EL MIEDO EN LA EDUCACIÓN Las reacciones moderadas de miedo o temor tienen un papel adaptativo al entorno. Preparan el organismo ante peligros y experiencias desagradables. Cuando nos relacionamos con fuego, precipicios, pozos profundos y animales venenosos es interesante que tengamos algo de miedo. Al manejar cuchillos, aparatos eléctricos y cerillas aprendemos muchos movimientos que resultan adecuados, mientras que otros resultan inoportunos, traen malas consecuencias y debemos eliminarlos. La relación con el medio físico es clara. Nos sirve para entender lo que queremos comentar respecto del miedo social. Si fallamos en movimientos inconvenientes, la plancha caliente nos quema, "nos castiga”, siempre, de modo sistemático y neutral. No cabe pillarla descuidada o de buen humor. Nos quemamos y ya está. En el futuro es muy posible que tengamos cierto respeto ante un aparato tan antipático. Si queremos que una criatura humana aprenda a bajar las escaleras, con los peligros que ello conlleva, nuestra actitud educativa no será bajarla siempre en brazos, ni empujarle el primer día desde lo alto. Haremos cosas que ayuden su aprendizaje, pero toleraremos también pequeñas caídas inevitables como algo que enseñará al niño que ciertos movimientos poco adecuados a la situación pueden traerle consecuencias penosas. Tras ellas quedará un prudente temor ante estos movimientos imprudentes. La relación con el entorno social es muy distinta. Aquí las cosas están menos claras y funcionan de modo menos sistemático. Muchos miedos humanos están relacionados con peligros sociales producidos por otros humanos. Pero, casi todo depende de convenciones de cada momento y de cada situación histórica. Cada cultura, período histórico o grupo social fabrica sus propios castigos para las conductas que considera antisociales. Hay daños sociales y morales -el desprecio, la marginación, el paro, la difamación- que suelen seguir a determinados comportamientos: pegar a los demás, insultar… Podemos considerar razonable adelantar pequeñas dosis de castigo detrás de estos comportamientos para reducirlos y evitar los daños futuros. Sin embargo, a lo largo de la historia el castigo social y el miedo han servido para MANIPULAR. Se han reducido y eliminado conductas legítimas y positivas para los individuos y los grupos sólo para beneficiar a unos pocos o conservar privilegios egoístas. Los pueblos conquistadores, los grupos influyentes y las clases dominantes han usado el castigo y la violencia para reducir conductas molestas de los siervos, esclavos y subordinados. Estas prácticas se han LEGITIMADO inventando peligros fantásticos e irreales: plagas, pestes, infiernos, pecados, brujas, epidemias... De este modo, el inquisidor, por ejemplo, trataba de liberar al acusado y a su pueblo de la condenación y de las pestes a través de sus torturas e interrogatorios. Así se han reprimido ideas, pensamientos, aspiraciones y protestas. Ahora bajamos al ruedo. Los hombres aprendemos en grupos sociales entre los cuales la familia suele considerarse el primer contexto socializado, siendo el colegio el segundo en importancia. Como en otros procesos de socialización, también en la familia y el colegio se utilizan castigos y miedos. Castigos físicos unas veces. Castigos morales, otras: Capias, tirones de oreja, humillaciones, expulsiones, suspensos... También utilizamos peligros más o menos fantásticos e irreales: coco, sacasebos, lobo feroz, carbón de Reyes, pecados, repetición de curso, no pasar a BUP o acabar en un internado. Hay frases que se han hecho famosas en nuestros ámbitos educativos: "La letra con sangre entra", "Quien bien te quiere te hará llorar", "A golpes se hacen los hombres. Hace unos años estuvieron de moda estudios sobre diferentes ESTILOS DE AUTORIDAD en educación: autoritario, democrático, laissez faire. La preocupación era reflejo de discusiones sobre distintos marcos sociopolíticos. La ultraderecha parece más propensa al uso del castigo y el temor educativo impuestos por una autoridad lúcida y bondadosa. La democracia confía más en la razón y el diálogo conducente a interiorizar normas y conductas convenidas entre todos. Las posiciones anarquistas defienden las inclinaciones espontáneas y naturales de los individuos sin influjo de presiones sociales. Lo que resulta más entristecedor es que muchos educadores -padres y profesores- sólo conocen un sistema, el CASTIGO, y, consiguientemente, el MIEDO, para modificar el comportamiento infantil. Esto lleva implícito que la educación es, fundamentalmente, un trabajo de represión y eliminación de comportamientos inadecuados. E implica también que los comportamientos positivos son algo natural, espontáneo, genético o casual. Esta actitud de fondo coloca las instituciones escolares en línea con los juzgados, los reformatorios y las cárceles. Los fantasmas futuros se presentan a veces con tal énfasis y dramatización que todo lo que se hace en el colegio parece destinado únicamente a EVITARLOS. El círculo es coherente: si educar es fomentar comportamientos de evitación, el castigo y el temor son tácticas adecuadas. Invitamos a ver las cosas con otra perspectiva. El éxito de los niños BIEN ADAPTADOS a las instituciones educativas -familia, colegio- responde a la adquisición de CONDUCTAS y HABILIDADES POSITIVAS mucho más que a la ausencia de comportamientos inadecuados. La planchadora experta no se lo debe sólo a que evita movimientos imprudentes para no quemarse, ni un buen mecánico basa su destreza exclusivamente en que no le pillen los dedos. Un buen escolar no es fruto de quienes sólo le enseñan a reducir conductas inconvenientes. Hace falta aprender a respetar, colaborar, participar, exigirse, mantener el esfuerzo, multiplicar y resolver ecuaciones. Y todo esto no es casual, ni procede de factores meramente hereditarios. Es fruto de una saludable interacción entra las disposiciones naturales y al entorno educativo. Seguro que los agentes educativos de esta interacción padres y profesores- han utilizado, quizás sin saberlo, técnicas de refuerzo positivo, modelado, realimentación cognitiva, diálogo, comprensión... muy diferentes del clásico castigo. Casi no nos paramos a pensar que los niños más exitosos funcionan, precisamente, sin necesidad de castigos ni temores; o con dosis muy pequeñas. Mientras tanto, los chicos que han experimentado más sistemáticamente el castigo son también los que menor fruto proporcional logran. Cambiamos el rumbo. Reflexionemos sobre lo que ocurre todos los días a nuestro lado. Es la alegría, la satisfacción, el interés, las consecuencias positivas, las actividades en sí mismas gratificantes... lo que hace triunfar. Nada produce tanto éxito como el éxito. Veamos qué sistemas sostienen las conductas de los buenos escolares, de los buenos hijos en una familia, y apliquemos esos recursos en los casos en que las cosas no van tan bien. Cuando, dentro de un panorama más abierto y relajado, hayamos colocado el castigo y el miedo en el rincón de las decisiones discretas y prudentes para eliminar conductas poco adaptativas, usaremos dosis pequeñas y proporcionadas, pensando en el beneficio de quienes las reciben; para reducir conductas relacionadas con peligros reales y consecuencias sociales dañosas. No al castigo masivo y al temor sistemático No a la manipulación: cuidado con quienes fastidian constantemente “por tu bien”. No a los peligros fantaseados, dramatizados e irreales. Pondremos cuidado, especialmente, en asociar el uso del castigo con otras técnicas más positivas que se encargarán de fomentar comportamientos adaptativos allí donde antes estaban las costumbres perturbadoras o inconvenientes. Vicente Elustondo. ENTREMANOS, Nº 1. Diciembre, 1986