Comentario de la última escena de La casa de Bernarda Alba

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Comentario de la última escena de La casa de Bernarda Alba
La mujer como protagonista de los dramas de Lorca es sumisa ante el puritanismo de la
religión, la tradición y la sociedad más cerrada de la España de posguerra y frente al
machismo que impera aún hoy en día en muchas culturas. ¿Cómo crees que se rebela la
mujer de hoy ante los diferentes obstáculos que encuentra en la sociedad moderna para
compaginar su labor como profesional y como mujer?
El 8 de marzo de 1945, la actriz Margarita Xirgu estrena en el Teatro Avenida de Buenos
Aires la última obra de Federico García Lorca, “La casa de Bernarda Alba”, a la que había titulado
“Drama de mujeres de los pueblos de España”. El drama reside en el fluir de la vida ahogado por
la carencia de libertad de sus protagonistas, mujeres encerradas doblemente en el luto de su casa y
en el temor al qué dirán de una sociedad anquilosada en el pudor y el miedo a expresar las
pasiones humanas.
Federico García Lorca es uno de los dramaturgos más importantes de nuestra historia de la
literatura. Nació el 5 de junio de 1898 en Fuentevaqueros, Granada, en el seno de una familia
acomodada. Sus posiciones antifascistas y su fama lo convirtieron en una víctima fatal de la
Guerra Civil española. Fue fusilado el 19 de agosto y enterrado en una fosa común en un olivar
cerca de Viznar.
Nuestro autor es coetáneo de los poetas de la Generación del 27, formada por grandes
autores como Pedro Salinas, Vicente Alexandre, Luis Cernuda, Rafael Alberti, Amado Alonso,
Gerardo Diego, Manuel Altolaguirre, Emilio Prados y otros. Juntos deciden en 1927 homenajear al
poeta barroco Luis de Góngora y mantener unas líneas semejantes en cuanto a la creación artística
que por entonces se gestaba. Además, García Lorca entabló amistad con el pintor Salvador Dalí y
el cineasta Luis Buñuel. De los principios literarios de su generación, se advierten en las obras de
Lorca las innovaciones que aportan las vanguardias, sin olvidar la tradición española y la
utilización de un léxico culto, pero también de palabras coloquiales. Pero quizá lo más importante
sea el uso de la metáfora que se convierte en un recurso muy importante para los escritores de la
época, especialmente adecuado para expresar el surrealismo y en la obra de Lorca, presente en su
poesía y en sus dramas, pues no podemos olvidar que nuestro autor era un poeta que pretendía
hacer llegar la lírica al teatro a través de un lenguaje cuidado, pleno de recursos.
La casa de Bernarda Alba es un drama sobre la ausencia de libertad de las mujeres. El
propio Lorca expresaba en alguna ocasión que cuando se intenta encontrar la libertad, sólo se
consigue llegar a habitaciones más cerradas, donde se halla la locura o la muerte.
La obra se basa en la realidad de su época, en la cual lo correcto era mantener el orden y
la reputación de la familia en el pueblo. Y si fallecía algún familiar o persona querida, debía
guardarse un luto que obligaba a vestir de negro, a no salir de casa ni divertirse. Así pues, la obra
empieza y acaba con la muerte y la represión a la que se ven obligadas las protagonistas. Bernarda,
que representa la autoridad irracional en toda la obra, desde su “¡Silencio!” en el primer acto,
hasta su “¡Silencio!” en el tercer acto, se aferra al pasado y a las tradiciones; del mismo modo,
sus hijas anhelan la libertad que toda joven de su edad desea vivir y que su madre impide a toda
costa, temerosa del qué dirán las vecinas del pueblo.
Si la tensión dramática surge del conflicto entre dos fuerzas, que son la autoridad de
Bernarda frente a la rebeldía de su madre y de sus hijas, el tema fundamental, presente también en
otras obras dramáticas, como Yerma o Bodas de sangre, es la dificultad de la mujer para sobrevivir
en una sociedad machista, anquilosada en el pasado, temerosa de la maledicencia y las
habladurías. Otros temas presentes en la obra son el amor inalcanzable, que conlleva a los celos, la
locura y el suicidio, el clasismo que reinaba en la época, así como las desigualdades sociales y la
honra asociada a la mujer.
