanas del siglo xx (pp. 109-128) como transcripciones rizomáticas de la memoria cultural: “este tipo de escritura hace de la memoria un acto performativo en cuyo fluir el yo se constituye y se pone en escena a partir de una red de códigos culturales, religiosos, sexuales e históricos, visualizando las oposiciones y diferencias determinadas y señalando su propia diferencia respecto a ellos, transcribiéndose e interpretándose siempre de nuevo” (p. 112). De modo que la autobiografía femenina es entendida como una categoría discursiva más dentro de la red rizomática de significaciones culturales. Así, en el logrado análisis del texto autobiográfico Las genealogías (1981) de Margo Glantz se expone la no reducción de lo genealógico “a la prehistoria de la propia génesis” (p. 115) para presentar una “noción de genealogía en plural” (p. 117) que describe una forma en miniatura del proceso cultural que sigue la memoria, y que de manera polifónica y rizomática se edifica paralelamente a la memoria al interior de la familia, la cual escapa a una determinación como memoria colectiva o constitución literaria de un individuo (p. 118). De manera similar en Borderlands/La frontera (1987), de Gloria Anzaldúa, y en Ella escribía poscrítica (1995), de Margarita Mateo, se analiza la irreductibilidad de lo genealógico; en la primera se postula una “desviación significativa del hábito de definirse mediante una apelación a la herencia mexicana” (p. 119) puesto que la forma femenina chicana es inclasificablemente heterogénea y contradictoria; y en la segunda se remarca su “posicionalidad dispersa, múltiple y cambiante” (p. 124). Margarita Mateo se enlaza de manera más clara con esa red de recuerdos que se ramifican y que superponen lo público, lo laboral y lo privado, presentando a la identidad como performance de un sujeto descentralizado cuyo cuerpo “atraviesa el material de la memoria con presencia concreta e impide establecer un sentido fijo en relación con el yo autobiográfico” (p. 125), y logra de esa forma que el modelo teórico planteado por las reescrituras rizomáticas de la memoria cultural cobre su verdadero sentido. Los siguientes dos artículos, uno de Adriana López Labourdette sobre el espacio urbano y la identidad en textos autobiográficos del exilio cubano (pp. 129-141) y otro de Christoph Singler sobre El oficio de perder de Lorenzo García Vega (pp. 143-156) —miembro del grupo Orígenes—, siguen los caminos conocidos de la investigación, y juntos contribuyen a ofrecer un panorama amplio sobre la posición especial que ocupa Cuba en el campo cultural latinoamericano. Para López Labourdette el género autobiográfico presenta una “referencia continua a un espacio vivido” (p. 140), lo cual es una alternativa a la ciudad Cuadernos Americanos 142 (México, 2012/4), pp. 199-203. 201 letrada de Ángel Rama, “una ciudad textual que se vela al desvelarse” (p. 140) en nuevos y profusos territorios lingüísticos que impiden una clausura definitiva del yo y del texto. Para Singler, la imagen evocada en los textos de García Vega es a la vez instrumento epistemológico y objeto fragmentario para evadir la ficción literaria, de modo que su presencia anula la memoria porque “responde a un deseo inconsciente de su creador de acabar con la memoria, al suplantar a imagen lo que ella representa” (p. 153). Indudablemente uno de los textos más enriquecedores en este tomo es el de Tanja Schwan sobre la corporalidad como puesta en escena de lo autobiográfico en Frida Kahlo (pp. 157-170). Schwan postula que “el mérito de Frida Kahlo sería el haber desvelado las estructuras de la representación escondidas en un cuerpo (femenino) intacto, como escenarios de construcción” (p. 167). Así, su producción artística de autorretratos es siempre una puesta en escena extrema de la irreductibilidad del yo, del cuerpo y del género que tiene que ser vista como “producción y exposición de una autopoiesis que nunca se puede llevar a cabo” (p. 168). Un aporte interesante que trasciende los límites de la literatura y la pintura es el artículo de Rolf Kailuweit sobre las voces migrantes en dos autobiografías sobre el tango (pp. 171-181). Se destaca el elemento afroargentino pero sobre todo lo no oriundo de los arrabales que sostienen al tango y sus fundadores. Así, se plantea que para llegar al tango es necesaria una “desterritorialización perpetua” pues de lo contrario “no hay tango en Buenos Aires” (p. 180). Begoña Alberdi Ozollo presenta el teorema dramatúrgico de Carlos Manuel Varela (pp. 183-195), quien propone al teatro como medio de reflexión sobre lo autobiográfico distinguiendo entre un “yo-auténtico” y un “yo-interpretado” (p. 186). Varela, uno de los más destacados dramaturgos uruguayos de las últimas décadas, desarrolla una “teoría del espejo fracturado” que “asume la fragmentación como lenguaje dramático” combinando la ironía, el sarcasmo y el absurdo en un teatro que al mismo tiempo trata de evadir la censura e insertar al sujeto en su historia, como testigo comprometido con su sociedad. El artículo de Claudia Gatzemeier sobre los blogs como nueva forma de autorrepresentación del yo (pp. 197-209) analiza los weblogs pioneros de los mexicanos Carlos Tirado, Gustavo Arizpe, Raúl Rodríguez y José Venegas, quienes al finalizar el pasado milenio iniciaron varias bitácoras en línea. Gatzemeier observa la estrecha relación que existe entre el autor y la comunidad de lectores de tales blogs, de modo que existe una “estructura rizomática” intrínseca al medio de la red. Sin embargo, y éste es un resultado inesperado, a pesar de su gran variedad, los blogs mantienen un solo autor y una voz narrativa en la macroestructura de los textos (división y organización) y están abriendo cada vez más sus posibilidades de generar textos autoficcionales. Para concluir mencionaré el artículo de Christoph Müller sobre autobiografías de ex revolucionarios centroamericanos (pp. 211-218) que cierra el tomo. La reconstrucción identitaria de los textos de Gioconda Belli, Julio César Macías Mayora y Francisco Emilio Mena Sandoval se empeña especialmente, según 202 Cuadernos Americanos 142 (México, 2012/4), pp. 199-203. Müller, en la construcción del mito personal. Especialmente curioso resulta el caso de Gioconda Belli, que puede servir como antítesis a la reconstrucción y desconstrucción del yo efectuada por Margo Glantz cuando asevera, en un intento por resolver las contradicciones de su procedencia burguesa y su vida de combate guerrillero: “Sin renunciar a ser mujer, creo que he logrado también ser hombre” (p. 212). Este yo idealizado que Müller encuentra en todas las autobiografías que analiza, difiere del yo que autocuestiona su propia transcendencia y que describe Glantz al inicio del tomo. Pero esta oposición de los textos autobiográficos y el cerrar casi con una vuelta atrás de las perspectivas conceptuales muestra la ambivalencia del tema y que el resultado del volumen logra plenamente su objetivo: desconstruye la normatividad de lo autobiográfico y permite por ello ampliar los límites de las escrituras del yo, que se encuentran claramente en su irreductibilidad sintetizadora. Fernando Nina Cuadernos Americanos 142 (México, 2012/4), pp. 199-203. 203