Clara de Asís: el resplandor del amor

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 Fr. Adrián Setién Peña
Misionero Capuchino
Fiel misionera del amor de Cristo pobre y crucificado
Clara de Asís: el resplandor del amor
Asís, a finales del siglo XII, es una pequeña ciudad de Italia, al norte de Roma. Al poderío de la vieja
nobleza, le ha salido competencia con los comerciantes, que se las ingeniaron para producir riqueza sin
contar con la tierra propiedad de los nobles. Con la nueva riqueza en sus manos tutearon a los viejos
señores y caldearon el ambiente social, político y económico. Por otra parte, los comerciantes, con sus
viajes a tierras remotas, contribuyen a divulgar las novedades y a crear canales estables de
comunicación. Se puede decir que la sociedad de Asís en ese final de siglo está nerviosa, inquieta, a la
expectativa... Está en crisis.
En esta sociedad va creciendo el joven Francisco Bernardone, su padre es un rico comerciante que ha
hecho buena fortuna viajando al corazón de Francia, a la Picardía, a Provenza... y trayendo a su tienda de
paños, en Asís, hermosas telas, encajes, bordados. Es una mercancía muy cara, pero muy solicitada como
forma de acreditar una condición social en ascenso. El joven tiene en su casa paterna lujo, comodidad y
dinero.
Francisco lleno de inquietud
Francisco se hace famoso entre los jóvenes de su edad por su alegría, su capacidad para la parranda y la
abundancia de recursos de que dispone. Durante un tiempo vive un mundo de fiestas, de banquetes, de
diversión. Un día decide buscar algo nuevo en la milicia, primero y en la caballería después. Nada de eso
le convence. Se queda sin horizonte y, diríamos, sin piso. ¿Qué va a hacer con su vida? Nadie entiende
esa pregunta ¡Tiene al alcance de sus manos lo que todos los jóvenes de su tiempo desean! ¡Excelente
posición social, dinero, futuro prometedor en la tienda de paños de su padre!
Buscando en la soledad
Francisco se siente solo y se retira de su familia, de su sociedad, de sus amigos de hace unos días. Vive a
las afueras de Asís. Allí, en una pequeña iglesia, se encuentra con Cristo crucificado que le mira desde el
icono, con sus grandes ojos abiertos. Será un acontecimiento: el sentido de su vida será el seguimiento de
Cristo. Aquel primer chispazo se convierte en un incendio que lo transforma totalmente. Comienza así a
leer el evangelio y a ponerlo en práctica.
Ahora, lleno de Dios
El encuentro personal con Jesucristo le llena de alegría, de entusiasmo, de optimismo.
Es Dios que se encarna, se hace pobre y muere en la cruz por él, por Francisco Bernardone. Es tanta su
euforia que pasea por la campiña de Asís gritando: ¡el amor no es amado!
Su perfecta y verdadera alegría
En una oportunidad unos bandoleros le asaltan y lo golpean. Él se levanta del suelo, se sacude y sigue
gritando con más fuerza su gran descubrimiento. Por un lado la emoción de conocer a Cristo y, por otro,
el mandato del mismo Cristo, lo empujan a compartir con los demás su descubrimiento: ha nacido un gran
misionero.
Misionero de Cristo pobre y crucificado
De momento empieza predicando a sus paisanos, en la misma ciudad de Asís, en las plazas públicas, en
los alrededores, en las comarcas vecinas. Su horizonte se va ampliando... Llega hasta Siria y Egipto
predicando a los musulmanes la persona de Jesús. Sus actitudes radicales de repente parecen locuras,
pero a muchos los hacen pensar y les dan la pista que buscaban para enrumbar su vida. En definitiva su
predicación consiste en compartir su experiencia: conoció a Cristo pobre y crucificado.
Una oyente entusiasta
Uno de los sitios donde predica es la plaza de la Catedral: el corazón de Asís. A esa plaza da la fachada
del palacio de la noble familia de los Offreduccio. Allí vive una muchacha de 17 años que se entusiasma
con la predicación de Francisco. Tienen muchas cosas en común y tendrán muchas más a medida que
pasa el tiempo. La gran coincidencia es que teniendo posición social, dinero, futuro ... No están
conformes. Clara tiene una fuerte personalidad, tiene carácter para conseguir lo que desea y es capaz de
enfrentar las dificultades y contradicciones, todo envuelto en una exquisita ternura.
