Roma, 24 de julio de 2002

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INSTITUTO HIJAS DE MARÍA AUXILIADORA
Fundado por San Juan Bosco
N. 843
UN GRACIAS A CORO
Queridas hermanas:
Hemos llegado al término de nuestro servicio. Dentro de pocos meses, la
Asamblea capitular habrá elegido el nuevo Consejo general y algunas de
nosotras dejarán la tarea de animación que juntas hemos llevado a cabo
por el bien del Instituto.
Mientras todavía permanecemos juntas, deseamos expresaros un gracias
muy grande porque habéis sido nuestras compañeras de camino atentas
y acogedoras. Aceptando armonizaros con nosotras, nos habéis
permitido componer una música sin desentonar demasiado.
Hace algún tiempo, intentando sintetizar este período de servicio y sobre
todo para darnos gracias recíprocamente, elegimos la imagen de un larga
música para seis años.
Algunas hermanas nos han pedido compartir el sentido de esta
expresión. Pensamos que podemos hacerlo ahora, con sencillez, como
mirada de conjunto sobre lo que esto ha sido, que todavía es y que sigue
en el tiempo.
Empleamos el lenguaje simbólico porque es más flexible y universal.
Capaz de hablar muchas lenguas. Al ser esta carta colectiva una
despedida, nos parece más apta para la evocación, que deja espacios
abiertos a la integración de cada una con sus experiencias, sus ritmos y
se presta a convertirse en mirada común del conjunto sobre los años
apenas transcurridos.
La metáfora de la orquesta en torno a la única partitura nos parece la más
idónea para expresar la búsqueda de unidad, de armonía, de nuevas
relaciones, que está en la base de la Programación del sexenio.
Al principio, tampoco para nosotras fue fácil entrar en una composición
que veíamos positiva, pero difícil de ejecutar como orquesta.
Cada una tocaba bien su propio instrumento. Pero se trataba de
armonizarlo con los otros. Con paciencia y constancia, y sobre todo en
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actitud de disponibilidad al Espíritu, hemos podido recorrer el camino de
unidad en la diversidad, que cada día, si bien con trabajo, nos ha hecho
inventar nuevos ritmos, nos ha puesto a la escucha de los acordes, nos
ha hecho descubrir notas de comunicación para interconectar-nos, para
poner en red los recursos en el Consejo general y luego, desde Roma,
comunicarlos en círculos concéntricos, hasta los lugares extremos del
mundo.
Desde la única partitura del Evangelio y de nuestra Regla de vida hemos
sacado melodías distintas por ritmo y tonalidad, pero siempre marcadas
por el leit-motif de la relación.
Por esto, nos ha parecido oportuna y prioritaria la constante conversión
de los modos de pensar, comunicar y actuar.
Ha sido necesario velar para que las diversas ideas no se convirtieran en
motivo de división, impidiendo la creación de conexiones y la búsqueda
de lo que nos une.
Se ha requerido mucha atención para afrontar los riesgos, siempre
presentes, de una comunicación vertical, unidireccional, para, en cambio,
entretejer una comunicación circular que se enriquece con las ideas de
todos.
De un actuar aislado, en el que cada uno intenta firmar las propias
realizaciones, nos hemos puesto en camino, con todas vosotras,
buscando con tenacidad alcanzar una parábola de comunión.
La búsqueda continua de la coordinación para la comunión ha hecho
nacer una melodía con la que partimos cada día con la implicación de
nuestras comunidades y que acompaña como un indicador amigo el
camino de la formación.
Esta animación coordinada y convergente, esta administración de los
recursos tiene no obstante todavía, tonos altos y bajos, compases de
espera que podrían hacer pensar en un retraso del rimo deseado.
Es la música sufrida de la vida, que actúa en la incertidumbre, en el
cansancio y pide un suplemento de vigor para de nuevo alzarse
purificada.
La prisa por actuar, las urgencias que nos apremian por todos lados, la
demanda de resultados rápidos y bien elaborados podrían hacernos
preferir un protagonismo individual frente a la lentitud a veces conflictiva
de la colaboración. El resultado sería una composición rápida pero
monocorde, sin aquella variedad de tonos que constituyen la riqueza de
una melodía.
