madrid. u condesa diana

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EL CONTEMPORÁNEO.
Edición de Madrid.
MADRID,—16 rs. al mea en la Redacción, Administración y demas oficinas del periódico, establecidas en la calle de Tragineros
ÍPrado), 20, cuarto bajo.—También se suscribe en las librerías de
iaiUj-Baillere, plazuela del Príncipe Alfonso, 16; Cuesta, calle de
Carretas, 9; López, calle del Carmen, 29; Darán, Carrera de San
Otrónimo, y en t o ^ lai demás prinoipalea librerías deesta c6rts.
MADRID.
18 S E A B B I I i .
Las piiar^ras horas de la sesión e^ebriida hoy
por la Cámara popular, se baq ompeM ea feí elección de primer seo^taño ea reemfriffiso dd señor
Bafíuclos.
208 diputados han tomado parte en esta votadon,
habiendo obtenido 117 voto» tíseSOTZabalboru, 86
el acñor Barroeta, uno el señor Soarez laclan y cuatro papeletas en blaoco, quedando por consiguiente
elegido el primero de dichos seSwes que ocupó inmediatamente su puesto.
La Época dice á este propósito, que si bien la
mayoría en favor del señor Zabalburu sobre el sefror Barréela, de quien asegura con justicia ser persona muy apreciable y digna de ocupar un puesto en
la mesa del Congreso, ha sido de 31 votos, 117 contra 86, esta lUlima cifra no llegarla á 60 en una votación solemne, pública y política, añadiendo que
este hecho es, sin embargo, un aviso elocuente.
No damos nosotros tanta importancia como nuestro estimable colega á la votación que dejamos referida, pareciéndonos el resultado producto mas bien
do simpatías personales hacia los candidatos, ambos
dignísimos, que señal de una futura hostilidad por
parte de determinada fracción de la Cámara.
De cualquier manera que el asunto se considere, la
trascendencia política de esta votación nos parece
de poca monta, y si en ella pudiera encerrarse, como
cree La Época, un aviso elocuente para el gobierno,
este debe estar y está de seguro convencido, de que
su principal misión en el poder está en reunir en torno suyo todos los elementos afínes del Congreso,
transigiendo en aquellas cuestiones en que pueda
venirse á un acuerdo común sio necesidad de abdicaciones tan humillantes para los que las realizan
como para el gobierno que las propusiera ó consintiera, á trueque de conservar su. cxistenda.
Verificad» la eieccioo á que nos hemos referido,
siguió el debate pendiente sobre el proyecto de sanción penal, siendo desechada una enmienda que el
señor Campoy habia presentado al art. 6.°, y quedando aprobado este después de usar de la palabra
«obre el mismo los señores Herreros y Malals en
contra, y los señores Ruiz Pastor y Lafuente en
pro.
En la Cámara alta se ha constituido hoy, bajo la
presidencia del señor Infante, la comisión de imprenta, la cual parece se reunirá todas las noches, á fia
de poder presentar su dictamen m los primeros dias
de mayo.
Nosotros des^mos que cuanto antes puedan ocuparse las Cámaras de esta interesantísima cuestión,
devolviendo la animación conveniente á los debates
de los Cuerpos colegislador^, un tanto amortiguados
desde la cuestión constitucional.
Y ya que de imprenta hablamos, cúmplenos contestar & ciertas apreciaciones de nuestro colega El Gotierno, que supone que EL CONTEMPOEAUEO se encuentra en un caso difícil en presencia de las modiñcaciones presentadas por el señor Cánovas á la ley
del señor Nocedal, cuando ciertamente sucede todo
lo contrario.
El Gobierno, en vista de las censuras que alguno
periódicos dirigían al proyecto presentado, aseguraba que es inúül hae» concesioMS á ciertos partidos, porque cuanto mas se les concede mas piden,
á lo cual dijimos nosotros que era lamentable que la
conducta observada en estos dias por los diarios aludidos, diera una e^arieneia de rason á las palabras
de nuestro colega.
