¡ ¡Qué bien ha funcionado la Constitución!

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¡
¡Qué bien ha funcionado la Constitución!
Lorenzo Martín-Retortillo Baquer
Habrá que recalcarlo con energía, pues con frecuencia no paramos
mientes en lo que está más a la vista: ¡es admirable lo bien que ha funcionado
la Constitución durante el largo periodo que ha conducido a las elecciones
generales!
De destacar, ante todo, el clima general de libertades, afianzado por
aquélla, que ha penetrado en la sociedad española, y que ha permitido que las
más diversas alternativas y propuestas pudieran ser ofrecidas con toda
naturalidad en la campaña, a través de los más variados procedimientos, por
supuesto, los tradicionales, como mítines, carteles, prensa en sentido amplio o
boca a boca, pero, también, con el uso sobresaliente de nuevos medios, como
las redes sociales y los mensajes en los móviles. Las propuestas han llegado a
todos los puntos de la geografía española, ciudades y pueblos, y creo que, si
se descuentan pequeños incidentes inevitables, puede hablarse de una
campaña modélica y serena, que se ha desarrollado con entera satisfacción, y
en la que ha destacado la amplia participación. Un testimonio más de la
pacífica convivencia, que por encima de las dificultades, impera en la sociedad
española, a la que no ha sido ajeno el manto protector de la Constitución del
consenso.
A notar especialmente el masivo interesamiento por la
muy destacada de la juventud, desde el interés de apostar
ideas, que se ha incorporado así al sistema constitucional,
evidente vocación de futuro, abierto por tanto al ingreso
generaciones.
política de parte
por sus propias
un sistema con
de las nuevas
Otro logro, la presencia de nuevas fuerzas que antes no habían tenido
oportunidad de saltar a la palestra, donde sobresale la amplia capacidad de
convocatoria lograda por los penenes de Políticas, con su Podemos (y hablo de
Políticas y no de la Complutense, pues como se sabe la Facultad de Políticas
tiene unas características muy especiales que no se dan en los demás centros
de la Universidad madrileña), así como el triunfo del patriotismo y del buen
hacer que han sabido imbuir los de Ciudadanos. Sin olvidar el peso
contundente que, a pesar de sus desfallecimientos, han logrado los dos
partidos tradicionales, el Partido Popular, ganador de las elecciones, y el
Partido Socialista Obrero Español.
Pues bien, el aflorar de ideas y el debate, las críticas incluso acerbas y
las propuestas, la condena de las malas prácticas y la sugerencia de fórmulas
alternativas, la defensa de actuaciones pasadas y de los logros alcanzados, el
hermanar las aspiraciones de futuro con el peso de la historia, ha sido posible
1 porque la Constitución, que asume que la soberanía reside en el pueblo
español, entiende que éste debe renovar periódicamente a sus gobernantes,
convocando por eso a los ciudadanos, que tendrán así oportunidad de revalidar
o renovar a la clase dirigente, desde una encomiable llamada a la participación.
Nadie será dueño del poder porque éste lo van a administrar periódicamente
los ciudadanos de todas las edades, viejos, mayores y jóvenes, convocados a
buscar fórmulas para entenderse.
No dejarán de surgir paradojas en este complejo pero apasionante
itinerario. La primera, en torno al clamor que algunos han alimentado de que, a
pesar de sus virtudes, hay que cambiar la Constitución. A veces, quienes más
gritan son los que más le deben, como esos políticos desleales catalanes que
han decretado su abolición, cuando en ella se apoya todo lo que son (por
cierto, que harán falta no pocos esfuerzos para intentar deshacer el entuerto y
animar a los catalanes a que se encuentren a gusto en el amplio y confortable
espacio de España). Acaso, serán necesarias algunas reformas, sí, como la de
que la educación se gestione desde el Estado para que no la conviertan en
escuela de desleales. Pero habrá que pensar muy mucho lo que se hace, ante
todo porque hay que concertar muchas opiniones para que la reforma sea
posible, también porque muchas de las lacras o disfunciones que se censuran
no son achacables a la Constitución, sino a su falta de aplicación, aparte de
que no pocas de las aspiraciones pueden lograrse sin tocar el texto de aquélla.
Segunda paradoja, bien sorprendente, que quiero recalcar con fuerza. Al
enjuiciar la nueva situación se ha cantado con alborozo el fin del bipartidismo,
el que haya que pactar y el que los partidos tradicionales pierdan su tradicional
peso. El resultado electoral nos ha conducido sin duda a un auténtico laberinto,
que no deja de producir zozobra. Pues bien, me da la impresión de que el hilo
de Ariadna capaz de facilitar la salida, si se desecha la fórmula de nuevas
elecciones, tan costosa y laboriosa, que a nadie debiera interesar, pasa por
algunas fórmulas de entendimiento –y uso intencionadamente una expresión
en la que tienen cabida muchas soluciones diferentes-, entre los dos grandes
partidos tradicionales, el Popular y el Socialista, forzados a buscar puntos de
encuentro, superando la acritud, el palpable distanciamiento y las resistencias
aparentes. Puntos de encuentro que uno piensa debieron haberse dado desde
que estalló la tan destructora crisis económica. De modo que, emergieron
nuevas fuerzas, sí, pero indudable peso de las tradicionales, en cuyas manos
está exclusivamente, tras la debida y compleja preparación y concienciación, y
tras el sin duda laborioso proceso de acuerdo, la salida del laberinto en que nos
encontramos. ¿Paradójico, verdad? Creo sinceramente que es la dura y pura
realidad, por muy ilusoria que parezca. Por supuesto, dentro de un Parlamento
plural, en el que a la hora de ir tomando las medidas concretas habrá que
tener en cuenta las diversas voces. Y no se olvide: ¡muy presente siempre, que
la Constitución es un valiosísimo patrimonio común, que todos debemos
defender y respetar!
Lorenzo Martín-Retortillo es catedrático honorífico de Derecho administrativo en la Universidad
Complutense y miembro del Colegio Libre de Eméritos.
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