Pax Augusta - Universidad de Granada

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Pax Augusta
Elena Díez Jorge y Francisco A. Muñoz
La pax es una idea con fuerte proyección en la sociedad romana y que está
prácticamente presente en toda la historia de Roma.
Por ejemplo, la presencia del sustantivo pax es una coonstante en toda la historia
de la lengua y literatura latinas. Desde Plauto a Justiniano, pasando por Cicerón, Salustio,
Varrón, Virgilio, Livio, Lucano, Ovidio, Plinio, Séneca, Suetonio, Tácito, etc., grandes
autores han hecho uso de él para definir un amplio abanico de actividades de la sociedad
romana, ya que se trata de un término que aglutina un amplio campo semántico. Cicerón
por ejemplo afirmaba: «Preferiría la Paz más inicua a la más justa de las guerras»; o C.
Silius Italicus: «La paz es la mejor de las cosas que al hombre le ha sido dado a conocer;
sólo la paz es mejor que innumerables triunfos». Así la paz transmite también otros
valores y mensajes, apelando tanto a virtudes públicas como privadas: es sinónimo de
seguridad entendida en su sentido más amplio, amparo, tranquilidad, inmunidad, justicia,
armonía, solidaridad, protección; además es símbolo de prosperidad, abundancia, garante
de la satisfacción de las necesidades; y a su vez se asocian a la paz una serie de
emociones como el sosiego, la esperanza, la piedad, la buenaventura, el amor hacia los
demás, el altruismo, la filantropía, la ternura, etc.
La pax probablemente apareció primero en el ámbito doméstico y local con unos
significados limitados al acuerdo entre las partes. Pero a medida que Roma procede a su
expansión alrededor de todo el Mediterráneo y va paulatinamente extendiendo su control
sobre los pueblos que lo ocupan, la pax se convertirá en un instrumento de primera mano
e imprescindible para mediar en las relaciones privadas y locales entre grupos en
conflictos, llegando a ser un garante del fin de las confrontaciones bélicas. Será por tanto
un valor deseado de una u otra forma tanto por Roma como por todas las comunidades
implicadas en tales contiendas.
La pax así entendida es lógico que pronto se convierta en un atributo del poder
romano, particularmente del emperador. Irá asociada a la labor de gobierno y a la imagen
de los emperadores y entre otros será Augusto el que erija en uno de los hitos
referenciales cuando se quiere reconocer la difusión y el significado de la pax, pues se
denominó pax augusta precisamente al período de paz establecido por este emperador
después de las guerras civiles.
Cuando en el año 27 a.C. Octavio era investido por el Senado como Augusto, se le
reconocía su «autorictas» casi sobrenatural como liberador del pueblo romano. Esta
liberación sin duda implicaba la idea de paz en la medida en que por un lado libera al
cuerpo de ciudadanos de tensiones internas y por otro garantiza la tranquilidad de las
fronteras. Se le consideró por ello como el instaurador de la misma, como pax entre
ciudadanos, la pax de la «res publica», que además pretende ser la pax imperial. Por otro
lado, podemos considerarlo como instaurador de tal «ideología» que, directa o
indirectamente, estaba presente en todo su programa político que tiene interés en
transmitir a través de un amplio programa iconográfico manifiesto en la producción
artística realizada bajo su patrocinio (arquitectura, urbanismo, literatura, etc.), imágenes
por otra parte con un importante valor propagandístico. Efectivamente, la época augustea
se tendrá como edad idílica de la paz, materializada y perpetuada en la memoria
simbólica sobre todo a través de una obra emblemática como es el «Ara Pacis»,
levantada el año 13 a.C. En el Campo de Marte por orden del Senado para conmemorar
la paz.
Después de Augusto, las imágenes y leyendas con alusiones a la pax aparecerán
sin interrupción en todos los emperadores, salvo contadas excepciones, tal es el caso del
Tempo de la Paz de Vespasiano.
A partir de Roma, la influencia del concepto y de la representación de la pax
romana se dejará sentir en no pocas ocasiones en la posterior historia occidental. Se
convierte en un atributo del poder ya desde la época del emperador Augusto, pasando por
la Baja Edad Media con los escritos de Marsilio de Padua, y llegando hasta el siglo XVI.
La paz se erige como un valor deseable y al que debe aspirar un buen monarca.
Así por ejemplo, en el siglo XVI, estos planteamientos -continuidad del discurso de
la paz y valor político de la misma- se aprecian en el programa simbólico que rodea la
figura del Emperador Carlos V, en el que destaca especialmente el papel asignado al
legado de la Antigüedad greco-romana. Las referencias son abundantes: desde el propio
interés personal de Carlos V que contaba entre sus lecturas preferidas las Historias de
Polibio, y admiraba como primera figura a emular a Julio César, hasta la escenografía
desarrollada en la entrada real en Bolonia al colocarse en las calles el retrato del
Emperador junto a los de Augusto y Trajano- Augusto como fundador del Imperio y
Trajano que llegó a Italia procedente de España.