Con efecto: que el proyecto del señor Cánovas mejora las condiciones de la prensa periódica, ao puede siquiera ponerse en duda, y q«e cía tal ooaoepto
ha debido aceptarse por todos alodios á ^t^eaff favorecía, apareciendo, por lo tMMo, eiccjottdk la
oposición que le han hedió los diñaos de Í M partidos que pueden C(»iiiiderarse comotadicalea.
¿Pero ha podido creer nunca el señor Cánovas, ha
podido creer EL COKTEMPORAKEO, ha podido creer
nadie que conozca la índole de todas las parciaMados polítkas que las lanzas se trocarían en cañas
coa las disposiciones sonoetidas á las Cámaras por
el señor ministro de la Gobernación?
Por esto decíamos que las palabras de El Gobierno tenían una apariencia de razón, y con ello significábamos que no tenia fuerza real su razonamiento.
Pero dice nuestro colega:
«ÍES la ley de imprenta muy liberal? Pues es evidente que la revducion no se contenta con nada. ¿No
08 liberal la ley, es la misma ley del señor Nocedal
con los tornillos correspondientes? Entonces, ¿qué es
lo que le pasa á EL COHTKHPOBANEO?»
Al presentar semejante argumento en forma de dilema. El Gobierno no ha recordado, sin duda, que
para que fuera lógico, seria necesario que no hubiera medio éntrelos dos términos que lo constituyen,
lo cual no es asi ciertamente, Entre que d proyecto presentado sea poderoso á
contentar á la revolución, ó sea peor ó igual á la ley
vigente, hay mH grados sobre los cuales se pueden
fundar otros tantos razonamientos que desde luego
podemos asegurar serian mas lógicos que los de
nuestro colega.
Nosotros preguntamos únicamente: ¿las modificaciones que en la ley del señor Nocedal se introducen, están basadas en un espíritu liberal, mejoran
las condiciones actuales de los periódicos políticos?
Y á esto no vacilamos en contestar afirmativamente, y sobre ello estamos dispuestos á discutir con El
Gobierno, ó con cualquiera de otro de nuestros colegas cuando lo estime conveniente.
FOIiLETIH DE SL CONTEnPORANEO. \
23
U CONDESA DIANA,
POR
MARIO UGHABD.
Volviendo á leer los documentos de mi proceso
me puse frente á frente del espectro, cansa de mis
terrores y me admiré de verme tan tranquilo. Para
aguerrirme en la discusión, escribí á Granger una
larga epístola, en la cual volvía á ocuparme con la
minuciosidad de un legista de todos los pantos dolorosos de aquel supremo proceso.
Quedé contento de nal; sin embargo, érame preciso ir al pueblo para darle la carta á Sebastian.
En el momento de partir detuve mis pasos un funesto presagio.
Al ocurrírseme que iba á volver á ver á las lavanderas, veló una nube mis ojos y pensé dar un rodé».... pero h&bia jurado no ceder y seguí adelante.
Al salir del castillo vi al andrajoso pilluelo que
me espiaba en provecho de mi tutor; pero habia conseguido y» sobre mi mismo una victoria sobrado importante, para que aquel incidente me impresionase y ni siquiera volví la cabeza.
Llegué al lavadero y sostuve gin turbarme las
miradas ^ á s en mi, riéndome interiormente de mis
Taños terrores de la yispera.
Atravesé valerosamente la calle Mayor y los aldeanos metsalttdaban al paso.
Encontré al cura y me detuve para hablar con
él; nada denunció en su conversación que estuviese
violento; evidentemente no creía que estuviese
loco.
Iba recobrando la confianza y comprendiendo que
abstraido en mis sombrías ideas, habia conjurado,
sin saberlo, fantasmas que me hubiese bastado tocar con el dedo para verlas desvanecerse.
