Relatos en apoyo de la educación

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Nelson Mandela F Reina Rania
Chimamanda Ngozi Adichie F Paulo Coelho
Ishmael Beah F Devli Kumari
Dakota Blue Richards F Michael Morpurgo
Rowan Williams F Beverley Naidoo
Desmond Tutu F Alice Walker
Relatos en apoyo
de la educación
Este libro de relatos de “cambios de vida” ha sido creado por la
Campaña Mundial por la Educación. Se trata de una compilación
de relatos cortos, escritos por personas de relevancia mundial, sobre
la educación y el esfuerzo por aprender de muchas personas a las
que se les niega esta oportunidad. Mediante la lectura del libro y la
anotación del nombre al final del mismo, podemos ayudar a que
todas las personas tengan acceso a la educación.
www.campaignforeducation.org/bigread
Cómo se puede participar en la
Gran Lectura:
1. Lea o escuche un relato de este libro
2. Anote su nombre en la última página
3. Envíe al gobierno de su país el mensaje que figura
en la última página
4. Infórmenos de su participación
(bien on-line o utilizando la plantilla que se facilita al final del libro)
Participará en la Gran Lectura junto con personas de todo el mundo.
Este libro se está distribuyendo a más de 100 países.
El libro puede leerse on-line o puede descargarse del sitio de Internet.
También puede inscribirse y recibir noticias acerca de la Gran Lectura
en: www.campaignforeducation.org/bigread
Los eventos de la Gran Lectura tendrán lugar durante la Semana
de Acción de la Campaña Mundial por la Educación (20-26 de abril
de 2009). Este libro con todos los nombres anotados se entregará a
los dirigentes mundiales y a la ONU. Asegúrese de añadir su nombre
antes del 8 de mayo de 2009.
Kailash Satyarthi
Estimado/a lector/a,
Una de cada cinco personas en el mundo no
puede hacer lo que usted está haciendo ahora mismo:
leer.
En todo el mundo, cerca de mil millones de
personas sin alfabetizar carecen de la oportunidad
de leer este gran libro. Sin acceso a la educación,
las personas más pobres del mundo seguirán
siendo pobres. Incapaces de leer o escribir, seguirán
atrapadas en una vida de pobreza y lucha por
sobrevivir, cuidar de sus familiares, sustentar a sus
familias y escolarizar a sus hijos e hijas. La mayoría son
mujeres.
Es un hecho evidente que tiene solución. A todas
las personas se les puede brindar la oportunidad
de acceder a la educación. Prácticamente todos
los gobiernos se han comprometido a ofrecer
a sus ciudadanos una educación gratuita y de
calidad antes de 2015. Incluso, han acordado cómo llevarlo a cabo,
pero lamentablemente estos compromisos se están incumpliendo.
La educación no es sólo un derecho, sino que es además una de las
inversiones de menor coste que puede realizar un gobierno.
Esperamos que disfrute leyendo uno o todos los excelentes
relatos de este libro. Tanto si se trata del discurso de Mandela sobre
la importancia de la educación en Sudáfrica o los relatos escritos
especialmente para la Gran Lectura, por la galardonada autora
Chimamanda Ngozi Adichie, o la gran defensora de la educación Reina
Rania, hay relatos que serán del agrado de todos.
Una vez que haya leído un relato, anote por favor su nombre al final
del libro, en apoyo de los millones de personas que no saben escribir su
nombre. Al hacerlo, sumará su nombre al de millones de personas que
exigen que todo el mundo tenga la oportunidad de aprender.
Este año, nuestra campaña se centra en la alfabetización de jóvenes y
adultos y el aprendizaje continuado. Entregaremos el listado de nombres
a los dirigentes nacionales y les exigiremos que implementen las políticas
y asignen los recursos financieros necesarios para hacer posible que todas
las personas reciban una educación, de manera que se mejore el presente
y el futuro de las próximas generaciones.
Realicemos todos juntos el viaje hacia la “Educación para Todos”.
F Presidente de la Campaña Mundial por la Educación
Dakota Blue Richards
Dakota Blue Richards nació en Londres el 11 de abril de 1994.
Cuando estudiaba primaria, tomó clases de interpretación los fines
de semana y, aunque le gustaba actuar, pensaba que se trataba más
de una afición que de una futura profesión.
A una edad temprana, Dakota leyó la trilogía “Sus materiales oscuros”
de Philip Pullman y le encantaron los libros, especialmente el
personaje de Lyra, la niña salvaje. Cuando se enteró de que los libros
iban a pasar a la gran pantalla, se entusiasmó con la idea y participó
en el casting de la película “La brújula de oro”, consiguiendo el papel
de Lyra Belacqua. Dakota ha sido nominada en varios premios,
entre los que se encuentra el Premio Critic’s Choice Award. Su deseo
es seguir actuando, pero le gustaría combinar esta actividad con el
trabajo de profesora suplente.
Ed y su amigo Cassidy
F escrito e ilustrado por Dakota Blue Richards
Ed, el Insecto Palo, es un insecto
palo muy especial. Es tan largo y
grueso como un palo pequeño, pero
además... Ed puede hablar.
Éste es Ed‚
A Ed le gusta observar a los niños
y niñas a través de la ventana
del colegio y de esta manera ha
aprendido a leer y escribir. A Ed le
encanta leer libros y aprender cosas
nuevas. Su libro favorito es “El Hobbit”
de J.R.R. Tolkein.
El mayor deseo de Ed es ir al colegio, pero
por desgracia no existen colegios para
Insectos Palo. Este relato trata de cómo Ed
consiguió hacer realidad este deseo.
Un día, Ed decidió iniciar una
manifestación de protesta, así que se
puso manos a la obra e hizo un cartel.
A continuación, fue a manifestarse a las
puertas del colegio.
Lo cierto es que nadie parecía notar su
presencia. Algunas personas casi le
aplastan.
Ed se dio cuenta de que era una pérdida
de tiempo protestar en solitario.
Decidió, entonces, hacer otro cartel
anunciando su campaña. El mensaje
decía:
¡LOS INSECTOS DE PALO DEBERÍAN
TAMBIÉN IR AL COLEGIO!
REUNIÓN – AQUÍ,
A LAS CUATRO DE LA TARDE
Ed esperó un buen rato pero no apareció
nadie y, cuando estaba a punto de irse a
su casa, de pronto escuchó una voz a su
espalda. "Hola", dijo un niño.
“¿Has venido a la reunión?” le
preguntó Ed (esperanzado). “Sí. Me
llamo Cassidy”, respondió el niño
sonriendo.
A partir de ese momento, Ed y
Cassidy se hicieron grandes amigos.
Se lo pasaban en grande. Jugaban
al fútbol en el parque. Jugaban a
“atrapar objetos” con el perro (aunque
este juego pusiera a Ed un poco
nervioso). Jugaban al escondite (el
juego favorito de Ed).
Ed y Cassidy leían libros juntos…
y, por supuesto, se manifestaban
juntos a las puertas del colegio.
Sin embargo, la profesora siempre
obligaba a entrar a Cassidy y Ed se
quedaba sólo.
Finalmente, Ed y Cassidy decidieron
que la protesta a las puertas de la
escuela no era suficiente y decidieron
visitar a la Reina.
“Estoy completamente de acuerdo”,
dijo la Reina, “Todas las personas
deberían poder ir al colegio”.
La Reina se puso en contacto con
personas muy influyentes y adoptó
medidas importantes. Ahora, Ed va
diariamente al colegio y aprende
montones de cosas nuevas.
Sin embargo, lo más importante
que Ed aprendió es que, cuando las
personas nos unimos y luchamos
por la misma causa, podemos
cambiar el mundo. Ahora, el único
problema que tiene Ed es que la
profesora no le cree cuando le
cuenta que ¡el perro se ha comido
sus deberes!
UNA VEZ LEÍDO ESTE RELATO, OFREZCA A OTRA PERSONA LA OPORTUNIDAD
F Anote su nombre en favor de las personas que no saben leer
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(Si no puede hacerlo on-line, utilice la plantilla al final del libro)
Chimamanda Ngozi Adichie
Chimamanda Ngozi Adichie nació en Nigeria. Es autora de
dos novelas, Flor Púrpura, que ganó el Premio de Escritores
de la Commonwealth y el Premio Hurston/Wright Legacy
Award, y Medio Sol Amarillo, que fue nominada para el
National Book Critics Circle Award y ganó el Premio Orange
2007. Los relatos de ficción de Chimamanda han sido
publicados en Granta y The New Yorker. En 2005/2006 fue
“Hodder Fellow” en la Universidad de Princeton y obtuvo un
master en Estudios africanos por la Universidad de Yale.
“Chinasa”
Por Chimamanda Ngozi Adichie
C
reo que sucedió en enero. Creo que era enero porque la tierra estaba reseca y el
viento seco de Harmattan había cubierto mi piel, la casa y los árboles de polvo
amarillo. Pero no estoy segura. Sé que era 1968 pero podría haber sido diciembre
o febrero; nunca estuve segura de las fechas durante la guerra. Estoy segura, sin embargo,
que sucedió por la mañana -el sol era todavía agradable, el tipo de sol que dicen que forma
vitamina D sobre la piel. Cuándo escuche el ruido - ¡Boom! ¡Boom! - estaba sentada en
la veranda de la casa que compartía con dos familias, releyendo una copia gastada de EL
NIÑO AFRICANO de Camara Laye. El dueño de la casa era un hombre que conoció
a mi padre antes de la guerra y, cuando llegué después de que cayera mi ciudad natal,
cargando con mi maleta baqueteada, y sin otro lugar adonde ir, me dejó un cuarto gratis
porque, según decía, mi padre se había portado muy bien con él. Las otras mujeres de la
casa cotilleaban sobre mí, diciendo que yo visitaba la habitación del dueño por la noche
y que esa era la razón de que no tuviera que pagar alquiler. Esa mañana, me encontraba
con una de estas mujeres cotillas. Ella estaba sentada sobre los resquebrajados peldaños
de piedra, amamantando a su bebé. Durante un rato, estuve observándola y me dio la
impresión de que su pecho era como una naranja blanda a la que le hubieran exprimido
todo el jugo, preguntándome si el bebé estaría sacando algo.
Cuando escuchamos el bombardeo, ella agarró inmediatamente al bebé y corrió
hacia la casa en busca del resto de sus hijos. ¡Boom! Parecían rujidos de truenos, como
los que se extienden por todo el cielo, anunciando una tormenta. Durante un momento,
permanecí allí de pie, imaginando que eran realmente truenos. Imaginé que estaba de
vuelta en la casa de mi padre antes de la guerra, en el patio, bajo el árbol de anacardo,
esperando la lluvia. El patio de mi padre estaba lleno de árboles frutales a los que me
gustaba trepar, aunque mi padre me gastara bromas y me dijera que no era propio de
una joven y que, tal vez, algunos de los hombres que querían traerle vino cambiarían
de opinión cuando se enteraran de que me comportaba como un chico. Pero mi padre
nunca me detuvo. Decían que me malcriaba, que yo era su favorita e, incluso ahora,
algunos de nuestros familiares opinan que si sigo soltera es por culpa de mi padre.
Lo cierto es que aquella mañana de Harmattan, el ruido se hacía cada vez más fuerte.
Las mujeres salían corriendo con sus hijos. Quise correr tras ellas, pero mis piernas no me
obedecían. No era la primera vez que escuchaba ese ruido, por supuesto, llevábamos ya
dos años de guerra. Mis padres habían muerto en un campamento de refugiados en Uke,
mi tía había muerto en Okija y mis abuelos y primos habían muerto en Abagana, cuando
bombardearon el mercado Nkwo, un bombardeo que voló la azotea de la casa de mi
padre y del que a duras penas logré sobrevivir. Así que, antes de aquella mañana, aquella
mañana polvorienta de Harmattan, yo ya había escuchado aquella clase de ruido.
¡Boom! Sentí un temblor suave sobre la tierra que pisaba. Sin embargo, seguía
sin poder correr. El ruido era tan fuerte que me retumbaba la cabeza y sentí como si
alguien me estuviera soplando crema caliente en los oídos. En ese momento, vi como
dos enormes agujeros explotaban en la tierra, a pocos metros. Vi el humo y los trozos de
madera y cristal y metal que volaban. Vi cómo se levantaba el polvo. No recuerdo mucho
más. Algo dentro de mí sentía tanto cansancio que, durante unos minutos, deseé que las
bombas me trajeran descanso. No sé muy bien lo que hice – si me senté, si me escondí
en la granja, o si me caí al suelo. Pero cuando el bombardeo se terminó por fin, caminé
calle abajo hacia la multitud que se agolpaba alrededor de los heridos y me encontré
dirigiéndome a un cuerpo tirado en el suelo. Era una chica, de unos quince años. Sus
brazos eran una masa de carne sanguinolenta. No era momento para bromas pero, con
sus brazos destrozados, tenía el aspecto de una oruga. ¿Por qué decidí llevar a aquella
muchacha a mi habitación? No lo sé. Habíamos sufrido otros muchos bombardeos antes
– estábamos en Umuahia y nos bombardeaban especialmente porque era la capital. Sin
embargo, aunque había ayudado a atender a los heridos, nunca antes había llevado a
nadie a mi habitación. Sin embargo, traje a esta muchacha. Se llamaba Chinasa.
