Ictus de causa infecciosa en el trópico

Anuncio
REVISIÓN
Ictus de causa infecciosa en el trópico
F.J. Carod-Artal
ICTUS DE CAUSA INFECCIOSA EN EL TRÓPICO
Resumen. Introducción. Casi tres de cada cuatro personas que sufren un ictus fatal viven en países en vías de desarrollo.
Diversas enfermedades tropicales pueden manifestarse en Europa en los próximos años como consecuencia del cambio
demográfico mediado por los flujos migratorios. Revisamos las principales causas infecciosas de ictus en el trópico. Desarrollo. Se estima en 500 millones el número de casos anuales de malaria. La malaria cerebral puede provocar edema cerebral, afectación de la sustancia blanca subcortical difusa o focal, infartos corticales, cerebelosos y pontinos. La enfermedad
de Chagas es un factor de riesgo independiente de ictus en Sudamérica. Al menos 20 millones de personas tienen la forma
crónica chagásica. Los principales factores pronósticos de ictus chagásico son la presencia de aneurisma apical, arritmia e
insuficiencia cardíacas. Las complicaciones vasculares de la neurocisticercosis incluyen accidentes isquémicos transitorios,
ictus isquémico por angeitis y hemorragias intracraneales. La frecuencia del infarto cerebral asociado con neurocisticercosis varía entre un 2 y un 12%. La gnatostomiasis es una causa de hemorragia subaracnoidea en el sureste asiático. Otras
causas menos comunes de ictus son las fiebres hemorrágicas víricas por arenavirus y flavivirus. Conclusiones. Diversas
enfermedades endémicas en el trópico pueden ser responsables de hasta un 10% de los casos de ictus en adultos. [REV NEUROL 2007; 44: 755-63]
Palabras clave. Chagas. Cisticercosis. Gnatostomiasis. Ictus. Malaria. Trópico.
INTRODUCCIÓN
Diversas enfermedades tropicales pueden surgir en los próximos años en la Europa mediterránea a consecuencia del cambio
demográfico mediado por los flujos migratorios de la última
década. El número de extranjeros con tarjeta o autorización de
residencia en vigor en España en diciembre de 2005 era de 2,7
millones de personas; un millón de ellos procedía de Iberoamérica y al menos 650.000 del África subsahariana [1].
Se estima que cada año mueren más de 4,4 millones de personas como consecuencia de un ictus, tres millones de los cuales viven en países en vías de desarrollo. El ictus en regiones
tropicales presenta ciertas características epidemiológicas diferentes con respecto a Europa:
– La influencia de ciertos factores de riesgo vascular no controlados, como la hipertensión, es muy grande.
– La prevalencia del ictus hemorrágico es mayor.
– Los pacientes con ictus de causa indeterminada pueden ser
al menos un 50%.
– El ictus en paciente joven (14-45 años) es más frecuente,
alrededor del 15% del total.
– Otros mecanismos etiológicos pueden explicar el ictus en
un 8-12% de los pacientes, entre ellos ciertas enfermedades
parasitarias endémicas en el trópico [2,3].
Describiremos a continuación las patologías infecciosas tropicales que pueden cursar en ocasiones con ictus. Entidades clásicas como la tuberculosis, la sífilis o las infecciones fúngicas no
se comentarán, ya que tienen una distribución mundial y no se
restringen a las regiones tropicales.
Aceptado tras revisión externa: 08.01.07.
Servicio de Neurología. Hospital Sarah. Red Sarah de Hospitales de Rehabilitación. Brasilia DF, Brasil.
Correspondencia: Dr. Francisco Javier Carod-Artal. Servicio de Neurología. Hospital Sarah. Red Sarah de Hospitales de Rehabilitación. SMHS,
quadra 501, conjunto A. CEP 70330-150. Brasilia DF, Brasil. E-mail: javier
@sarah.br
© 2007, REVISTA DE NEUROLOGÍA
REV NEUROL 2007; 44 (12): 755-763
MALARIA CEREBRAL E ICTUS
Epidemiología
Se calcula que anualmente suceden 515 millones de casos de
paludismo, la mayor parte de los cuales se producen en el África subsahariana (70%) y en el continente asiático (25%). La mortalidad por malaria se estima en 1-3 millones de casos al año, y
afecta principalmente a la población infantil. Más de 25.000 viajeros occidentales contraen paludismo cada año, siendo el número de casos fatales alrededor del 1%. En Europa los casos
descritos se dan en emigrantes, turistas y cooperantes que han
regresado de zonas endémicas. Plasmodium falciparum es la especie responsable de casi todas las muertes, y la causa de la
malaria cerebral en humanos, ya que es el único tipo de Plasmodium que invade el sistema nervioso. La incidencia de malaria
cerebral infantil se estima en 1 caso/1.000 niños y año, mientras
que en adultos es de un 2% y afecta fundamentalmente a mujeres embarazadas, sujetos inmunodeprimidos y personas no inmunes al Plasmodium. La mortalidad infantil por malaria cerebral oscila entre un 20 y un 50% [4].
Definición
La Organización Mundial de la Salud ha propuesto la siguiente
definición de malaria cerebral [5]:
– Un síndrome clínico caracterizado por coma persistente, con
incapacidad para localizar estímulos dolorosos.
– El coma debe persistir al menos una hora tras el término de
una crisis convulsiva o tras la corrección de una hipoglucemia grave.
– Detección de formas asexuales de P. falciparum en la extensión de sangre periférica.
– Exclusión de otras causas de encefalopatía infecciosa, tóxica o metabólica.
Patogenia
Estudios patológicos realizados en pacientes que fallecieron por
malaria cerebral han mostrado la presencia de edema cerebral
difuso, hemorragias periventriculares en anillo en la sustancia
blanca subcortical de ambos hemisferios, hemorragias petequia-
755
F.J. CAROD-ARTAL
les difusas en el parénquima cerebral, y oclusión de capilares,
vénulas y arterias cerebrales, tanto corticales como perforantes,
por eritrocitos secuestrados y parasitados por P. falciparum [6].
Un hallazgo consistente en la malaria cerebral es la presencia de glóbulos rojos, tanto parasitados como no infectados por
P. falciparum, que se encuentran secuestrados y empaquetados
dentro de los vasos cerebrales. Este secuestro y adhesión de los
eritrocitos a las células endoteliales puede ser inmunomediado
tanto por plaquetas, moléculas de adhesión intercelular y vascular de tipo 1, y E-selectinas, como por antígenos del parásito
presentes en la superficie eritrocitaria (proteína-1 de la membrana eritrocitaria de P. falciparum). Al mismo tiempo, la presencia de parásitos en los glóbulos rojos disminuye la capacidad
de deformación eritrocitaria, por lo que éstos tienen más dificultad para circular por la microvasculatura. La consecuencia de
ambos fenómenos es una reducción en el flujo microvascular
cerebral [7].