Lo hemos dicho repelidas veces: nuestro ideal en
la cuestión de imprenta está en la desaparición de
las leyes especiales, sometiéndolas al derecho común; pero como esto no es posible sin reformar el
Código penal en los títulos de injuria y calumnia,
como seria ademas nectario variar radicalmente
nuestro Enjuiciamiento criminal estableciendo el jurado para toda clase de delitos, y esto no es obra de
una legislatura, ni aun quizás de algunos años, á
falta de lo mejor nos vemos obligados á acoplar lo
que no consideramos tan bueno, ó sean leyes de imprenta en armonía con la Conslitucioa del Estado.
¿Pero se habría remediado el mal que nos aqueja
con la urgencia que su gravedad reclama si se hul e r a esperado aquetas Corlee disaitíeraB y «probaran una ley completa, lo cual era materialmente
imposible en esta legislatura?
Seguramente que no; y en este sentido, corm mejora de lo existente, y únicamente como mejora hemos aceptado el pensamiento que intenta realizar el
señor Cánovas.
Convénzase, pues. El Gobierno de que EL COSTíMPOBÁíiEO no se halla en el caso de salir por donde
pueda, pues tiene abierto, llano y espedite el camino
de la razón, que siendo el mas recto es por lo tanto
el mas corto, para que nos haga justicia la opinión
pública.
También, aunque á p^ar nuestro, tenemos que
decir acerca de tóte mismo punto unas cuantas palabras á EWensamiento Español á quien no parece
agradar la calificación de absolutista, pero que tiene
que reconocer como justa, mal que le pese, ó aceptar
el derecho de todo ciudadano á publicar é imprimir
libremente sus ideas sin previa censura, con sujeción á las leyes.
Porque la razón y la esperiencia dicen que se puede abusar del periodismo, quiere nuestro colega someterle á xoi^ policía especial, de lo cual se deduce
necesariamente que debe haber una policía especial
para todo aquello de que la razón y la esperiencia
digan que se puede abusar: y que siendo así que de
la predicación se puede abusar, debe haber una policia especial que examine todos los sermones antes
de prcmunciarse en la cátedra del Espíritu Santo.
D o d ^ i ^ e n t e las calumnias de Plácido no hablan «teontrado eco, y el indigno complot iba á volverée-iúa contra de mis enemigos para confundirlos.
Pero ¡ay! precisamente en los momentos en que
me creía ya en salvo, me» hallaba al borde del
abismo.
Habia dado la carta á Sebastian y me volvia dichoso con haber por fin sacudido el yugo del miedo
cuando al llegar á la plaza de la iglesia, me vi rodeado de una turba de chicuelos, en medio de los
cuales aparecía gesticulando Lázaro, aquel truan
pagado por Plácido y al cual dejé antes cerca del
castillo.
Importunado por sus risas, me paré; ellos se detuvieron también. Irritado entonces, hice ademan de
ahuyentarlos; algunos escaparon, pero Lázaro empezó á hacerme bnrla, y dos ó tres de los mas atrevidos le imitaron, haciendo gestos á mi. alrededor y
gritando.—¡Hé! ¡Hé! señor simple, ¿queréis bailar?
Al ruido, salieron á las puertas algunos vecinos,
y en on BHMsento fué objeto de todas las miradas.
Al verme juguete de aquellos niños implacables,
perdí la cabeza y me lancé en persecución de Láza. ro, á quién su audacia me designaba como el instigs^orde aquel lazo... cuando de repente vi aparecer á Plácido en el otro estremo de la plaza, que me
miraba con una sonrisa burlona.
Un rayo de luz iluminó mi mente; adiviné que él
habia imaginado aquel escándalo.
Mi furor se volvió en contra suya, me precipité
hacia él, echó á correr, y asi dimos la vuelta á la
plaza en medio de los clamores que me aturdían. Ya
estaba á punto de alcanzarle, cuando se refugió en
una tienda encerrándose en ella.
Me encarnicé de tal modo contra la puerta, que
los cristales saltaron hechos pedazos.