)F_
Cuidé de Chinasa durante semanas. El dueño de la casa le hizo unas muletas con
madera vieja y las mujeres cotillas le traían pequeños presentes de “ukpaka” o batata
asada. Era delgada, pequeña para su edad, como lo eran la mayoría de los niños durante la
guerra, pero tenía una manera directa de mirar a los ojos, para nada insolente, que le hacía
parecer mayor de lo que era. Fingía no sentir dolor cuando le limpiaba las heridas con
ginebra casera, pero veía las lágrimas asomar en sus ojos mientras yo también trataba de
contener las mías, porque aquella muchacha, a punto de convertirse en una mujer, había
madurado con demasiada rapidez, por culpa de la guerra. Me daba las gracias a menudo,
demasiado a menudo. Me decía que no podía esperar a recuperarse del todo para
ayudarme a cocinar y limpiar. Por las tardes, después de alimentarle con alguna papilla,
me sentaba a su lado y le leía en voz alta. Sus brazos seguían inmóviles y vendados pero
su rostro era muy expresivo y, a la luz parpadeante de la lámpara de queroseno, se reía,
sonreía y hacía comentarios mientras escuchaba mis relatos. Yo había perdido muchas
de mis pertenencias, mientras iba de ciudad en ciudad, pero siempre conservé algunos
libros y leérselos me suponía un nuevo tipo de alegría, porque era como si volvieran a ser
nuevos, a través de los ojos de Chinasa. Ella empezó a hacerme preguntas y a cuestionar
lo que algunos personajes hacían en los relatos. Me hacía preguntas sobre la guerra. Me
hacía preguntas sobre mí.
Le hablé de mis padres, que habían decidido que yo recibiera una educación y me
habían enviado a un centro de formación de maestros. Le conté lo mucho que había
disfrutado de mi trabajo como maestra en Enugu, antes de que la guerra comenzara y
cómo me entristeció que cerraran la escuela para convertirla en un campo de refugiados.
Mientras hablaba, me miraba intensamente. Algún tiempo después, mientras me
enseñaba una tarde a jugar al “nchokolo”, pidiéndome que moviera algunas piedras entre
las casillas dibujadas en el suelo, me preguntó si podía enseñarle a leer. Me pilló por
sorpresa. No se me había ocurrido que no supiera leer. Ahora que lo pienso, creo que
no debería haberlo dado por hecho. Su historia personal era familiar: sus padres eran
agricultores en Agulu que habían hecho lo posible para enviar a sus dos hermanos a la
escuela de la misión, pero ella se había quedado en casa. Quizás había sido su agudeza, su
viveza, la gran inteligencia con que observaba todo, lo que había hecho que me olvidara
del mundo de donde procedía.
Empezamos las lecciones esa misma noche. Conocía el alfabeto porque había
hojeado los libros de su hermano y no me sorprendió lo rápido que aprendía y el esfuerzo
con que trabajaba. Para cuando escuchamos, algunos meses más tarde, el rumor de que
nuestros generales estaban a punto de rendirse, Chinasa era capaz de leer en voz alta su
libro preferido, EL NIÑO AFRICANO.
)F_
El día que la guerra terminó, Chinasa y yo nos reunimos con las mujeres cotillas y
otros vecinos en la calle. Lloramos, cantamos, reímos y bailamos. En el caso de aquellas
mujeres que lloraban, sus lágrimas eran de agotamiento, incertidumbre y alivio. A mí me
pasaba lo mismo. Pero, a la vez, yo lloraba porque quería llevarme a Chinasa conmigo
a mi casa, o a lo que quedara de mi casa en Enugu; quería que fuera la hija que nunca
había tenido y que compartiera mi vida en esos momentos en que no quedaba nadie de
mis seres queridos. Sin embargo, ella me abrazó y rechazó mi oferta. Quería marcharse
y encontrarse con los familiares que pudieran haber sobrevivido. Le di mi dirección en
Enugu y el nombre de la escuela donde esperaba volver a enseñar. Le di la mayor parte del
poco dinero que me quedaba. “Iré a visitarte pronto,” me dijo. Me miraba con ojos llorosos
y llenos de gratitud y le abracé anticipando una intensa tristeza. Se encontraría con sus
familiares y la vida se interpondría en esta promesa llena de buenas intenciones. Supe que
no volvería a verla..
)F_
Estamos en el año 2008 y ayer por la mañana, una mañana parecida a aquella mañana
de hace cuarenta años, abrí el periódico Guardian en la sala de estar de mi casa en Enugu.
Acababa de volver de mi paseo matinal -mis amigos dicen que este paseo diario es la
razón de no parezca una mujer de setenta años- y me sentía llena del optimismo que se
siente después de un paseo enérgico con el corazón acelerado. Había seguido las recientes
noticias nacionales sobre la designación del gobierno de nuevos ministros, aunque sólo
vagamente, porque después de observar la trayectoria de este país, donde se sucedían los
dirigentes ineptos, no sentía demasiado entusiasmo. Abrí el periódico para enterarme de
quién había sido nombrado ministro de educación y leí que había sido una mujer, que
acababa de dar su primera entrevista. Me sentí bastante contenta: necesitábamos que
hubiera más mujeres en el gobierno y los nigerianos habían visto lo bien que se había
desenvuelto la última ministra en el ministerio de economía. En ese momento, la cara
de la nueva ministra, en una fotografía en blanco y negro que llenaba media página, me
resultó familiar. La observé detenidamente y, antes de leer su nombre, supe que se trataba
de Chinasa. Tenía las mejillas más redondas, por supuesto, y su rostro había perdido la
expresión inocente de la juventud, pero poco más había cambiado.
Leí la entrevista rápidamente, mientras mis manos temblaban ligeramente. Había
estado en el extranjero durante un tiempo, gracias a la ayuda de una de las muchas
agencias internacionales que ayudaron a los jóvenes afectados por la guerra. Le habían
concedido numerosas becas. Estaba casada y tenía tres hijos. Era catedrática de literatura.
Mis manos empezaron a temblar con fuerza cuando leí cómo había empezado a
interesarse por los libros: “Durante la guerra, tuve un hada madrina”, decía únicamente.
Miré su cara durante mucho tiempo, imaginándome la vida que había llevado,
jugando con la idea de ponerme en contacto con ella, siendo consciente de que no me
había sentido en toda mi vida tan orgullosa, antes de cerrar el periódico y dejarlo en su
sitio.
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(Si no puede hacerlo on-line, utilice la plantilla al final del libro)
Reina Rania de Jordania
Su Majestad la Reina Rania Al Abdullah de Jordania es una defensora
internacional de la educación universal. Convencida de que la educación
es esencial para romper el ciclo de la pobreza, hace campaña para que se
realice una mayor inversión en la educación de las niñas. Gran parte de
su trabajo está dedicado a crear oportunidades y promover asociaciones
innovadoras públicas/privadas, con el objetivo de incrementar el acceso a
la educación y su calidad. En marzo de 2008, la Reina Rania presentó
la iniciativa “Madrasati” (“Mi escuela” en árabe), destinada a renovar
al menos 500 de las escuelas públicas en peores condiciones de Jordania
y conseguir que los jóvenes jordanos tengan acceso a aulas luminosas,
seguras y bien equipadas, y a patios de juegos. 
Maha de las Montañas
Su Majestad la Reina Rania Al Abdullah
F (Este relato se sitúa en Oriente Medio)
Los niños le lanzaban piedras, mientras gritaban y se burlaban de ella. “¡Ya
a’lylet al a’dab! ¡No tienes vergüenza!”
Maha trataba de contener las lágrimas ante los insultos que le herían
más que las piedras. ¡Por fin! Había llegado a la casita de adobe donde vivía
su familia. Sintiéndose a salvo, cerró la puerta, mientras en la calle los niños
seguían lanzando sus insultos. “¡Maha, ha ha! ¡Las niñas no van a la escuela!”
Maha suspiró. Ni siquiera era el primer día de clase; no se imaginaba lo que
sería cuando tuviese sus libros; no se imaginaba lo que sucedería cuando
saliese de casa y caminase a la escuela por primera vez.
"Estarán esperándome, me lanzarán piedras y Alá sabe qué más, pero
estoy decidida a ir a la escuela. No dejaré que me atemoricen.” Los últimos
meses habían sido agotadores, entre las discusiones con su padre y las burlas
de sus hermanos. Ahora, se había sumado el resto de los niños del pueblo.
Parecía que todo el mundo estaba en contra suya. A excepción de su
madre. Daba gracias a Dios por tener a su madre que le apoyaba en todo
momento. Ella nunca había ido a la escuela pero animaba a Maha, repitiendo a
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su padre que las hijas también se merecían la oportunidad de aprender.
“Maha, ¿por qué sigues insistiendo?”, su padre le había gritado unas semanas
antes durante la cena. “¿A qué viene esa tontería de ir a la escuela? Sabes que no
podemos permitírnoslo.”
“Sí, pero papá…”
“Entonces, ¿por qué sigues insistiendo? Hemos malgastado mucho dinero
en tus hermanos. Sólo uno de los siete sigue en la escuela. ¡Uno! Podríamos
haber comprado más carne, o un arado mejor, o haber arreglado el grifo.”
“Pero, papá,” le había suplicado, “Puedo trabajar de noche y vender mis
labores de bordado. ¡Piensa lo que podremos ganar cuando aprenda a leer!
Ayudaré en el sustento de la familia. Por favor, papá, te lo prometo, te lo
prometo.”
“De acuerdo, Maha,” había terminado por responder su padre con un
suspiro. “Pero tendrás que hacerte cargo de los gastos, no puedo darte dinero
para los libros…”
Maha se había abalanzado sobre la mesa para abrazarle. “Gracias, papá.”
Mientras le abrazaba, Maha había añadido, “Muchas gracias, te prometo que te
sentirás orgulloso de mí.”
La noticia de que Maha iba a ir la a escuela se extendió rápidamente por
el pueblo. Enseguida empezaron los cuchicheos a sus espaldas. La gente la
señalaba, se le quedaba mirando y se burlaba. La tarde anterior al primer día del
curso escolar, mientras ayudaba a su madre a cortar “okra” para la cena, le dijo
con tristeza, “Mamá, no lo entiendo, ¿qué tiene de malo ir a la escuela?”
Su madre le respondió, mientras tomaba su mano entre las suyas, “La
gente piensa que las muchachas deberían ayudar en casa y no preocuparse de
ir a la escuela. Como sabes, nunca tuve la oportunidad de aprender a leer, ni
tampoco la tuvieron tus tías ni tus abuelas. La gente piensa también … que es
una deshonra que una muchacha vaya sola por la calle. Es peligroso, ya lo sabes.
¿Quién sabe lo que puede pasar? La escuela está a una hora de camino.” La cara
de su madre reflejaba preocupación.
“Pero, mamá, tendré cuidado, sabes que lo tendré. No me importa lo que
digan. Me muero de impaciencia por ir a la escuela, quiero aprender a leer y
escribir, quiero ser profesora y, algún día, ¡te enseñaré también a leer!”
,X.
Desde entonces, había pasado un año y las estaciones se habían sucedido
una tras otra. En el verano, la tierra se resecó; con las lluvias, desaparecieron
los surcos; y finalmente volvieron las tardes frías a las tierras altas. En unos días,
comenzaría un nuevo curso escolar.
,X.
Maha se había esforzado por aprender. Escribía un diario, leía los titulares
del periódico a su padre y había enseñado a su hermana pequeña a contarse
los dedos de las manos y los pies. Con frecuencia, le dolían los ojos después
de pasar tantas horas en la escuela, aparte de hacer los deberes y coser. Sin
embargo, cuanto más trabajaba, más fuerte se sentía; cuanto más aprendía,
más quería aprender.
Aún así, no era fácil. Le asustaba el camino, que emprendía a la 6 de la
mañana y que tardaba más de una hora en recorrer. Ningún tramo de la
desierta carretera estaba pavimentado y, cuando llegaba a la escuela, tenía los
pies doloridos y cubiertos de polvo... Y esto no era lo peor.
En el primer día de clase, ninguna persona con la que se había cruzado
le había dirigido la palabra. En los siguientes, los insultos habían aumentado
y parecía que todos los habitantes del pueblo quisieran avergonzarla. “¿Cómo
puedes hacerle esto a tu familia? ¡La escuela no es lugar para una muchacha!
“¡Maha, ha ha! ¡Las niñas no van a la escuela!”.
Maha se sentó en la cama, se puso una manta alrededor de los hombros y
trató de concentrarse en el libro. De repente, la puerta se abrió de golpe. Era su
padre y estaba visiblemente enfadado.
“No puedo andar ni diez pasos en este pueblo sin que alguien haga algún
comentario de mal gusto sobre mi hija y la desgracia que está trayendo a esta
familia. Las mujeres hablan. Los hombres hablan. Los ancianos del pueblo
hablan. Hoy me han venido a decir que no aprueban que Maha vaya sola a
la escuela. Todo el mundo ha dejado de trabajar conmigo. Parece que somos
parias en nuestra propia comunidad.”
Bajando la voz, añadió. “Maha, sé que permití que fueras a la escuela, pero
tienes que dejar de ir.”
“¡Pero, papá!”
“¡No, Maha!” Los ojos oscuros de su padre la miraban fijamente. “Las niñas
no van a la escuela. Es mi última palabra.” Con la mano, dio un golpe sobre la
mesa. “Bueno, ¿dónde está mi cena?”
,X.
La vida de Maha volvió a ser como antes. Los niños seguían señalándole y
se reían a sus espaldas.. Maha fingía que no les oía.
,X.
“Salaam aleikum.”
“Wa aleikumu salaam.”
“¿Podrían decirme si vive aquí Maha?”
Ni Maha, que había salido para ver quién era, ni su padre, que había
ril
22 Ap
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abierto la puerta, tenían idea de quién podría ser aquella mujer alta que se
había presentado por sorpresa. Como era costumbre, su padre le invitó a pasar
y a tomar asiento en los desgastados cojines del suelo mientras su madre le
ofrecía una taza de té dulce.
“Vengo de la capital. He venido para ver a Maha.”
“¿Verme a mí?” Maha se acercó a la mujer. “¿Por qué quiere verme?