El hecho de que los síntomas neurológicos reviertan tras el
tratamiento en muchos pacientes indica que no llega a producirse una necrosis isquémica cerebral en ciertos casos. Sin embargo, la reducción del aporte crítico de oxígeno y glucosa al cerebro, asociado a una demanda mayor de nutrientes en situaciones
de fiebre, crisis epilépticas, hipoglucemia o anemia graves, puede provocar una alteración de las células endoteliales, con aumento de la permeabilidad vascular, edema y hemorragias en
anillo, y una afectación de la microcirculación con necrosis de
la pared vascular y trombosis intravascular, que provoca isquemia cerebral y déficit neurológicos focales [8].
El aumento del volumen sanguíneo cerebral como consecuencia del secuestro de los glóbulos rojos infectados, y el incremento del flujo sanguíneo cerebral debido a las crisis epilépticas, hipertermia o anemia, provocan a su vez un aumento de la
presión intracraneal y edema cerebral.
Manifestaciones clínicas
La infección se adquiere por la inoculación de los Plasmodium
en la piel tras la picadura del mosquito Anopheles. Los Plasmodium circulan inicialmente por el torrente sanguíneo hasta el
hígado, donde se inicia un proceso de maduración, multiplicación y posteriormente una nueva invasión de los glóbulos rojos
circulantes.
La malaria cerebral en adultos puede aparecer en forma de
coma súbito, pero es más frecuente que se inicie con síntomas
gripales (tos, fiebre, dolores musculares, náuseas), cefalea, vértigo y desorientación de dos a tres días de evolución. Conforme
empeora el cuadro clínico, pueden surgir síntomas de delirio,
agitación psicomotora, crisis epilépticas, signos de afectación
de tronco (anisocoria, alteración de los reflejos fotomotor, corneal y oculocefálico y de la mirada conjugada), y posturas de
descerebración o de decorticación, que son más comunes en
niños que en adultos. Los signos focales corticales son menos
frecuentes, pero pueden aparecer en forma de hemiparesia o
afasia. Algunos pacientes pueden sufrir una retinopatía palúdica, con hemorragias retinianas. Así se llega a un estado de coma
asociado a parasitemia por P. falciparum que puede persistir
más de 72 horas. Las formas más graves de encefalopatía palúdica provocan trismus, desvío de la mirada conjugada, estado epiléptico y óbito [9].
La malaria cerebral suele cursar con diversas complicaciones sistémicas potencialmente letales que incluyen hipoglucemia, acidosis metabólica, hiponatremia, infecciones bacterianas
756
concomitantes, edema pulmonar, insuficiencia renal y anemia
graves.
La incidencia de infartos cerebrales clínicamente expresivos
en pacientes con malaria cerebral se desconoce. La falta de medios en el África subsahariana para realizar estudios de neuroimagen impide tener datos fiables sobre su prevalencia. Se han
descrito casos de infartos cerebrales y de trombosis venosa cerebral como consecuencia del estado de hipercoagulabilidad, y
que describiremos en el apartado de neuroimagen.
Evolución y pronóstico
La malaria cerebral tiene una elevada mortalidad, superior al
20%, que aumenta todavía más cuando el porcentaje de eritrocitos infectados supera el 10%. El óbito en niños puede suceder
por parada cardiorrespiratoria secundaria a acidosis metabólica
grave, hipertensión intracraneal, o estado epiléptico. Otras causas de muerte en adultos son el edema agudo de pulmón y la insuficiencia renal aguda.
La recuperación del nivel de conciencia en los pacientes que
sobreviven, una vez tratados, ocurre lentamente en 48-72 horas.
Las secuelas neurológicas son mayores en niños que en adultos,
e incluyen ataxia, déficit motor, alteraciones visuales, epilepsia
y diversos síntomas cognitivoconductuales. En adultos se han
descrito como secuela la presencia de parálisis aislada de pares
craneales, síntomas cerebelosos y temblor [10,11].
Diversos factores pueden influir en el curso y pronóstico de
la malaria cerebral: el grado de obstrucción del flujo cerebral
microvascular por el secuestro eritrocitario, la aparición de crisis epilépticas, la situación metabólica general (hipoglucemia,
anemia, hipoxia, hipertermia), los síntomas de hipertensión
intracraneal (edema cerebral), la alteración de la perfusión cerebral (por hipovolemia, shock y/o acidosis metabólica), los trastornos de coagulación (trombosis venosa), y el efecto de ciertas
citocinas y toxinas de P. falciparum.
Diagnóstico
La malaria cerebral debería considerarse en el diagnóstico diferencial de todo cuadro febril con alteración del nivel de conciencia en emigrantes o en personas que hayan estado expuestas
a P. falciparum en áreas endémicas. La extensión de sangre
periférica mediante la técnica de gota gruesa y tinción de Giemsa permite detectar los Plasmodium. Antes de excluir el diagnóstico de malaria cerebral, deberían realizarse al menos tres
extensiones de sangre periférica con un intervalo de 8-12 horas
entre ellas. Ya hemos comentado que el diagnóstico de malaria
cerebral es por exclusión de otras patologías.
Se han descrito cuatro tipos de hallazgos en la tomografía
cerebral en pacientes con malaria cerebral:
– Tomografía de encéfalo normal, que se asocia con las formas más benignas de malaria cerebral, buen pronóstico y
recuperación completa.
– Edema cerebral difuso aislado o en asociación con hipodensidad en tálamo y cerebelo.
– Afectación de la sustancia blanca subcortical difusa o focal.
– Pequeños infartos corticales con o sin transformación hemorrágica.
Estudios de resonancia han evidenciado, además, la presencia
de alteraciones en el esplenio del cuerpo calloso y centro semioval, así como infartos cerebelosos y talámicos uni o bilaterales,
y lesiones aisladas de puente o bulbo [12,13].
REV NEUROL 2007; 44 (12): 755-763
ICTUS DE CAUSA INFECCIOSA
Tratamiento
El tratamiento consiste en la administración de fármacos antimaláricos que incluyen los alcaloides de la quina (dihidrocloruro de quinina, quinidina) y los derivados de la artemisina (artesunate y artemeter) asociados a medidas de soporte del estado
general. Se recomienda el empleo de una dosis de carga para
que los fármacos alcancen rápidamente concentraciones plasmáticas parasiticidas.
La quinina es el fármaco más frecuentemente empleado. Existen varios esquemas de tratamiento, entre ellos los siguientes:
– Dosis de carga de 7-10 mg/kg endovenosa a pasar en 30 minutos, seguido de 10-20 mg/kg en 4 horas, y una perfusión
de mantenimiento de 10 mg/kg cada 8-12 h, hasta alcanzar
una dosis diaria máxima de 1.800 mg.
– Dosis de carga de 20 mg/kg a pasar en 2-4 h (dosis máxima
600 mg), seguida de una dosis de mantenimiento de 10 mg/
kg cada 8 h hasta que el paciente sea capaz de tomar el fármaco vía oral.
