Homilía en la Novena en honor de Nuestra Señora del Rocío

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Homilía en la Novena en honor de Nuestra Señora del
Rocío
Iglesia Parroquial de Almonte (30 de mayo de 2013)
Sr. Presidente y Junta de gobierno de la Hermandad Matriz de Almonte,
representaciones de diferentes Hermandades rocieras, queridos almonteños y
almonteñas; hermanos todos en el Señor.
En este “Año de la fe” en el que también se cumplen los doscientos años de la
proclamación del voto perpetuo a la Santísima Virgen del Rocío, damos gracias a
Dios por habérnosla dado como Madre y Patrona, y junto con todo Almonte, que la
aclama con fervor y la venera como excelsa Protectora nos acogemos a su amparo
maternal, poniendo en sus manos nuestros deseos y necesidades personales, al mismo
tiempo que le confiamos las ilusiones y proyectos de esta gran familia de rocieros
que, como Iglesia, se siente unida en torno a la imagen querida y entrañable de Ntra.
Sra. del Rocío.
En este día de novena y, siguiendo la invitación del Papa emérito Benedicto
XVI para este año de la fe, quiero en un primer momento, dirigir con vosotros la
mirada hacia nuestra Bendita Madre para contemplar su figura y venerar su vida, que
para la Iglesia es siempre modelo a imitar, y camino que nos lleva a Cristo.
Es mirando el ejemplo de su vida donde aprendemos que la puerta de la fe se
atraviesa acogiendo, con corazón limpio y libre, abierto y sediento, la Palabra de
Dios, llena de su gracia transformadora. Así lo hizo Ella y así nos lo enseña Nuestra
Señora del Rocío con su Hijo en brazos: que Fe y Palabra son inseparables.
Mirando la fe de María descubrimos que está cimentada en la humildad de
reconocer la grandeza del Señor y la pequeñez de su esclava. En la humildad de saber
que sólo Dios es Señor de cielo y tierra. Es la humildad de reconocer la grandeza de
la misión confiada cantando “Proclama mi alma la grandeza del Señor porque ha
mirado la humildad de su esclava” (Lc 1, 48).
También María nos enseña que la fe no es un sistema de ideas ni un
sentimiento vago. La fe cristiana es poner la confianza en el Dios que se ha revelado
en su Palabra encarnada, en Jesucristo y llevarla a cumplimiento. Parafraseando las
palabras del Papa Benedicto en su primera Encíclica, podemos decir que
María nos dice claramente que “No se comienza a ser cristiano por
una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un
acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la
vida y, con ello, una orientación decisiva.” (Encl “Deus est Caritas”
Introducción)
1
Cuántas gentes han experimentado ese encuentro con el Pastorcito Divino de la
mano de Nuestra Señora del Rocío. Cuántas gentes han encontrado el amor y el
perdón ante la Blanca Paloma que ha originado un cambio en sus vidas. Esa es la fe,
el encuentro con el amor de Dios que marca nuestra existencia y esto, que lo sepan
los detractores del Rocío, se da en Almonte y en el Santuario y esto se ha dado
durante este año jubilar donde tantas personas a través de la confesión, la eucaristía y
la profesión de fe ante la Virgen han obtenido el jubileo y han cambiado el rumbo de
sus vidas.
Y todo ello porque como bien evoca la imagen de nuestra Señora del Rocío a
Jesús lo vamos a encontrar siempre y en primer lugar de las manos de Santa María.
Ella lo lleva y lo ofrece a los hombres, como la rama su fruto. Es lo que tan
bellamente escribió el Papa Pablo VI en su Exhortación Apostólica “Marialis Cultus”
“A Jesús lo encontramos como a la flor de la humanidad
abierta sobre el tallo inmaculado y virginal de María”.
Por otra parte, a la luz de María deducimos claramente que la fe es encuentro,
adhesión a una persona, es un testimonio de vida, es vivir el amor. El acto de fe no es
mero resultado del esfuerzo de la inteligencia, sino que es fruto de la sencillez de
corazón expresada en la oración y en el deseo de Dios que tan bellamente lo expresó
María diciendo “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra”.
Y es ese deseo el que nos ha movido esta tarde para venir a esta parroquia a
celebrar esta Eucaristía en honor de la Reina de las Marismas. Y es precisamente la fe
la que nos impulsa hoy a pedirle a nuestra Blanca Paloma que nos ayude en el camino
de la vida, a pedirle que nos enseñe a abrir de par en par las puertas de nuestro
corazón a la gracia del Espíritu Santo para que “nos transforme en ofrenda
permanente” y hacer de nuestra vida una entrega generosa a los demás.