Clara, mujer decidida y de fuerte tesón
Ha tenido una buena educación y una familia profundamente creyente. Su madre Hortolana ha realizado
varias peregrinaciones. Teniendo en cuenta las dificultades de los viajes en aquellos tiempos, esto nos
refleja una mujer decidida, valiente y emprendedora. Esa herencia dejará a Clara. Clara, además es joven
y fresca, no hay en su pasado nada turbio que la avergüence. Su corazón ansía amar y su inocencia no
será obstáculo para un amor apasionado.
Nacimiento de un amor Francisco y Clara entran en contacto, él tiene veinticinco años, ella tiene diecisiete. Francisco comunica a
Clara su gran descubrimiento: Cristo pobre y crucificado. En sucesivas entrevistas clandestinas le van
haciendo partícipe de sus reflexiones y vivencias. Y en el joven corazón de Clara nace un gran amor. Un
amor apasionado, intenso, en crecimiento. Amor a Cristo crucificado que tanto le amó a ella, que le amó
primero. Que vio y experimentó el corazón de Clara en aquellos primeros encuentros nos lo puede decir
un fragmento de una carta que escribió 42 años más tarde a Santa Inés de Praga:
"Mírale hecho despreciable por ti y síguele hecha tú también despreciable en este mundo. Observa,
considera y contempla, arde en deseos de imitar a tu esposo, el más hermoso entre los hijos de los
hombres. Convertido por tu salvación en el más vil de los hombres, despreciado, golpeado, azotado de
tantas maneras en todo su cuerpo, muriendo entre los atroces dolores de la cruz".
Esposa fiel y apasionada
Clara ha encontrado el sentido de su vida: será esposa de Jesucristo, incondicional y para toda la vida.
Con el ímpetu de su juventud, sin consultarlo con nadie más que con Francisco, escapa de la casa paterna
y corre a la iglesia de la Porciúncula, donde vive Francisco con sus primeros compañeros de aventura.
Allí se hace cortar la cabellera como signo de consagración a Dios.
Sirviendo en todo al Crucificado
Tendrá que vencer la oposición de su familia y encontrar una forma de vida "aceptable" para su tiempo.
Al final terminará enclaustrada en la pequeñísima casa que crece junto a la ermita de San Damián. Allí, a
los pies del icono de Cristo crucificado, el de los grandes ojos que habló a Francisco, embelesada delante
la presencia de Jesucristo sacramentado presente en la Eucaristía; Allí, vivirá recluida, en silencio,
luchando por el privilegio de ser como su esposo, pobre y sin posesiones.
Abrázate a Cristo pobre
Será siempre fiel hija de Iglesia, pero mantendrá un pulso con la más alta jerarquía porque la quieren
obligar a poseer rentas. Desde su larga experiencia le aconsejará a Santa Inés de Praga: "Si alguno te dice
o te insinúa otra cosa que te impida el camino de la perfección que has abrazado o que parezca estar en
oposición con la vocación divina, ¡Con todos los respetos, no le hagas caso, sino, abrázate, virgen
pobrecilla, a Cristo pobre!"
Misionera por fidelidad a su esposo
La adhesión de Clara a Cristo es total, no sólo aprende de él y vive como él, también se identifica con sus
intereses. Como Francisco, su primera reacción es divulgar su gran hallazgo: Cristo crucificado.
Convence a su hermana Inés y a su hermana Beatriz para que se consagren a Cristo en la humilde vida
enclaustrada, también lo harán su madre Hortolana y su prima Amanda. Clara se considera "colaboradora
del mismo Dios y sostén de los miembros vacilantes de su Cuerpo inefable".
Prisionera y misionera de amor
Clara permanece enclaustrada en el pequeño convento de San Damián el resto de su vida, más de cuarenta
años. A simple vista se podría creer que muy poco pudo ella hacer para difundir el mensaje de Jesús. En
realidad la Misión es fuego que se difunde y el fuego nace del corazón. Y para esto no hacen falta ni
viajes ni multitudes.
El libro de las Florecillas tiene una página que nos ayuda a comprender esto: "...Sucedió que a la gente de Asís, de Betona y de los contornos les parecía que la Iglesia de Santa María
de los Ángeles, y todo el lugar y el bosque que había entonces en torno estuviese en llamas y que un gran
incendio lo invadía todo. Por eso la gente de Asís acudió de prisa para venir en su socorro, convencidos firmemente de que todo
estaba ardiendo. Pero cuando llegaron vieron todo ileso e intacto. Y entrando dentro hallaron al
bienaventurado Francisco con Santa Clara... arrebatados en éxtasis en el Señor. Comprendieron
claramente que aquel incendio era el fuego divino que inflamaba a aquellos santos."