No es casual que todos los personajes de esta obra sean femeninos; se trata de mujeres
abocadas todas ellas al sufrimiento si bien, aunque físicamente no aparece en escena, Pepe el
Romano, único personaje masculino, es el principal causante del conflicto. Todos ellos son
simbólicos: Bernarda es una mujer fría que representa la autoridad y abusa de ella, mientras que
sus hijas representan la sumisión y represión. Adela, apasionada y libre sexualmente, es el
contrapunto: la rebeldía. El resto de las hermanas no se rebelan: conforman un cúmulo de celos,
envidias, sumisión, timidez, traumas y frustraciones. Pepe el Romano encarna la pasión y el
erotismo, pero es hipócrita y está dispuesto a casarse por dinero con Angustias, aunque ama a
Adela. Tanto la criada como de forma especial Poncia revelan el clasismo que Bernarda deja claro
en muchas de sus intervenciones. Finalmente, algunos críticos han relacionado a María Josefa, la
madre de Bernarda, con algunos personajes de Sheakespeare, que a través de la locura acaban
diciendo la verdad.
El último acto de la obra presenta los encuentros entre Adela y Pepe, cada vez más
frecuentes, que Martirio, rota de celos y envidia, rebela a su madre. En representación del hombre
de la casa que debiera lavar la honra mancillada, Bernarda dispara a Pepe el Romano y Adela se
suicida, creyéndolo muerto. La matriarca vuelve a imponer el luto y el silencio y recuerda a todas
las mujeres de la casa que más importante que el suicidio de una hija es hacer creer a todos que
Adela ha muerto virgen.
En cuanto a la estructura, se dice que existe una progresión temática en toda la obra, de
estructura ascendente. Hay un encadenamiento entre las acciones y las escenas, pues una conduce
a la otra inevitablemente. La obra se divide en tres actos: en el primero se presenta a los
personajes, los antecedentes y el conflicto. En el segundo acto, el desarrollo, se desata el conflicto.
En el desenlace, en el tercer acto, aparece el amor inasequible perseguido y frustrado. Según la
entrada o salida de personajes, la obra puede dividirse en escenas.
La última escena presenta la tragedia final. Minutos antes del desenlace asistimos a la
discusión exacerbada de Martirio y Adela por tener al mismo hombre. Es entonces cuando hace su
entrada Bernarda para imponer su régimen dictatorial, posteriormente aparecen el resto de las
mujeres de la casa y la acción se desenvuelve a un ritmo vertiginoso: Adela cree muerto a su
amado y se suicida; Bernarda acalla los llantos de todas.
El espacio en el que se desenvuelve la acción es la casa de Bernarda, un espacio cerrado,
asfixiante al que los personajes se referirán como “presidio”, “infierno” y “convento”. Poco a
poco, este espacio se configura en las acotaciones gracias a la iluminación que se va oscureciendo;
asistimos primero a unos muros gruesos y blancos que impiden el contacto con el exterior y
recuerdan al blanco mortuorio, en el segundo acto están visibles las puertas de los dormitorios (lo
que recuerda un convento o laberinto del que no pueden salir) y en el tercero nos encontramos en
un patio interior.
Toda la casa representa la opresión, la represión, el odio y la muerte en contraste con el
otro espacio latente, el exterior, que significa la libertad, la vida, que conocemos por los ruidos (las
campanas, las patadas del caballo garañón, el silbido de Pepe el Romano, los perros que avisan de
la presencia de gente, etc.…) y la música como las coplas de los segadores. Los espacios ausentes
suelen estar más cerca del simbolismo, la alusión al mar o al pueblo por parte de María Josefa, se
refieren a la libertad, los espacios de la vida frente al pueblo de agua estancada.
En cuanto al tiempo, todo sucede en el verano, sin que se precisen el tiempo exacto que
sucede entre el primer acto y el último. Hay ejemplos como “Angustias: Ya he cortado la tercer
sábana” (Acto II) o “… Es verdad que el año pasado anduvo detrás de Adela, y ésta estaba loca
por él…”, dice Poncia en el Acto III; pero el autor pretende que toda la obra acontezca en un día:
El acto primero sucede por la mañana (Poncia: “Llevan ya más de dos horas de gori-gori.” Y más
adelante “Magdalena: Ya deben ser las doce.”). El segundo acto se desarrolla por la tarde (de
nuevo la Poncia: “Hace un minuto dieron las tres”) cuando el sol es más agobiante. Y el último
acto es de noche (lo indica la acotación inicial y que están cenando en la casa) y a tres días de la
boda. No hay pues unidad de tiempo.