¿De qué me conoce?”
“Es un placer poder conocerte, Maha. He oído hablar mucho de ti. Me
han dicho que eres una de las alumnas más brillantes que ha tenido nunca
la escuela Al Isra.” La mujer le ofreció una pequeña bolsa de tela. “Te he traído
esto.” Puso la bolsa en las manos de Maha, que se quedó mirándola con
cara de sorpresa. No estaba acostumbrada a que se le prestara tanto interés.
Despacio, metió la mano en la bolsa. En el fondo, había un objeto sólido y liso.
Con los dedos, intentó adivinar qué era. Era un bolígrafo. Su primer bolígrafo.
“Il hamdallah.” Maha lo tomó en sus manos, miró a su padre y después,
tímidamente, a la señora. “¿De verdad que es para mí?”
“Sí, vas a necesitarlo,” le respondió la mujer sonriendo.
“Pero, ¿por qué?”
“¡He estado buscándote durante meses, Maha de las Montañas! Después
de todo, no es tan extraño. ¡Una niña de un pueblo pequeño de las tierras
altas andando sola a la escuela! Sí, Maha, mucha gente conoce tu nombre,
¡incluso en la capital!” El rostro de Maha enrojeció.
“No, no tengas vergüenza. Tu nombre es conocido por buenas razones.
Maha de las Montañas, ¡tu nombre representa valor, determinación y éxito!
Hemos sabido que caminabas varios kilómetros todos los días, soportando la
desaprobación de la gente y cómo te las arreglabas para trabajar de noche
y aún así ser la mejor de la clase. Tu profesora estaba muy orgullosa de tus
progresos, pensaba que tenías un gran potencial y, cuando dejaste ir a clase,
preguntó a todo el mundo dónde estabas y te buscó por todas partes. Su
búsqueda y tu historia llegaron hasta la capital.”
“¿De verdad?”, respondió Maha.
“Sí. Llegó incluso hasta nuestra organización. Nosotros trabajamos con
madres y niñas. Les damos pequeños créditos, les ayudamos a abrir un
negocio… lo que necesiten y, Maha, pensamos que lo que necesitas es ayuda
para ir a la escuela.”
“¿Cómo van a ayudarle?”, preguntó la madre de Maha, poniendo una
mano en el hombro de su hija.
“Bueno, si ustedes están de acuerdo, todas las mañanas, habrá alguien
esperando en su puerta para acompañar a Maha a la escuela. Y todas las
tardes, habrá alguien a la puerta de la escuela para acompañarle de vuelta a
casa.” La mujer se volvió hacia Maha. “¿Qué te parece?”
Maha no podía creer lo que estaba oyendo. “¿Lo dice de verdad? ¿De
verdad? ¿Todos los días?”
“¡Claro que lo digo de verdad! Las niñas tienen tanto derecho a recibir
educación como cualquier persona. ¿Por qué van a ser los niños los únicos
que vayan a la escuela? Aprender es algo bueno para todo el mundo. Una
vez que acabes los estudios, podrás ayudar a tu familia y podrás ayudar a tu
pueblo. Además, ¡estudiar te dará también una voz! Una opinión que la gente
escuchará.”
Maha levantó los ojos hacia a su padre, que miraba fijamente por la
ventana en silencio. “Mi padre es quien debe decidir. Si me da su permiso, iré.”
El padre se quedó callado. Después, con una expresión pensativa, se dio la
vuelta.
“Nadie puede decirme que no quiero a mi hija tanto como a mis hijos.
Sí, mi Maha puede volver a la escuela. Si va a estar protegida, entonces puede
ir.”
Se oyeron unos golpes en la puerta. El padre de Maha se levantó y la
abrió, encontrándose que, en la entrada, se habían reunido todas las niñas del
pueblo.
“¿De verdad? ¿Va a ir a la escuela?”, preguntó una niña con gran interés.
Una niña más mayor dio un paso adelante. “Lo sentimos. No pretendíamos
escuchar, pero vimos que la señora llegaba al pueblo”. Con el dedo del pie,
removió un poco la tierra del suelo. “¿Es verdad? ¿Va a ir Maha a la escuela?”
Levantando una ceja, el padre contestó, “Sí, irá.”
Las niñas dieron un grito de alegría mientras los niños observaban
sorprendidos. Después de felicitar a Maha a gritos desde la puerta, corrieron a
sus casas a contar a sus padres y madres lo que pasaba.
Al día siguiente, Maha salió de su casa con su bolsa y su nuevo bolígrafo,
llevándose la sorpresa de que se habían multiplicado sus compañeras de
clase. No sólo estaba la señora amable y generosa de la ciudad. Otras niñas
habían convencido a sus padres para que les dejaran también ir a la escuela.
La cara de Maha se iluminó de alegría.
Un año antes, mientras que los niños le sacaban la lengua, las niñas
habían mirado con envidia cómo Maha se había dirigido a la escuela su primer
día de clase. Desde aquel momento, habían deseado en secreto poder ir
también.
Tres días más tarde, mientras se tomaba apresuradamente el desayuno
antes de ir a la escuela, Maha escuchó un gran estruendo en el exterior. Abrió
la puerta y se encontró con una multitud de personas que estaba esperando
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afuera. Había coches, luces, cables, cámaras y muchas personas a las que no
conocía. De pronto, todos giraron las cabezas y las cámaras ¡hacia Maha!
De la sorpresa, se quedó inmovilizada, mientras la señora amable de
la ciudad se acercaba a ella. “Maha, Maha, no vas a creértelo. ¡Tu historia ha
llegado a oídos de personas muy importantes! Primero, se enteró el ministro
de Educación y, ahora, ¡el Presidente ha venido a verte!”
Maha se ruborizó mientras las cámaras le enfocaban y se disparaban los
flashes. Antes de que pudiera comprender lo que la señora le acababa de
decir, se encontró con un hombre que le tendía la mano.
“Así que tú eres Maha de las Montañas, la niña que luchó hasta conseguir
ir a la escuela, la que animó a todo el pueblo. Maha, tu valor y determinación
me han impresionado enormemente y quiero que me ayudes a conseguir
que vayan más niñas a la escuela.” El hombre se inclinó hasta ponerse a su
altura.
“¿Me ayudarás?”
Maha miró a las niñas que se agolpaban en torno a ella y que habían
escuchado la pregunta. Tenían los ojos abiertos como platos y afirmaban
entusiastas con la cabeza. Con un hilo de voz, respondió, “Por supuesto que sí.”
Las niñas gritaron de alegría.
“No quiero que se te haga tarde para ir a clase, Maha. ¿Qué te parece si
te llevo a ti y a tus amigas a la escuela en mi coche? Podemos hablar por el
camino.”
Maha no podía ser más feliz. Cargó con la mochila y su madre le dio un
beso en la frente de despedida. El Presidente saludó a todas las personas
mientras las cámaras enfocaban a las niñas subiendo a los coches. A medida
que se alejaban, en las colinas se podía escuchar, “Maha, ¡hurra! ¡Las niñas van
a la escuela!”
Fin
,X.
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Devli Kumari
Devli se ha convertido en la voz
de los niños y niñas que no tienen
acceso a la educación, debido a
la pobreza, la explotación o la
esclavitud.
Durante tres generaciones, su
familiares habían sido víctimas de
la esclavitud en las canteras de piedra de Haryana, India,
donde vivían y fallecían sin ver nunca el mundo exterior,
hasta que Devli y otras 112 personas fueron rescatadas en
2004.
Devli tiene actualmente 11 años y vive con su familia en
Jodhpur. Recientemente, representó a los niños y niñas
pobres en la presentación de la “Educación para Todos:
Clase de 2015”, en las Naciones Unidas, en Nueva York.
La audiencia, compuesta por algunas de las personas más
poderosas del mundo, se quedó en silencio mientras Devli
relataba cómo había conseguido que fueran a la escuela 15
niños de su pueblo y les lanzó el siguiente reto:
“Si, siendo una niña, he conseguido escolarizar a 15
niños, ¿no es posible que los dirigentes mundiales
consigan escolarizar a todos los niños?”
Como respuesta, los dirigentes se comprometieron a
asignar los recursos necesarios para lograr el Objetivo de
Desarrollo del Milenio (ODM) en educación y contribuir
en la educación de 15 millones de niñas y niños de todo el
mundo.
Me
llamo Devli. Nací en una cantera de piedra de
Haryana. Mis padres también nacieron allí. Toda
nuestra familia trabajaba en la cantera, ya que
éramos trabajadores en régimen de esclavitud. Cuando fuimos
rescatados por Bachpan Bachao Andolan, pudimos entender lo
que significa vivir en libertad.
Empecé a trabajar cuando tenía 5 años y me dedicaba a
golpear piedras para hacerlas más pequeñas. Mis hermanas
y yo solíamos cargar las piedras en camiones junto con el
resto. Nunca habíamos visto un plátano ni ninguna otra fruta.
Cuando nos dieron un plátano después de ser rescatados,
nos lo comimos sin pelarlo. Nunca habíamos visto un papel y
no conocíamos nada aparte de la cantera y el trabajo que
hacíamos.
Cuando nos rescataron, nos dieron casas en Jodhpur, nuestro
lugar de origen, en una colonia, donde vivimos actualmente.
Tuve la oportunidad de ir a Balika Ashram, un centro de BBA,
en Delhi, donde aprendí a leer y a escribir, además de recibir
clases de informática. Después de permanecer allí durante un
año, regresé con mis padres y ahora estudio en la escuela del
pueblo.
También he conseguido que vayan a la escuela 15 niños de
mi pueblo. Estoy en quinto curso. Me gusta ir a la escuela,
estudiar hindi e inglés y jugar con mis amigas y amigos.
Cuando sea mayor, quiero ser profesora.
F
Historia de Devli en sus propias palabras (traducido por Sandya Ch)
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Paulo Coelho
Este autor brasileño nació en 1947 en Río de Janeiro. Antes de dedicarse
por completo a la literatura, trabajó como director y actor de teatro,
letrista y periodista. Su novela, El Alquimista, se publicó en 1988,
convirtiéndose en uno de los libros brasileños más vendidos de la historia.
Posteriormente, ha publicado una serie de bestsellers y ha vendido más
de 100 millones de libros. Su obra se ha traducido a 67 idiomas.
En 1999, el gobierno francés le concedió su título más prestigioso
“Caballero de la Orden Nacional de la Legión de Honor”. Desde
septiembre de 2007, el autor es también Mensajero de la Paz de Naciones
Unidas.
La historia del lápiz
F Paulo Coelho 
El niño miraba a la abuela que escribía una carta.
En un momento dado, le preguntó:
“¿Estás escribiendo una historia que nos pasó a
nosotros? ¿Es, por casualidad, una historia sobre mí?”
La abuela dejó de escribir, sonrió y respondió a su
nieto:
“Estoy escribiendo sobre ti, es cierto. Sin embargo,
más importante que las palabras, es el lápiz que estoy
usando. Me gustaría que fueses como él, cuando
crecieses.”
El niño miró el lápiz, intrigado, y no vio nada de
especial.
“¡Pero es igual que todos los lápices que he visto en
mi vida!"
“Todo depende del modo en que veas las cosas.
Tiene cinco cualidades que, si consigues
mantenerlas, serás siempre una persona en paz con
el mundo.”
“La primera cualidad: puedes hacer grandes
cosas, pero no debes olvidar nunca que existe una
Mano que guía tus pasos. A esta mano la llamamos
Dios y debe siempre conducirte en dirección a Su
voluntad.”
“La segunda cualidad: de vez en cuando tengo
que dejar de escribir y utilizar un sacapuntas. Esto
hace que el lápiz sufra un poco, pero al final estará
más afilado. Por lo tanto, hay que saber soportar
algunos sufrimientos, porque te harán mejor
persona.”
“La tercera cualidad: el lápiz siempre nos
permite utilizar una goma para borrar aquello que
está mal. Debes entender que corregir algo que
hemos hecho no es necesariamente algo malo, sino
que es importante para mantenernos en el camino
de la justicia.”
“La cuarta cualidad: lo que realmente importa
en el lápiz no es la madera o su forma exterior, sino la
mina que lleva dentro. Por lo tanto, cuida siempre de
lo que ocurre en tu interior.”
“Finalmente, la quinta cualidad del lápiz:
siempre deja una marca. De la misma manera, debes
saber que todo lo que hagas en esta vida dejará
huellas, así que procura ser consciente de cada
acción.”
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Ishmael Beah
Ishmael Beah nació en Sierra Leona. Es el autor superventas del New York Times de “Un largo
camino, Memorias de un niño soldado”. Su obra se ha publicado en la revista del New York Times, en
"Vespertine Press" y en las revistas LIT y Parabola. Es defensor de UNICEF para los niños afectados
por la guerra y miembro del Comité Asesor de la división de los Derechos de la Infancia de Human
Rights Watch. Estudió en Oberlin College, Ohio, y obtuvo una licenciatura en Ciencias Políticas.
VOLANDO CON UN ALA
Ishmael Beah
Era la primera vez que veía llorar a su padre. Su cuerpo
temblaba mientras recorría el pequeño terreno cubierto
totalmente de hierba. Todavía se conservaba un pilar de
cemento al otro lado del terreno, con huellas de humo, lluvia,
polvo y muescas de metales afilados, que habían dejado
agujeros visibles, testigos de momentos oscuros. Miró a su
hija y logró esbozar una sonrisa. Removió la hierba con el pie,
dejando al descubierto parte de los antiguos cimientos.
“Aquí era donde nos sentábamos, ésta era mi clase.”
Se agachó y tocó la tierra con los dedos.
