EPÍCLESIS1 «Epíclesis» o «epiclesis» es la invocación que se eleva a Dios para que envíe su Espíritu Santo y transforme las cosas o las personas. Viene del griego «epi-kaleo», «llamar sobre» (en latín «invocare»). En la Plegaria Eucarística de la misa hay dos epíclesis (cf. IGMR 55c): a) La que el sacerdote pronuncia sobre los dones del pan y el vino, con las manos extendidas sobre ellos, diciendo, por ejemplo: «santifica estos dones con la efusión de tu Espíritu, de manera que sean para nosotros Cuerpo y Sangre de Jesucristo, nuestro Señor» (Plegaria II); es la epíclesis «consecratoria»; otras Plegarias piden que el Espíritu «haga», «bendiga», «santifique», «transforme» el pan y el vino; b) La que dice el sacerdote en la misma Plegaria después del memorial y la ofrenda, pidiendo a Dios que de nuevo envíe su Espíritu, esta vez sobre la comunidad que va a participar de la Eucaristía, para que también ella se transforme, o vaya construyéndose en la unidad: «te pedimos que Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo» (Plegaria II); es la epíclesis «de comunión», que en otras Plegarias pide que «formemos un solo cuerpo y un solo espíritu», «derrama sobre nosotros el Espíritu…fortalece a tu pueblo con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y renuévanos a todos a su imagen»… Estas dos epíclesis, en las Anáforas orientales y en la de la liturgia hispano-mozárabe, están unidas y se dicen después del relato de la institución. Mientras que en la liturgia romana -y en alguna de las orientales, como la Alejandrina- se sitúan una antes de la consagración y la otra después. Ha sido un enriquecimiento que ahora en el rito romano haya decidido nombrar claramente al Espíritu en la primera epíclesis en las nuevas Plegarias en la clásica, el canon romano, la invocación a Dios existe, pero sin nombrar al Espíritu explícitamente. La epíclesis no sólo forma parte de la Eucaristía. La oración consecratoria central de todos los sacramentos, después de la «anámnesis» o memoria de alabanza a Dios, siempre contiene la oración de epíclesis: se le pide que santifique el agua del Bautismo: «que esta agua reciba, por el Espíritu Santo, la gracia de tu Unigénito…que el poder del Espíritu, por tu Hijo, descienda sobre el agua de esta fuente…»; en la Misa Crismal se invoca al Espíritu sobre los óleos para los sacramentos, y luego en la Confirmación se pide a Dios que envíe su Espíritu sobre los confirmandos para que les llene de sus dones; en el sacramento de la Reconciliación también se nombra al Espíritu: «derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados»; en la Unción de enfermos el sacerdote ora por el enfermo en la fe de la Iglesia: «es la epíclesis propia de este sacramento» (CCE 1519); 1 José Aldazábal, Vocabulario Básico de Liturgia, biblioteca litúrgica 3, Barcelona 2002, pág. 134 - 135. en el sacramento del Orden es donde tal vez con mayor expresividad el obispo, imponiendo las manos sobre la cabeza de los ordenandos y pronunciando luego la invocación del Espíritu, pone de relieve la fuerza de la epíclesis; y finalmente en el Matrimonio, «en la epíclesis de este sacramento los esposos reciben el Espíritu Santo como comunión de amor de Cristo y de la Iglesia» (CCE 1624). Invocando la fuerza del Espíritu en nuestros sacramentos, estamos reconociendo que es Dios quien salva, que el protagonismo lo tiene la acción de su Espíritu santificador. Como decía san Cirilo de Jerusalén en el siglo IV: «invocamos al Dios amador de los hombres para que envíe a su santo Espíritu sobre la oblación, para que haga al pan Cuerpo de Cristo y al vino Sangre de Cristo: pues ciertamente cualquier cosa que tocare el Espíritu santo será santificada y cambiada» (Cat. Mistag. V, 7). «El Padre escucha siempre la oración de la Iglesia de su Hijo que, en la epíclesis de cada sacramento, expresa su fe en el poder del Espíritu. Como el fuego transforma en sí todo lo que toca, así el Espíritu Santo transforma en vida divina lo que se somete a su poder» (CCE 1127). Espíritu Santo.