Dijéronme que el bribón se habia escapado por
otra puerta y entonces di tregua á mi furor, pues
aunque ciego de cólera todavía me quedaba bastan-
Nuevas bases de la suscrieion (semejantes á las de otros periódicos de las mismas dimensiones que se publican en esta corte.)—Estranjero y Antillas, 70 rs. por trimestre: Filipinas y América del Sur,
90 rs. franco de porte.—Provincias, dirigiendo libranzas, un mes 19
reales, tres, 50 y por comisionado 55 rs. trimestre.—ComuMeados &
precios conTencionales.—Se reciben anuncios en esta Administración.
Madrid.—Martes 19 de Abril de 1864.
iQué le parece á El Penmitimlo Español la consecuencia lógica de su doc^iÉí?
Seguramente nos'dirá qoees «a absurdo; pero no
pueden conducir á otra cósalas teorías de nuesU-o
colega.
)»
Cuando vemos, uno y otro dia, á los periódicos de
cierto color político proclamar como i)anacea de todos los males de la sociedad, como único y especial
preservativo de los estragos», revolucionarios, como
última palabra de la difldi «iemda de gobernar á las
nadones, la política de resi^micia, panegirizada por
el señor Nocedal en uno de l « discursos que ha pronunciado últimamente endMiriamenlo, no podemos
mmos de preguntamos d i qué manera estudian
esos periódicos la b^eria, 0 ^ qué estraño criterio
analizan los sucesos político^ qué inesplicable obceeadon les impide conocer lapidóle, el carácter propk) y peculiar dd momento histórico en que vivimos.
Si, prescindiendo de vaim declamaciones y llamando las cosas por sus verdaderos nombres, los
partidarios de la política de HSsfetencia acabaran de
decimos que si la proclaman-es porque solo esa politica puede conducir al titeifo de sus principios
encontraríamos lógica su cMducta, por mas que
en el fondo de ella halláranu» siempre el absurdo
y la insensatez. Pero dedróos continuamente que
abogan por la política de resstencia como medio de
prevenir los estragos de la revolución, en el sentido
en que ellos toman esta pala%ra, cuando la historia
está llena de ejemplos do los resultados funestos y
c(wtrari(» á esa aqHfaeiott que se han derivado
siempre de la práctica de semejante política, eso es
lo que no podemos comprender en ningún entendimiento verdaderamente ilustrado.
La opinión pública, soberstaa de los tiempos modernos, se agita en todas laa naciones á impulsos
de la idea liberal. Esta idea falpita en el seno de todas lassodedades, imprime ^u carácter á la vida de
todos los pueblos, presta, ea una palabra, una fisonomía especial á la historia contemporánea. Nacida
de la enseñanza de épocas pisadas, apoyada sólidamente en los adelantos de la ciencia política, ella
impulsa enérgicamente á los pueblos y á los gobiernos por la única senda que jiucde conducir al definilivo afianzamiento de las ifstituciones modernas,
en el cual está la mas firme base de la prosperidad
y el engrandecimiento moral y material de las naciones, y la mas sólida garantía contra esos repentinos sacudimientos que pasan á veces sobre los
pueblos, dejando en pos de sí un rastro de lájrimas
y de sangre.
Querer oponerse al desarrollo de un sentimiento
tan general y tan enérgico, resistir á las aspiraciones de los pueblos que ven en su realización una
fuente de riqueza y de prosperidad, es cosa que no
puede ocurrirseles si no á entendimientos cegados
por la pasión. Y hé aquí por qué vemos á todos los
gobiernos, aun á aquellos que mas se han señalado
hasta ahora por su aversión á los principios liberales, transigir con la constante aspiración de la socieilad moderna, como único medio de prevenir
trastornos y calamidades, cuyo resultado habia de
ser precisamente realizar por medio de la fuerza, lo
que hubiera podido realizarse legal y tranquilamente
con un sistema de razonables c oocesiones.
