Soy más que mis manos. Los diferentes mundos de la mujer en la maquila* de Cirila Quintero y Javier Dragustinovis Mireya Scarone Adarga** Como su nombre lo indica, Soy más que mis manos. Los diferentes mundos de la mujer en la maquila, de Cirila Quintero y Javier Dragustinovis, propone un enfoque multidimensional, novedoso, para el análisis de las condiciones en la que viven y trabajan las trabajadoras de la industria maquiladora de Matamoros, Tamaulipas. Se trata de una visión que se plantea el reto de ir más allá de lo económico, de las estadísticas y de los conceptos reduccionistas que en los seres humanos que son las trabajadoras sólo aciertan a ver: mano de obra, fuerza de trabajo, manufactura, población económicamente activa, producto interno bruto. Los testimonios y las imágenes que les acompañan aportan un mosaico de retratos personales complejos que son útiles para una mejor comprensión de los significados de las experiencias de las informantes desde seis planos diferentes (o mundos, como les llaman los autores) de la realidad en la que transcurre la existencia de estas trabajadoras. Es así como nos vamos interiorizando en las características de ciudad fronteriza de Matamoros y las transformaciones que ha experimentado a partir de la instalación de las maquiladoras; en la forma como estas mujeres se han adaptado a las exigencias del trabajo en la fábrica; en la presencia fundamental del sindicato como organizador colectivo de la conciencia y de las necesidades de las trabajadoras; en las dificultades de la vida cotidiana en la familia y en el hogar; en las historias de vida relatadas por cada una de las protagonistas, y en los sueños y expectativas que surgen a partir de su ingreso a la actividad laboral. Un factor esencial que sin duda enriquece a la investigación es el material fotográfico, pero más aún los dibujos hechos por las propias trabajadoras, que no sólo demuestran lo correcto de la expresión “una imagen vale más que mil palabras”, como lo plantean los autores, sino que constituyen una ventana por la que nos asomamos a las vivencias personales, con una profundidad tal que, por momentos, hace cobrar vida propia a los relatos. Mi lectura no es la de la víctima de la maquiladora que se queda paralizada; al contrario, he recogido aquellos elementos que evidencian que no son mujeres de “manitas delicaditas”, como a ellas se les ha hecho creer: son mujeres que cotidianamente llevan a cabo acciones de resistencia. Concebirlas como víctimas de la maquiladora es negar toda su capacidad de respuesta ante las adversidades que se les presentan, su comprensión de su condición de obreras en la maquila y el reconocimiento de sus acciones para ganar espacios y seguir creciendo. El libro nos aporta una nutrida gama de experiencias de la vida laboral y cotidiana del quehacer de las trabajadoras de la industria maquiladora de Matamoros que evidencian un claro control sobre su vida presente y futura. Su ingreso al trabajo las lleva a modificar radicalmente la vida constreñida al ámbito doméstico que tenían en sus poblaciones de origen; paradójicamente su ingreso a la maquiladora les abre un panorama de posibilidades de tomar decisiones sobre el futuro de sus vidas. Muchas de ellas se vieron obligadas a emigrar de sus lugares de origen, algunas se quedaron en Matamoros, pese a que originalmente tenían la intención de irse “al otro lado”. Entre las poblaciones de donde provienen mencionan El Higo, Antonizargo y Temporal, de Veracruz; Río Verde, Chiapas; San Luis Potosí y diversos municipios de Tamaulipas. En varios casos, cuando van de vacaciones a sus pueblos regresan con algunos miembros de la familia para emplearse en la maquila. La maquiladora constituye, en este marco, una genuina oportunidad para estas mujeres pobres y madres de familia en su mayoría. Ellas mismas consideran que su experiencia laboral en la fábrica ha sido una fuente inagotable de aprendizaje y de apoyo a la economía de sus hogares. Por ejemplo, Rocío (una de las 