¿Se debe reconocer el derecho a contraer

Anuncio
10
LATERCERA Sábado 4 de julio de 2015
FRENTE A FRENTE
¿Se debe reconocer el derecho a contraer
matrimonio a las parejas homosexuales?
María Sara Rodríguez
Emma de Ramón
Profesora de Derecho Civil U. de los Andes
Directora Fundación Iguales
No se puede reconocer
lo que no existe
No hay motivos
para oponerse
L
A RESPUESTA es no. Y
las razones son claras: 1)
No se puede reconocer lo
que no existe ni nunca
podrá existir en la realidad. 2) Legalizar las
uniones homosexuales
socavaría el fundamento de las relaciones humanas de toda la vida social. 3)
Una opción tan contraria a la ecología
social vaciaría de contenido la más básica de todas las libertades: la de vivir
personalmente y con todos los demás
según las propias convicciones.
A continuación desarrollo estas ideas.
Primero. El matrimonio “homosexual” no existe per sé, ni puede llegar
nunca a existir. Por tanto, ni la ley, ni
la autoridad podría jamás reconocer lo
que no existe. Hacerlo sería un abuso
de poder legal, judicial o político; una
nueva tiranía, como la que presenciamos recientemente en “el paraíso de la
libertad”, con la sentencia de la Corte
Suprema de Estados Unidos en Obergefell v. Hodges (2015).
La ecología matrimonial se apoya en
tres factores imborrables, inderogables
e inmodificables. En primer lugar, la
evidencia antropológica de que el
hombre y la mujer son distintos y complementarios. También en la evidencia
biológica de que la perpetuación de la
especie humana sobre la tierra depende de un hombre y de una mujer. Y por
último, en la evidencia social de que los
nuevos seres humanos merecen un padre y una madre que a la vez sean marido y mujer entre sí.
El paradigma tecnocrático con el poder de la ley –manipulado por los intereses de determinados grupos de poder– podría interferir y perturbar la
bella armonía que existe entre estos
tres factores indelebles de la ecología
matrimonial. El resultado sería una catástrofe social más dura y grave que el
daño ambiental. Una hecatombe social
que afectaría a los más pobres, que no
tienen defensa frente a lo que les ofrece
el entretejido social y ambiental. Todo
está unido y entrelazado.
En segundo lugar, el único objetivo
del reconocimiento espurio de lo que
en realidad no existe es su legitimación
legal. Las uniones homosexuales son
contrarias a la ecología matrimonial;
no hay en ellas complementariedad sexual, ni puede haber –por tanto– amis-
tad ni unión conyugal. Las uniones homosexuales son esencialmente infecundas. Sólo el paradigma tecnocrático
podría producir nuevos seres humanos
de una unión así. Los niños merecen
un padre y una madre que sean, a la
vez y establemente, marido y mujer.
Las uniones homosexuales no pueden
ni podrían cumplir esta función social
de una manera respetuosa de la ecología matrimonial y social.
Los hombres y mujeres tenemos el
poder de la técnica y el poder de la voluntad (ley) para intervenir y destruir,
o por el contrario, para hacer resplandecer la belleza de la ecología matrimonial y social. El reconocimiento de
las uniones homosexuales como si fueran conyugales agravaría la ecología
social ya perturbada en la que vivimos,
cuyos síntomas son la violencia, la pérdida de sentido y la angustia.
En tercer lugar, sólo los totalitarismos han pretendido conculcar (por
ejemplo, el marxismo, el nazismo) las
convicciones personales, con gran sufrimiento de miles. Pues bien, legalizadas las uniones homosexuales como si
fueran conyugales, los que no compar-
El único objetivo del
reconocimiento espurio de
lo que en realidad no existe
es su legitimación legal, no
real. Las uniones
homosexuales son
contrarias a la ecología
matrimonial.
ten la tiranía, ¿podrían seguir viviendo
y enseñando conforme a sus convicciones? Los regímenes totalitarios exigieron sumisión; los que se opusieron
–en el mejor de los casos– fueron relegados a Siberia. Algunos volvieron,
otros murieron.