Pero los partidarios de la política de resistencia
en nuestra patria, no fijan ó no quieren fijar su
atención en esos hechos; el odio á la idea liberal los
ci^a, y todo lo que no sea ahogar esa idea y destruir las instituciones que han nacido á su aliento, es
para ellos asunto de muy escasa importancia.
En España, mas que en pais alguno, la idea liberal
tiene fuertes y profundas raíces; hondamente grabada en el espíritu de nuestro pueblo, habiendo tomado forma al calor del sentimiento nacional herido en
la fibra de la independencia, y encontrado su desarrollo natural y progresivo, sin sacudimientos n
trastorat» coiaotn otros pueblos de Europa, tiene
para nosotros la fuerza de una antigua convicción y
la aureola de gloria de los grandes y augustos recuerdos que despierta. Así, para que la idea contraria pudiera prevalecer, siquiera fuese efímera y fugazmente, necesitase resislir de una manera desesperada, combatir con fuerzas gigantescas contra todos
los sentimientos, creencias y aspiraciones políticas
del pais. Solo de este modo podría enseñorearse por
algún tiempo en .las esferas del poder el espectro de
la reacción.
Pero mil veces lo hemos dicho; una reacción duradera es imposible. De esa lucha solo podía resultar una honda perturbación en intereses sagrados y
respetables, creados á la sombra de las instituciones
liberales, un nuevo germen de agitación y temores
en el seno de la nación, y provocar en vez de la revolución fecunda y sosegada de las ideas, la revolución armada con todas sus desastrosas consecuencias.
Por eso no podemos comprender que haya quien
proponga la política de resistencia como medio de
ahuyentar los estragos de esta última clase de revoluciones. Esa política solo es buena para provocarlas. La historia no consigna una sola, que no reconozca por causa la resistencia ó la tardanza de los
gobiernos en realizar las aspiraciones fundadas y
legítimas de los pueblos.
Para evitar los estragos de la revolución armada,
no hay otra política posible que la de concesiones.
Así lo comprenden hoy, con mas ó menos estension,
todos los gobiernos: de ese modo vemos á lodos,
aun los mas opuestos por tradición á esa política,
transigir con el espíritu moderno y hacer concesiones á los pueblos en armonía con la idea predominante en el momento histórico que atravesamos.
Claro es, que al presentarse la revolución armada, y sea cual fuere la causa que le haya dado origen, el deber de los gobiernos es combatirla y ahogarla, porque entonces todas las consideraciones deben desaparecer ante la mas elevada y trascendental del orden y la tranquilidad pública. No es esa ya
la ocasión de investigar las causas que han dado lugar al trastorno, no lo es tempoco de hacer concesiones, inútiles por lo tardías; el deber del gobierno
es solo combatirlo, ahogarlo, y restablecer el orden y
el principio de autoridad.
Pero cuando la revolución se agita en la esfera de
las ideas, cuando las aspiraciones de la opinión del
pais se manifiestan solanvcnte en el terreno l^al y
esas aspiraciones obedecen á un sentimiento legitimo
y de conveniencia pública, ¿no seria empujar á la revolución fuera del cauce tranquilo por donde corre, no
seria dar alas á la rebelión y promover sangrientos
confiictos, el resistir á su natural impulso y negarse
átoda concesión, cuando al obrar así se faltaba al
mismo tiempo á un elevado prioeipio de justicia potítlca?
Por fortuna para las naciones la política de resistencia no cuenta y r sino muy escasos partidarios. Solamente los mal avenidos con las ideas modernas, los
quecifran su ideal político en sistemas condenados por
la enseñanza de la historia y rechazados por la ciencia
política, los que miran con desden, ya que no con
odio, todo progreso, todo perfeccionameoto en el orden de lagobernacion de los Estados, se abrazan á la
política de resistencia como al único medio de que
puedan prevalecer sus principios, condenados unánimemente por la ciencia y por la opinión pública.
«Los motines se ahogan, las revoluciones se dirigen,* decíamos hace pocos dias. El deber de los gobiernos es actualmente dirigir la revolución, para no
verse precisados mas adelante á ahogar los motines.
te sangre fria para comprender lo ridiculo y odioso
de aquella escena. Los aldeanos se habían reunido
en tomo mió haciendo sus comentarios en voz alta.