40 testimoniantes) se refiere a su experiencia en la maquila como una parte importante de su desarrollo personal: “me gusta mucho mi trabajo, siempre he pensado que el trabajo engrandece y dignifica a las personas”. En sus testimonios, las trabajadoras tienen una valoración muy alta de su importancia en la economía del país por el trabajo que desempeñan en la maquiladora. Es contundente la presencia de una clara conciencia de clase, ellas se asumen como obreras y se sienten orgullosas de pertenecer a una organización sindical, que es como la cuna de sus conocimientos sobre derechos laborales y su crecimiento como personas; además, les provee el espacio para su participación sindical, la experiencia de la huelga, las revisiones de contrato y de tabuladores salariales. El sindicato es importante en la vida de estas trabajadoras, pues constituye un espacio de interacción con otras trabajadoras y trabajadores, de aprendizaje sindical, de lealtad sindical en ellas. Esperanza dice: “me gusta convivir con ellos porque aprende uno mucho con ellos, voy conociendo personas… yo estaba desempleada, fui al sindicato y empecé a trabajar”. Por su parte, Raquel asegura: “uno de los momentos más importantes de mi vida fue cuando pertenecí a la comisión de Higiene y Seguridad, sentí que era muy importante ayudar a mis compañeros y enseñarles lo importante que es la seguridad en el trabajo”. Entre las conquistas sindicales más preciadas que mencionan las trabajadoras, figura la semana de 40 horas, pues antes trabajaban 48 horas. Por desgracia, en otras plantas la situación es a la inversa. En sus relatos expresan su capacidad de organización colectiva ante los cierres de las plantas; así, Alma recuerda: “realizamos un paro porque creíamos que los patrones se iban a ir; no permitimos que sacaran nada de la planta, porque en ese entonces varias empresas habían huido dejando a los trabajadores sin haberlos liquidado”. Una queja constante y recurrente de la mayoría de los relatos son los bajos salarios, su poca capacidad adquisitiva de bienes y servicios, frente a la alta productividad y puntualidad que les exige la empresa. A las testimoniantes les gustaría tener mejores condiciones de trabajo, mejores prestaciones y salarios. Algunas realizan otra actividad económica para aumentar sus ingresos. Las demandas más constantes que encontramos están relacionadas con el transporte, del que denuncian su alto costo, su mala calidad, la ausencia de toda actitud de servicio de los operadores, además el transporte urbano es insuficiente; en las colonias faltan los servicios de limpieza y alumbrado público; también reclaman más seguridad a su integridad física, pues se han registrado asaltos a trabajadoras. Frente al desempleo y el subempleo con muy bajos ingresos, estas mujeres han preferido trabajar en la maquila, pues sus expectativas económicas fuera de este sector son inciertas, es el trabajo informal, sin prestaciones ni seguro social; antes algunas se empleaban en el servicio domestico, otras en tiendas de abarrotes o se quedaban en casa dependiendo de los ingresos de la familia. La vida de ellas transcurre entre la disciplina sindical, las responsabilidades familiares y domésticas y el control de la supervisión de las plantas. Consideran su trabajo extenuante, lo que las hace sentirse mal cuando están encerradas trabajando sin poder levantarse cuando lo necesiten: “siempre tengo el agotamiento psicológico, más no el físico”, asegura una de ellas. Algunas describen el medio ambiente físico de trabajo como “bochornoso, muy caliente”. Al respecto, Imelda añade: “nos ha tocado material que tiene rebaba, o que está muy polvoso, o el carbón a veces lastima la nariz”. Por su parte, Patricia aporta: “Estás parada todo el día… debes estar concentrada en lo que estás haciendo porque si no te cortas con la navaja”. En muchos casos, el problema más fuerte que se ha presentado en sus vidas es el sentimiento de culpa por no estar con la familia, situación que forma parte