“Ésta era mi escuela. Aún puedo escuchar nuestras
voces recitando el alfabeto, saludando al maestro, ‘buenos
días, Sr. Kanagbole’, y saliendo a correr en los recreos, diciendo
a gritos nuestras posiciones preferidas en el partido de
fútbol que jugábamos todos los días.” Continuó andando y
se sentó por fin en el suelo. Su hija se sentó a su lado. Estaba
acompañando a su padre de vuelta a su antiguo pueblo,
donde decía que todavía vivía parte de su corazón. Sentados
en silencio, escucharon cómo el viento navegaba entre las
hojas de los árboles de mango cercanos. Su padre nunca
había hablado mucho de su infancia. Sin embargo, ahora
hablaba con una voz que pertenecía al pasado.
“Mi corazón no está familiarizado con la alegría
de celebrar los cumpleaños, pero sí conoce íntimamente
la felicidad de ir andando a la escuela y aprender a leer.
El descubrimiento del idioma me tuvo cautivado toda mi
infancia. La capacidad de leer y aprender cosas nuevas
llenó mi infancia de posibilidades y añadió más magia a mi
entorno y a mis actividades. Después de empezar a ir a la
escuela, las hojas al lado del camino que llevaba a la escuela
no eran sólo plantas medicinales, sino que también conocía
que absorbían la luz del sol y el agua. Esos momentos de
aprendizaje fueron algunos de los más felices de mi infancia
y continuaron proporcionándome entusiasmo y significado
cada vez que mi mente hacía un nuevo descubrimiento. Este
viaje de descubrimiento de mi propia mente me permitió
encontrar las verdaderas necesidades como ser humano y
ser consciente de que quería vivir para ofrecer algo a otras
personas, no sólo a mi mismo. La semilla de esta conciencia
se plantó en mi persona aquí mismo, en esta tierra.”
Cerró los ojos, levantó la cabeza, de manera que el sol le daba
en la cara, y continuó hablando.
“La mayor celebración en mi casa era al final del
curso cuando mi hermano y yo llegábamos con los informes
escolares. Las palabras de mi padre todavía resuenan en
mis oídos. ‘Los cumpleaños son sólo recordatorios de que
algún día serán mayores, como sus padres. Sin embargo,
la celebración de la educación es garantizar su existencia
para siempre, evocar el espíritu de las posibilidades,
encontrar la fortaleza de espíritu para nadar con facilidad
frente a cualquier marea.’ Su rostro se contrajo y las venas
se enrojecieron mientras hablaba. ‘Algún día lo entenderás,
hijo mío.’ Solía ponerme la mano sobre la mejilla. Ahora lo
entiendo.”
Apartó la cara del sol, con los ojos todavía cerrados.
Suspiró tan profundamente que su cuerpo se incorporó antes
de descansar de nuevo sobre la tierra.
“Me acuerdo de cuando aprendí a deletrear mi
nombre aquí mismo, donde estamos ahora sentados. Tenía
en mis manos una pizarra y una tiza. El maestro se acercó
y se sentó en la tierra, junto a mí. Entonces, no teníamos
pupitres. Escribió mi nombre en la parte superior de la
pizarra. I.B.R.A.H.I.M, repetí después de que lo hiciera él.
‘Sigue recitando las letras y cópialas después en la pizarra
tantas veces como puedas,’ me dijo antes de alejarse hacia el
siguiente alumno. Poco después, el murmullo de veces creció
en la clase, a medida que los niños y niñas iban diciendo
las letras de sus nombres en alto. Ese día, esperé inquieto a
que sonara la campana de la escuela, una plancha larga de
hierro que colgaba de las ramas del árbol de mango. Tan
pronto como uno de los niños más mayores tocó la campana,
avisando que la jornada escolar había finalizado, corrí a mi
casa recitando las letras con cada contacto que mis pies
hacían con el suelo. Mi madre estaba en casa, esperándome
con un vaso de agua. Yo estaba entusiasmado y le conté
todos los detalles de lo que había ocurrido en la escuela.
Tenía un trozo de tiza en el bolsillo y me dediqué a escribir
mi nombre en la puerta de la habitación que compartía
con mi hermano mayor. Aunque las letras, en retrospectiva,
estuvieran torcidas, me acuerdo de la alegría reflejada en el
rostro de mi madre cuando puso mi cara entre sus manos y
se agachó para mirarme a los ojos. En sus ojos, había lágrimas
de alegría. Poco tiempo después, fui capaz de escribir los
nombres de todos los miembros de mi familia en las distintas
puertas de la casa. Mi padre me animaba comprándome más
tizas. No pasó mucho tiempo hasta que toda la casa estuvo
cubierta, no sólo con nombres, sino con todas las frases que
había aprendido en clase. Mi padre se dio cuenta de que
la situación se estaba desbordando, así que me compró
un cuaderno y un lápiz y me pidió que copiara todo lo que
había escrito en las paredes y las puertas de la casa. Todavía
guardo en la memoria el olor de aquel primer cuaderno y
nunca olvidaré los momentos que pasé junto a mi padre
mientras me leía las frases y los nombres que había escrito en
las paredes a medida que los rescribía en el cuaderno. Supe
entonces que algo en mi vida había cambiado para siempre.
Podía sentir la alegría de mi espíritu y el de mi padre cuando
fuimos limpiando las paredes de la casa.”
Un pájaro batió sus alas con rapidez para salir
volando por encima del lugar donde estaban sentados. El
padre se limpió las gotas de sudor que brotaban de su frente.
La niña siguió inmóvil, mientras parpadeaba con los ojos
acuosos. Él se puso la mano derecha bajo la barbilla para
sostener la cabeza erguida.
“Años más tarde, cuando estaba en sexto curso y ya
sabía leer y escribir, me convertí en el chico del pueblo que
conocía los secretos de casi todo el mundo. Solía escribir y
leer cartas a las personas mayores que se carteaban con los
hijos que se habían ido a vivir a otros lugares. Supe de los
miedos, las esperanzas y los sueños de muchas personas. Este
trabajo me proporcionaba también algún dinero que solía
emplear para comprar libros que leía mientras caminaba a
casa después de la escuela.
En una ocasión, mientras volvía de la escuela, iba leyendo
un libro sobre un niño que había ido a la ciudad durante
las vacaciones de verano. Estaba tan absorto en el libro que
olvidé mantener los pies en el camino. Pisé fuera del estrecho
puente, que no tenía barandillas a los lados, y me caí al
río con el libro, que quedó empapado e inservible. No me
acuerdo de haber visto reír tanto a mi padre como aquel día
en que llegué a casa con el uniforme empapado. Me aconsejó
que leyera sentado en lugar de caminando.
No teníamos electricidad, así que leía por la noche
a la luz del quinqué y, en ocasiones, cerca de la lumbre,
especialmente cuando el aire de la tarde era más frío. Algunas
veces, tuve la impresión de que el fuego del quinqué y de la
chimenea sentía envidia de mi lectura y lamía los lados de mis
libros con sus llamas. Mi padre me decía que el fuego estaba
poniendo a prueba mi conciencia. Quería saber si había
ganado algo de tanta lectura.”
El padre abrió sus ojos y miró a su hija. Ésta juntó las
manos como rogándole que continuara. El padre le sonrió
antes de que su rostro se tensara y prosiguiera con el relato.
“Todo cambió, sin embargo, cuando los sonidos de
la naturaleza fueron reemplazados por los sonidos de las
armas, las lágrimas y el caos. Esta es la razón de que estemos
sentados sobre estas ruinas que un día fueron mi escuela.
Mientras duró aquella locura, olvidé soñar con el futuro,
ya que no había ninguna escuela en pie. Sin embargo, los
recuerdos de aquellos días escolares se quedaron en mi
memoria y nunca se irán. Son los días que recuerdo con
cariño antes de que todo cambiara. Son los días que volvieron
a nacer cuando las armas dejaron de emitir sus ruidos
aterradores y destructivos.”
Ulaimatu abrazó a su padre. Se había quedado
callado, quizá pensando en lo que iba a decir o quizá
exhausto de tantos recuerdos. Nunca su padre había hablado
tanto del pasado y ahora se daba cuenta de la razón de
que jamás le hubiera hecho regalos por sus cumpleaños
y únicamente cuando sacaba buenas notas. Se quedaron
sentados en silencio durante un rato mientras el aire se
llenaba de sonidos de campanas que avisaban de la hora
del almuerzo. Una multitud de niños y niñas en uniforme
salió de un edificio cercano, parloteando como pájaros y
esparciéndose en torno a la escuela para sentarse y almorzar.
Al mismo tiempo, otra multitud de niños y niñas de la misma
edad se acercaba corriendo a la escuela con bandejas
de alimentos y agua para vender. El cuerpo del padre de
Ulaimatu tembló de nuevo.
“El futuro sólo tiene una mitad brillante o, en palabras
de mi padre, este país es un pájaro que vuela con un ala
solamente. No puede elevarse durante mucho rato.” Mientras
lo decía, miraba fijamente en dirección a la escuela.
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Alice Walker
Poetisa, escritora de cuentos, novelista, ensayista, antologista, profesora, redactora, editora, feminista y
activista, Alice Walker nació el 9 de febrero de 1944 en Georgia, EE.UU. Walker creció en el seno de una
familia bien avenida, a finales de la Gran Depresión. Aunque sin demasiado recursos, era una familia
donde había cariño y perspectivas de futuro. Después de terminar el bachillerato, Walker se matriculó en el
Spelman College de Atlanta, donde se involucró en el movimiento por los derechos civiles.
La literatura de ficción de Alice Walker le ha convertido en una figura principal del renacimiento de la
literatura femenina afro americana de la década de los setenta, así como una importante figura de la
literatura americana. En 1982, Walker se convirtió en la primera mujer afro americana en ganar el premio
Pulitzer de ficción por su novela El Color Púrpura.
La obra de Walker se ha traducido a más de dos docenas de idiomas. Como autora de gran éxito de ventas,
se han vendido más de diez millones de copias de sus libros.
Alice Walker dio su autorización para la inclusión de algunos extractos de uno de los libros más populares
del mundo, diciendo:
"Es un esfuerzo maravilloso. La lectura es la ventana más grande que existe, comparable a la
contemplación de los árboles."
Con cariño, Alice
F Extractos de
EL COLOR PÚRPURA...
Alice Walker
Querida Celie,
*** Recuerdo que en una ocasión me dijiste que te sentías tan
avergonzada de tu vida que ni siquiera podías hablar de ello con
Dios y tenías que escribirlo, por muy mal que escribieras. Bien,
ahora entiendo lo que querías decir. Y tanto si Dios lee cartas
como si no, sé que seguirás escribiéndolas, lo que supone una
guía suficiente para mí. De todos modos, cuando no te escribo, me
siento tan mal como cuando no rezo, encerrada en mi misma y con
el corazón ahogado. Estoy tan sola, Celie.
El motivo de encontrarme en África se debe a que una de
las misioneras, que se suponía que iba a ir con Corrine y Samuel
para ayudar con los niños y con la fundación de una escuela, se
casó de pronto con un hombre que tuvo miedo de dejarle ir y se
negó a venir a África con ella. De manera que se encontraron con
todo dispuesto para irse y con un billete de más y sin ninguna
misionera a quién dárselo. Por otra parte, me estaba siendo
imposible encontrar ningún trabajo en la ciudad. ¡Aunque nunca
soñé con venir a África! Ni siquiera había pensado que fuera un
lugar real, aunque Samuel y Corrine, e incluso los niños, hablaran
de ella continuamente.
*** Esa mañana, empecé a hacer preguntas sobre África y
comencé a leer todos los libros que Samuel y Corrine tenían sobre
el tema.
¿Sabías que en África hubo grandes ciudades, más
grandes que Milledgeville o incluso Atlanta, hace miles de años?
¿Que los egipcios que construyeron las pirámides y esclavizaron
a los israelitas eran de color? ¿Qué Egipto está en África? ¿Que la
Etiopía sobre la que leemos en la Biblia significaba el conjunto de
África?
Bueno, leí y leí hasta que pensé que se me iban a salir los ojos. Leí
que los africanos nos vendieron porque amaban al dinero más que
a sus propias hermanas y hermanos, cómo llegamos a América en
barcos y cómo nos hicieron trabajar.
No sabía que era tan ignorante, Celie. ¡Lo poco que sabía
de mí misma no habría servido ni para llenar un dedal! ¡Y pensar
que la señorita Beasley siempre decía que yo era la alumna más
brillante que había tenido nunca! Pero hay algo que le agradezco
de verdad y es que me enseñara a aprender por mi misma, a
leer, estudiar y escribir con letra clara. Y que mantuviera vivo
en mí el deseo de aprender. Así que, cuando Corrine y Samuel
me preguntaron si quería venir con ellos y ayudarles a construir
una escuela en medio de África, les dije que sí, pero sólo si me
enseñaban todo lo que sabían para convertirme en una misionera
útil y en alguien de quien no se avergonzaran de tener como
amiga. Aceptaron esta condición y en ese momento empezó mi
verdadera educación.
Han cumplido completamente su palabra. Y estudio todo
lo que puedo día y noche.
*** Tu hermana, Nettie
EFEFE
Querida Celie,
Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que tuve
tiempo para escribir, pero siempre, haga lo que haga, te estoy
escribiendo. Querida Celie, me digo para mis adentros, en misa, a
mitad de la noche, mientras cocino, querida, querida Celie. Y me
imagino que recibes mis cartas y me contestas: Querida Nettie,
ésta es la vida que llevo.
Aquí, nos levantamos a las cinco, tomamos un desayuno
ligero de gachas de mijo y fruta e impartimos las clases de la
mañana. Enseñamos a los niños inglés, lectura, escritura, historia,
geografía, aritmética y relatos de la Biblia. A las once, hacemos
un descanso para comer y para hacer las labores de casa. De
la una a las cuatro hace demasiado calor como para moverse,
aunque algunas madres se sientan detrás de sus chozas y cosen.