—¡Pobre señor! decía uno. Al fin y al cabo no es
malo, ¿por qué atormentarle?
—Pues yo digo que no es tan simple, replicaba
otro: ya veis como no hace gestos.
—Sea lo que quiera, su difunta madre era muy
bueoa.
Una mujer atravesó el grupo arrastrando por el
brazo á uno de los chicos que me hablan insultado.
—Ya puedes pedirle perdón áM. Andrés, le dijo.
El niño, temblando de acercarse á mí, abultaba
de terror y se colgaba de las faldas de su madre.
—¡Yo no he sido! ¡Ha sido Lázaro! balbuceó llorando. Lázaro, que nos ha dado cuartos para que
gritásemos: ¡A ese simple!
—¡Yaya! dijo el moUnero, ha sido una jugarreta
de Plácido que habrá querido vengarse de los golpes que ha recibido.
La rabia hizo asomar las lágrimas á mis ofos. Ya
inspiraba compasión... Hui y al salir del pueblo,
eché á correr á través del bosque.
—jYalo han conseguido! pensaba; ¡mañana estaré
loco!
En vano traté de recobrar mi abatida energía.
—Y sin embargo, me decía á mí mismo: pienso, raciocino, mi cerebro está sano; comprendo la infamia
que contra mí se medita! Reconozco estos árboles,
estos senderos tantas veces recorridos; los recuerdos
del pasado se levantan ante mí claros, luminosos como en otro tiempo.
Oí el murmullo de una fuente que corría en la es'
pesura, me precipité hacia ella y me incliné sobre su
límpida corriente para ver mi rostro; estaba tan pálido, que me dio miedo.
—¡Ah! si Diana me vé en este estado, ¡cómo va á
sufrir! esclamé. Y no me atreví á volver al castillo,
I Durante no sé cuántas horas, anduire errante por
—
tor don Agustín Alfaro y al ofidal de negodadodon
José Gracia Catalapiedra.
Dicha Memoria, que por su estension n(» vemos
imposibilitados de reproducir, aunque por su importancia lo merece, resume las mejoras introducidas
en la administración de Pósitos que son interesantes.
Casi cslinguida estaba esta institución, sus pingües
existencias habían desaparecido, y gracias á las activas disposiciones dictadas desde la época en que el
señor Cánovas era director de administración local,
hoy aparece puesta en movimiento una riqueza de
2.416,378 fanegas de grano y cerca de veinte millones de reales en metálico, cuyo valor total, calculado el trigo á 40 rs. fanega, asciende á mas de 116
millones de reales, con los cuales en la sementera
de 1862 fueron socofridos 141,175 labradores pobres ó necesitados.
Los Pósitos, que han perdido mas de mil millones de reales, ven hoy paulatinamente recobrada su
importancia, merced al celo con que se ha trabajado
por su reorganización. La administración (s gratuita,
como encaminada á los ayuntamientos y cada dia se
obtienen mayores beneficios con la desamortización
de créditos ó do fincas que nada producían.
También resulta de la Memoria que funcionaron
en el año de 1862 3,407 establecimientos; es iledr,
364 mas que en el anterior, siendo el aumento mas
notable en las provincias de Alicante, Córdoba, Cuenca, Guadalajara, Logroño, Segovia, Teruel, Toledo,
Valencia y Zaragoza.
Se reintegraron en la cosecha de 1862 hasta 1.° de
octubre, como entradas efectivas, 997,770 fanegas
de grano, y 5.719,082 rs. 90 cents., siendo el aumento de lo ingresado, con relación al año anlúrior,
de 14,439 fanegas en los granos y de 1.609,164 reales 90 cents, en el metálico.