Los efectos secundarios descritos son hipoglucemia, tinnitus,
sordera, aberraciones en la percepción de los colores, y contracciones uterinas en mujeres. El artemeter barre la parasitemia más
rápidamente, y la recuperación del coma parece ser más rápida;
sin embargo, la mortalidad general es la misma que en pacientes
tratados con quinina [14].
Los corticoides deben evitarse, ya que no han demostrado
que mejoren el pronóstico en la malaria cerebral. Los resultados
de un ensayo clínico indican que la dexametasona aumenta el
período de estupor, el riesgo de infección y de sangrado gastrointestinal cuando se emplea en la malaria cerebral [15].
Las medidas de soporte incluyen el mantenimiento adecuado de las vías aéreas, el uso de oxigenoterapia, el tratamiento de
la hipoglucemia (mediante infusión de 2 mL/kg dextrosa al
25%), el control sintomático de las crisis con fármacos antiepilépticos, el tratamiento de choque hipovolémico con suero salino isotónico (20 mL/kg), el tratamiento de la anemia aguda
mediante transfusiones sanguíneas (cuando el hematocrito sea
menor del 15% en niños, o menor del 20% en adultos), y la antibioterapia endovenosa para tratar una meningitis purulenta o
una sepsis asociada. La intubación puede ser necesaria en casos
de edema agudo de pulmón.
TRIPANOSOMIASIS AMERICANA E ICTUS
Epidemiología
La tripanosomiasis americana o enfermedad de Chagas (EC)
constituye una enfermedad infecciosa causada por el protozoo
flagelado Trypanosoma cruzi, que es transmitido por insectos
de la familia Reduviidae, subfamilia Triatominae. La EC se extiende geográficamente por toda Sudamérica, América Central
y sureste de EE. UU. El 8% de la población sudamericana puede ser seropositiva, pero tan sólo una fracción, estimada entre
un 10%, y un 40% presentará síntomas en algún momento de su
vida. Al menos 20 millones de personas padecen la forma crónica chagásica en Sudamérica, 50.000 de las cuales fallecen cada año [16].
La miocardiopatía chagásica es un factor de riesgo independiente de ictus. Se estima que en el centro-oeste de Brasil, un
20% de los sujetos que sufren un ictus pueden ser seropositivos
para la EC. El desconocimiento de la EC como riesgo de ictus
en la población general sudamericana es elevado. Se estima que
REV NEUROL 2007; 44 (12): 755-763
más del 40% de los sujetos chagásicos que sufren su primer
infarto cerebral son diagnosticados como portadores de la EC
tras el ictus, y que el 95% desconoce que la EC es un factor de
riesgo de ictus. Una historia familiar positiva para la EC existe
en más de la tercera parte de los sujetos afectos de ictus chagásico [17,18].
La mayor parte de los sujetos seropositivos son asintomáticos, adquirieron la infección en la infancia, desconocen el riesgo potencial de la EC, y emigraron del campo a la ciudad. España se ha transformado en un país receptor de emigrantes de regiones endémicas; sin embargo, no existen datos fiables sobre
la prevalencia de la EC en la población emigrante. Se calcula
que más de 100.000 inmigrantes latinoamericanos portadores
de la infección por T. cruzi están viviendo en la actualidad en
EE. UU. [19]. La seroprevalencia de la EC en emigrantes latinoamericanos en Berlín se ha estimado en un 2% [20].
Patogenia y formas de la enfermedad
T. cruzi es transmitido por la mordedura del insecto vector, un
hemíptero que se conoce con el nombre de vinchuca en Bolivia,
barbero en Brasil y chinchorro en Ecuador. Los triatomas son
insectos hematófagos, y se alimentan de la sangre de diversas
especies de vertebrados tras morder la piel y succionar la sangre
que emana de la herida. La vía de transmisión primaria es la
contaminación por escoriación de la piel o membranas mucosas
con heces infectadas del triatoma tras la mordedura. Las vías
secundarias descritas son la transmisión congénita transplacentaria, la infección por transfusión sanguínea, la donación de
órganos procedentes de un sujeto infectado y el uso compartido
de jeringuillas en drogodependientes.
El principal factor de riesgo de transmisión de la EC es la
presencia de hemípteros contaminados por T. cruzi en los hogares infectados. La transmisión sanguínea provocaba 20.000 nuevos casos anuales en Brasil. En Europa y EE. UU. se detectan
casos de EC adquirida mediante transfusión sanguínea, por uso
de jeringuillas contaminadas en usuarios de drogas endovenosas y por reactivación de la enfermedad en personas con síndrome de inmunodeficiencia adquirida (sida) [21].
La EC cursa con tres fases definidas: aguda, indeterminada
y crónica. La infección aguda por T. cruzi sucede habitualmente
en los primeros años de vida, y es asintomática o imita un cuadro gripal con fiebre y anorexia. En ocasiones puede observarse
una lesión cutánea debida al chagoma en el punto de inoculación, linfadenopatías, hepatoesplenomegalia y miocarditis aguda. La mayoría de los sujetos infectados permanecen asintomáticos durante décadas.
Se estima que el 60% de las personas infectadas por T. cruzi
tiene la forma latente o indeterminada de la EC. Esta fase se
caracteriza exclusivamente por la presencia en sangre de anticuerpos positivos para la EC. El sujeto infectado es clínicamente asintomático y tanto el electrocardiograma como los estudios
radiológicos de tórax, colon y el esofagograma son normales.
Cada año, entre un 2 y un 5% de los pacientes con la forma
indeterminada se convierten a la forma crónica chagásica. Ésta
se caracteriza por una afectación del miocardio y del sistema
gastrointestinal. La miocardiopatía crónica es la forma clínica
más común de la EC en la fase crónica. Afecta aproximadamente al 30% de los pacientes, y sus manifestaciones pueden aparecer entre 10 y 40 años tras la infección inicial [16]. La miocardiopatía chagásica se manifiesta clínicamente en forma de miocardiopatía dilatada, insuficiencia cardíaca congestiva, trombo-
757
F.J. CAROD-ARTAL
embolismo y arritmias cardíacas que incluyen trastornos de la
conducción intraventricular, síncope y muerte súbita. La disfunción del ventrículo izquierdo y la presencia de aneurisma apical
son los principales factores pronósticos de mortalidad y de pronóstico desfavorable en pacientes con miocardiopatía chagásica
crónica [22].
Las diferentes formas de evolución de la EC pueden verse
influidas por la variabilidad genética del parásito y del huésped.
Existen diversas teorías patogénicas que intentan explicar la
miocardiopatía crónica chagásica: teoría del daño tisular por T.
cruzi, hipótesis neurogénica, microvascular, autoinmune y unificada. Una revisión detallada de estas hipótesis se ha publicado
recientemente [23].