La Antigüedad es exaltada como una época de expansión, prosperidad y edad
áurea de la paz. En este sentido se quiere ubicar la figura de Carlos V, como un nuevo
César que instaura un nuevo Imperio próspero y de paz. En este sentido hemos de
destacar también el Palacio de Machuca de Granada, que se levanta como un nuevo
monumento a la paz, tal como hiciera Augusto con su Ara Pacis. Las alusiones a la Paz se
encuentran especialmente en la fachada de poniente donde figuras femeninas alegóricas
de la Paz se acompañan de «putti» quemando armas. En el programa iconográfico que se
desarrolla en el Palacio el valor principal gira en torno a la idea del Príncipe asociada con
la virtud de la paz. Del mismo modo, la relación de la paz con un estado próspero y de
felicidad la encontramos visualmente en el frontispicio de un opúsculo relativo a la Paz de
Cambrai con las imágenes de la «Pax Augusta» y la «Felicitas Seculi».
La fascinación y el estudio de la Antigüedad, no obstante, había comenzado antes.
El conocimiento arqueológico, el elogio de las ruinas de Roma, el estudio y transmisión de
la literatura y la tratadística antigua, el afán por coleccionar obras griegas y romanas,
comienza gradualmente al final de la Edad Media y hace explosión en el Renacimiento.
En ese contexto hay que situar la instrumentalización que hace de ella Carlos V. La
emulación de monumentos, su estudio y la transmisión de tratados, grabados y monedad
de la Antigüedad clásica suponían vehículos transmisores e interpretativos no sólo de los
aspectos formales de aquella sino principalmente, de algunos de sus valores.
Así para el discurso simbólico de la paz del emperador se mantienen en este caso
las formas e iconografías romanas. Sin duda, las artes plásticas inciden a primera vista en
un Carlos V victorioso y guerrero frente a un Carlos V pacífico, pero este último está
presente también, máxime si pensamos que la concepción del siglo XVI incluye en el valor
de la paz, la justificación y la posibilidad de la guerra.
No será la última ocasión en que se recita este mito, así a finales del siglo XVII, el
escritor Charles Perrault leyó en el seno de la Academia francesa un poema titulado «El
Siglo de Luis el Grande», en el que se comparaba la época de Luis XIV con esa edad
mística de la abundancia y la felicidad que había sido la de Augusto, aunque consideraba
que la primera era superior a la segunda. Incluso en el siglo XX en el seno de regímenes
de poder totalitario como es el caso del facismo en Italia, se esgrime el mito de la
romanidad para legitimar y justificar la autoridad de Mussolini. El repertorio mostrado a
través de arquitectura, monumentos y escultura conmemorativa, pintura, cartel, etc.,
recoge formas, símbolos, mitología, etc., romanos e imperiales, como se hiciera por
ejemplo en la fachada de ingreso al palacio de exposiciones de la Mostra Augustea della
Romanitá, de Alfredo Scalpelli, o en el estado del Foro Itálico. Y aún dentro de la
imaginería prioritariamente bélica del régimen (como lo demuestra el culto al uniforme, los
desfiles militares, la apología que se hace de la guerra y la muerte...) caben estampas
para la paz, se levantan así símbolos a la justicia, el orden y la paz. Un ejemplo entre
muchos puede se la pintura de Mario Sironi «La Forza, la Giustizia, la Legge e la Veritá».
Y existe sobre todo el deseo de utilizar unas determinadas imágenes que, a tra´ves
de los
especiales y potentes vehículos de propaganda que se crean expresamente desde el
poder, hagan llegar a la sociedad mensajes de prosperidad, armonía social, en suma, el
espejismo de una sociedad feliz y en paz.
Bibliografía:
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MELKO, Matthew (1981), Peace in the acient world. Jefferson, North Carolina,
McFaland.
MUÑOZ, Francisco A. (1998), «La pax romana», MUÑOZ, Francisco A. y MOLINA
RUEDA, Beatriz (Eds.), Cosmovisiones de Paz en el Mediterráneo. Granada,
Editorial Universidad de Granada.
MUÑOZ, Francisco A. y DÍEZ JORGE, Elena (1999), «Pax orbis terrarum. La paz
en las monedas romanas», Florentia Iliberritana, 10.
ZAMPAGLIONE, Gerardo (1967), Guerra e pace nel mondo antico. Torino, Notre
Dame.
Si citas el artículo, cita la fuente:
DÍEZ JORGE, Elena y MUÑOZ, Francisco A. Pax Augusta. En: LÓPEZ MARTÍNEZ,
Mario (dir.), et al. Enciclopedia de Paz y Conflictos: L-Z. Editorial Universidad de
Granada, 2004. Pp. 881-883.
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