ACTO DE REFLEXION SOBRE LA CONVENCIÓN

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ACTO DE REFLEXION SOBRE LA CONVENCIÓN SOBRE LOS DERECHOS
DEL NIÑO
ORGANIZADO POR LA ASOCIACIÓN ARGENTINA PARA LA INFANCIA
23 de Noviembre de 2004
Jorge Rivera
Representante de UNICEF
Hace quince años, el mundo prometió en la Convención sobre los Derechos del
Niño, una infancia llena de amor, atención y protección, en un entorno familiar
que les ofrezca el aliento necesario para alcanzar su pleno potencial. No existe
un acuerdo y un compromiso tan universal como éste. La Convención es el
tratado más global que existe.
Muchos individuos y organizaciones -la Asociación Argentina para la Infancia es
una de ellas- han proclamado y defendido desde entonces esos derechos. Por
ello place mucho a UNICEF acompañarlos en esta ocasión, para reafirmar la
convicción que tiene nuestra organización de que los derechos de todos los
niños y niñas en todas partes pueden hacerse realidad si el mundo demuestra la
voluntad necesaria para poner en práctica sus promesas de hace quince años.
Es verdad que el mundo atraviesa circunstancias particularmente difíciles, frente
a las cuales no faltan los escépticos que apuntan -derrotados ya- a la
imposibilidad de que la humanidad construya un mundo apropiado para los niños.
La pobreza, el hambre y la desnutrición, los conflictos armados, los avances de
la pandemia del VIH/SIDA y la espiral de violencia en el mundo, siembran en
muchos la desesperanza y el desencanto.
Hoy estamos aquí,con todos ustedes para reafirmar una vez más -por paradójico
que pudiera ser- que es posible cumplir con las promesas que el mundo hizo a
su infancia. Que es posible cumplir las que Argentina hizo, a tiempo de ratificar
la Convención al año siguiente de que fuera promulgada por las Naciones
Unidas.
Efectivamente, nunca antes los derechos de los niños, niñas y adolescentes
habían figurado de forma tan prominente en los programas públicos. Diversos
instrumentos internacionales y nacionales reiteran la intención de las naciones
de satisfacer los derechos de los niños. Nunca antes la comunidad internacional
había escuchado las opiniones de los niños como lo hizo en el año 2002,
durante la Sesión Especial que la Asamblea dedicó a la infancia.
Además, existen los recursos y de manera abundante: conocimiento, dinero,
tecnología, gente. El mundo es más rico que nunca -¡Paradoja increíble!existiendo millones de niños que no pueden crecer y desarrollarse rodeados de
amor y protección. Cuando ellos mismos sean padres y madres, sus hijos
correrán el riesgo de que les denieguen, también, sus derechos, perpetuándose
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de una generación a otra, condiciones de penuria, conflicto, violencia,
explotación y enfermedad.
Esto quiere decir que los adultos les estamos fallando a las generaciones
jóvenes. Estamos fracasando en el deber casi instintivo marcado por la
naturaleza, de proteger a los propios hijos. Esto no debe seguir siendo así.
UNICEF no comparte el criterio derrotista de quienes piensan que no será
posible construir un mundo apropiado para los niños y ni siquiera alcanzar los
mínimos del desarrollo que las naciones se han autoimpuesto lograr, y que los
formularon al suscribir la Declaración del Milenio, con metas claras que, de
lograrse, harán la vida un poco mejor para millones de niños en el mundo.
UNICEF sostiene, que los derechos de todos los niños, niñas y adolescentes en
todas partes pueden hacerse realidad, si el mundo demuestra la voluntad
necesaria para poner en práctica sus compromisos. La voluntad es el factor que
traduce las intenciones en acciones. Todos conocen, sin duda, en este auditorio
el poder de la voluntad. Los estados y las sociedades, las comunidades y las
familias, los individuos y los organismos internacionales y, cosa muy importante,
los propios niños, niñas y adolescentes tienen la obligación de lograr que se
cumplan los derechos proclamados en la Convención.
Pero hay algo más, en un mundo globalizado como el que vivimos, que nos da la
posibilidad de conmovernos ante el dolor humano de personas que viven a
miles de kilómetros de nuestras casas, ya no podemos circunscribir nuestras
responsabilidades éticas en áreas locales o, incluso, nacionales. No hay ninguna
imagen más conmovedora que la de un niño que sufre en cualquier lugar del
mundo. Mantener viva la capacidad de indignación que tiene el ser humano
frente a esas realidades –no importa dónde ocurran- es la razón de ser de
organizaciones como la Asociación Argentina para la Infancia, como UNICEF y
otras, sin duda aquí presentes. Evitar que los cientos de miles de niños que
sufren se conviertan solamente en frías estadísticas que reportan los sistemas
de información, es una responsabilidad colectiva que hoy, aniversario de la
Convención, quisiera invitar a todas y todos los aquí presentes, a aceptar
nuevamente y de manera colectiva, de forma tal que logre ser una fuerza capaz
de mover la voluntad de los gobernantes, la voluntad de las sociedades, de las
familias y las comunidades.