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En el fluir de notas inéditas ha tomado, por el contrario, un cuerpo, una
armonía suave o encendida de tonalidades fuertes, a veces veteada de
dolor, con espacios de silencio, ricos preludios de nuevas armonías.
Siempre una música vital que, juntas, hemos buscado expresar en la
partitura-guía del Proyecto formativo.
Y ahora, sobre esta única partitura, están naciendo nuevos fragmentos
musicales tocados con los instrumentos locales, las asonancias familiares
de la propia cultura armonizadas en el carisma.
La clave musical de la relación nos ha hecho descubrir también el
verdadero rostro de la ciudadanía evangélica: una dimensión de la
solidaridad, un espacio no excluyente en el que son bienaventurados los
pobres, los débiles, los que lloran y tienen hambre de justicia.
El largo musical de las Bienaventuranzas nos ha sugerido tonalidades
alternativas, disonantes con las charangas del consu-mo. Nos ha
apremiado con las notas fuertes de los constructores de paz y con las
límpidas melodías de los puros de corazón.
Bienaventurados, nos ha enseñado Jesús en su sermón de la montaña,
son los que construyen armonías paradoxales, que saben unir elementos
que con frecuencia permanecen distanciados entre sí: el hambre con la
saciedad; la pobreza con la riqueza; el llanto con la alegría.
Aquí se trata también de saber unir, de crear comunión. En la ciudadanía
evangélica nace un dato relacional; por lo tanto no se actúa sólo para
obtener derechos para sí, sino que existe una tensión hacia los demás, el
cuidado del otro.
De esta única clave han surgido armonizaciones diversas y
complementarias: la música personal; la comunitaria, de una comunidad
abierta a las preguntas del mundo; la melodía misteriosa y fascinante de
la ansiada relación con el Señor de la vida.
Con este motivo, en el sexenio, han sido diversas las ocasiones en las
que nos hemos sentido particularmente llamadas a ser conciudadanas de
los santos y por consiguiente a reavivar el fuego de nuestra relación con
Dios.
El acontecimiento del Jubileo, el renovado sí a la Alianza, las
celebraciones de la santidad de los mártires y de nuestras hermanas
mártires españolas, de sor María Romero, de Luís Variara y de Artémides
Zatti, del cincuentenario de la canonización de María Dominica
Mazzarello y del 125º de la primera expedición misionera nos han
propuesto de nuevo aquel camino de seguimiento que nuestros
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Fundadores nos han indicado como vía preferencial para todos.
Los reclamos del Rector Mayor en este sentido constituyen la nota actual
para intercalar en la música que estamos tocando en este tercer milenio,
en que las nuevas generaciones expresan de maneras diversas el grito y
la sed de espiritualidad.
La clave musical de la relación es el tema generador de los santos, que
han mantenido relaciones de íntima y profunda comunión con Dios, con
los hermanos y las hermanas, con los jóvenes, con cada realidad creada,
haciéndose signos de aquella unidad en el amor que es la vida de la
Trinidad.
Llegadas al final de una etapa del recorrido, mirando con paz el camino
realizado, os agradecemos el haber caminado con nosotras. Nos esperan
otras metas: la más inmediata, la del Capítulo general, donde tendremos
la percepción de cuanto nos espera. Tal vez etapas difíciles, implicativas.
De nuevo seremos sorprendidas por la incertidumbre, que sigue siendo el
signo típico de nuestro tiempo complejo, pero el actuar juntas nos dará
ánimos. Todas estamos llamadas a aportar nuestras iniciativas, aunque
sean pequeñas y pobres. A todas se nos pide que hagamos sonar
nuestra nota en la partitura.
Os damos nuestro gracias a través de María, música de Dios, para que lo
transforme en bendiciones para vosotras, vuestras vidas, vuestros
sueños. Ella, que siempre ha sido nuestra maestra de coro, nos ayude a
armonizar la orquesta que formamos con los jóvenes, las antiguas
alumnas, los laicos que comparten el carisma y con toda la Familia
salesiana.
Roma, 24 de julio de 2002
Con afecto
La Madre y las Hermanas del Consejo
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