Luz resplandeciente que ilumina toda Europa
Ese resplandor que asombró a los habitantes de Asís sería el símbolo del resplandor que salió de San
Damián y se fue sembrando por toda la geografía. Clara, virgen fecunda, se constituyó en madre de
cientos de hijas que fueron fundando monasterios de vírgenes pobres que con su ejemplo testimoniaran su
amor a Cristo pobre y crucificado y con su oración auxiliaran a los miembros vacilantes de su cuerpo.
Todavía Clara vivía en San Damián y ya sus hijas estaban esparcidas por toda Europa. De San Damián
salía la brasa encendida que después se convertía en incendio. Auténtica educadora
Clara no es una teórica que escribe tratados. Las lecciones las da en la vida de cada día. Las hermanas
aprenden conviviendo con ella. Las actas del proceso de canonización reflejan a la perfección las dotes
pedagógicas de Clara y su capacidad para comunicar sus vivencias. Por eso aunque los monasterios se
funden muy lejos y aislados la influencia de Clara perdurará siempre.
Pendiente siempre de la Misión
Clara seguirá en Asís, que es el corazón de la Orden de los Hermanos Menores. Allí van llegando las
noticias del empeño misionero de los hermanos. Clara escucha y vibra de entusiasmo al saber que los
discípulos del crucificado llevan su mensaje a todas partes. En 1219 el capítulo de Pentecostés decide
enviar misioneros a Marruecos. Fray Bernardo y sus cuatro compañeros fueron a despedirse de Clara, ella
prometió su apoyo en la oración. Al año siguiente llegó la noticia de su martirio. A este propósito Sor
Cecilia atestiguaría en el proceso de canonización de Clara: "...Al enterarse de que en Marruecos habían
sido martirizados algunos frailes, dijo que quería ir allí, porque deseaba soportar el martirio por amor
del Señor"
Vidas de entrega
San Francisco, como Clara, vivió la pasión misionera. Él sí pudo ir a Siria a predicar el Evangelio al
sultán Melek-el-Kámel. «Poco después se dirigió hacia Marruecos a predicar el Evangelio al Miramamolín y sus correligionarios.
Tal era la vehemencia del deseo que le movía, que a veces dejaba atrás a su compañero de viaje y no
cejaba, ebrio de espíritu, hasta dar cumplimiento a su anhelo" (l Cel 56). Encuentro de dos almas apasionadas por la misión
A su vuelta, en Asís, se encontró con Clara. Es fácil imaginarse la intensa emoción del reencuentro del
misionero que viene de tierras lejanas y la misionera que ha vivido en la distancia la emoción de aquella
gesta misionera.
Los años pasan, el cuerpo de Clara envejece, pero su inmenso amor a Jesucristo aumenta. Dos años antes
de su muerte escribe a su hija de Praga: "Dichosa tú que puedes unirte con todas las fibras de tu corazón
a aquel, cuya belleza es la admiración incansable de los escuadrones bienaventurados del cielo; su amor
enamora, su vista recrea; su bondad llena, su dulzura sacia; su recuerdo inunda de luz suave; a su
perfume resucitan los muertos y su gloriosa visión hace felices a todos los ciudadanos de la Jerusalén del
cielo".
Los besos de una esposa fiel
Los últimos diez años de su vida los pasa Clara inválida. Aún así encuentra maneras de manifestar su
amor apasionado por Cristo pobre y crucificado. Recostada y sostenida por almohadones hila y teje
preciosas telas para confeccionar corporales para la celebración de la Misa. De esa forma, Jesús
sacramentado sentirá el beso que Clara, la esposa fiel, le ha depositado en cada corporal. ¡Esa será su
bienvenida!
Clara: misionera que llega a nuestros tiempos
Pudiera parecer que con la muerte de Clara terminó su labor misionera. Sin embargo, ésta no se ha
interrumpido. Ahora mismo, sus hijas, las clarisas, siguen fundando monasterios allí donde se está
implantando la Iglesia, para "sostén de los miembros vacilantes de su Cuerpo inefable", para testimoniar
el amor apasionado a Cristo pobre y crucificado, para reflejar el resplandor del amor de Clara.
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