CARTA “HARA

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P A R ^ L A R E V IS T A R E N T E R Í A
EL ALMA DE LOS PUEBLOS
C A R T A “H A R A -K IR I”
u e r i d o s y am ables colegas de R entería:
Raro os ha de p arecer, ciertam ente, el título de esto que creéis un artículo
com pletam ente laico porque no es artículo de fe, pero que en realidad es una ca rta abierta , com pletam en.e abierta. Si hubierais leído al cantor de los exotism os, al gran P íerre
Loti, sabríais que en el Jap ó n existía una costum bre que aún se estila de vez en vez y
que consiste en abrirse el vientre con un sable, costum bre que se p racticab a cuando a
uno le había ocurrido una cosa desagradable o estab a neurasténico. P ues a la acción de
abrirse el vientre le llaman “ h ara-kiri” , y por eso digo yo “ carta “ hara-kíri” , que no es
o tra cosa que una ca rta ab ierta. Claro que hay o tra s cosas relacionadas con esto mismo
y de las que estará en terad o p erfectam ente vuestro alcalde el S r. Ichaso-A su, mi resp etable desconocido, de cuyas visitas profesionales me g u ard e Dios muchos años.
A quí, en E uropa, el “ hara-kiri” lo practican los cirujanos. C u alq u iera de u stedes,
mis am ables lectores, acude a un médico que ten g a una clínica operatoria, y si le encuentra algo en el vientre, le convence para qua se deje hacer el “ hara-kiri” . Llega el enfermo a la clínica, le p rep aran lo m ejor posible, le hacen dorm ir y ¡zis-zasl, dos tajos, uno
más que T oledo, y el vientre queda abierto de p ar en p ar, le revisan a uno las interioridades corpóreas. La diferen:ia está en que el japonés se abre el v ientre él mismo, empleando el sable; aquí el sable tam bién lo em plea quien hace el “ h aia-kiri” , el médico cirujano, que después de haberle abierto el ojal y de coserlo poniéndole el p etacho corresp ondiente, le deja a uno pálido con la n ota de honorarios.
Q
“ C oge buena fama y échate a dorm ir...” dice el refrán castellano. ¡Echate a do rm ir...
si te dejan! Aquí estoy yo, que he cogido fama de gracioso y pensaba echarm e a d o rm ir,
cum pliendo el refrán, y me han fastidiado. No me dejan dorm ir.
— O iga u sted , que estam os esperando sus cosas, que tienen mucha gracia!, me dice
Santo Tom ás, que es una cosa como el san to apóstol que no creía si no veía y no to c aba-. (E n esto último hay m u cjo s que sin ser apóstoles ni san to s siguen su ejem plo). Y
estoy pasando más apuros que ‘V o th o k o ” cuando le siguieron h asta su ca sa aquella nocne de m arras (¿ S e acu erd a u sted , “ P oth ok o ?) p ara hacer gracia. Si fuera escu lto r, no
una gracia, tre s gracias haría; no tenía más qus copiar las T res G racias de G recia, pero
no soy ni peón de albañil...
¡Ay si yo fuera rey, quiero decir si yo fuera como U rígoitia, el rival del tenor d ono stia rra •J rruti! Entonces si que haría gracia. C uántas veces me acuerdo de un caso ocurrido y del que él mismo no está enterado.
Iban una ta rd e de fiesta por el campo y el bueno de U rigoitia, que ya sabe que vale
p ara esta s cosas, em pieza a im itar el sonido del violín con la b o ca ... S us am igos q u ed aron con la boca abierta, pero con la boca más ab ierta quedaron otros que se encontraban
cerca y que se llevaron el g ran su sto , porque creyeron que se acercab a una serpiente cascabel. G racias a que U rigoitia em pezó a can tar lo de “ M arina” : Ya sabes tú que yo te nía... ya sabes tú que yo te n ía... ya sabes tú que yo te n ía... Y como no sa lía de “ tenia”
parecia que tenía la solitaria, que se llama te n ia...
T am bién me conform aría con ten er la gracia de un conocido renteniano, tan popular
como tra b ajad o r, que todo lo trabu ca y hace gracia aunque hable en serio, y en vez de
decir que ha comido sopas de ajo dice que eran ajos de sopa; que dice que hace m agnesia todas las m añanas, en vez de decir gim nasia; que le ha salido la culata por el tiro y
que si me acuerdo no te he visto.
Q uedam os en que no tengo gracia, que a pesar de la fama es una mala fam a, que no
tengo caispa, porque soy a g u a d o , porque soy hom bre que siem pre tiene delante una botella de agua, botella y ag ua que resp eta tanto que nunca las toca p ara nada. Pensé presentarm e a O laci’egui para que me facilitara unos frascos de sales de los que tiene en la
farm acia, porque con m uchas sales estaría salado y algo saldría; pero ni ese consuelo me
q ueda.
C onsiderando que fracasaría en mi intento de hacer gracia a los renterianos en estas
fiemas de la M agdalena, "v ero niq u eo ", lloro como la hija de M agdala y me retiro por el
foro a ver si me hacen foral y tengo más som bra, porque el sol me m olesta en estos mismos instan tes en que estoy d ed 'cad o a las in g ratas tareas de la prensa.
E ste es el motivo que me im pulsa a dirigir a mis queridos am igos de la revista R entería, cuyas manos estrecho con más efusión que la M ancha o G ib raltar, esta ca rta “ narak iii” , que para los que saben tan to como yo, quiere decir ‘‘ca rta ab ie rta " .
S egu ro que quiero servidores atento s,
N
e po m u c e n o
.