Miocardiopatía chagásica e ictus
Los estudios de series necrópsicas que analizaron la frecuencia
de ictus en la EC son poco fiables, ya que se estudiaron pacientes con la forma más grave o avanzada de miocardiopatía. En
estas series, la frecuencia de infartos cerebrales osciló entre el
9,4 y el 36%. Los lóbulos parietal, frontal y temporal, así como
los ganglios basales fueron las áreas más frecuentemente afectadas [24].
Los principales factores de riesgo de ictus cardioembólico
en la miocardiopatía chagásica son la presencia de insuficiencia
cardíaca congestiva, fibrilación atrial crónica, arritmia ventricular, enfermedad coronaria y aneurisma apical. La miocardiopatía chagásica puede tener algunos hechos diferenciales, de peor
pronóstico y riesgo incrementado de ictus, que incluyen:
– La presencia de una miocarditis crónica inflamatoria.
– Una prevalencia mayor de trastornos de la conducción y de
arritmias ventriculares agudas.
– Una frecuencia mayor de lesiones segmentarias, como el
aneurisma apical [24].
Estudios prospectivos comparando pacientes con ictus chagásico y no chagásico, que analizaron los subtipos etiológicos de
ictus, indican que la mitad de los sujetos chagásicos sufren un
ictus de origen cardioembólico comparado con el grupo control
(9%), según criterios TOAST (Trial of Org 10172 in Acute Stroke Treatment). Las principales variables que de modo significativo pronostican el riesgo de ictus chagásico son la presencia de
un aneurisma apical, una arritmia en el electrocardiograma y la
presencia de insuficiencia cardíaca. La prevalencia del aneurisma apical en sujetos chagásicos con ictus es mayor que en los
sujetos no chagásicos que han sufrido un ictus –37,2% frente a
0,7%; odds ratio (OR) 88,4–, y se eleva al 44% en los sujetos
chagásicos no hipertensos [17].
Sin embargo, la EC es un factor de riesgo vascular independiente de la presencia de arritmia cardíaca o de disfunción sistólica del ventrículo izquierdo. Un porcentaje importante de sujetos chagásicos que sufren un ictus no presenta evidencias clínicas o electrocardiográficas de daño cardiovascular. Casi una tercera parte de los sujetos chagásicos que sufren un infarto cerebral tienen un ecocardiograma trastorácico normal y un 30% de
los sujetos chagásicos con ictus criptogénico tienen un electrocardiograma, ecocardiograma y Doppler carotídeo normales. El
ictus puede ser también la primera manifestación clínica de la
EC en pacientes con disfunción sistólica leve o indetectable.
Por tanto, sujetos chagásicos sin factor de riesgo vascular y sin
evidencia clínica de insuficiencia cardíaca tienen un riesgo mayor de sufrir un ictus que la población sana. El aneurisma apical
758
puede encontrarse en sujetos chagásicos con ictus y disfunción
sistólica leve (asintomáticos) e incluso en pacientes con electrocardiograma normal [17].
Diagnóstico
El diagnóstico de EC se establece mediante la detección de anticuerpos específicos positivos por inmunofluorescencia indirecta, y pruebas de hemoaglutinación e inmunoensayo (ELISA). El
diagnóstico de sospecha se establece en personas con antecedentes epidemiológicos de riesgo, haber vivido en la infancia en
zonas endémicas en casa de adobe, o cuando existen miembros
en la familia con EC.
Las principales alteraciones electrocardiográficas en la miocardiopatía chagásica son el bloqueo de rama derecha, el bloqueo fascicular del haz de Hiss –estos dos hallazgos son característicos–, el bloqueo atrioventricular, la fibrilación auricular,
las extrasístoles ventriculares y la taquicardia ventricular, entre
otras. La ecografía cardíaca revela la presencia de disfunción
sistólica y diastólica del ventrículo izquierdo, aneurisma apical
del ventrículo izquierdo, miocardiopatía dilatada, trombo mural e hipertensión pulmonar. Se recomienda la realización de
ecografía transesofágica en pacientes chagásicos con ictus isquémico para descartar la presencia de un aneurisma apical.
El ictus chagásico es clínicamente indistinguible de otras
causas de cardioembolismo. El síndrome clinicotopográfico más
frecuente es un infarto completo de la circulación anterior con
disminución del nivel de conciencia, déficit motor grave (hemiparesia o hemiplejía), signos y síntomas corticales (afasia, heminegligencia, déficit campimétrico visual), cefalea y, en ocasiones, crisis epilépticas [25].
Los infartos totales (36%) o parciales (49%) de la circulación anterior son los más frecuentemente observados en la EC,
seguidos de los infartos lacunares (9,6%) y de circulación posterior (5,3%). El territorio de la arteria cerebral media es el lugar más común de cardioembolismo, ya que sucede en más del
70% de los sujetos chagásicos (Fig. 1). Los infartos en ganglios
de la base (Fig. 2) se observan en un 4-15%, y los infartos afectando al centro semioval en un 3%. También se han descrito síndromes de oclusión distal de la arteria basilar, infartos pontinos
y de cerebelo (1-2%), e infartos múltiples de circulación posterior [17,26].
Tratamiento
El tratamiento tripanosomicida se realiza en los casos agudos o
durante la reactivación de la enfermedad en sujetos inmunodeprimidos o trasplantados, pero no en los sujetos chagásicos que
han sufrido un ictus en la fase crónica. Los fármacos tripanosomicidas nifurtimox y benznidazole son parcialmente eficaces,
disminuyen la parasitemia y la mortalidad, y actúan frente a los
tripomastigotes circulantes en el torrente sanguíneo en la fase
aguda [27].
La principal estrategia de control de la EC se fundamenta en
la prevención de la transmisión eliminando los insectos vectores
en el ámbito doméstico, la mejora de las condiciones básicas de
vida de la población, el control de la transmisión vía transfusión
sanguínea o transplante de órganos, y mejorando los sistemas
de detección de los casos congénitos.
El tratamiento de la fase aguda del ictus chagásico no difiere sustancialmente del llevado a cabo con otras etiologías
del ictus. Las arritmias ventriculares y los trastornos graves de
conducción auriculoventricular requieren el uso de marcapa-
REV NEUROL 2007; 44 (12): 755-763
ICTUS DE CAUSA INFECCIOSA
Figura 1. Tomografía cerebral. Infarto bilateral de la arteria cerebral media
en un paciente chagásico.
Figura 2. Infarto en ganglios basales en un paciente chagásico.
sos o la inserción de un cardiodesfibrilador implantable. La
prevención secundaria mediante anticoagulación oral en sujetos chagásicos que han sufrido un ictus debería ser individualizada, en función del riesgo estimado de recurrencia y del
riesgo de complicaciones secundarias a la anticoagulación. Se
estima que un 20% de los sujetos chagásicos con ictus han
sufrido un segundo infarto [17]. La profilaxis secundaria con
anticoagulantes debería considerarse en pacientes chagásicos
que han padecido un ictus y que presentan insuficiencia cardíaca, fibrilación auricular u otras arritmias cardíacas, o un aneurisma apical.
