FACULTAD DE TEOLOGÍA SAN DÁMASO Curso 2010-2011 Bienio de Teología litúrgica El Misterio Eucarístico en el Rito Mozárabe (cod.1620893) Prof. Dr.D. Eduardo Vadillo Romero DIMENSIÓN TRINITARIA DE LA EUCARISTÍA Sesiones 4ª y 5ª: 28-x-2010 NOTA IMPORTANTE:CONVIENE TRAER LOS TEXTOS DE LAS ORACIONES MOZÁRABES QUE SE INDICAN A LO LARGO DE LOS APUNTES 1. La unidad y Trinidad de Dios y las misiones divinas En los primeros momentos se confiesa la Trinidad con las formulaciones bíblicas: Padre, Hijo y Espíritu Santo a un nivel divino. Las primeras reflexiones reflejan cierto subordinacionismo involuntario: el Hijo causado en el interior del Padre en cierta inferioridad. La unidad se explica al principio por el origen del Hijo y del Espíritu en el Padre (monoteísmo orgánico), posteriormente se insiste más en la unidad de esencia. Para explicar la distinción de Personas en la unidad de esencia se subraya cada vez más la oposición relativa. En los textos litúrgicos romanos predominó más el primer planteamiento, de ahí que se dirigiera siempre la plegaria eucarística, y todas las oraciones en general, al Padre, pero en los textos hispano-mozárabes, precisamente para subrayar la unidad de esencia y la divinidad del Hijo, a veces se dirigen a Él o al Espíritu Santo las oraciones. Las fórmulas dogmáticas y los símbolos de fe plasmaron la doctrina trinitaria conforme a las necesidades de cada momento. Nicea estableció claramente la divinidad, eternidad y consustancialidad del Hijo, Constantinopla I la divinidad del Espíritu Santo. Constantinopla II (553) culmina en su primer canon todo el recorrido, con la fórmula de una sustancia y tres hipóstasis. Resumen en el Credo del Pueblo de Dios de Pablo VI: «9. Creemos que este Dios único es absolutamente uno en su esencia infinitamente santa al igual que en todas sus perfecciones, en su omnipotencia, en su ciencia infinita, en su providencia, en su voluntad y en su amor. "El es el que es", como lo ha revelado a Moisés; y "El es Amor", como el apóstol Juan nos lo enseña; de forma que estos dos nombres, Ser y Amor, expresan inefablemente la misma Realidad divina de Aquél que ha querido darse a conocer a nosotros y que, "habitando en una luz inaccesible" está en sí mismo por encima de todo nombre, de todas las cosas y de toda inteligencia creada. Solamente Dios nos puede dar ese conocimiento justo y pleno de sí mismo revelándose como Padre, Hijo y Espíritu Santo, de cuya vida eterna estamos llamados por gracia a participar, aquí abajo en la oscuridad de la fe y más allá de la muerte en la luz eterna. Los mutuos vínculos que constituyen eternamente las Tres Personas, siendo cada una el solo y el mismo Ser divino, son la bienaventurada vida íntima del Dios tres veces santo, infinitamente superior a lo que podemos conocer con la capacidad humana. Damos con todo gracias a la Bondad divina por el hecho de que gran número de creyentes puedan atestiguar juntamente con nosotros delante de los hombres la Unidad de Dios, aunque no conozcan el Misterio de la Santísima Trinidad. 10. Creemos en el Padre que engendra al Hijo desde toda la eternidad; en el Hijo, Verbo de Dios, que es eternamente engendrado; en el Espíritu Santo, Persona increada, que procede del Padre y 1 del Hijo, como eterno Amor de ellos. De este modo en las Tres Personas divinas, "coaeternae sibi et coaequales" [eternas e iguales entre sí], sobreabundan y se consuman en la eminencia y la gloria, propias del Ser increado, la vida y la bienaventuranza de Dios perfectamente uno, y siempre "se debe venerar la Unidad en la Trinidad y la Trinidad en la Unidad". 11. Creemos en nuestro Señor Jesucristo, que es el Hijo de Dios. El es el Verbo eterno, nacido del Padre antes de todos los siglos y consustancial al Padre, "homoousios to Patri" , y por quien todo ha sido hecho. Se encarnó por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María y se hizo hombre: igual, por tanto, al Padre según la divinidad, e inferior al Padre según la humanidad, y uno en sí mismo (no por una imposible confusión de las dos naturalezas, sino) por la unidad de la persona.» También es muy importante tener en cuenta la trascendencia de Dios. La trascendencia de Dios respecto al mundo se expresa diciendo que las relaciones de Dios con el mundo son reales por parte del mundo, pero de razón por parte de Dios. Las criaturas se ordenan a Dios, y es algo real en las criaturas, pero como Dios trasciende el orden creado, esas relaciones en Él son de razón. Esto no quiere decir que se desentienda del mundo, pues lo mantiene en el ser, aunque cualquier intervención de Dios en el mundo no quiere decir que cambie Dios, sino las realidades creadas. Así como la esencia divina es una, también lo es la acción de la Trinidad ad extra. Esto no es una mera deducción especulativa, sino que está atestiguado por la Tradición. Se