La semilla de la palabra

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La semilla de la palabra
“Leer y escribir” junto con “el manejo de las operaciones simples” fueron durante décadas los objetos de
enseñanza centrales de la educación básica argentina. La lectura, la escritura y el cálculo constituyeron las
claves de la tarea de una escuela que debía cumplir con el doble proyecto de conformar la nación en el marco
del territorio y de incluir en un proyecto de país a las masas habitantes del territorio nacional.
Pero “leer y escribir” son prácticas que, cobrando diferentes sentidos, continúan en cada etapa de la vida
escolar, laboral, o emocional.
En esta editorial me gustaría referirme al sentido que estamos estimulando en el nivel superior de la
formación en nuestro sistema educativo de la Ciudad de Buenos Aires: la lectura y la escritura como
oportunidades de construcción subjetiva y profesionalizante.
Queremos apoyarnos en las experiencias que algunas de nuestras instituciones de formación docente vienen
desarrollando desde hace tiempo (por ejemplo, los IES Alicia Moreau de Justo, Enrique Romero Brest, Juan
R. Fernández, Joaquín V. González y la Escuela Normal No. 3) para sostener una de las primeras líneas que
fundamentan esta iniciativa: se trata de “hacernos cargo” de la enseñanza de aquellos saberes vinculados con
la lectura y la escritura como elementos constitutivos y propios del nivel superior del sistema educativo en
cada área de especialidad disciplinar y/o tecnológica.
Se trata entonces de trabajar sobre un sentido particular de relacionarse con la escritura de otros-as y con la
propia posibilidad de expresar ideas en forma sistemática y fundamentada: brindar oportunidades para que
nuestros-as estudiantes de formación docente o de formación técnica construyan los aprendizajes de
comprender y/o de producir discursos académicos inscriptos en los debates científicos que
fundamentan las prácticas profesionales en las que se están introduciendo.
Entendemos que “hacernos cargo” significa no quedar fijados-as en la estigmatización que a veces se
produce desde la desazón por el “cómo vienen” de la escuela media o desde los prejuicios por el “cómo son”
los-as jóvenes en la actualidad.
Porque el “cómo vienen” suele expresar la añoranza por un tiempo pasado que ya no es. Y porque los
prejuicios sobre “cómo son”…muchas veces también nos impiden pararnos desde lo que pueden y saben las
y los jóvenes que tenemos por delante.
En un fascinante ensayo (ver nota al pie) sobre las nuevas experiencias de lectura y escritura, como el
acceso a Internet –que tienen gran cantidad de nuestros-as estudiantes desde su casa o desde los cibercafés
– dice Nicolás Nóbile: “El sometimiento voluntario a largas horas de desvelo, los malestares musculares que
se manifiestan por estar tanto tiempo sentado, el ardor en los ojos y el cansancio en la vista que impone el
monitor, se explican en parte por lo sumamente estimulante de la experiencia. La ausencia de una presencia
física entre usuarios interconectados demanda la puesta en práctica de nuevos recursos de lenguaje y
códigos bien precisos. Esto ha llevado a una significativa reacomodación de la relación del usuario con el uso
de la técnica de la escritura de forma tal que estos modos de interacción mediante texto electrónico cobran
una distancia significativa con respecto a las experiencias de escribir más tradicionales o pre-digitales. Es
precisamente en este punto en donde se nos revela la ironía de un segundo aspecto sorpresivo: la red nos
brinda una experiencia de la escritura que reactualiza una dinámica de comunicación semejante a las
prácticas de la tradición oral”.
En otras palabras, los-as jóvenes están escribiendo, y también leyendo, de otras maneras…
Probablemente en este gran desafío de partir de lo que sí saben tengamos que darnos la tarea de identificar
los puntos de partida, los apoyos, para nuestras tareas de socialización en las prácticas de escritura y de
lectura propias del nivel superior.
Ahora bien, no solo se trata de pensar en la lectura y la escritura como prácticas del lenguaje en un sentido
instrumental. Ambas, pero sobre todo la escritura, creo, representan oportunidades invalorables como espacio
de elaboración de la experiencia. Y no es casual que, además de las tradicionales “publicaciones”, tantos
saberes se hayan recuperado a través de la lectura de cartas, de diarios de viaje o de diarios íntimos
inclusive.
Escribir es reagruparse internamente, es ofrecer una mirada propia a un mundo estandarizado, es proponer
nuevos órdenes. Como diría Mc Luhan, Guttenberg ni se imaginaba que su maravilloso invento sería el
“padre” del pensamiento lineal. Mucho menos aún, como dice Nóbile, que los medios electrónicos
reactualizan las prácticas de la tradición oral.
Esto, para nosotros-as, los educadores y educadoras, implica concebir y reconcebir estrategias para
comprender la escritura -claro, modificada por la tecnología, los usos y costumbres de la cotidianeidad- y, a
partir de ello, establecer modos creativos de abordaje.
Seguramente que los hábitos cambian. Claro que será difícil encontrar a un adolescente con un libro de Sartre
o Cortázar en la mano; sin embargo, ahora y en todos los tiempos, la necesidad de expresión del ser humano
es la misma: transformar el mundo o la realidad, hacer saber a los demás que existimos, o simplemente, el
impulso de comunicarse. Ayudemos a que este riquísimo y valioso proceso ocurra, por que en él están
nuestros-as jóvenes futuros-as docentes o profesionales de la tecnología, su pensamiento y la semilla del
futuro.
Graciela Morgade
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