REV NEUROL 2007; 44 (12): 755-763
Figura 3. Resonancia de encéfalo que muestra dos cisticercos con edema perilesional y captación de contraste.
NEUROCISTICERCOSIS E ICTUS
Introducción
La cisticercosis es la infección por helmintos más frecuente del
sistema nervioso central (SNC), provocada por el estadio larvario enquistado de Taenia solium (Fig. 3). Esta parasitosis es endémica en África, Asia y Latinoamérica, y puede haber un rebrote en Europa como consecuencia de los nuevos flujos migratorios de la última década. Las manifestaciones neurológicas de
la neurocisticercosis (NCC) pueden ser muy variadas y heterogéneas, e incluyen crisis epilépticas, deterioro cognitivo (por
hidrocefalia, meningitis crónica, quistes gigantes), y síndromes
focales debidos al efecto compresivo de los cisticercos, ictus,
aracnoiditis o hidrocefalia, entre otros [28].
Diversos factores pueden influir en las manifestaciones neurológicas:
– El número y el tamaño de los cisticercos.
– La localización de éstos.
– La viabilidad de los parásitos.
– El grado de respuesta inflamatoria frente a los quistes (aracnoiditis, granulomas, edema focal cerebral, vasculitis).
– El grado de obstrucción del flujo del líquido cefalorraquídeo (LCR).
Los cisticercos pueden encontrarse en el parénquima cerebral, el
espacio subaracnoideo, el sistema ventricular y la médula espinal. La infección aguda del SNC puede provocar una meningoencefalitis aguda. Sin embargo, es más común que la infección
pase desapercibida y que el huésped alcance un estado de tolerancia inmune hacia los parásitos, dejando que vivan durante varios años. La mayor parte de los sujetos con NCC asintomática
son portadores de la forma parenquimatosa cerebral.
759
F.J. CAROD-ARTAL
Formas patogénicas y subtipos de ictus
Las complicaciones vasculares de la NCC son variadas e incluyen accidentes isquémicos transitorios, ictus isquémico (infartos lacunares en el territorio de las arterias lenticuloestriadas y,
con menor frecuencia, infartos de gran arteria) y hemorragias
intracraneales. La frecuencia del infarto cerebral asociado con
NCC varía en las series publicadas entre un 2 y un 12% [29,30].
En algunas áreas endémicas de Centro y Sudamérica (México,
Ecuador), se estima que entre el 2,5 y el 10% de los pacientes
jóvenes que sufren un ictus son portadores al mismo tiempo de
la infección por T. solium [31,32].
Los primeros casos descritos en la literatura fueron pacientes con meningitis cisticercótica crónica asociada a angeítis intracraneal de pequeños vasos o a trombosis venosa. El proceso
inflamatorio reactivo del huésped se asocia con edema cerebral,
gliosis reactiva y la formación de un denso exudado en el espacio subaracnoideo compuesto por fibras de colágeno, linfocitos,
células gigantes multinucleadas, eosinófilos y membranas parasitarias hialinizadas. La reacción inflamatoria granulomatosa en
las leptomeninges provoca una aracnoiditis en la base del cráneo, con compresión de pares craneales y vasos sanguíneos. Estudios patológicos han mostrado la presencia de una arteriopatía
inflamatoria en los vasos alrededor de los cisticercos en el espacio subaracnoideo, cerca del polígono de Willis. La arteritis cisticercótica afecta habitualmente a arterias de pequeño y mediano calibre. Los estudios angiográficos detectan imágenes de arteritis cerebral en el 50% de los pacientes portadores de cisticercosis subaracnoidea [33].
La arteritis focal secundaria a cisticercosis parenquimatosa
es poco común; cuando sucede se manifiesta en forma de síndromes lacunares. En cambio, la cisticercosis subaracnoidea es
una forma más compleja de la enfermedad y provoca con mayor
frecuencia una endarteritis oclusiva e inflamación tanto de las
arterias perforantes de pequeño calibre como de gran arteria (arterias carótida interna y cerebral media). El infarto lacunar es el
subtipo de ictus más frecuentemente asociado a la NCC subaracnoidea. Se han descrito diversos síndromes lacunares, entre
ellos el síndrome hemimotor puro y el síndrome ataxia/hemiparesia [34]. Los cisticercos subaracnoideos de la convexidad
pueden provocar una reacción inflamatoria cercana a las arterias intracraneales de mediano y gran calibre, y su oclusión. Se
ha descrito excepcionalmente la oclusión bilateral de las dos
arterias cerebrales medias [35].
El síndrome de la cisticercosis subaracnoidea de la convexidad de los hemisferios cerebrales es probablemente la forma
más común de NCC en regiones endémicas. Puede manifestarse como un quiste solitario o en forma de cisticercos múltiples.
La mayor parte de estos pacientes no desarrollan hidrocefalia ni
infartos cerebrales.
En cambio, la cisticercosis subaracnoidea de la cisura silviana puede provocar la oclusión del tronco de la arteria cerebral media, como consecuencia de una arteritis mediada por
cisticercos racemosos gigantes o por aracnoiditis. La destrucción de los quistes subaracnoideos durante la terapia cisticida
en este subtipo de pacientes puede provocar un cambio en la pared de los vasos leptomeníngeos como consecuencia de la reacción inflamatoria, provocando una oclusión arterial e ictus.
Así, se han descrito casos de ictus por oclusión de la arteria
cerebral media asociado al tratamiento cisticida con albendazol o praziquantel en pacientes con vasculitis y aracnoiditis graves [36].
760
La cisticercosis de las cisternas basales peripontinas es bastante frecuente. Los signos focales de tronco pueden surgir como consecuencia de aracnoiditis compresiva. Sin embargo, se
han descrito también síndromes focales isquémicos de tronco por
probable arteritis de las arterias circunferenciales del tronco del
encéfalo.
Las complicaciones hemorrágicas cerebrales descritas en la
NCC son menos frecuentes. Entre ellas destacan la hemorragia
intracisticercótica dentro del propio quiste, la hemorragia secundaria a arteritis cisticercótica inflamatoria de vasos de pequeño calibre, y la hemorragia subaracnoidea secundaria a aneurismas micóticos y/o ruptura de aneurisma cerebral concomitante [37]. La presencia de leptomeninges engrosadas e inflamadas y los restos de cisticercos cercanos al aneurisma pueden
favorecer su ruptura [38].
Diagnóstico
A la hora de establecer el diagnóstico de NCC asociada al ictus
es necesario interpretar los datos clínicos, radiológicos y del
LCR dentro de un contexto epidemiológico en personas de riesgo procedentes de regiones o países endémicos. La presencia de
lesiones sugestivas en neuroimagen (lesiones quísticas con escólex, lesiones anulares hipercaptadoras o calcificaciones en tomografía o resonancia), anticuerpos positivos en sangre por técnica de inmunoblot, o la resolución de lesiones anulares tras tratamiento con albendazol o praziquantel se consideran criterios
diagnósticos mayores.
