De qué hablan los HOMBRES cuando hablan sinceramente de SEXO

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apenas dilación, aparecen Marc, Manu, Serge
y Eduard, que han coincidido en la entrada de
la calle. Los invito a pasar y les presento a
Tino y a Mario. Mientras se crean las
primeras conversaciones cruzadas en el
grupo, que se instala en la sala alrededor de la
mesita, voy a la cocina a buscar unas patatas
chip que con los nervios se me ha olvidado
servir. Mientras lo hago vuelven a llamar a la
puerta y aparecen Albert y Pol, a los que
poco después sigue Teo.
Entre las presentaciones y la invitación
a unos y otros para que cojan bocadillos,
apenas tengo tiempo de darme cuenta de que
se han superado mis previsiones de asistencia
más optimistas. Me siento con ellos,
integrándome en el círculo que forman en
torno al sucinto catering, y aprovecho el
primer momento de silencio para poner a
todo el mundo en antecedentes. Les hablo del
origen del proyecto, de mi idea de reunirnos
semanalmente durante tres o cuatro meses,
de mi intención de proponer para cada
reunión una serie de temas y, sobre todo, de
mi absoluto compromiso de guardar
celosamente la identidad de los integrantes
del grupo.
Al cabo de un rato, la bandeja con los
bocadillos sigue casi intacta, sin embargo la
bebida desaparece a buena velocidad. Las
primeras bromas no tardan en llegar y en
llenar los silencios incómodos. Mario,
desenvuelto desde el principio, pregunta si
hay cerveza, a lo que respondo con una serie
de circunloquios que vienen a decir, sin
decirlo explícitamente, que tenía miedo de
que alguien se emborrachara y echara a
perder la sesión. Me pregunta si el próximo
día traeré cervezas, a lo que respondo que por
supuesto, entre otras cosas porque a mí
también me apetece una.
Cuando al cabo de un rato los invito a
pasar a la sala enmoquetada para empezar la
reunión propiamente dicha, me sorprendo
contando los que han venido: 9 de 12. En
realidad, 9 de 11, pues Quim ya ha avisado de
que no podía. No está nada mal, pienso. Me
atrevería a decir que la primera parte de la
prueba está superada. Ahora habrá que ver si
logro crear un clima adecuado para que
expliquen cosas interesantes.
Me siento excitado. Periodísticamente
hablando, claro.
2. Quién soy, de dónde vengo, qué
diablos hago aquí
Después de descalzarnos como si
entráramos en una mezquita, los nueve y yo
tomamos posiciones sobre la moqueta.
Curiosamente, la inmensa mayoría se sienta
con la espalda pegada a dos paredes que
forman un ángulo recto, no sé si por
comodidad o por timidez. Coloco la
grabadora digital en un lugar que me parece
equidistante de todos y les pido que, como
primer paso para entrar en materia, se
presenten y expliquen brevemente sus
motivos para participar en el grupo de
diálogo.
El primero en intervenir es Teo,
sentado en cuclillas a mi derecha. Es el único
que no se ha situado con la espalda en la
pared. Viste bermudas y camiseta, aunque
todavía no ha llegado el verano. Eso, y su cara
risueña, le dan un marcado aspecto juvenil,
que contrasta con una calva indisimulada y
una barba recortada entre rubia y peliroja. Su
actitud desenvuelta y su franqueza le granjean
en seguida la simpatía de todos.
- A mí esto de los monólogos no se me
da muy bien, pero bueno… A ver, tengo 39
años y soy profesor en una escuela de
formación profesional. Seguro que no soy el
único del grupo. Allí donde voy siempre hay
más de uno. Vivo en pareja desde hace cosa
de dos años. Es la primera vez que lo hago.
Lo de vivir en pareja, quiero decir. Y, la
verdad, no se puede decir que la cosa vaya
muy bien. Estoy intentando que el barco no
se hunda, maniobrando entre las olas, pero no
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