trata de Tres principios distintos entre sí de una acción única e indivisa, pues igual que el ser divino se identifica con las Personas, también su acción. De ahí que cada Persona realice la acción común según su realidad personal. El estudio de las misiones supone dirigir la atención sobre la Trinidad económica después de haber alcanzado un cierto conocimiento de la Trinidad inmanente. La misión es la manifestación de una Persona divina de manera distinta en la obra de la Salvación. Supone que la Persona enviada tiene su origen o procede de quien la envía y una presencia especial de la Persona enviada en aquellos a los que se envía. Esta presencia se da por el conocimiento y amor derivado de la gracia. La misión no supone subordinación del enviado respecto al que envía, ni cambio local o de otro tipo en el enviado. La misión conlleva la donación de la Persona enviada; el Padre se da, pero no se puede considerar enviado, pues no procede de otro. La Encarnación del Verbo se considera como su misión visible. Antes de ser enviado de manera invisible a cada hombre era preciso que revelara y manifestara el misterio de Dios, pues sin Revelación no hay fe, y sin fe no hay misión invisible. Este carácter de Revelación de la misión visible del Hijo explica que fuera Él quien se encarnara, y no otra Persona divina, aunque, en cuanto a la estructura ontológica de la Encarnación, cualquier Persona divina, que es relación subsistente, se podría haber encarnado. La misión del Hijo se continúa, además de por la inhabitación o misión invisible, por la presencia eucarística. La misión del Espíritu no se limita a su envío invisible a cada creyente, sino que está precedida por una serie de signos visibles, que fueron determinantes en el constitución de la Iglesia: Resurrección de Cristo y Pentecostés. La misión del Espíritu está íntimamente ligada a la de Cristo. Aunque no se pueda decir que la santificación del creyente venga por una unión de tipo hipostático con el Espíritu, sí se da por la gracia una especial asimilación con el Espíritu que se podría llamar unión personal, intencional y afectiva con el mismo. 2 2. Confesiones de Fe trinitaria especialmente notables en la liturgia mozárabe Lectura de las Illatio 3, 9, 15 3. El dinamismo trinitario en la liturgia y la compleja cuestión de la epíclesis 3.1 Lectura de algunos textos mozárabes «La Primera de estas oraciones es la oratio admonitionis al pueblo, para que se enfervorice para alabar a Dios. La segunda es la invocación a Dios para que reciba con clemencia las preces de los fieles y su oblación. La tercera se recita por los fieles que ofrecen, tanto vivos como difuntos, de manera que mediante el mismo sacrificio alcancen el perdón. La cuarta se sitúa después del beso de la paz, para que, reconciliados todos en caridad, se asocien dignamente al sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo, porque el cuerpo indivisible de Cristo la separación de nadie. La quinta después es la inlatio para la santificación de la oblación, en la cual se invoca también para que alaben a Dios las criaturas terrestres y todas las celestes y se canta Hosanna en las alturas porque al nacer el salvador del linaje de David la salvación para el mundo ha llegado hasta los cielos. Después viene la sexta, confirmación [otros manuscritos conformación] del sacramento,de manera que la oblación santificada mediante el Espíritu Santo se conforme con el cuerpo y la sangre de Cristo. La última oración de todas es aquella con la que nuestro Señor enseñó a orar a sus discípulos diciendo: Padre nuestro» S.ISIDORO, De ecclesiasticis officiis I,15,1-3 [CCL 113,17]. Descripción de la historia de la salvación: Illatio 4 y 6 Petición del Espíritu Santo antes de la Consagración: Post Sanctus 10 Invocaciones al Espíritu Santo más características: Post Pridie 1 y 2 Sin citar al Espíritu Santo: PostPridie 5 La PostPridie 7 da a entender que ya ha sido transmutado La Post Pridie 17 adaptación del Canon Romano 3.2 Reflexión teológica sobre la epíclesis y su relación con el relato de la Institución En los textos que hemos leído ha aparecido ya la cuestión de la invocación al Espíritu Santo tanto antes del relato de la Institución como después de ese mismo relato, y parece como si se hablara de que la presencia de Cristo, la realización del sacrificio dependiera de esa intervención. Este es el célebre problema de la epíclesis en la plegaria eucarística. Aun a riesgo de simplificar mucho se podría decir que la posición de Occidente y de la tradición litúrgica alejandrina han puesto la invocación del Espíritu Santo antes del relato de la institución, mientras que Oriente, en especial las liturgias de tradición antioquena, la han situado después. En la liturgia hispana, quizá por influjo de Constantinopla, prevaleció más esta última tendencia. 