El examen del LCR puede mostrar en ocasiones pleocitosis,
hiperproteinorraquia, normo o hipoglucorraquia y eosinofilorraquia. La prueba de ELISA puede detectar anticuerpos positivos para T. solium en el LCR.
El carácter heterogéneo de la NCC hace que los hallazgos
de neuroimagen sean muy variables: quistes viables con escólex
(fase vesicular), quistes intraparenquimatosos que se impregnan
de contraste con grados variables de edema perilesional (fase
coloidal), quistes subaracnoideos e intraventriculares, granulomas y calcificaciones intraparenquimatosas, hidrocefalia, captación de contraste en las leptomeninges, además de la imagen
del infarto o hemorragia. La arteritis cisticercótica puede evaluarse mediante angiografía convencional, angiorresonancia y
Doppler transcraneal [39]. Recientemente se ha publicado una
revisión sobre diagnóstico y tratamiento de la NCC [40].
Tratamiento
Diversos fármacos cisticidas se usan para tratar los quistes viables parenquimatosos y subaracnoideos. Los pacientes portadores de quistes intraparenquimatosos calcificados no deben tratarse. Los principales fármacos cisticidas son el albendazol y el
praziquantel, que se han empleado en diversas dosis terapéuticas en ensayos clínicos. El albendazol, en dosis de 15-30 mg/kg
durante 8-15 días, y el praziquantel, en dosis de 50 mg/kg/día
durante 15 días, provocan la desaparición del 70 y 80% de los
cisticercos intraparenquimatosos, respectivamente. Una dosis única de praziquantel de 100 mg/kg parece ser eficaz para tratar
quistes únicos.
Los corticoides (dexametasona, 16-32 mg/día) se emplean
para disminuir la reacción inflamatoria antes y durante el tratamiento cisticida, y para disminuir el riesgo de isquemia cerebral
durante dicho tratamiento, especialmente en las formas subaracnoideas. Los sujetos portadores de cisticercos intraparenquimatosos e hidrocefalia precisan ser tratados con fármacos cistici-
REV NEUROL 2007; 44 (12): 755-763
ICTUS DE CAUSA INFECCIOSA
das una vez resuelta la hipertensión intracraneal mediante una
válvula de derivación ventricular [40,41]. Los cuidados generales de una persona con cisticercosis e ictus no deben diferir de
los cuidados generales de la fase aguda del ictus.
GNATOSTOMIASIS E ICTUS
Gnathostoma spinigerum es un helminto endémico en México,
sur de América y sureste asiático (Corea, Tailandia, sureste de
China y Japón). La larva adulta reside en el estómago del huésped definitivo, perros o gatos. Pequeños crustáceos del género
Ciclops, así como peces, ranas, culebras de agua, pollos o cerdos son huéspedes intermediarios. El ser humano se infecta al
ingerir agua contaminada por copépodos infectados, o al alimentarse de carne de pollo o cerdo mal cocinada.
Manifestaciones clínicas
G. spinigerium no es un parásito neurotrópico, ya que penetra
en el SNC accidentalmente migrando por los nervios periféricos. Su migración provoca una radiculitis o una mielorradiculitis, que suele cursar con dolor neurogénico en tronco o extremidades, asociado en ocasiones a parálisis de extremidades inferiores y retención urinaria [28].
La gnatostomiasis es una causa de ictus en el sureste asiático, y puede ser responsable de hasta el 16% de los casos de
hemorragia subaracnoidea en niños y adolescentes en Tailandia.
La migración de las larvas provoca tractos hemorrágicos en el
parénquima cerebral y medular. La respuesta del huésped conduce a una inflamación leptomeníngea [42,43].
Diagnóstico
El LCR suele ser xantocrómico, un dato importante que orienta
al diagnóstico, y muestra una pleocitosis (500-2.000 células blancas), con predominio de eosinófilos (20-70%), aumento de proteínas y normoglucorraquia. La técnica de Western blot dirigida
contra el antígeno de 24-kd de G. spinigerum ayuda al diagnóstico. La resonancia de encéfalo evidencia en ocasiones hidrocefalia, edema cerebral periventricular, captación de contraste por
las meninges y tractos hemorrágicos en el parénquima [44].
Tratamiento
No existe un tratamiento específico para la afectación del SNC;
en cambio, la gnatostomiasis cutánea puede tratarse con albendazol. El uso de albendazol o tiabendazol puede exacerbar los
síntomas neurológicos como resultado de la muerte de las larvas
en el SNC. En ocasiones se ha empleado prednisolona (1 mg/
kg/día) o altas dosis de dexametasona (24-32 mg/día) para tratar
el edema y la hipertensión intracraneal asociadas.
ICTUS Y FIEBRES HEMORRÁGICAS
VÍRICAS TROPICALES
Las fiebres hemorrágicas víricas son un amplio grupo de enfermedades provocadas por virus de distribución tropical. Los virus que provocan este síndrome en Sudamérica son diversos
arenavirus (virus Junin, Argentina; virus Machupo, Bolivia; virus Guanarito, Venezuela; virus Sabia, Brasil), y flavivirus (fiebre amarilla y virus del dengue en Brasil, Caribe y América
Central), entre otros. En África y Asia, diversos virus de la familia Bunyaviridae son responsable por fiebres hemorrágicas
fatales: el virus del valle del Rift (flevovirus), el virus de la fie-
REV NEUROL 2007; 44 (12): 755-763
bre hemorrágica de Congo-Crimea (nairovirus), diversos hantavirus y el virus Ngari. Además del virus del dengue, otros flavivirus que provocan la fiebre hemorrágica de Omsk, la fiebre del
bosque de Kyasanur, o el virus Alkhurma son también causa de
fiebres hemorrágicas en Asia. Los virus Ébola, Marburg (Filoviridae) y Lassa (Arenaviridae) son endémicos en África [45].
Los virus causantes de las fiebres hemorrágicas se mantienen en un ciclo zoonótico y pasan al hombre bien a través de un
vector, un reservorio, o bien por contacto directo con un huésped infectado. La mayor parte de estos virus se transmiten al ser
humano por picaduras de mosquitos o garrapatas, y su reservorio salvaje suele ser diversas especies de primates y roedores.
Patogenia
Las complicaciones cerebrovasculares en forma de hemorragias
se deben a diversos factores patogénicos: a) La alteración de la
permeabilidad vascular y el daño del endotelio vascular originados por la invasión directa del virus, por la acción del complemento o por diversas citocinas víricas; b) Sangrados favorecidos
por diversos mecanismos que incluyen coagulación intravascular
diseminada, trombocitopenia, y las alteraciones de la función plaquetaria y de la producción de factores de coagulación [46].