A las cuatro, enseñamos a los niños más mayores y, de noche,
enseñamos a los adultos. Algunos de los niños más mayores se
han acostumbrado a venir a la escuela de la misión, pero no los
más pequeños. A veces, sus madres los traen a rastras, gritando y
pataleando. Son todos niños. La única niña es Olivia.
Los Olinka creen que las niñas no deben recibir educación.
Cuando le pregunté a una madre por qué pensaba de esta forma,
me respondió: una muchacha no es nada por si misma; sólo puede
convertirse en algo a través de su marido.
¿En que puede convertirse? Pregunté.
En qué, me respondió, en la madre de sus hijos.
Pero yo no soy la madre de los hijos de nadie, contesté, y soy
alguien.
No eres mucho, me dijo. La esclava del misionero.
Es verdad que aquí trabajó más duramente de lo que
nunca habría soñado trabajar y que barro la escuela y ordeno todo
después de la misa, pero no me siento una esclava. Me sorprendió
que esta mujer, cuyo nombre cristiano es Catalina, tuviera esa
impresión de mí.
Tiene una niña, Tashi, que juega con Olivia después de la
escuela. Adam es el único niño que habla con Olivia en la escuela.
No se portan mal con ella, es sólo que - ¿Qué es? Que, como ella
se encuentra donde ellos están haciendo ‘cosas de niños’, es como
si no la vieran. Pero no temas, Celie, Olivia tiene tu obstinación y
perspicacia, y es más inteligente que todos ellos juntos, incluido
Adam.
¿Por qué no puede Tashi venir a la escuela?, me preguntó.
Cuando le dije que los Olinka no creen en la educación de las niñas,
me contestó rápida como una bala, Son como la gente blanca de
nuestro país, que no quieren que la gente de color aprenda.
Es brillante, Celie. Al final del día, cuando Tashi consigue
terminar todas las tareas que su madre le asigna, ella y Olivia se
refugian en mi choza y Olivia comparte con Tashi todo lo que ha
aprendido. Para Olivia, en esos momentos, Tashi es África; el África
que esperaba encontrar, sonriendo mientras cruzaba el océano.
****
EFEFE
Querida Celie,
La madre y el padre de Tashi acaban de irse. Estaban
disgustados porque su hija pasa mucho tiempo con Olivia. Está
cambiando, está cada vez más tranquila y demasiado pensativa,
decían. Se está convirtiendo en otra persona; su rostro empieza
a mostrar el espíritu de una de sus tías, que vendieron a un
comerciante, porque no encajaba en la vida de la aldea. Esta tía
se negó a casarse con el hombre elegido para ella. Se negaba a
inclinarse ante el jefe. No hacía otra cosa que tumbarse, cascar
nueces de cola entre los dientes y reírse a lo tonto.
Querían conocer que hacen Olivia y Tashi en mi choza,
mientras el resto de las niñas ayudan a sus madres.
¿Es Tashi holgazana en casa? Pregunté.
El padre miró a la madre. Ella respondió, No, al contrario,
Tashi trabaja más que la mayoría de las niñas de su edad. Y es más
rápida en terminar su trabajo. Pero sólo lo hace porque quiere pasar
las tardes con Olivia. Aprende todo lo que le enseño como si ya lo
supiera, dijo la madre, pero este conocimiento no entra en su alma
verdaderamente.
La madre parecía perpleja y temerosa.
El padre, enfadado.
Pensé: ¡Ajá!. Tashi sabe que está aprendiendo una manera
de vivir que nunca vivirá. Pero no lo dije en alto.
El mundo está cambiando, dije. Ya no es un mundo sólo
para niños y hombres.
A nuestras mujeres se les respeta aquí, dijo el padre. Nunca
les dejaríamos que se fueran a patear el mundo como hacen las
mujeres americanas. Siempre hay alguien que cuide de una mujer
Olinka. Un padre, un tío, un hermano o un sobrino. No se ofenda,
hermana Nettie, pero nuestra gente se compadece de las mujeres
como usted, que ha sido desterrada, no sabemos de dónde, a un
mundo que le es desconocido, donde debe luchar completamente
sola, por si misma.
Entonces, soy objeto de compasión y desprecio, pensé,
tanto para los hombres como para las mujeres.
Además, dijo el padre de Tashi, no somos tontos.
Sabemos que hay lugares en el mundo donde las mujeres viven
de una forma diferente a como viven nuestras mujeres, pero no
aprobamos esa forma diferente para nuestras hijas.
Pero la vida está cambiando, hasta en Olinka, dije. Nosotros
estamos aquí.
El hombre escupió en el suelo. ¿Quiénes son ustedes?
Tres adultos y dos niños. En la estación de lluvias, alguno de
ustedes morirá probablemente. Ustedes no aguantan mucho en
nuestro clima. Y si no mueren, se debilitarán por las enfermedades.
Ah, sí. Esto ya lo hemos visto otras veces. Ustedes, los cristianos,
vienen aquí, se esfuerzan en cambiarnos, se enferman y regresan
a Inglaterra, o de donde vengan. Sólo se queda el comerciante
en la costa e incluso cada año es un hombre blanco diferente. Lo
sabemos porque le enviamos mujeres.
Tashi es muy inteligente, dije. Podría ser maestra. O
enfermera. Podría ayudar a la gente de la aldea.
Aquí no hay lugar para que una mujer haga esas cosas, dijo.
Entonces, nosotras nos deberíamos ir, le respondí. La hermana
Corrine y yo.
No, no, contestó.
¿Hay que enseñar sólo a los niños? Pregunté.
Sí, dijo, como si la pregunta fuese un acuerdo.
Hay una forma que tienen los hombres de hablar con las
mujeres que me recuerda mucho a papá, escuchan lo suficiente
como para dar instrucciones. Ni siquiera miran a las mujeres
cuando ellas hablan. Miran al suelo e inclinan la cabeza en esa
dirección. Las mujeres tampoco ‘miran en la cara de un hombre’,
como ellas dicen. ‘Mirar en la cara de un hombre’, es una conducta
descarada. En cambio, miran en dirección a los pies o las rodillas del
hombre. ¿Y qué puedo decir de esto? De nuevo, es así como nos
comportábamos con papá.
La próxima vez que Tashi aparezca en su puerta, envíela de
nuevo a casa, dijo el padre. A continuación, sonrió. Su Olivia puede
visitarle y aprender labores de mujeres.
Yo sonreí también. Olivia debe aprender a adquirir
educación sobre la vida allá donde pueda encontrarla, pensé. Su
oferta será una oportunidad espléndida.
Adiós, hasta la próxima vez, querida Celie, de parte de una
mujer digna de lástima y desterrada, que puede morir durante la
estación de lluvias.
Tu hermana que te quiere,
Nettie
EFEFE
F Lea el libro más famoso de Alice Walker: El Color Púrpura
*** Texto omitido
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Michael Morpurgo
Nacido en 1943 en Hertfordshire, Reino Unido, Michael fue
evacuado a Cumberland durante los últimos años de la guerra,
trasladándose más tarde a Essex. Después de la universidad y una
breve estancia en el ejército, Michael trabajó como profesor durante
diez años, antes de dedicarse a establecer las ‘Granjas para niños
de ciudad’ junto a su esposa Clara. La organización humanitaria,
que ahora dispone de tres granjas, se dedica a ofrecer a los niños de
ciudad experiencias de vida en el campo. En 1999, el matrimonio fue
nombrado MBE en reconocimiento por sus servicios a la juventud.
Actualmente, Michael vive en una granja en Devon y, en sus propias
palabras, se describe como “anciano, casado con tres hijos y seis
veces abuelo.”
Michael Morpurgo es uno de los grandes escritores de cuentos
infantiles de la actualidad y ha escrito más de cien libros, entre los que se encuentran “El naufragio del
Zanzíbar ”, “El león mariposa”, “El reino de Kensuke” y “Private Peaceful”, habiendo ganado importantes
premios literarios como por ejemplo el premio Smarties Book Prize, el premio Whitbread Award,
el premio Writer’s Guild Award y el premio Children’s Book Award. Entre 2003-2005, Michael fue el
“Laureado de los niños”, una designación que recompensa la contribución de una vida a la literatura
infantil y destaca la importancia de los libros para niños. En 2006, fue condecorado con la Orden del
Imperio Británico (OBE), en reconocimiento a sus servicios a la literatura.
Creo en los Unicornios
Michael Morpurgo (versión abreviada)
Mi nombre es Tomas Porec. Cuando conocí a la señora del unicornio tenía siete
años. Desde entonces, creo en los unicornios. Ahora, tengo casi veinte y, gracias
a ella, todavía creo en los unicornios.
Mi pequeña ciudad, oculta profundamente en su propio valle, era
un lugar normal, bastante bonito, pero normal. Eso es lo que pienso ahora. Sin
embargo, cuando tenía siete años, me parecía un lugar lleno de magia y cosas
maravillosas. Era mi ciudad, mi casa. Me conocía todos los callejones, todas las
farolas de cada calle. Solía pescar en el arroyo cercano a la iglesia, me deslizaba
por las cuestas durante el invierno y nadaba en el lago en el verano. Los
domingos, mi madre y padre me llevaban de paseo o de excursión y rodaba
por las laderas, una y otra vez, y acaba tumbado de espalda, lleno de alegría,
con el mundo dando vueltas sobre mi cabeza.
Sin embargo, no me gustaba ir a la escuela. La culpa no la
tenía la escuela ni los profesores. Lo único que yo quería era estar
fuera todo el tiempo. Siempre tenía ganas de correr libremente por
las colinas. Tan pronto como terminaban las clases, regresaba a casa a
merendar pan y miel – mi padre criaba sus propias abejas en la ladera
– y enseguida me iba a jugar. Sin embargo, una tarde mi madre tenía
otros planes. Tenía que ir de compras a la ciudad, me dijo, y quería que
le acompañase.
“Odio ir de compras,” le dije.
“Ya lo sé, cariño,” me respondió. “Por eso, voy a llevarte a la
biblioteca. Será interesante. Algo diferente. Podrás escuchar relatos
durante una hora más o menos. Te vendrá bien. Hay una nueva
bibliotecaria que cuenta relatos después de la escuela a los niños que
quieren escucharle. Todo el mundo dice que es genial.”
“Pero yo no quiero escuchar,” protesté.
Mi madre no hizo caso de mis protestas, me tomó
firmemente de la mano y me condujo a la plaza de la ciudad. Subió
conmigo los peldaños hasta la biblioteca. “Pórtate bien,” me dijo antes
de irse.
Pude ver que había un grupo de niños alborotados
agrupados en una esquina. Algunos de ellos iban a mi escuela, pero
todos parecían mucho más pequeños que yo. ¡Algunos eran bebés!
Lo cierto era que no quería estar con ellos. Estaba a punto de darme
la vuelta y alejarme disgustado, cuando me di cuenta de que se
empujaban unos a otros, como si trataran de ver mejor algo. Como no
podía ver lo que era, me aproximé hacia el lugar. De repente, todos
se habían sentado y callado y, en la esquina, vi un unicornio. Estaba
tumbado, totalmente quieto, con los pies colocados cuidadosamente
bajo su cuerpo. Podía ver que estaba hecho de madera tallada y
pintado de blanco, pero era tan realista que, si se hubiera levantado y
salido al trote, no me habría sorprendido en absoluto.
Al lado del unicornio y tan inmóvil, tan arreglada, se
encontraba una señora de rostro sonriente y un pañuelo brillante
de flores sobre los hombros. Cuando sus ojos se encontraron con
los míos, me invitó con su sonrisa a unirme a ellos. Momentos más
tarde, me encontré sentando en el suelo con los demás, mirando y
esperando. Cuando se sentó despacio sobre el unicornio y juntó las
manos en su regazo, pude sentir la expectación a mi alrededor.
“La historia del unicornio!”, gritó una niña. “Cuéntenos la
historia del unicornio. Por favor.”
Hablaba de una manera tan suave que tuve que inclinarme
hacia adelante para escuchar. Sin embargo, quería escuchar, todos
queríamos, porque cada palabra que decía tenía significado y parecía
y sonaba real. La historia trataba de cómo los dos últimos unicornios
mágicos vivos sobre la tierra habían llegado demasiado tarde para subir
al arca de Noé con el resto de los animales. Por lo tanto, se quedaron
abandonados en la cima de una montaña mientras la lluvia los azotaba,
viendo cómo el arca se adentraba en la gran inundación y se alejaba.
El agua creció y creció a su alrededor hasta cubrirles los cascos, y luego
las patas, y luego el lomo, de manera que tuvieron que ponerse a nadar.
Nadaron y nadaron, durante horas, días, semanas y años. Nadaron tanto
tiempo, nadaron tan lejos, que al final se convirtieron en ballenas. De esta
manera, podían nadar con facilidad. De esta manera, podían sumergirse
al fondo del mar. Sin embargo, nunca perdieron sus poderes mágicos
y siguieron manteniendo sus maravillosos cuernos, por lo que existen
todavía ballenas con cuernos de unicornio. Se llaman narvales. Algunas
veces, cuando ya están hartas del mar y quieren volver a ver a los niños,
nadan hasta las playas, les salen patas y se convierten de nuevo en
unicornios, unicornios mágicos.
Después de terminar el relato, todos permanecimos callados.
Era como si estuviésemos despertando de un sueño que no queríamos
abandonar. Hubo más relatos y también poemas. Algunos los leía de
libros, otros se los inventaba y otros se los sabía de memoria.
Entonces, se alzó una mano. Era un niño de mi escuela, Milos,
con el pelo tieso de gomina. "¿Puedo contar un cuento, señorita?”,
preguntó. Así que, sentado en el unicornio, nos contó un relato.