S an S eb astián , junio, 1924.
iiniiM iuim m M iiiiiiiiim iiiiiiiiiiim iiim im M iniiim iiiiiiiK iiiiitm iiitiiim iiiiiiim iiiiim iiiiiiim m m iiiiiiiiiiiiim iiiiiiiiiiiiiiim iiiiiiiw iiii.iiiiiiiim M iM iiK iiiiiiiiim iiiiiiM iiiiiiiiim m ri
i
C uando en el cielo, de lu z privado,
e l velo fu n e ra l de m edia noche
tendido - está; cuando de sangre tintos
los espectros^ saliendo de sus tum bas,
turban de los vivientes el reposo,
n i espíritus, n i duendes, n i fa n ta sm a s,
con aparentes sombras m e rodean;
sólo hallando en m i sueño interrum pido
la dulce im agen de pueblo tan querido.
ha sido ignoto para mí, hasta no hace aún largo
tiem po. Lo conocía sencillam ente por su situación g eo gráfica y me lo figuraba—si alguna vez m e lo figuré —como
uno de tantos pueblos. Un poco de industria y otro poco de
“ un no sé qué” , que suelen tener tod os los pueblos. C orpus
Christi, uno de esos jueves clásicos, e a el “ a rg o t” español de
los días populares, de un año <jue ahora no viene al caso, era
el día enique yo posé mi humilde planta por prim era vez en el
recinto de la N oble y H eroica Villa de R entería.
Cpnfíeso, con un poco de ingenuidad si queréis, que no
acertaría ahora a explicar cuál fue la prim era im presión que
me causó este pueblo, hoy po r mí tan querido. Lo que sí sabré
deciros, dejando ap arte otras consideraciones que muy bien
se os pudieran sugerir, es que en los anales de mi vida debe
constar com o fecha muy grata, tal vez fausta, el C orpus C hristi ese de que antes os hablé. Si le preguntáis a cualquier viajero
que por prim era vez os visite, qué. le -parece R entería, tal vez
su contestación sea un sencillo movimiento de hom bros. Pero
a mí—dicen que soy muy siglo XIX más rom ántico y místico
de lo que hoy se acostum bra por estos m undos de Dios, no
me cuadra tal respuesta. N o es la prim era vez que yo he ded icado en la Prensa un canto a vuestro solar, pero es muy posible que ningún renteriano me haya leído. Y era deseo perenne
en mi corazón, ansia infinita en mi alma, deciros cuatro cosas
que yo pienso y siento. R entería ha sido, ciertam ente, un lugar
donde se han tejido algunos capítulos del libro de mi vida.
Mas dejando ap arte esto, sabré deciros que ha sido el pueblo
— ¿cuántos vi?— que más¡ hondo ha dejado en mí grabado
todo lo que llaman cariño por mi lugar, am or por el terruño.
La vi tan bonita, tan dulce, tan am orosam ente recogida entre
sus dos fieles guardianes, Jaizkibel y San Marcos, que no supe
ni pude sustraerm e a la form idable sugestión que hoy ejerce
sob re mí. Yo puedo afirm aros—¿m e,equivocaré? - que R entería no tiene calles espléndidas, ni plazas espaciosas, ni aires de
gran ciudad; pero os aseguro, que aun no habiendo nada “ p recioso” , a mí me parece tod o bello. Y ello consiste, en que no
es el cuerpo de los pueblos lo que conquista al individuo: es
su alma, sus costum bres, sus tradiciones, su m anera de ser.
Y desde la erm ita de la M agdalena hasta los molinos de la
T audería, desde la estación del N orte hasta el convento de
las Agustinas, no hay lugar, ni rincón, ni escondrijo, en que yo
no perciba, con tod os mis sentidos, un am biente im pregnado
de poesía, de dulzura, de bondad. En ella he pasado yo to d a
la gam a de sucesos transcendentales que ocurren en una vida.
H e visto desfilar ante mis ojos todo s esos cristales de colores
que el co rrer del tiem po, la Parca y la fortuna, interponen entre el hom bre y la vida. A legría, tristeza, felicidad, desdichas,
risas y llantos. Y a pesar de que la adversidad fue más amiga
mía que la suerte, R entería sigue teniendo en mi corazón un
lugar predilecto, un sitio de honor. C uando yo contem plo desde lejos la to rre de la iglesia de N tra. Sra. de la A sunción, y
oigo tañir las cam panas, golondrinas de am or que corren a mi
encuentro, siento alivio en mi alma enferm a y con la vista fija
en el horizonte de vuestro pueblo, percibo una sensación de
bienestar, de tranquilidad, de sosiego. Por mi cuerpo pasa un
hálito de dicha tal, que me parece estar sum ergido en uno de
esos cuentos fantásticos en q u e j a s hadas juegan un papel
principal.
A ndando el tiem po, cuando tal vez algún día R entería sea
una época para mí, la imagen d esp u eb lo que supo en am orarme, del lugar donde los recuerdos de mi v da se concentran
en su más álgido periodo, la tierruca que hizo sentir a mi alma
todas las posibles em ociones que en ella pueden vibrar, me
hará arrancar suspiros y llorar tal vez, com o Boabdil, al re cordar el tañido de las cam panas que, cual golondrinas de
am or, volaban a mi encuentro, anunciándom e la proxim idad
del lugar donde quedan encerrados mi dicha, mi tranquilidad,
mi felicidad, mi am or.
¡¡Rentería!!
e n t e r ía
F
-¿ Y V . . e
c r e e c o n c o n d ic io n e n p a r a a c r u n b u e n
- S í, s e ñ o r , y o
r e iis to
m u c lio n o n t a iío .
r a n c is c o
N
ú ñ e z
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Tolosa-julio-1924.
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