Sintomatología
Las fiebres hemorrágicas víricas provocan un cuadro febril pseudogripal en su variante más benigna, pero en ocasiones pueden
provocar complicaciones sistémicas graves y óbito por diátesis
hemorrágica. El período de incubación suele oscilar entre 2 y 21
días. Las manifestaciones clínicas más comunes son fiebre, inyección conjuntival, cefalea, mialgias, artralgias, y diversos síntomas gastrointestinales. Las manifestaciones hemorrágicas son
muy diversas e incluyen petequias, gingivorragias, epistaxis, hemoptisis, hematuria, hematemesis, melenas y/o sangrado excesivo en los lugares de punción. Las manifestaciones neurológicas
más comunes son estado confusional y delirio, crisis epilépticas
y coma, generalmente secundarias a una encefalitis aguda y, con
menor frecuencia, a hemorragias cerebrales.
Diagnóstico y tratamiento
Los exámenes sanguíneos muestran trombocitopenia, aumento
de transaminasas y de enzimas musculares, leucocitosis y elevación de los marcadores inflamatorios. El diagnóstico se realiza
mediante la detección de anticuerpos específicos en suero, detección del virus por reacción en cadena de la polimerasa –es
necesario un paso previo de retrotranscripción para llevar a cabo
la amplificación, ya que son virus ARN–, cultivo o aislamiento,
todo ello dentro de un contexto epidemiológico apropiado.
No existe un tratamiento específico para las fiebres hemorrágicas víricas, por lo que suelen cursar con una elevada tasa de
mortalidad en sus formas más graves. El tratamiento incluye
medidas de soporte del estado general, control hidroelectrolítico, oxigenoterapia, uso de antibioterapia para las infecciones
concomitantes, aporte nutricional adecuado, y transfusiones en
caso de anemia grave.
La ribavirina se ha usado en casos aislados, siendo parcialmente eficaz contra arenavirus y bunyavirus, pero no contra los
flavivirus y filovirus [47]. Ante una sospecha de fiebre hemorrágica, los pacientes deberían recibir tratamiento con ribavirina
durante 10 días, con una dosis de carga de 30 mg/kg, seguido de
15 mg/kg/6 h durante cuatro días y 7,5 mg/kg/8 h durante otros
seis días.
761
F.J. CAROD-ARTAL
BIBLIOGRAFÍA
1. Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales. URL: http://extranjeros.mtas.
es/es/general/tabla6_dic05.html. [19.05.2006].
2. Saposnik G, Del Brutto OH, Iberoamerican Society of Cerebrovascular
Diseases. Stroke in South America: a systematic review of incidence,
prevalence, and stroke subtypes. Stroke 2003; 34: 2103-7.
3. Carod-Artal FJ, Nunes SV, Portugal D, Silva TV, Vargas AP. Ischemic
stroke subtypes and thrombophilia in young and elderly Brazilian
stroke patients admitted to a rehabilitation hospital. Stroke 2005; 36:
2012-4.
4. Snow RW, Guerra CA, Noor AM, Myint HY, Hay SI. The global distribution of clinical episodes of Plasmodium falciparum malaria. Nature
2005; 434: 214-7.
5. WHO. Severe falciparum malaria. Trans R Soc Trop Med Hyg 2000;
94: (Suppl 1): S1-90.
6. Patankar TF, Karnad DR, Shetty PG, Desai AP, Prasad SR. Adult cerebral malaria: prognostic importance of imaging findings and correlation with postmortem findings. Radiology 2002; 224: 811-6.
7. Idro R, Jenkins NE, Newton CR. Pathogenesis, clinical features, and neurological outcome of cerebral malaria. Lancet Neurol 2005; 4: 827-40.
8. Wassmer SC, Combes V, Grau GE. Pathophysiology of cerebral malaria:
role of host cells in the modulation of cytoadhesion. Ann NY Acad Sci
2003; 992: 30-8.
9. Kochar DK, Shubhakaran, Kumawat BL, Kochar SK, Halwai M, Makkar RK, et al. Cerebral malaria in Indian adults: a prospective study of
441 patients from Bikaner north-west India. J Assoc Physicians India
2002; 50: 234-41.
10. Bondi FS. The incidence and outcome of neurological abnormalities in
childhood cerebral malaria: a long-term follow-up of 62 survivors.
Trans R Soc Trop Med Hyg 1992; 86: 17-9.
11. Van Hensbroek MB, Palmer A, Jaffar S, Schneider G, Kwiatkowski D.
Residual neurological sequaelae after childhood cerebral malaria. J
Pediatr 1997; 131: 125-9.
12. Kampfl AW, Birbamer GG, Pfausler BE, Haring HP, Schmutzhard E.
Isolated pontine lesion in algid cerebral malaria: clinical features, management, and magnetic resonance imaging findings. Am J Trop Med
Hyg 1993; 48: 818-22.
13. Looareesuwan S, Wilairatana P, Krishna S, Kendall B, Vannaphan S,
Viravan C, et al. Magnetic resonance imaging of the brain in patients
with cerebral malaria. Clin Infect Dis 1995; 21: 300-9.
14. Pasvol G, Phil D. Management of severe malaria: interventions and
controversies. Infect Dis Clin N Am 2005; 19: 211-40.
15. Warrell DA, Looareesuwan S, Warrell MJ, Kasemsarn P, Intaraprasert
R, Bunnag D, et al. Dexamethasone proves deleterious in cerebral malaria: a double-blind trial in 100 comatose patients. N Engl J Med 1982;
306: 313-9.
16. Carod-Artal FJ. Chagas cardiomyopathy and ischemic stroke. Expert
Rev Cardiovasc Ther 2006; 4: 119-30.
17. Carod-Artal FJ, Vargas AP, Horan TA, Nunes LG. Chagasic cardiomyopathy is independently associated with ischemic stroke in Chagas disease. Stroke 2005; 36: 965-70.
18. Carod-Artal FJ, Vargas AP, Melo M, Horan TA. American trypanosomiasis (Chagas’ disease): an unrecognized cause of stroke. J Neurol Neurosurg Psychiatry 2003; 74: 516-8.
19. Kirchoff LV. American trypanosomiasis (Chagas’ disease): a tropical
disease now in the United States. N Engl J Med 1993; 329: 639-44.
20. Frank M, Hegenscheid B, Janitschke K, Weinke T. Prevalence and
epidemiological significance of Trypanosoma cruzi infection among
Latin American immigrants in Berlin, Germany. Infection 1997; 25:
355-8.
21. Umezawa ES, Stolf AMS, Corbett CEP, Shikanai-Yasuda MA. Chagas’ disease. Lancet 2001; 357: 797-9.
22. Bestetti RB. Predictors of unfavorable prognosis in chronic Chagas’
disease. Trop Med Int Health 2001; 6: 476-83.
23. Carod-Artal FJ. Enfermedad de Chagas e ictus. Neurologia 2006; 21:
135-49.
