Amigo del alma

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Amigo del alma
Difícilmente se puede recordar, en la historia reciente, una
reacción de afecto como la producida en la muerte de Juan
Pablo II. Lo de menos son quizá las dramáticas
circunstancias de sus últimos días, con esa incapacidad de
expresarse, especialmente dura para quien deseaba por
encima de todo escuchar y hablar a las gentes. En esos
momentos finales, resaltaba la solidaridad con los católicos
que se producía en la sinagoga de París o en mezquitas de
Bagdad, o en lugares perdidos de China o de la República del
Congo. Esa actitud religiosa no parece reflejo de influencias
mediáticas, sino confirmación de la autenticidad de un
hombre, que se había ganado la amistad desde sus
convicciones más íntimas.
La Gaceta de los Negocios
Editorial
4 de abril 2005
Y así se ha comprobado, con más intensidad aún, al hacerse público el fallecimiento al final de la
tarde del sábado. La noticia de la muerte provocó reacciones espontáneas de adhesión en el
mundo, sin distinción de lenguas, clases ni culturas, e intervenciones inmediatas de gobernantes
occidentales, como Ciampi o Bush. A la vista de todos queda, junto con la multitudinaria asistencia
a la misa celebrada el domingo en la plaza de San Pedro, lugar de tantos encuentros de este Papa
con los hombres.
Sin el profundo aliento espiritual de Juan Pablo II no es fácil entenderlo, a pesar del carácter a la
vez rectilíneo y complejo de su pontificado. Evidentemente, su influencia ha sido decisiva en la
evolución política y social del siglo XX, hasta el punto de que se puede expresar con verdad que
deja una “herencia sin fronteras”.
Desde España, podríamos comprender mejor su vida recordando su proximidad con ese culmen de
la poesía y la contemplación que es san Juan de la Cruz, estudiado por el joven Karol Wojtyla como
tema de tesis doctoral. Sin embargo, la cercanía mística con lo divino se transformará sin solución
de continuidad en una creciente aproximación a los problemas de la humanidad. Hasta el punto de
que, en su primera encíclica —ciertamente programática— presentaría al ser humano como “camino
de la Iglesia”.
La pasión por la dignidad de la persona justifica la tenaz lucha de Juan Pablo II por los derechos
humanos, comenzando por la libertad religiosa. Tenía una dura experiencia personal de cómo
conculcaron en Polonia esos derechos básicos los nazis, primero, y el comunismo, después.
Marcó su existencia, entregada al servicio del diálogo y la paz, desde la búsqueda de la verdad: sin
miedo, como proclamó ya en la homilía de inauguración de su pontificado, pues la apertura a Cristo
debía ser camino de horizontes esperanzados para un mundo que alcanzaba increíbles cotas de
progreso, pero había sufrido en la primera mitad del siglo XX el horror de la guerra y el exterminio,
y millones de seres humanos seguían padeciendo la ignorancia y la pobreza.
No hay contradicción en un Pontífice que encara el futuro desde el prisma de la libertad, pero
recuerda a los hombres su capacidad de barbarie en el plano personal y colectivo. Por ahí van quizá
muchos retos de la hora presente.
Son prematuros los balances, pero, si hay algún rasgo poco cuestionable en Juan Pablo II, es su
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capacidad de encarar directamente los problemas humanos, sin eufemismos, diplomacias o cortinas
de humo. A la vez, con evidente capacidad de buscar y oír a las demás, desde los intelectuales en
Castelgandolfo a los desheredados de Brasil: basta revivir la escena plural, hasta en su colorido, del
encuentro religioso en Asís por la paz de 1986, un hito esencial en la historia del diálogo y la
concordia universal.
Esa apertura activa y entregada condensa la experiencia vital de la multitud de corazones amigos
que deja el Papa fallecido. Aunque algunos acentúen la “influencia política” en su largo pontificado,
que no se puede negar, Juan Pablo II no se dirigió tanto a los gobernantes como a cada persona,
según el criterio marcado por el Concilio Vaticano II: hacer propios, desde una alta espiritualidad,
los registros humanos y éticos que marcan los gozos y la esperanzas, las tristezas y las angustias
de los hombres.
Fecha 15/04/2005
© ASOCIACIÓN ARVO 1980-2005
Contacto: mailto:[email protected]
Director de Revistas: Javier Martínez Cortés
Editor-Coordinador: Antonio Orozco Delclós
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