Uno tras otro, todos querían tener su turno en el unicornio
mágico. Yo también quería tener la oportunidad, pero no me atrevía. Creo
que tenía miedo de hacer el ridículo.
La hora había pasado.
“¿Qué tal te fue?,” me preguntó mi madre en el camino a casa.
“Bien, creo,” le dije. Sin embargo, al día siguiente, en la escuela,
les conté a mis amigos como había sido todo, les hablé de la señora del
unicornio –todo el mundo le llamaba así– y de sus historias asombrosas y
del fantástico poder narrador del unicornio.
Esa tarde, vinieron conmigo a la biblioteca. Día tras día, a
medida que se extendía el rumor, el pequeño grupo de la esquina
creció hasta convertirse en una multitud. Ahora, echábamos a correr a la
biblioteca para ser los primeros en llegar y encontrar un lugar cerca del
unicornio, cerca de la señora del unicornio. Con cada historia que nos
contaba, nos dejaba absortos. Nunca nos dijo que permaneciéramos
quietos. No tuvo necesidad. Todos los días, quería sentarme en el
unicornio y contar una historia, pero no conseguía reunir el valor
suficiente.
Una tarde, la señora del unicornio sacó un libro de su bolso,
un libro viejo y desgastado, carbonizado en los bordes. Era, nos dijo, su
propia copia de la Pequeña Cerillera de Hans Christian Andersen. Ese
día, yo estaba sentado muy cerca de los pies de la señora del unicornio,
mirando desde abajo el libro. “¿Por qué está quemado?”, le pregunté.
“Éste es el libro más preciado que tengo, Tomas,” me contestó.
“Te diré por qué. Cuando yo era muy pequeña, vivía en otro país. En mi
ciudad, había gente malvada que tenía miedo de la magia de los relatos
y el poder de los libros, porque los relatos hacen que pienses y sueñes,
los libros hacen que quieras plantear preguntas. Y ellos no querían que
esto sucediera. Yo estaba con mi padre viendo cómo quemaban un gran
montón de libros, cuando de repente mi padre echó a correr y sacó un
libro del fuego. Los soldados le golpearon con palos, pero él sujetó el libro
y no dejó que se lo arrebataran. Era este libro. Es mi libro preferido sobre
todos. Tomas, ¿te gustaría sentarte en el unicornio y leérnoslo?”
Nunca se me había dado bien leer en alto. Siempre
tartamudeaba con las consonantes y me preocupaban las palabras largas.
Sin embargo, sentado en el unicornio mágico, escuché mi voz fuerte y
clara. Era como cantar una canción. Las palabras bailaban en el aire y todo
el mundo escuchaba. Ese día, por primera vez, me llevé a casa un libro
de la biblioteca, las Fábulas de Esopo, porque la señora del unicornio nos
las había leído y me encantaban. Esa noche, se las leí a mi madre en voz
alta, la primera vez que lo hacía, y comprobé su sorpresa. Me encantaba
sorprender a mi madre.
Entonces, un verano por la mañana, temprano, la guerra llegó
a nuestro valle e irrumpió en nuestras vidas. Antes de aquella mañana,
no sabía mucho de la guerra. Sabía que algunos hombres habían ido
a luchar, pero no estaba seguro del por qué. Había visto por televisión
tanques disparando a las casas y soldados con armas que corrían entre
los árboles, pero mi madre siempre me decía que estaban lejos y que no
debía preocuparme.
Recuerdo el momento. Yo estaba fuera. Mi madre me había
mandado abrir el corral de las gallinas y darles de comer, cuando miré
hacia arriba y vi un avión solitario volando bajo sobre la ciudad. Observé
cómo daba una vuelta tras otra. Entonces fue cuando las bombas
empezaron a caer, lejos al principio y después más cerca, más cerca.
Todos empezamos a correr, a correr hacia el bosque. Al principio, me daba
miedo llorar. Mi padre lloraba. Nunca antes le había visto llorar, pero era
tanto de rabia como de miedo.
Ocultos en lo alto del bosque, podíamos ver cómo los tanques
y los soldados se extendían por la ciudad, bombardeando y disparando a
medida que avanzaban. Unas horas más tarde, después de que se fueron,
apenas podíamos ver la ciudad entre el humo. Esperamos hasta estar
seguros de que se habían ido y regresamos a casa. Nosotros tuvimos
más suerte que otros muchos. Nuestra casa no había sido bombardeada.
Enseguida nos dimos cuenta de que el centro de la ciudad había sufrido
los mayores daños. Todo el mundo parecía dirigirse hacia allí. Me adelanté
corriendo, esperanzado y rezando para que la biblioteca no hubiera sido
bombardeada, y que la señora del unicornio y el unicornio estuvieran a
salvo.
En cuanto entré en la plaza, vi que salía humo del tejado de la
biblioteca y llamas de las ventanas superiores. Todas vimos a la señora
del unicornio en el mismo momento. Salía de la biblioteca cargando con
el unicornio, tambaleándose bajo su peso. Corrí hacia las escaleras para
ayudarle. Me sonrió agradecida mientras cargaba con parte del peso.
Tenía los ojos rojos por el humo. Entre los dos, dejamos al unicornio al pie
de las escaleras y ella se sentó exhausta, víctima de un ataque de tos. Mi
madre le ofreció un vaso de agua. El agua debió surtir efecto porque dejó
de toser y de repente se puso en pie, apoyándose sobre mi hombro.
“Los libros,” dijo jadeante. “Los libros.”
Cuando empezó a subir las escaleras, la seguí sin pensar.
“No, Tomas,” me dijo. “Quédate aquí y cuida del unicornio.” A
continuación, subió los peldaños y entró en la biblioteca, reapareciendo
unos minutos después, con los brazos llenos de libros. En aquel
momento, comenzó el rescate. De pronto, la gente empezó a pasar a mi
lado, subiendo las escaleras y entrando en la biblioteca, mi madre y mi
padre entre ellos.
No pasó mucho tiempo antes de que todo un sistema
estuviese en marcha. Los niños hicimos dos cadenas a través de la plaza,
desde la biblioteca a la cafetería de enfrente y los libros rescatados iban
de mano en mano, hasta ser apilados en el suelo de la cafetería. El fuego
crecía con rapidez, las llamas chisporroteaban y el humo cubría el tejado.
Ningún coche de bomberos apareció –más tarde supimos que habían
bombardeado el parque de bomberos. De todos modos, los libros
seguían saliendo. De todos modos, el fuego seguía avanzando y cada
vez más gente venía a ayudar hasta que la cafetería se llenó de libros y
tuvimos que llevarlos a una tienda de comestibles próxima.
Llegó el momento en que de pronto ya no había más libros que
pasar de mano en mano y todos nos preguntamos la razón. Entonces,
vimos que todo el mundo salía de la biblioteca, siendo la última la señora
del unicornio, ayudada por mi padre. Bajaban despacio juntos, con las
caras tiznadas y ennegrecidas. La señora del unicornio se sentó en el
unicornio y se quedó mirando al edificio quemado. Todos los niños nos
sentamos a su alrededor como si estuviéramos esperando un relato.
“Lo conseguimos, niños,” dijo. “Hemos salvado todo lo que
hemos podido, ¿no es verdad? Me siento en el unicornio, de manera
que cualquier relato sea real, porque creemos que puede ser real.
Construiremos nuestra biblioteca de nuevo tal como era. Entretanto,
tendremos que cuidar de los libros. Cada familia se llevará a casa todos
los libros que pueda llevar y cuidar. Y, cuando en un año o dos o tres
tengamos nuestra nueva biblioteca, traeremos de vuelta los libros,
llevaremos dentro al unicornio mágico y volveremos a contar nuestros
relatos. Todo lo que tenemos que hacer es conseguir que este relato se
haga realidad.”
Y así sucedió, tal como la señora del unicornio dijo que
sucedería. Como tantas familias de la ciudad, nos llevamos a casa
una carretilla llena de libros y cuidamos de ellos. Por supuesto que la
biblioteca se reconstruyó totalmente al estilo de la antigua, sólo que
ahora todos la llamábamos el Unicornio, y devolvimos los libros tal como
la señora del unicornio había contado en su relato.
El día en que la biblioteca abrió sus puertas, dado que yo había
ayudado a sacar el unicornio, me encargué de subirlo por las escaleras
con la señora del unicornio, mientras toda la ciudad aclamaba y aplaudía,
ondeaban las banderas y tocaba la banda. Fue el día en que me sentí más
orgulloso y alegre de toda mi vida.
Ahora, después de tantos años, tenemos paz en nuestro valle.
La señora del unicornio sigue siendo la bibliotecaria de la ciudad y sigue
contando sus relatos a los niños después de la escuela. En cuanto a mí,
ahora soy escritor, un tejedor de cuentos. Y si, de cuando en cuando,
pierdo el hilo de mi relato, todo lo que tengo que hacer es ir a sentarme
en el unicornio mágico y mi relato fluye de nuevo. Por lo tanto, créanme,
creo en los unicornios. Creo en ellos absolutamente.
Fin
F Gracias a Walker Books por su contribución
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Beverley Naidoo
Beverley Naidoo nació en Sudáfrica y comenzó a escribir en Inglaterra, en
el exilio, mientras trabajaba como profesora. Su primer libro para niños,
“Viaje a Jo'burg ”, estuvo prohibido en Sudáfrica hasta 1991, pero supuso
una revelación para miles de lectores en todo el mundo. Sus personajes en
“Cadena de fuego”, “No Turning Back” y “Fuera de los límites” afrontan
dificultades en situaciones reales que ella describe como “más peligrosas que
ninguna fantasía”.
Ha ganado numerosos premios por su obra, entre los que se encuentran la
Medalla Carnegie por “El otro lado de la verdad”, que trata sobre dos niños
refugiados introducidos clandestinamente en Londres, que también aparecen
en “Web of Lies”. Su última novela “Burn My Heart”, ambientada en Kenia
en los años 1950, trata sobre la amistad, la lealtad y la traición, y sus relatos
más recientes son leyendas de sirenas en “Call of the Deep”. Después de que
varios de sus libros fueran prohibidos en su país de origen, en 2008 fue la candidata sudafricana
para el premio Hans Christian Andersen. Para más información, visite www.beverleynaidoo.com
EncarcelandolaLibertad
Beverley Naidoo
Lo crean o no, la biblioteca de mi colegio ¡la mantenían
bajo llave! No tengo ningún recuerdo de haber entrado
dentro y elegido un libro. Para colmo, cuando le pedí
a la directora adjunta que me firmara un impreso para
poder inscribirme en la biblioteca de la ciudad de
Johanesburgo, ella se negó. Todavía puedo escuchar su
voz con un deje irlandés…
‘¿Y para qué quieres leer más libros, Beverley?
¿No tienes bastante con los libros de texto?’
En aquel momento, me quedé perpleja, pero
más tarde comprendí que las monjas de mi colegio
creían que era su obligación controlar los libros
que leíamos. En clase, cuando leíamos un relato, un
poema, una novela o una obra de Shakespeare, nos
explicaban lo que el autor había querido decir. Nos
decían que escribiéramos lo que se nos decía y que lo
aprendiéramos. Para ellas, enseñar incluía enseñarnos
lo que debíamos pensar. Al menos, yo tenía la suerte de
tener algunos libros en mi casa que leía por diversión.
Me sumergía en ellos y mi imaginación volaba.
De esto hace mucho tiempo –más de 50
años– pero la idea de mantener a los jóvenes alejados
de los libros y controlar sus ideas todavía me enfurece.
Tengo que decir que crecí en Sudáfrica, cuando existía
el “apartheid”. Yo era una niña blanca en un colegio sólo
para blancos y ninguno de los docentes me animó a
hacer preguntas, y mucho menos a preguntar sobre el
racismo que nos rodeaba. Era un poco como si los niños
fuéramos burros con anteojeras que tenían que seguir
las indicaciones de los profesores y adultos que también
llevaban anteojeras.
Después de dejar el colegio, tuve la suerte de
entablar amistad en la universidad con personas que
me ayudaron a quitarme las anteojeras. Por primera vez,
empecé a leer libros que me invitaban a ver el mundo
que me rodeaba de nuevas maneras. Empecé a darme
cuenta de que para las personas negras de Sudáfrica,
el país era como una enorme prisión y empecé a hacer
preguntas que nunca antes había hecho. Lo que vi, con
mis propios ojos, fue espantoso, pero al menos ahora
podía elegir mi propio viaje. Esto me condujo a que me
encarcelaran durante ocho semanas en confinamiento
solitario, sin cargos. Yo era todavía “un pez pequeño” en
la resistencia frente al apartheid, pero mi hermano y sus
amigos que desafiaron al sistema fueron encarcelados
durante años. Leer y hablar sobre libros era importante
para ellos, porque los libros permitían que sus mentes
viajaran fuera de los muros de la prisión. ¡Los libros les
ayudaron a mantener libertad de mente!
Empecé a escribir en Inglaterra, donde residí
durante el exilio, y tuve dos hijos. A su padre y a mí
no nos permitían regresar a Sudáfrica, donde ambos
habíamos nacido. Esto nos convertía en refugiados,
expulsados de nuestro país de origen, y deseé encontrar
una manera de que nuestros hijos, y otras personas,
pudieran imaginar lo que era el apartheid. Si pudiera
contarles un relato interesante, quizá querrían conocer
más…
Éste fue el principio de Viaje a Jo'burg, mi primer
libro para jóvenes. Una vez publicado, viajó rápidamente
por el mundo en muchos idiomas diferentes. Empecé
a recibir centenares de cartas de lectores que me
contaban lo que pensaban y me hacían preguntas. Sin
embargo, ninguna carta era de Sudáfrica, porque las
leyes del apartheid prohibieron el libro hasta el año
después de que Nelson Mandela fuera liberado de
la cárcel. Cualquier persona podía ser encarcelada o
multada si le pillaban con el libro.
