La inmensa responsabilidad de los "líderes honestos"

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La inmensa responsabilidad de los “líderes honestos”
Juan Manuel Parra Torres
Profesor de Dirección de Personas en las Organizaciones
INALDE
Ser un patrón de comportamiento y un modelo guía de lo que se considera bueno, obliga
a no ceder las convicciones por aquello que parece ser lo más expedito en un momento
de crisis, en el que las medidas de desesperación aparentan estar justificadas.
Esa es la mayor responsabilidad de quienes ocupan altos cargos y tienen reputación de
intachables, pues tienen confianza y autoridad legítima social, frente al popularmente
reconocido como corrupto, politiquero, deshonesto o de ideales poco nobles. Porque del
primero se espera mucho y genera interés por imitarlo, mientras del segundo se espera
muy poco, o al menos poco que sea valioso.
Miremos un ejemplo extremo, aunque poco conocido. Franz Schlegerberger pasó a la
historia popular, indirectamente, al ser personificado por Burt Lancaster en el rol de
Ernst Janning en la película Judgement at Nuremberg, de 1961. Janning, como
Schlegerberger, fue un prestigioso abogado, juez y ministro de justicia alemán, que
estuvo al frente de la aplicación de justicia durante el régimen nazi hasta 1942. Fue
condenado en Nuremberg a prisión perpetua, pero cinco años después ya estaba libre
como tantos otros.
Fue importante en el “juicio de los jueces”, uno de los veinte Juicios de Nuremberg,
reconocer que estos funcionarios no estaban al nivel de Goering o Eichman, como
principales perpetradores de las atrocidades nazis, pero sí que conscientemente hicieron
parte de un régimen criminal y facilitaron que su macabro sistema se hiciera operativo y
eficiente a costo de seis millones de víctimas.
Pero hay dos aspectos muy interesantes del proceso y del personaje. El primero es que
Schlegerberger renunció tres años antes de finalizar la Segunda Guerra Mundial, cuando
su conciencia le impidió continuar con el incremento brutal de condenas a opositores
políticos y minorías raciales para ser esterilizados, ejecutados o enviados a campos de
concentración. Su sucesor fue mucho más lejos, si bien las presiones de la guerra
seguramente fueron peores entre 1943 y 1945, que en los años anteriores. Pero el
eminente jurista ya había hecho demasiado. No por su temor a que viniera uno peor que
ejecutara a miles –como dijo en su defensa–, se justificaba condenar injustamente a
muchos cientos. Y no porque le remordiera la conciencia, dejó de hacer caso a las
demandas del Reich. Renunció demasiado tarde, con un jugoso bono de Hitler y una
buena pensión “en reconocimiento a sus buenos y leales servicios”.
El segundo aspecto para destacar es que Schlegelberger fue una “figura trágica”, según
dicen los récords del juicio en que fue condenado. Un hombre prestigioso, cuyos libros
se habían hecho famosos entre los juristas y motivos de estudio en universidades.
“Amaba la vida intelectual que es el trabajo del académico. Creemos que detestaba la
maldad que ejerció, pero vendió ese intelecto y esa sabiduría a Hitler por la vana
esperanza de la seguridad personal y por una porción del poder político”. Janning –el
personaje ficticio que lo representa en la película– se había dedicado a esta labor
queriendo impedir tantas atrocidades, si bien terminó justificándolas por el amor a una
patria en crisis. Y –dice– “lo que esperaban fuera una etapa de transición necesaria, se
convirtió en un estilo de vida”.
Uno se parece más a lo que hace que a lo que piensa, porque lo primero es lo real. Este
hombre, referente de lo que era la defensa de lo justo, gran patrón de la moral, la ética,
la honestidad intelectual y la sabiduría académica, se corrompió en medio del atroz
sistema al cual se vio enfrentado y que le exigió actuar contra sus valores, para luego
renunciar sin poder cambiarlo y habiendo sido su conciencia la principal sacrificada. Él,
por su autoridad y su reconocimiento, le endosó legitimidad al régimen nazi. ¿Qué
imagen dejaría en la sociedad su conducta? Si así actúa él, que es visto como recto ¿qué
podemos pensar de lo que es correcto en adelante?
Por eso, porque divorció sus inclinaciones y creencias de su conducta, fue considerado
responsable de sus crímenes. A sus protestas frente a acciones criminales, lo siguieron
sus firmas aceptando que se llevaran a cabo, excusándolas en órdenes superiores.
Es peligroso escudarse siempre en la ley, cuando la ley misma la pueden torcer intereses
cuestionables. Schlegerberger actuó con la ley de su lado, la de los principios de Hitler,
amañada por los legisladores afines de su partido y ejecutada por los jueces corruptos de
su régimen. Así, ni lo legal ni lo lógico, en esas circunstancias, eran parámetros
infalibles de lo correcto. Ayudan a explicar por qué resultaba “conveniente” actuar de
cierta forma, pero jamás justificar arbitrariedades.
Es como depositar el comportamiento ético de los directivos en el código ético o de
conducta de la organización. Enron tenía uno muy completo y ya sabemos cómo
terminó. Puede ser una guía importante para el comportamiento profesional, adecuada
para la realidad de la competencia en un sector o industria específico o dentro de un
mercado concreto, pero no sustituye los principios y motivaciones de quienes los
aplican discrecionalmente de acuerdo con el nivel de influencia y de jerarquía de los
directivos de la empresa, dando el ejemplo a seguir para quienes están debajo de ellos
atendiendo órdenes o atendiendo a las reglas que verdaderamente funcionan al interior
de la compañía.
En Colombia, donde estudios muestran al Congreso como la institución con peor
reconocimiento social, por corrupción y despilfarro de recursos públicos, asumir el
criterio de “lo legal” como valor absoluto para definir lo correcto es un riesgo nada
despreciable.
Un líder con un discurso basado en ética, honestidad y respeto por las leyes, requiere
guiarse por principios tan claros, que den jerarquía a sus valores y lo guíen para
conducir un gobierno y hacer cumplir la ley sin caer en las confusas presiones de las
circunstancias o, peor aún, de las encuestas.
Ya decía Burke: “Vuestros representantes os deben no solo su trabajo sino su bien
juicio; y si renuncian al mismo por ceder ante vuestra opinión, os estarán traicionando
en lugar de serviros”.
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