La realidad es superior a la idea. La
ecología matrimonial y social clama
por su lugar en la razón y en el corazón
del hombre. Cuando es reprimido por
la técnica y el poder de la ley, el medio
ambiente natural, cultural y social se
degrada. La vida se hace hostil al hombre sobre la tierra. Se pierde toda armonía, toda esperanza de felicidad
personal y de paz social.
L
OS ARGUMENTOS en
contra del matrimonio
igualitario evocan
siempre a la familia
tradicional: un hombre y una mujer se
enamoran entre sí y
contraen matrimonio, conviven, se
auxilian, procrean y crían a los hijos, envejecen juntos y finalmente
fallecen ancianos rodeados del amor
de una familia.
Siendo esta situación un ideal que
constituye parte importante del desarrollo social al que muchas personas
aspiran, resulta absurdo y arbitrario
que una parte de la sociedad chilena
esté marginada del derecho a ese ideal.
Sabiendo que el amor entre personas
del mismo sexo es una expresión más
de la naturaleza humana, la familia y
la institución que ampara a ese sentimiento entre los heterosexuales deberían ser accesibles a toda la sociedad y
no sólo a quienes tradicionalmente
han tenido acceso al matrimonio.
¿Por qué el amor entre personas del
mismo sexo debería interpretarse
como una amenaza hacia la familia
tradicional?
Somos muchos quienes nos preguntamos de qué manera el matrimonio
igualitario puede revestir un peligro
para la familia. Cada día somos más
los que pensamos que, al contrario, la
consolida como núcleo fundamental
de nuestra sociedad. Al entrar bajo el
alero del Estado, estas familias diversas pueden llevar su vida adelante
con mayor dignidad, mediante la
consolidación de lazos afectivos, sexuales, de identidad, solidaridad y de
compromisos mutuos institucionalizados de quienes desean tener una
vida en común. Y al ser testigo el Estado de la consolidación del amor de
todo tipo de parejas, también se abre
por delante el camino del reconocimiento social, la pertenencia y no discriminación.
El matrimonio debiera interpretar la
voluntad de dos personas de vivir juntas, de darse auxilio mutuo y de formar una familia, cuidando a los hijos
–biológicos o no- que la integran o la
integrarán. Entendiendo que el cuidado no es sinónimo de la procreación
de un hijo; tampoco queda claro cuál
es el obstáculo o el prejuicio que hace
a algunos escandalizarse y rechazar de
plano a las familias copaternales o comaternales. Un niño que crece junto a
dos madres o dos padres goza de la
misma felicidad y plenitud que cualquier otro que cuenta con un ambiente familiar amoroso y propicio para su
desarrollo integral.
Muchos sueñan con toda la fuerza y
la legitimidad de este amor tantas veces prohibido: dos mujeres se enamoran entre sí; dos hombres se enamoran entre sí. Hacen crecer y fortalecer
su amor, compromiso mutuo y su ilusión expresada en cosas tan simples
como pasar la vida juntos, amarse,
cuidarse, ser leales entre sí y un día
contraer matrimonio junto a sus familias de origen, mostrándoles su
amor y compromiso sin vergüenza,
sin temor. Tal vez con el tiempo, traer
a un niño a su hogar, un hijo de alguno de ellos, tal vez un niño que pueda
ser adoptado si es que alguno de ellos
no quiere o no puede concebirlo biológicamente. Crían a los hijos que han
integrado a este núcleo, se desvelan y
trabajan por ellos, les ofrecen un mejor futuro, los ven crecer y hacerse
Sabiendo que el amor entre
personas del mismo sexo es
una expresión más de la
naturaleza humana, la familia
y la institución que ampara a
ese sentimiento entre
heterosexuales deberían ser
accesibles a toda la sociedad.
hombres y mujeres de bien, envejecen
juntos y finalmente fallecen rodeados
del amor de una familia. Porque el
matrimonio y la familia representan
un amor que perdura más allá de la
muerte a través de los hijos que proyectan ese amor en el tiempo.
¿Por qué se nos niega el derecho a
este ideal? ¿Sólo en virtud de las creencias religiosas de algunos en el contexto de un Estado laico? ¿Puede ser
sostenido por legisladores y jurisconsultos este argumento en un Estado
cuya Constitución reconoce el derecho a la igualdad? Confiamos en que
el criterio transite hacia el respeto y la
inclusión de todos los chilenos.
Descargar