El hecho de no tener libros no siempre es por
falta de dinero, sino que tiene que ver con aquello que
valoramos. ¡Los libros son el “alimento de la mente”! Una
de nuestras libertades más importantes es ciertamente
leer, imaginar, pensar y plantearnos preguntas sobre el
mundo.
Hace unos años, escribí este poema. Surgió
mientras pensaba acerca del Viaje a Jo'burg. Trata de
mucho más, pero eso lo dejo a su criterio.
Intentaronencarcelarlalibertad
Tomaron el libro
Le arrancaron el lomo
Lo arrojaron al fuego
Laspáginasrevolotearonentreelhumo
Agarraron las páginas
Las hicieron pedazos
Las estrujaron con los puños
Laspalabrasescapabanentrelosnudillos
Retorcieron las palabras
Arrancaron los sonidos
Se los tragó su silencio
El corazón del libro gritaba
A las páginas les crecieron alas
LaspalabrasrespiraronLibertad
F ‘ ‘Intentaron encarcelar la libertad’ © Beverley Naidoo 2004. Encargado por Barbican
Education; publicado en Viaje a Jo’burg, HarperCollins Essential Modern Classics, 2008
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Arzobispo de Canterbury:
Rowan Williams
Rowan Douglas Williams nació en
Swansea, al sur de Gales, Reino Unido,
y se educó en el colegio Dynevor School
en Swansea y en el Christ’s College
Cambridge, donde estudió teología.
Hizo su doctorado en Wadham College
Oxford. A partir de 1977, pasó nueve
años trabajando en el ámbito académico
y parroquial en Cambridge antes de
regresar a Oxford.
En 1991, el profesor Williams aceptó
ser elegido y consagrado como Obispo
de Monmouth y en 1999 fue elegido
Arzobispo de Gales. Williams fue
confirmado el 2 de diciembre de 2002 como el 104º Arzobispo de See of
Canterbury.
El doctor Williams es reconocido internacionalmente como escritor teológico
de relevancia, erudito y profesor. Entre sus aficiones, se encuentran la música,
la ficción y los idiomas. El Dr. Williams está casado con Jane Paul, una
conferenciante de teología, a quien conoció mientras vivía y trabajaba en
Cambridge. Tienen una hija y un hijo.
Clase de árabe en un campo de refugiados
(Islamabad, 2006)
Una a una, las marcas se unían:
encontrando su camino a través de la tierra cuarteada,
las briznas verdes se doblaban, se enroscaban,
se hundían, se rizaban y absorbían las pequeñas gotas de lluvia.
Nueve meses atrás, la tierra se había roto, entre rugidos,
aplastando su puño sobre las casas, las vidas,
las cosechas y el futuro, abriendo su boca muda para
decir No. Y las briznas verdes volvieron
tercas a crecer. Los añicos rotos de una cosecha
perdida todavía permiten que las preciadas briznas
se abran camino para atar el dolor,
para unir con nudos y rizos los pequeños mundos
dañados de cada pequeña vida, para decir otro no: no,
no estáis abandonados. La cadena de palabras se transmite,
cayendo de un cielo roto por la voz de Dios,
acurrucando y envolviendo cada pequeña vida en
las líneas de la gracia, el nuevo mundo del
texto que señala nuestras pérdidas y nuestros
deseos, de manera que podamos leer la
humanidad otra vez en los ojos de los otros,
y escuchar que la tierra rota no lo es todo, después de todo,
a medida que los signos se unen.
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Nelson Mandela
Nelson Rolihlahla Mandela nació en Mvezo, en la antigua Transkei en 1918. Después terminar sus estudios
escolares, se matriculó en la universidad y estudió derecho. Ingresó en el Congreso Nacional africano en 1942
y se dedicó a la lucha contra el apartheid. En 1952, viajó por todo el país, organizando una campaña de
resistencia pacífica contra la legislación discriminatoria. Entre sus actividades, figura la Campaña de Desafío
de 1952, la resistencia en favor de la eliminación de las leyes injustas y la introducción de la Educación Bantú
en 1953. Instaba a los activistas de la comunidad que “hicieran de cada casa, choza o construcción un centro de
aprendizaje”.
En varias ocasiones, sus actividades fueron prohibidas y fue arrestado y acusado. En 1964, fue condenado a
cadena perpetua por sus intentos de poner fin al apartheid. Se convirtió en uno de los prisioneros políticos más
famosos del mundo. Después de 27 años en prisión, Mandela fue liberado y colaboró en la transición pacífica
a la democracia de Sudáfrica. En 1993, se le concedió el Premio Nobel de la Paz y, en 1994, se convirtió en el
primer presidente sudafricano elegido democráticamente. En 1999, se retiró de la vida pública. Sigue siendo el
héroe más querido de Sudáfrica.
F Extraído del
“N
uestro país cuenta con numerosos recursos naturales, pero
nuestro tesoro más valioso es nuestra gente, sobre todo los
jóvenes. Representan nuestros recursos humanos, que nos
permiten obtener beneficios de todos nuestros activos.
discurso de Nelson
Mandela en la
presentación de la
Campaña Nacional
para el Estudio y la
Enseñanza de 1997
Para combatir la pobreza, los delitos y todos los males de
nuestra sociedad, es preciso que invirtamos en el desarrollo de
nuestros recursos humanos...
A la cabeza de esta tarea están la educación y la formación.
Tenemos la obligación de facilitar a todas las personas el desarrollo
de su pleno potencial; dar a todo el mundo la oportunidad de
que aprenda y desarrolle su talento. Tenemos el deber de crear un
entorno propicio y proporcionar las herramientas y los mecanismos
necesarios para que las personas puedan desarrollarse plenamente...
El potencial que debe reclamarse es inmenso. En nuestro país,
existen millones de adultos que nunca han tenido la posibilidad
de aprender a leer y escribir; cientos de miles de jóvenes sin acceso
a la educación y sin ninguna capacidad significativa; trabajadores
que deben procurar adaptarse a las nuevas tecnologías mundiales
–podemos aprovechar nuestro potencial para conseguir una vida
mejor, aprovechando todas las oportunidades que nuestra nación
tenga para aprender.
En esta ocasión, nuestro mensaje a los maestros es el siguiente:
que su máxima sea un compromiso incondicional con los intereses
de las personas cuya educación se les ha confiado.
ril
22 Ap
2009
Entre otras cosas, esto significa una puntualidad estricta, una
preparación minuciosa de cada lección y una dedicación incansable
para garantizar que todos los alumnos aprenden algo en cada lección.
Esto implica mantenerse a la vanguardia de los descubrimientos en sus
asignaturas y trabajar conjuntamente con sus colegas y con la dirección
escolar para garantizar que nuestras escuelas eduquen realmente a la
nación. En resumen, significa mantener los niveles más elevados, de
manera que se restaure la dignidad en la profesión de la enseñanza.
Sobre sus hombros, descansa una enorme responsabilidad. Si fallan a
nuestros niños, fallarán al país.
A los alumnos, esta campaña es un llamamiento para que hagan del
aprendizaje su principal, sino la única, prioridad. En su caso también,
la puntualidad, la asistencia y la aplicación en el estudio deben estar
a la orden del día. Es preciso una participación activa en las clases,
una curiosidad inquisitiva como modo de aprendizaje, un respeto por
los compañeros y los docentes, además de una determinación de no
consumir nunca drogas ni llevar armas peligrosas a la escuela – todo
esto y mucho más es la base de la cultura del aprendizaje...
A los padres, les decimos hoy que su interés en la educación de
sus hijos e hijas es tan importante como su propio esfuerzo y el de los
profesores. Pueden ayudar en la educación de la nación participando
en las actividades de las escuelas y protegiéndolas del vandalismo;
apoyándolas, mediante la colaboración con los profesores y alumnos; y
mediante una vigilancia constante con el fin de conseguir que sus hijos
vayan diariamente a la escuela y hagan los deberes escolares…
No podemos permitirnos seguir de brazos cruzados mientras
algunas escuelas se convierten en centros de consumo de drogas,
violencia o se destrozan sus recursos. No podemos seguir de brazos
cruzados viendo cómo nuestros jóvenes viven en la ignorancia,
careciendo de las habilidades necesarias… Vayamos de la mano y
trabajemos para que las escuelas trabajen para nosotros.
Gracias.
”
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Arzobispo Desmond Tutu
El sacerdote anglicano Desmond Mpilo Tutu se convirtió en el primer
Secretario General de raza negra del Consejo Sudafricano de Iglesias en
1979. Se pronunció con contundencia contra el apartheid y en 1984 le
fue otorgado el Premio Nobel de la Paz por su labor. En 1986, fue elegido
Arzobispo de Ciudad del Cabo, el cargo de mayor relevancia en la Iglesia
anglicana del sur de África. En 1989, lideró una marcha hasta una playa
reservada para gente de raza blanca y tanto a él como a sus seguidores les
expulsaron con látigos.
En 1994, después del final del apartheid y de la elección de Nelson
Mandela, Tutu fue designado Presidente de la Comisión para la Verdad y
la Reconciliación de Sudáfrica, con el cometido de investigar los crímenes
perpetrados en el período del apartheid. Esta política de perdón y
reconciliación se ha convertido en un ejemplo internacional de resolución
de conflictos y un método reconocido de reconstrucción tras un conflicto.
Actualmente, continúa ejerciendo un ministerio internacional activo en
favor de la paz. A continuación, se presentan algunos extractos de una entrevista de la Academia
Internacional de Logros realizada en 2007 a Desmond Tutu, quien ha dado autorización a la
Campaña Mundial por la Educación para incluirlos en la Gran Lectura.
Cuando era un niño en Klerksdorp (una pequeña ciudad de Sudáfrica), ¿cómo
fue su infancia y qué experiencias le influyeron principalmente?
“¿Mi infancia en Klerksdorp? Bueno, como otros niños negros, vivía en un
gueto, pero no andábamos sintiendo lástima por nosotros mismos. Sabíamos que
éramos desfavorecidos, que no teníamos la misma vida que los niños blancos, pero
era una vida todo lo plena que quisiéramos que fuera. ¡Nos hacíamos nuestros
propios coches con cables!
Mi padre era maestro y director de la escuela de primaria en la que empecé a
estudiar. Mi madre no tenía apenas estudios. Tenía, y sigo teniendo, dos hermanas.
Mis hermanos varones murieron siendo muy pequeños, así que era el único chico
de la familia y, hasta cierto punto, quizá un poco consentido.”
¿Hubo algún libro que leyera, siendo niño, y que tuvo una gran influencia en
usted?
“Una de las cosas que mi padre me permitió fue leer cómics. La gente solía
decir que era una mala costumbre, porque aprendías un mal inglés pero, de hecho,
al permitírmelo –yo devoraba todo tipo de cómics- propició mi amor por la
lengua inglesa y por la lectura, y creo, que de haber sido más firme, yo no habría
desarrollado este interés profundo por la lectura y por el inglés, que me ayudó
bastante, más tarde, cuando tuve que permanecer hospitalizado durante 20 meses.
Por lo menos, tenía algo que hacer.
ril
22 Ap
2009
En mi familia, no disponíamos de muchos libros, pero mi padre era partidario
de que leyéramos las Fábulas de Esopo y los Cuentos de Shakespeare del matrimonio
Lamb. No tuve oportunidad de leer los originales, pero leí estos relatos que describen
lo que Shakespeare expresaba en sus obras de teatro. Además, mi padre tenía una
enciclopedia y me entretenía hojeándola. Me acuerdo de una ocasión en clase, en
la que el maestro nos preguntó si alguien sabía cómo se llamaba lo que se utilizaba
en Holanda para detener el avance del agua. Dio la casualidad de que había estado
leyendo sobre el tema en uno de estos volúmenes que tenía mi padre, así que levanté
la mano y respondí, "Diques". El maestro no sabía qué hacer. Me habría puesto en un
pedestal por haber sido capaz de contestar a algo tan específico.”
¿Hay algún maestro que recuerde en particular?
“Había un hombre que nos enseñaba literatura inglesa en bachillerato y que era
realmente extraordinario. Cuándo hablaba de una obra de Shakespeare, ¡llegabas a
creer que habían crecido juntos! Era muy bueno, la verdad. Un hombre negro, que era
fantástico y que nos inculcó un amor profundo por la literatura.”
¿Se acuerda de su nombre?
“Sí. Geoff Mamabolo. Murió. Era fantástico, pero también había otros. Si tuviera
que dar cinco nombres, citaría a cinco profesores que también eran extraordinarios.
Fueron buenos profesores y dedicados, a pesar de que vivíamos una vida segregada y,
cuando íbamos a la ciudad donde vivían los blancos, veíamos que sus escuelas estaban
mucho mejor equipadas y con mejores patios. Mi padre me compró una bicicleta, así
que era prácticamente el único niño en el gueto que tenía una bicicleta, y me enviaba
a la ciudad. Con frecuencia, me sorprendía ver a otros niños negros hurgar en los
contenedores de basura de las escuelas de los blancos donde sacaban manzanas y otras
frutas en perfectas condiciones. A los niños blancos de los colegios estatales les daban
un almuerzo escolar, pero la mayor parte de las veces no lo comían. Preferían lo que
les ponían sus madres, así que tiraban la fruta a la basura, mientras que los niños que
realmente necesitaban un almuerzo escolar gratuito no tenían esa opción. De esta
manera, empecé a darme cuenta sin ser consciente, empezamos a darnos cuenta, de
que había grandes incoherencias en nuestras vidas.”
Cuando era niño, ¿qué quería ser de mayor?