Otras referencias al tiempo aparecen asociadas a los encuentros nocturnos: Angustias se
ve con Pepe el Romano hasta la una de la madrugada en el segundo acto y en el tercero ese tiempo
se reduce, pues a las doce y media ya se ha ido. Se nota así como el tiempo que pasa con Adela es
mucho mayor y va en aumento. En el segundo acto nos informa Poncia de que lo oyó irse a las
cuatro y en el tercero, se menciona que faltan tres días para la boda.
Acerca de las cuestiones lingüísticas y estilísticas, el autor despliega en casi toda la obra un
lenguaje de lo más realista, lleno de frases hechas y refranes: “La muerte hay que mirarla cara a
cara”. O bien, exhibe alguna metáfora: “Nos hundiremos todas en un mar de luto”. La misma
fuerza expresiva del lenguaje rebela la contraposición dual que hemos mencionado: represión
contra rebeldía.
Adela: (Haciéndole frente.) ¡Aquí se acabaron las voces de presidio! (Adela arrebata un bastón a su madre y
lo parte en dos.) Esto hago yo con la vara de la dominadora. No dé usted un paso más. ¡En mí no manda nadie
más que Pepe!
Bernarda: Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a cara. ¡Silencio! (A otra hija.) ¡A callar he
dicho! (A otra hija.) Las lágrimas cuando estés sola. ¡Nos hundiremos todas en un mar de luto! Ella, la hija
menor de Bernarda Alba, ha muerto virgen. ¿Me habéis oído? ¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio!
En toda la obra destaca la maestría de un diálogo fluido, donde predominan las réplicas breves
y cortantes. Lorca supo mezclar la realidad y la poesía con un intenso sabor folklórico, sin caer en
vulgarismos, recreando así el lenguaje popular. Más arriba hemos apuntado algún ejemplo de
recursos literarios, pero especialmente destacan las imágenes y comparaciones (“He visto la muerte
debajo de estos techos”, “Déjame decirlo con la cabeza fuera de los embozos. ¡Sí! Déjame que el pecho se me rompa
como una granada de amargura”, “Todo el pueblo contra mí, quemándome con sus dedos de lumbre”, un caballo
encabritado soy capaz de poner de rodillas con la fuerza de mi dedo meñique”, “Qué pobreza la mía, no poder tener
un rayo entre los dedos”, “Ahí fuera está, respirando como si fuera un león”, “Hubiera volcado un río de sangre
sobre su cabeza”),
la simbología (la sed y el río como deseo sexual o el bastón como poder).
Enlazada en los diálogos de los personajes, predomina la modalidad oracional interrogativa y
la exclamativa, junto a la imperativa, órdenes e imprecaciones, hasta reniegos y maldiciones que
conforman el sentir de estas mujeres marcadas por la injusta sensación de encierro y ahogo en su
propia casa.
En el plano léxico – semántico, destacan expresiones hiperbólicas, comparaciones e imágenes
metafóricas cargadas de sentimiento, hasta de odio, tales como “déjame decirlo con la cabeza fuera de los
embozos”, “déjame que el pecho se me rompa como una granada de amargura”, “respirando como si fuera un
león”, …
Por lo que se refiere a los aspectos morfosintácticos, es asimismo reseñable el uso de verbos
en imperativo, que denotan la opresión en la que han de respirar nuestras protagonistas: “Clávame
un cuchillo, si es tu gusto”, “Calla”, ”Entérate tú y ve al corral a decírselo”, “Atrévete a buscarlo ahora”, “Abre,
porque echaré abajo la puerta”, “Avisad que al amanecer den dos clamores las campanas”, etc.
En lo que a
adjetivación se refiere, son dignos de mención los insultos entre las hermanas, producidos por los
celos y el deseo que poseer a Pepe el Romano: “ladrona”, “maldita”, endemoniada”,….Y mención
especial requieren también en este sentido los apartes: “desesperada”, “dramática”, “furiosa”,… Los
sustantivos están cargados de simbolismo, como es propio de la obra del granadino; así pues,
aparecen en esta última parte de la obra expresiones como “caballo encabritado”, “un mar de luto”,
“clamores de campana”, “un río de sangre”, etc.