de la lucha cotidiana por conciliar su vida laboral y familiar. En este contexto, muestran sus preocupaciones por no tener en dónde dejar los hijos cuando se van a trabajar, pues algunas de ellas no cuentan con servicio de guarderías. Lupita nos comenta: “hay compañeras que me cuentan que dejan a los hijos encerrados, los dejan solitos, no tienen quien les cuide a sus hijos”. Precisamente Alfreda nos relata su propia experiencia de ser a la vez madre y padre de familia, a la vez trabajadora “mis hijos estaban muy chicos cuando yo llegué aquí; tenía que dejarlos, el más chico tenía un año y tenía que dejarlo solito todo el medio día porque mis otros hijos estaban en la escuela”. Encontramos una descripción de la manera como en las maquiladoras se abrió la contratación masiva de personal femenino. Su explicación es que “el trabajo es manual” y se requieren “manos delicaditas” para realizarlo, por lo que las mujeres suponen que son empleadas en vez de los hombres. Pero más adelante vemos como en realidad compiten con los hombres, se consideran más responsables, pues ellos toman y se incapacitan, mientras que ellas no lo hacen porque tienen la obligación de atender a la familia: “el hombre se va al trabajo y no hace nada en su casa”, dicen. Alejandra hace una descripción de cómo las trabajadoras perciben a los hombres junto a ellas: “Cuando mi segundo matrimonio, empecé a tener muchos choques con mi marido porque a él no le parecía, no sé si sería machismo o ideas de él, pero siempre se lo decía. ‘yo trabajo, yo hago la casa, yo atiendo bebés, lavo cuando llego; yo plancho, yo hago de comer, yo hago lonche. Entonces no sé cuál es tu incomodidad, ¿que yo sobresalga más que tú? o ¿qué yo gane más que tú?’. Porque en cierto modo eso era algo que le incomodaba”. Una queja permanente en ellas es la falta de apoyo social en el ambiente de trabajo, para su responsabilidad, su productividad, por ejemplo, a María de los Ángeles le gustaría “que reconocieran nuestro trabajo; principalmente que vean que le estamos echando todas las ganas y que nos apoyaran, en lo económico, porque está difícil la situación”. Las actividades en la maquila van desde ensambladoras manuales, de tornillos, hasta soldadoras, operadoras de máquinas y operadoras multifuncionales. Una de las más jóvenes reconoce lo pesado y cansado de su actividad, a diferencia de sus compañeras que tienen mucha antigüedad en las plantas. Su vida transcurre en la amenaza permanente de la inestabilidad en el empleo por los despidos y el cierre de plantas: “es una experiencia difícil para nosotros” declararon; especialmente cuando no desconocen sus derechos laborales y se someten por la necesidad del empleo a aceptar salarios aún más bajos, con una jornada de trabajo de 8 horas más a la semana y trabajos por contrato con duración de 90 días. No obstante, hay avances en otras áreas: en algunas plantas antes se utilizaban máquinas manuales o de aire, no tenían comedor, por lo que comían en los baños o debajo de unos árboles. Ahora cuentan con maquinaria sofisticada, computadoras, hay más seguridad en las máquinas y cuentan con comedor. Finalmente, sin que mis observaciones representen demérito alguno para el valor del libro, cuando leo, por ejemplo: “hacemos juntas de cómo va el proceso”, me quedo con la sensación de que faltó profundizar qué discuten en esas juntas, o qué pasa entre ellas cuando alguna no está cumpliendo los estándares de producción. De igual forma, no se percibe ninguna crítica a los sindicatos, sobre posibles inconformidades en la gestión de las demandas de sus agremiadas. Tampoco nos enteramos de qué es lo que sienten estas mujeres cuando están en el trabajo y sus hijos están enfermos o solos en sus casas. *Libro presentado en el Seminario "Cuatro décadas del modelo maquilador en el norte de México", 30 y 31 de octubre de 2006, en Hermosillo, Sonora. **Estudiante del doctorado en Ciencias Sociales de El Colegio de Sonora, con Especialidad en Epidemiología, [email protected]