24. Aras R, Da Matta JAM, Mota G, Gomes I, Melo A. Cerebral infarction
762
in autopsies of chagasic patients with heart failure. Arq Bras Cardiol
2003; 81: 414-6.
25. Carod-Artal FJ, Melo M, Vargas AP. Ictus cardioembólico en la enfermedad de Chagas. Rev Neurol 2001; 33: 311-5.
26. Carod-Artal FJ, Vargas AP, Melo M, Fernandes da Silva TV. Síndrome
de la oclusión rostral de la arteria basilar y enfermedad de Chagas. Rev
Neurol 2002; 35: 337-41.
27. Paulinoa M, Iribarnea F, Dubinb M, Aguilera-Moralesc S, Tapiad O,
Stoppani AO. The chemotherapy of Chagas’ disease: an overview. Mini
Rev Med Chem 2005; 5: 499-519.
28. Del Brutto OH, Carod-Artal FJ, Román G, Senanayake N. Tropical
neurology. In American Academy of Neurology, ed. Continuum. Vol. 8.
Philadelphia: Lippincott Williams & Wilkins; 2002. p. 1-172.
29. Cantú C, Barinagarrementería F. Cerebrovascular complications of
neurocysticercosis. Clinical and neuroimaging spectrum. Arch Neurol
1996; 53: 233-9.
30. Alarcón F, Hidalgo F, Moncayo J, Vinan I, Dueñas G. Cerebral cysticercosis and stroke. Stroke 1992; 23: 224-8.
31. Alarcón F, Vanormeligen K, Moncayo J, Vinan I. Cerebral cysticercosis as a risk factor for stroke in young and middle-aged people. Stroke
1992; 23: 1563-5.
32. Barinagarrementería F, Cantú C. Frequency of cerebral arteritis in subarachnoid cysticercosis. An angiographic study. Stroke 1998; 29: 123-5.
33. Aditya GS, Mahadevan A, Santosh V, Chickabasaviah YT, Ashwathnarayanarao CB, Krishna SS. Cysticercal chronic basal arachnoiditis
with infarcts, mimicking tuberculous pathology in endemic areas. Neuropathology 2004; 24: 320-5.
34. Barinagarramentería F, Del Brutto OH. Neurocysticercosis and pure
motor hemiparesis. Stroke 1998; 19: 1156-8.
35. TerPfenning B, Litchman CD, Heiner L. Bilateral middle cerebral artery occlusions in neurocysticercosis. Stroke 1992; 23: 280-3.
36. Bang OY, Heo JH, Choi SA, Kim DI. Large cerebral infarction during
praziquantel therapy in neurocysticercosis. Stroke 1997; 28: 211-3.
37. Téllez-Zenteno JF, Negrete-Pulido O, Cantú C, Márquez C, Vega-Boada F, García-Ramos G. Hemorrhagic stroke associated to neurocysticercosis. Neurologia 2003; 18: 272-5.
38. Soto-Hernández JL, Gómez-Llata Andrade S, Rojas-Echeverri LA,
Texeira F, Romero V. Subarachnoid hemorrhage secondary to a ruptured inflammatory aneurysm: a possible manifestation of neurocysticercosis: case report. Neurosurgery 1996; 38: 197-9.
39. Cantú C, Villarreal J, Soto JL. Cerebral cistycercosic arteritis: detection
and follow up by transcranial doppler. Cerebrovasc Dis 1998; 8: 2-7.
40. Alarcón F. Neurocisticercosis: etiopatogenia, manifestaciones clínicas,
diagnóstico y tratamiento. Rev Neurol 2006; 43 (Suppl 1): S93-100.
41. Góngora-Rivera F, Soto-Hernández JL, González-Esquivel D, Cook
HJ, Márquez-Caraveo C, Hernández -Dávila R, et al. Albendazole trial
at 15 or 30 mg/kg/day for subarachnoid and intraventricular cysticercosis. Neurology 2006; 66: 436-8.
42. Schmutzhard E, Boongird P, Vejjajiva A. Eosinophilic meningitis and
radiculomyelitis in Thailand, caused by CNS invasion of Gnathostoma
spinigerum and Angiostrongylus cantonensis. J Neurol Neurosurg Psychiatry 1988; 51: 80-7.
43. Visudhiphan P, Chiemchanya S, Somburanasin R, Dheandhanoo D.
Causes of spontaneous subarachnoid hemorrhage in Thai infants and
children. A study of 56 patients. J Neurosurg 1980; 53: 185-7.
44. Sawanyawisuth K, Tiamkao S, Kanpittaya J, Dekumyoy P, Jitpimolmard S. MR imaging findings in cerebrospinal gnathostomiasis. AJNR
Am J Neuroradiol 2004; 25: 446-9.
45. Enria DA, Pinheiro F. Rodent-bone emergent viral zoonosis: hemorrahagic fevers and hantavirus infection in South America. Infect Dis Clin
North Am 2000; 14: 167-84.
46. Ergonul O. Crimean-Congo haemorrhagic fever. Lancet Infect Dis 2006;
6: 203-14.
47. McCormick JB, King IJ, Webb PA, Scribner CL, Craven RB, Johnson
KM, et al. Lassa fever: effective therapy with ribavirin. N Engl J Med
1986; 314: 20-6.
REV NEUROL 2007; 44 (12): 755-763
ICTUS DE CAUSA INFECCIOSA
STROKES CAUSED BY INFECTION IN THE TROPICS
Summary. Introduction. Almost three out of every four people in the world who suffer a fatal stroke live in developing countries.
A number of different tropical diseases may appear in Europe in the coming years as a consequence of the demographic
change that is being brought about by migratory flows. We review the main infectious causes of strokes in the tropics.
Development. There are estimated to be 500 million cases of malaria every year. Cerebral malaria can cause cerebral oedema,
diffuse or focal compromise of the subcortical white matter and cortical, cerebellar and pontine infarctions. Chagas disease is
an independent risk factor for stroke in South America. At least 20 million people have the chronic form of Chagas disease.
The main prognostic factors for Chagas-related stroke are the presence of apical aneurysms, arrhythmia and heart failure.
Vascular complications of neurocysticercosis include transient ischemic attacks, ischemic strokes due to angiitis and intracranial haemorrhages. The frequency of cerebral infarction associated with neurocysticercosis varies between 2% and 12%.
Gnathostomiasis is a cause of subarachnoid haemorrhage in south-east Asia. Other less common causes of stroke are viral
haemorrhagic fevers due to arenavirus and flavivirus. Conclusions. Several diseases that are endemic in the tropics can be
responsible for up to 10% of the cases of strokes in adults. [REV NEUROL 2007; 44: 755-63]
Key words. Chagas. Cysticercosis. Gnathostomiasis. Malaria. Stroke. Tropics.
REV NEUROL 2007; 44 (12): 755-763
763
Descargar