Es la fe, la que mueve al pueblo de Almonte en la oscuridad de la tragedia que
ha vivido en esos días a acudir a su Patrona a pedirle que ayude a este pueblo y en
especial a esas familias a no dejarse cegar por el mal sino que sea la luz de su
maternidad la que les ayude a seguir caminando, sabiendo que al final del camino
está Ella, la Reina de los cielos porque desde la fe el mal nunca tiene la última
Palabra.
Y con fe venimos hoy a nuestra Madre y Patrona de Almonte para que nos
enseñe a acoger al Pastorcillo Divino en nuestra vida y poder, como Ella, salir al
encuentro de las necesidades de nuestros hermanos para compartir con ellos lo que
nosotros hemos recibido de Dios. Con fe venimos a acoger en nuestro corazón la paz
que como a sus discípulos nos da su Hijo. Con fe y alegría escuchamos junto a María
las palabras del Evangelio "La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da
el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde”.
Por lo tanto, queridos hermanos en este año de la fe pongamos desde ahora
nuestra mirada en nuestra querida Patrona para que Ella “que supo decir «sí» a la
voluntad de Dios, y que nos enseña como nadie la fidelidad a su divino Hijo, al que
siguió hasta su muerte en la cruz” nos conceda un corazón puro y virginal que no
antepone sus propios criterios a los planes de Dios, sino que obedece dócilmente su
Palabra para hacerla vida en la propia vida.
2
Recorramos el camino de la vida con María que mostrándonos a su Hijo nos
invita a poner nuestra mirada en Jesús y caminando con Él poder decir como Pablo,
“ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.
Pidámosle con fe que nos ayude, a sanar la anemia de la vida interior, en
ocasiones tan descuidada y apagada y que nos enseñe a encontrar en nuestra vida
espacios para “oír cada día la Palabra”, reflexionarla y guardarla en nuestro corazón;
espacios para poder vivir junto a Ella en el silencio de Nazaret, en la oración y en el
diálogo con el Señor, participando de la Eucaristía y sirviendo a los demás.
Por otra parte, esta novena es también especial pues coincide con el
Bicentenario del Rocío Chico, donde un pueblo recuerda y enseña cada año a sus
hijos que cuando humanamente todo está perdido María siempre está ahí. Es una
bella forma de enseñar lo que el Evangelio nos transmite en el relato de las bodas de
Caná o en el Calvario donde María abre la puerta de la esperanza diciéndonos que la
última palabra no la tiene el mal, sino que la victoria final es de nuestro Dios.
Hablar de doscientos años del Rocío chico es hablar de la historia mariana del
pueblo de Almonte. Es acercarnos al misterio de la devoción mariana. Por tanto,
mirar hoy la cara de la Blanca Paloma es renovar ese voto de acción de gracias por su
protección. Es descubrir en su sonrisa la de hombres y mujeres que han recibido
consuelo y esperanza en sus vidas. La de hijos que se han encontrado con la
misericordia de Dios tras su mirada. La de personas que han descansado con la
certeza de ver las marismas eternas.
Hablar de doscientos años es hablar de un pueblo que tiene claro que no se
puede ser verdaderamente cristiano sin ser profundamente mariano. Un pueblo que ha
sabido transmitir su amor a María, no sólo a sus hijos, sino a todo el mundo como
bien nos demuestra este jubileo extraordinario, que convierte el Rocío en un referente
para la cristiandad mundial. Es contemplar a un pueblo que vive al amparo de su
Patrona. Un pueblo que no se deja seducir por las modas, ni por lo políticamente
correcto, no lo hizo con los franceses y no lo hace ahora.
Es ese ejemplo de amor a María lo que necesita hoy la Iglesia para afrontar la
nueva evangelización. Es esa unión con María y con su Hijo la única forma de
seducir al hombre de hoy, desorientado por las mentiras del relativismo y las
seducciones del materialismo consumista. Es acogiendo en nuestras vidas al
Pastorcito Divino como podemos junto a María mostrar al mundo que nuestro Dios es
puro amor. Es teniendo claro que bajo el manto de la Virgen del Rocío, podemos
sentir la ternura y el abrazo de Dios como podemos invitar a todos los hombres a
sentir el Rocío del perdón de Dios.
Es viviendo la maternidad de María como podemos, junto al Papa Francisco, invitar a
todos a dejarse envolver por la misericordia de Dios; a confiar en su paciencia que
siempre nos concede tiempo; a tener el valor de volver a su casa, de habitar en las
heridas de su amor dejando que Él nos ame, de encontrar su misericordia en los
sacramentos. Afrontar la nueva evangelización es en definitiva, como bien saben los
rocieros, ser verdaderos hijos de María y gritar con fuerza al mundo entero QUE
VIVA LA MADRE DE DIOS. Que así sea.
+ José Mazuelos Pérez
Obispo de Asidonia-Jerez
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