Como apuntamos más arriba, el drama surge del choque de dos voluntades: la voluntad sorda
y rebelde de las hijas llevadas por el ansia de vivir libres, contra la voluntad dominadora de la
madre, pendiente del miedo a las murmuraciones. Y este es un tema muy común en la vida
cotidiana de aquella época. No obstante, también la falta de libertad de la mujer es un tema de
actualidad, y en estos tiempos más que nunca, en que todos parecemos más solidarizados con la no
violencia de género y el respeto por las libertades de todas las niñas que sufren aberraciones en
países tanto desarrollados como tercermundistas, a causa de los deseos perversos de quienes se
creen con derecho a abusar de su inocencia.
No nos resulta difícil entender la mojigatería que se vivía en la época en que se desarrolla la
obra de Federico García Lorca. Era más o menos comprensible entonces que en los pueblos el qué
dirán y el temor a las habladurías ocasionaran que muchas familias tradicionales y religiosas
protegieran el honor de sus hijas y vivieran abocadas a la servidumbre de los varones de la casa.
Quizá porque eran otros tiempos, porque no se tenían otras opciones y los malos tratos y las
vejaciones se sufrían sin decir nada. En nuestros días, esto parece impensable, pero continúa
sucediendo. Siguen falleciendo mujeres a manos de sus parejas, quienes, tal vez por pura maldad o
bien enajenados mentalmente, un día deciden que no soportan que la persona con quien han
decidido compartir su vida sean autónomas, independientes económicamente, e incluso valoradas
y bien vistas por otros individuos de la sociedad. El maltrato físico los transforma entonces en
seres endemoniados, poderosos, portadores de terror, asesinos potenciales. Expertos psicólogos y
estudiosos de la violencia de género han demostrado que muchos de ellos se arrepienten siempre
de maltratar, violar e incluso de matar; que, en la mayoría de las ocasiones, no soportan seguir
viviendo tras asesinar a su pareja y acaban suicidándose. No obstante, también ha quedado
demostrado que no es posible un cambio de conducta y por tanto no pueden modificar su
personalidad ni dejar de ser tales maltratadores tras abandonar su periodo carcelario.
Con todo, peor aún es el caso de quienes son capaces de disfrutar maltratando o violando a
niñas pequeñas, de quienes carecen de moral y venden a estas niñas con el único motivo de
satisfacer los perversos deseos de los pederastas, que son muchos a pesar de estar perseguidos por
la ley.
Todo esto, desgraciadamente, sucede en nuestras ciudades a menudo y, casi a diario, son
noticia de primera plana en la prensa. Fuera de nuestras fronteras la mujer sufre aberraciones
terribles, como la mutilación de sus genitales por tradición cultural o religiosa o la lapidación en
público si se duda de su castidad o se teme que haya podido ser infiel a su marido. No sucede, en
absoluto, lo mismo si el que comete infidelidad es el hombre. Muchos países se aferran a sus
costumbres religiosas para maltratar, vejar, humillar, ultrajar, hasta matar a la mujer.
Es, por tanto, claramente demostrable que hoy en día tanto en las sociedades civilizadas como
en las tercermundistas, las mujeres siguen padeciendo abusos, pese a las nuevas leyes y sanciones.
Siguen, además, soportando diferencias sociales tan miserables como la dificultad para encontrar
un trabajo en las mismas condiciones que un hombre o para cobrar el mismo salario que éste en
los mismos puestos.
De todo ello, en definitiva, cabe deducir que aún queda mucho por aprender a las
generaciones venideras para que la sociedad pueda generar una lógica igualdad que nos permita a
todos vivir mejor. Falta aún mucho por hacer cuando escuchamos a los adolescentes hablar, como
si de algo natural se tratase, de sentimientos, de celos y de posesión en sus incipientes relaciones,
que probablemente, sin que ellos aún lo perciban podrían degenerar en violencia. Cabe esperar que
poco a poco la educación integral a la que hoy todos tenemos acceso pueda ayudarnos a pensar
con claridad y a discernir a tiempo qué está bien y qué no lo está.
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