El mundo, Argentina, debe reafirmar y comprometerse nuevamente con sus
responsabilidades morales y jurídicas hacia la infancia. La incapacidad para
ajustar las leyes nacional y provinciales a la Convención tiene que provocar
indignación ciudadana, pues no puede existir ambigüedad posible ante la
necesidad de normar la protección integral de la niñez y la adolescencia. Esto
implica la separación clara entre la actuación de los órganos de un sistema de
protección de sus derechos en un contexto de pobreza y la actuación de los
órganos judiciales de un sistema especializado de responsabilidad penal para la
protección de los derechos cuando los chicos entran en conflicto con la ley.
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La voluntad de cumplir las promesas implica la aplicación de un enfoque del
desarrollo social y económico basado en los derechos humanos que permita
establecer con esos criterios las prioridades sobre los bienes y servicios
esenciales para construir un entorno protector para la infancia. La producción de
la riqueza nacional que no esté orientada por esos criterios servirá solamente
para ampliar la enorme brecha que separa a los pobres de los ricos, en una
sociedad en la que el 20% más rico del país percibe el 53% de la totalidad de los
ingresos, mientras que el 40% más pobre se distribuye el 12% de los ingresos.
Los gobiernos deben adoptar políticas sociales responsables que tengan en
cuenta concretamente a la infancia. Establecer medidas específicas para que las
estrategias de disminución de la pobreza incidan directamente en el
mejoramiento de la salud y la educación de los niños, es una muestra de ello. Es
auspicioso encontrar anunciada esa disposición por parte del Gobierno de la
Nación a partir del año próximo, cuando se produzca el cambio de las políticas
asistenciales hacia un Plan que fortalezca la familia, como entorno protector de
la infancia. El Plan Familia despierta en UNICEF gran expectativa y compromiso,
como estoy seguro que lo hará en todos ustedes.
Los recursos están disponibles para financiar una transformación mundial de la
infancia, a condición de que exista clara voluntad para ello. No se conoce la
noticia todavía de que los países que fabrican armas en el mundo dejen de
hacerlo por falta de recursos. Ni que se hayan dejado de emprender guerras
absurdas por falta de recursos. Los conflictos armados hieren y matan a los
niños y las niñas y a quienes los protegen. Destruyen los hogares y las escuelas
que fueron construidos para crearlos. En varios países los niños se ven
obligados a participar en combates o a convertirse en sirvientes, mensajeros o
espías. Las guerras, para las cuales siempre hay dinero, son una amenaza para
la infancia.
Sin embargo, es frecuente escuchar anuncios y lamentos de que los niños
sufren enfermedades, privaciones y limitaciones en su educación por falta de
recursos… No es cierto que no existan recursos en el mundo. Lo que es cierto
es que falta la voluntad política para dedicarlos a lo que tienen que ser
destinados.
No alcanza con seguir invirtiendo en la niñez solamente los montos que hasta
ahora se han venido haciendo. Los países deben invertir fondos adicionales en
la infancia. En Argentina es otro motivo alentador de optimismo escuchar que la
voz del Presidente ha proclamado la necesidad de canjear deuda externa por
educación para los adolescentes argentinos y que esa voz haya tenido eco
concreto en la más reciente Cumbre Iberoamericana de Presidentes.
Un mundo decidido puede terminar con la pobreza infantil. El costo de la
inmunización proyectado por UNICEF para todo el año 2004 es de unos 187
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millones de dólares. Esto representa aproximadamente el 0,02% del gasto militar
mundial. Si sólo el 0,5% del gasto militar mundial se destinara a la inmunización,
todos los niños del mundo podrían recibir vacunas durante los próximos diez
años. Esto lo afirma el premio nóbel de Economía Joseph Stiglitz.
La infancia es la base del futuro del mundo. Y aunque el futuro pudiera parecer
hoy, un tanto sombrío, no hay que desesperar. La humanidad ha alcanzado
logros muy grandes, cuando se lo ha propuesto. Los niños tienen hoy, por
ejemplo, menores probabilidades de morir que hace cuarenta años. Esa
probabilidad se ha reducido a la mitad en ese lapso. Es posible, pues avanzar, si
existe la voluntad de hacerlo.
Tenemos ejemplos cercanos de que es posible hacer cosas. Esta Jornada
concluirá con la entrega de los primeros ejemplares de la Convención sobre los
Derechos del Niño, edición braille que, por iniciativa de Mil Milenios de Paz, está
ahora disponible. Feliz coincidencia que hoy me permita contraponer el
desperdicio humano que provoca la guerra, junto al esfuerzo constructivo por la
paz desde el que Mil Milenios hoy muestra tan importante realización.
Muchas gracias por darnos el ejemplo de cómo la voluntad clara y la decisión
permiten avanzar en la vigencia de los derechos de los niños, niñas y
adolescentes.
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