“Durante mucho tiempo, mi gran pasión, que se confirmó cuando contraje
tuberculosis a la edad de 12 años, más o menos, fue ser médico. Quería ser médico para
encontrar la manera de curar esta epidemia y, de hecho, fui admitido en la facultad
de medicina. Si hubiéramos tenido los recursos necesarios, probablemente hoy sería
médico. Lo que sucedió fue que no pude ocupar la plaza en la facultad de medicina
y, en su lugar, me matriculé en la escuela de magisterio, porque el gobierno ofrecía
becas a las personas que querían ser maestros.
Me convertí en maestro y nunca lo he lamentado. Era maravilloso porque
me acordaba de mis maestros y de lo que habían significado para mí. Me sentí
verdaderamente humilde tratando de que aquellos niños, que en muchos aspectos
de la vida se les decía que no tenían ninguna importancia, comprendieran que
podían destacar en aquello que desearan razonablemente. Tuve la oportunidad
de enseñar en mi propia escuela y las condiciones que allí existían sorprenderían
a muchas personas. Impartía clases de inglés en aulas con un promedio de 80
alumnos. Imagínese, si puede, lo que supone, en una clase de idiomas donde los
alumnos tienen que realizar un gran número de ejercicios, corregir la labor de 80
alumnos, aparte de que ningún profesor tenía únicamente una clase. Recuerdo que
impartía cuatro clases, dos de ellas con 80 alumnos cada una y otras dos con 40.
Nadie se quejaba del número de alumnos por clase, porque la postura del gobierno
era que ‘los nativos son un fastidio y cuanto menos hagas por ellos, cuanto menos
te esfuerces, tanto mejor.’ Nuestro sistema educativo era pésimo. Lo valioso era la
determinación de las personas.
Cuando comencé a dar clases, traté de ser para aquellos niños lo que mis
maestros habían sido para mí, procurando inculcarles orgullo de sí mismos y de lo
que estaban haciendo, y de que, por mucho que les dijeran que eran una cosa u otra,
no lo eran. Era importante que demostraran que estaban en un error, realizando su
propio potencial. Durante cuatro años, enseñé inglés e historia y era un placer ver
cómo los niños empezaban a ver la interconexión entre las cosas.
Fue entonces cuando el gobierno decidió que iba a implantar lo que llamaban
la educación Bantú, una educación expresamente diseñada para negros, y no
tenían ninguna clase de reparo en señalar que era una educación destinada a la
servidumbre perpetua. El Dr. Verwoerd llegó a decir, "¿Para qué hay que enseñar
matemáticas a los negros? ¿Para qué van a servirles las matemáticas? Hay que
enseñarles inglés y afrikáans, el otro idioma blanco, para que sean capaces de
entender las instrucciones que les dan los patrones blancos." Eso fue lo que dijo.
Quiero decir que dijo abiertamente que ése era, en su opinión, el objetivo de la
educación. Fue entonces cuando le respondí, "No, lo siento. No puedo, no puedo
colaborar con esta parodia, pero no tenía demasiadas alternativas, demasiadas
opciones para elegir.
En mayo de 1976, usted envió una carta al primer ministro advirtiéndole de la
tensión creciente entre la juventud negra sudafricana contra la educación Bantú
impuesta por el gobierno. ¿Qué importancia tuvo en relación con los disturbios
del 16 de junio de 1976?
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22 Ap
2009
“Escribí la carta al primer ministro diciéndole que sentía temor. Sentía temor
porque el estado de ánimo de la población era alarmante. Si no hacían algo para que
la gente creyera que se preocupaban por sus intereses, temía que se produjera una
rebelión.
Envié la carta. Probablemente cometí un error técnico al darle la carta a un
periodista antes de tener noticias del primer ministro, porque el periodista trabajaba
para un periódico dominical y le dio una gran cobertura. Creo que al primer ministro
le molestó que no le diera la oportunidad de responder, aunque no demasiado, porque
no le hizo ningún caso. Le escribí en mayo de 1976. El mensaje era el siguiente,
"Tengo el presentimiento de que se va a producir una explosión si no hacen algo."
Bueno, no hicieron nada y un mes más tarde ocurrió el levantamiento de Soweto.
Por la razón que fuere, el gobierno sudafricano había ignorado mi carta donde
les advertía. No fue ningún tipo de premonición, aunque se palpara en el aire, pero
cuando ocurrió, cuando ocurrió el levantamiento del 16 de junio de 1976, a la mayoría
nos pilló por sorpresa. No habíamos previsto que nuestros jóvenes tuvieran el valor.
De la educación Bantú se esperaba que les convirtiera en criaturas dóciles, doblegadas
ante el hombre blanco, incapaces de abrir la boca y fue un acontecimiento asombroso
cuando los estudiantes salieron a la calle y dijeron que se negaban a estudiar en
afrikáans. Era un acto verdaderamente simbólico de toda la opresión. El afrikáans
era el idioma de quien consideraban el opresor y la protesta contra el afrikáans era
en realidad una protesta contra todo el sistema de injusticia y opresión, en el que la
dignidad de la población negra era pisoteada despiadadamente. Sudáfrica nunca fue la
misma y sabíamos que no volvería a serlo nunca; estos jóvenes fueron extraordinarios.
Realmente extraordinarios.
¿Qué era lo que tenían esos chicos y que usted califica de “extraordinario?”
Recuerdo que, en una o dos ocasiones, hablé con ellos y les dije, "Supongo que
son conscientes de que, si continúan comportándose de esta manera, les echarán los
perros, les azotarán, podrían detenerles sin juicio, torturarles en las cárceles e incluso
matarles," y fue una especie de alarde por parte de estos jóvenes, porque la mayoría
contestaron, "Y qué. Me da igual si ocurre, mientras contribuya en nuestra lucha por
la libertad." Creo que, en 1994, cuando Nelson Mandela se convirtió en el primer
presidente elegido democráticamente, se les reivindicó. Fue la reivindicación de
aquellos extraordinarios jóvenes de 1977.
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Natalie Portman
Natalie Portman, una de las actrices más talentosas y más buscadas
de Hollywood, dedica su tiempo a causas benéficas en nombre
de FINCA International, en particular, dando a conocer el impacto
de los microcréditos en la vida de los habitantes de los países en
desarrollo. Embajadora de la Esperanza de FINCA International desde
2004, Natalie Portman es también copresidenta con Su Majestad la
Reina Rania Al-Abdullah de Jordania de la iniciativa Village Banking
Campaign.
La actriz designada para los Oscars® se prepara para un papel
protagonista en BROTHERS y en NEW YORK, I LOVE YOU, después de
haber participado recientemente en la película LOVE AND OTHER
IMPOSSIBLE PURSUITS de Don Roo. La primera película de Natalie Portman como directora,
un cortometraje titulado EVE, se presentó en el Festival de Cine de Venecia de 2008. Ha
intervenido también en CLOSER, PARIS JE T’AIME, V FOR VENDETTA, COLD MOUNTAIN, STAR
WARS y BEAUTIFUL GIRLS. En el teatro, obtuvo el papel principal en EL DIARIO DE ANA FRANK
de James Lapine y participó en la producción de LA GAVIOTA de Mike Nichols en Shakespeare
in the Park.
Ill-lIT
F Natalie Portman – Actriz y activista
En la primera década del siglo veintiuno, la década
comúnmente conocida como “The Noughties” (que en
inglés viene a significar la década de la nada), emergió
una contracultura de jóvenes anti-lectura. Llamaron al
movimiento Ill-lIT y los cuatro fundadores empezaron
dándose nuevos nombres que podían deletrearse
como CJ, TJ, PJ y DJ. Si alguien les preguntaba qué
significaban estas letras, ellos respondían de manera
impertinente:
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2009
“Nada.”
A los integrantes de Ill-lIT les divertía no
sólo que el nombre de su movimiento tuviera tres
letras “L” consecutivas (algo imposible en cualquier
idioma), sino también el hecho de confundir al lector
escribiendo la “L” como “i” mayúscula, de manera que
el nombre parecía más un número romano que una
palabra pronunciable. (Para ser un grupo anti-lectura,
se entretenían bastante en crear confusión entre los
lectores).
Ill-lIT había decidido que la lectura era una
capacidad anticuada: los ordenadores y computadores
podían reconocer las voces y corregir la ortografía y, por
otra parte, cualquier libro o artículo podía resumirse de
forma audio on-line. Era menos necesario aprender a
leer que aprender las tablas de multiplicar.
Cuando los adultos les preguntaban a los cuatro
rebeldes cómo pensaban sobrevivir sin leer, los cuatro se
reían y respondían:
“¿Qué creen que nos va a pasar? ¿Creen que nos
vamos a morir si no leemos?”
De esta manera, continuaron con su batalla contra la
lectura pintando con spray graffiti de garabatos en lugar
de palabras, distribuyendo libros grabados en cintas y
llevando pins con la superficie en blanco, mostrando el
poder de un mensaje mudo e ilegible.
Una noche, estaban los cuatro sentados bajo un
puente, celebrando entusiasmados sus actividades antilectura. TJ había comprado caramelos y gaseosa en la
tienda. PJ había traído galletas y leche de casa. CJ había
traído el radiocasete. DJ no había traído nada y seguía
con su bote de pintura verde, que podía ser la causa de
que llevara el pelo de ese color (aunque también podía
deberse a la cantidad de tiempo que se pasaba metido en
el agua con cloro de la piscina en el club de jóvenes de la
ciudad, una de las actividades favoritas de los miembros
de Ill-lIT.)
A la mañana siguiente, un policía que hacía la ronda
rutinaria del barrio pasó por debajo del puente. Allí,
entre charcos de agua de lluvia estancada mezclada
con los fluidos típicos que se encuentran debajo de un
puente, se encontraban los cuatro cuerpos de los antilectura.
DJ, con su pelo fluorescente, tenía la nariz pegada al
bote de spray con la lengua hacia fuera, tan verde como
su pelo (no había sido capaz de leer la advertencia en
letras grandes NO INGERIR). CJ estaba totalmente
hinchado, víctima de una reacción alérgica al extracto
de almendra que contenía la barra de chocolate que se
había comido, de la que todavía le quedaban rastros en
las comisuras de la boca (había sido incapaz de leer la
advertencia PUEDE CONTENER TRAZAS DE
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FRUTOS SECOS, escrita en letras minúsculas al final
del listado de ingredientes del envoltorio). El pelo de
PJ estaba en punta y tenía los ojos saltones, porque se
había electrocutado mientras trataba de desenchufar
el radiocasete de rodillas sobre un charco (sin haber
advertido que en la etiqueta del cable eléctrico decía
RIESGO DE DESCARGA ELÉCTRICA EN
CONTACTO CON LÍQUIDOS). Y finalmente TJ, el único de los cuatro al que le
gustaban las galletas mojadas en leche; TJ, para quien
PJ había rebuscado expresamente un cartón de leche y
galletas en el frigorífico y la despensa, respectivamente;
TJ, con un bigote de leche y migas de galletas sobre su
cuerpo inmóvil, había fallecido cuatro meses después de
que la leche caducara (su caducidad estaba claramente
marcada, pero TJ no había podido leer CONSUMIR
ANTES DEL 6 DE FEBRERO 09).
El policía, cuyo nombre era Levaquantario, un
nombre bastante complicado de deletrear, movió la
cabeza con consternación ante la evidencia:
“Si hubieran sido capaces de leer...!”
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Visite el sitio de Internet:
Millones de personas participarán en la Gran Lectura y todos
los días nos enteramos de nuevas actividades y de nuevas
“celebridades” que contarán interesantes relatos como parte
de esta campaña. En el sitio de Internet, podrán leer las últimas
noticias y visualizar fotografías y vídeos de los eventos. También
habrá grabaciones de audio de estos relatos que podrán escuchar,
además de recursos que los profesores podrán utilizar en sus
clases.
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Campaña Mundial por
la Educación
La Campaña Mundial por la Educación se compone de
organizaciones y personas que creen que todas las personas
deben tener acceso a una educación publica, gratuita y de calidad.
Sin embargo, sigue habiendo 75 millones de niños y niñas sin
escolarizar y 774 millones de adultos que no saben leer.
Por esta razón, la Semana de Acción de la Campaña Mundial por la
Educación se centrará en la Gran Lectura del 20 al 26 de abril de
2009.
FORMULARIO DE VALIDACIÓN: LA GRAN LECTURA
ÚNICAMENTE DEBEN RELLENAR ESTE FORMULARIO AL FINAL DE LA GRAN LECTURA
Y PUEDEN HACERLO ON-LINE SI LES RESULTA MÁS FÁCIL. Deberá rellenarlo el
coordinador/a o la persona responsable de devolver la Gran Lectura a la Campaña Mundial
por la Educación.
Fecha de La Gran Lectura: _______________________________________________
Lugar de La Gran Lectura: _______________________________________________
País de La Gran Lectura:_________________________________________________
¿A quién se lo enviaron?: ________________________________________________
(representantes gubernamentales)
Número total de personas que anotaron sus nombres: ______________________
Nombre del coordinador/a local: _________________________________________
Correo electrónico
de contacto:
(Le mantendremos informado de los avances de la campaña. Si no desea que le enviemos información, marque esta
casilla)
Maneras de enviar este formulario:
1. On-line: www.campaignforeducation.org/bigread
2. Dirección postal: Global Campaign for Education
PO Box 521733, Saxonwold, Johannesburgo, 2132, Sudáfrica
3. Escanear y enviar por correo electrónico: [email protected]
4. Fax: +27 11 447 4138
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listado a su gobierno.
“Hemos participado en la Gran Lectura.
Anotamos nuestros nombres para pedirle que
todas las personas tengan la oportunidad de
aprender.”
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participaron en la Gran Lectura.
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