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ACERCA DE LA LEGALIZACIÓN
DE LAS UNIONES HOMOSEXUALES
Comunicado de prensa de monseñor Juan Carlos Romanín SDB, obispo de Río
Gallegos con motivo de la unión homosexual realizada en la ciudad de Ushuaia
(29 de diciembre de 2009)
Como es de público conocimiento, nos acercamos a toda nuestra Diócesis de Río
Gallegos para aclarar algunos conceptos referentes a la legalización de las uniones
homosexuales desde la Doctrina de la Iglesia, subrayada en este último tiempo por el
Episcopado Argentino.
"El matrimonio no es una unión cualquiera entre personas humanas. Ha sido fundado
por el Creador, que lo ha dotado de una naturaleza propia, propiedades esenciales y
finalidades específicas. La verdad natural sobre el matrimonio ha sido confirmada por la
Revelación contenida en las narraciones bíblicas de la creación: el hombre, imagen de Dios,
ha sido creado ‘varón y hembra’ (Gn 1, 27)". El hombre y la mujer son iguales, tienen los
mismos derechos y son complementarios.
"El matrimonio, además, ha sido instituido por el Creador como una forma de vida en
la que se realiza aquella comunión de personas que implica el ejercicio de la facultad
sexual. ‘Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y se
harán una sola carne’ (Gn 2, 24). “Dios ha querido donar a la unión del hombre y la mujer
una participación especial en su obra creadora. Por eso ha bendecido al hombre y la mujer
con las palabras: ‘Sean fecundos y multiplíquense’ (Gn 1, 28). En el designio del Creador,
complementariedad de los sexos y apertura a la procreación pertenecen a la naturaleza
misma de la institución del matrimonio. (CIC 1603-1605)
Además, la unión matrimonial entre el hombre y la mujer ha sido elevada por Cristo a
la dignidad de sacramento. La Iglesia enseña que el matrimonio cristiano es signo eficaz de
la alianza entre Cristo y la Iglesia (cf. Ef 5, 32). Este significado cristiano del matrimonio,
lejos de disminuir el valor profundamente humano de la unión matrimonial entre el hombre
y la mujer, lo confirma y refuerza (cf. Mt 19, 3-12; Mc 10, 6-9).
En contraste con lo mencionado previamente y de acuerdo con el Catecismo de la
Iglesia Católica: ‘Los actos homosexuales, en efecto, cierran el acto sexual al don de la
vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual.” (CIC 2357)
Es necesario aclarar que el respeto a estas personas no implica el legalizar sus actos.
Debemos pensar en las generaciones venideras, como los niños, crecerán pensando que
esta conducta homosexual es natural, especialmente si lo hacen en un "hogar"
homosexual.
Pedimos a la sociedad promulgar leyes de acuerdo con el orden moral y al respeto de
los derechos inalienables de cada persona. Como dice Santo Tomás de Aquino: "Toda ley
propuesta por los hombres tiene razón de ley en cuanto es conforme con la ley moral
natural, reconocida por la recta razón". Las legislaciones favorables a las uniones
homosexuales son contrarias a la recta razón porque confieren garantías jurídicas análogas
a las de la institución matrimonial a la unión entre personas del mismo sexo.
En las uniones homosexuales están completamente ausentes los elementos biológicos
y antropológicos del matrimonio y de la familia. Éstas no están en condiciones de asegurar
adecuadamente la procreación y la supervivencia de la especie humana. En dichas uniones
no sólo se niega la posibilidad de la procreación, sino que ante una posible adopción, se le
estaría negando al niño la experiencia de la maternidad y de la paternidad. “En toda
adopción legítima se procede en base a la consigna “la cual no consiste en buscar un niño
para un hogar, sino encontrar una familia para ese niño.” (CEA, Directorio Pastoral
Familiar, nº 178, a)
La sociedad debe su supervivencia a la familia fundada sobre el matrimonio. La pareja
heterosexual dentro de la familia ejerce un rol procreativo y un rol educativo. Una unión
homosexual cambiaría radicalmente lo que hoy entendemos por familia: padre, madre e
hijos. La consecuencia inevitable del reconocimiento legal de las uniones homosexuales es
la redefinición del matrimonio.
"Dado que las parejas matrimoniales cumplen el papel de garantizar el orden de la
procreación y son, por lo tanto, de eminente interés público, el derecho civil les confiere un
reconocimiento institucional. Las uniones homosexuales, por el contrario, no exigen una
específica atención por parte del ordenamiento jurídico, porque no cumplen dicho papel
para el bien común". “Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de
las uniones entre personas homosexuales”, Congregación para la Doctrina de la Fe, 3 de
junio de 2003)
Por otro lado, el no reconocer las uniones homosexuales no deja de lado todos los
derechos que la sociedad le reconoce a cada uno de estos individuos, por lo que es falso
que se diga que tienen menos derechos civiles que otros. Los derechos fundamentales de
toda persona deben ser respetados.
Nos llama la atención que no se haya permitido dar un debate prolongado y profundo
sobre una cuestión de tamaña trascendencia y, en cambio, se haya hecho todo silenciosa y
sorpresivamente. Esto constituye un signo de grave ligereza y sienta un serio precedente
legislativo para nuestro país y para toda Latinoamérica.
Como Iglesia, llamamos la atención a todos los católicos, sobre todo a los que están
involucrados en la política, especialmente a aquellos que ejercen funciones en los poderes
del Estado, recordándoles que resulta un acto inmoral grave el hecho de que un católico
apoye la legalización de las uniones homosexuales.
Reconocer legalmente las uniones homosexuales o equipararlas al matrimonio,
significaría convertirlo en un anti-modelo para la sociedad actual, ya que rechaza valores
fundamentales que pertenecen al patrimonio común de la humanidad. La Iglesia pide
recuperar el respeto por la familia, “lugar afectivo en el que se generan los valores
comunitarios más sólidos y se aprende a amar y a ser amado.” (“Hacia un Bicentenario en
justicia y solidaridad”, CEA, 14 noviembre 2008)
En la fiesta de la Sagrada Familia, celebrada el domingo último, hicimos nuestra la
oración de la Misa pidiéndole a Jesús, a María y a José nos concedan imitar sus virtudes
domésticas y unidos por el vínculo de la caridad, lleguemos a gozar de los premios eternos
del cielo. Y pedimos a los santos mártires inocentes que nos den la valentía y la audacia de
defender siempre la Buena Noticia del Evangelio.
Mons. Juan Carlos Romanín SDB, obispo de Río Gallegos
Provincias de Santa Cruz, Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur
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