3 En realidad en la época patrística encontramos afirmaciones de los Padres en ambos sentidos: como en san Juan Crisóstomo, en algún momento afirma que las ofrendas se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo por las palabras del Señor, y en otro alude más a la acción del Espíritu Santo. La posición que hoy denominaríamos típica de Oriente no se estabiliza hasta san Juan Damasceno, quien sostiene que no está el Cuerpo y la Sangre de Cristo hasta después de la epíclesis. Sin embargo ni en el cisma de Focio ni en el de Cerulario esta cuestión fue aducida como diferencia entre unos y otros. Más bien la cuestión se planteó cuando los latinos, que habían sido formados en la teología escolástica, acostumbrados a precisar los momentos de la presencia, conocieron las liturgias de Oriente, y a raíz del Concilio de Florencia. Quizá la cuestión no se deba entender como contraposición, sino como complementariedad, como puede suceder entre las cristologías de corte más alejandrino y antioqueno. En este campo tenían razón los alejandrinos al subrayar la unión hipostática, la única filiación de Cristo, y todo esto desde el momento de la Encarnación. Ahora bien, esto no quiere decir que la intervención posterior del Espíritu Santo en la humanidad de Cristo resultara superflua, sino que el Señor se ofreció en la Cruz en el Espíritu eterno: ya era Hijo de Dios propio, también en su humanidad, desde la Encarnación, pero toda su vida pública, hasta el sacrificio de la Cruz y la Resurrección, se realiza en la fuerza del Espíritu Santo. Los Alejandrinos subrayaron el papel del Espíritu Santo para realizar la humanidad de Cristo, unida al Verbo, mientras que los Antioquenos subrayaban su intervención posterior en la vida de Cristo, particularmente en el misterio pascual. Si esto lo aplicamos a la liturgia es lógico que en las tradiciones alejandrinas se subraye la epíclesis antes de las palabras de la consagración, mientras en las antioquenas después. Si nos preguntamos cuando se produce la transustanciación habría que decir que después de las palabras de la institución, pero al igual que el misterio pascual se realizó en el Espíritu Santo, la invocación de ese mismo Espíritu supone la perfección de la ofrenda sacramental, especialmente en lo que se refiere a la aplicación a los fieles. Además habría que tener en cuenta otra cosa: «El sentido de la epíclesis, como el de toda la anáfora, es el de subrayar, no solamente que es Dios el que realiza la transustanciación, sino que la realiza por nuestra santificación, que es obra del Espíritu Santo. En este sentido es necesario que esto aparezca en alguna oración de manera expresa, pero encuentra ya una primera realización mediante las palabras mismas de la Institución pronunciadas en nombre de Cristo; la segunda realización es la comunión eucarística, mediante la cual el Espíritu Santo hace de los fieles un solo cuerpo en Cristo. La sucesión cronológica de estas oraciones no es tan importante; pues, aunque desde el punto de vista de la eficacia la acción sacramental sólo puede ser instantánea, desde el punto de vista del significado es natural que se deba extender en una sucesión. Quizá el fondo de la dificultad proviene de esta antinomia entre el carácter instantáneo de la eficacia y el carácter progresivo de la significación» (NICOLAS, Synthèse dogmatique 990) De la notificación sobre Messner: 15. {24} El Espíritu Santo, por medio del sacerdote consagrado, y las palabras de Cristo pronunciadas por él hacen presentes al Señor y a su sacrificio1. 1 «En el relato de la institución, la fuerza de las palabras y de la acción de Cristo y el poder del Espíritu 4 {25} No por su poder ni por un encargo humano, por ejemplo, por encargo de la comunidad, sino sólo en virtud de la potestad que le dio el Señor en el sacramento, la oración del sacerdote puede invocar eficazmente al Espíritu Santo y su fuerza transformadora. La Iglesia define esta acción orante del sacerdote una acción «in persona Christi»2. Como conclusión se puede advertir que en la Eucaristía aparece el dinamismo trinitario de la salvación, pero sin que esto equivalga a separar a las Personas divinas o a subordinar unas a otras, sino que se hace presente en la Eucaristía la intervención divina que ha traído la salvación al mundo. Bibliografía: A.IVORRA, «Teología de las Illationes cotidianas del Missale Hispano-Mozarabicum» en Toletana 15 (2006) 23-47. J.H.NICOLAS, Synthese dogmatique, (EUFrib-Beauchesne, Paris 1985) 980-990. S.SALAVILLE, «Épiclèse eucharistique» en Dictionnaire de Théologie Catholique V,194-299. Santo hacen sacramentalmente presentes bajo las espcies de pan y de vino su Cuerpo y su Sangre, su sacrificio ofrecido en la cruz de una vez para siempre» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 1375). 2 Cf. CONCILIO VATICANO II, Const. dogm. Lumen gentium, n.10. 5