Ademas de lo reintegrado, puesto ya en movimieato reproductivo de creces por molió de los repartimientos, se dejó en curso de cjccodon, para
recaudarse en la pasada cosecha, ¡a suma do
1.027,645 fanegas 36 cuartillos de grano y la do
12.066,693 rs. 53 cents, en dinero.
Importan los créditos aplazados en moratorias
concedidas por los ayuntamientos, por los gobernadores de provincia ó por el ministerio de la Gobernación, según sus peculiares atribuciones, 390,971
fanegas 35 cuartillos do grano y 1.759,893 rs. 13
céntimos en metálico.
Se repartieron hasta el 1." de diciembre de 1862,
con destino especial á la sementera, 566,877 fanegas
6 cuartillos de grano y 2.168,900 rs. 52 cents., que
se distribuyeron entre el considerable número de
141,175 labradores pobres ó necesitados, á quienes
se prestó aquellas para ayudarles en lá operación
mas importante de la agricultura.
Y por último, quedaron existencias en reserva al
final delañjde 1862 para distribuir en los apuros
de los meses mayores, y que han debido recaudarse
en la cosecha pasada, 431,529 fanegas 4 cuartillc»
de grano, y 4.510,139 rs. 29 cents.
Estos resultados hacen honor al centro dir^ivo
que tan provechosamente llena su encargo.
••'
La Gaceta publicó ayer una Memoria que la dirección de administración local ha elevado al señor ministro de la Gobernación, dando cuenta de los adelantos hechos en el arreglo de los Pósitos. A la Memoria procede la real orden dando gracias al direc-
aquellos sitios; á cada momento volvía á mirarme en
la fuente, pero cada vez me encontraba mas pálido.
Trataba de persuadirme que era juguete de una
ilusión... A no estar en mi juicio, ¿hubiese pensado
en el disgusto de Diana?
Ademas, el agua estaba muy clara, y en ella se
reflejaban con fidelidad el cielo, los árboles, mi traje, cuantos objetos, en fin, me rodeaban.
No podía dudar, y contemplaba fascinado aquel
rostro inmóvil, pálido, y cuyos estraviados ojos reflejaban con obstinación sobro los míos.
ün temor horrible me oprimía; me acordaba de la
leyenda alemana de El hombre que ha perdido su sombra, y se me ocurría si no habría cambiado para
siempre el aspecto de un vivo por la lividez de un
Pasaron por allí algunos labradores 'y me oculté
para no asustarlos.
Sin embargo, Diana debía inquietarse pOr mi larga ausencia.
Al llegar la noche, volví al castillo escalando la
tapia del parque y me deslicé hasta mi cuarto sin
haber encontrado un alma, pero una vez allí me
encontré de pronto frente á frente con el viejo Frita
que me estaba esperando.
—Ya han llamado dos veces á comer, me dijo.
¿Ya á vestirse el señorito?
—No, vé á decir á mi madrina quecstoy algo cansado y que la ruego que me dispense.
Ya iba á salir, cuando le llamé.
—Fritz, le dije, ¿no observas algo estraño en mi
esta noche?
Fritz me miró con sorpresa. \
—Nada, señorito, contestó; á no ser estos desgarrones de vuestro traje.... Os habréis enganchado en
algún zarzal.
En cuanto salió, lo primero que hice fué mirarme
á un espejo.
A la luz de la lámpara, me pared» aun mas horrible éinteosa la atroz lividez.
Año V.—Ntim. 100$.
Declara uno de nuestros colegas que muy pronto
se dejará conocer en el ministerio de la Gobernación
la especial iniciativa del señor Elduayen, que como
hombre científico ademas de político, tiene ideados
grandes proyectos de mejoras, no solo en lo que se
refiere al ensanche y embellecimiento do la corte,
sino tambie%cn loque atañe al ramo de telégrafos y
otros.
En prueba de esto, sabe Las Noticias que se está
estudiandoen el ministerio de la Gobernación un proyecto para hacer en Madrid una gran línea trsfsversal, formada por las calles de la Magdalena, Colegiata y Duque de Alba, y otra linea de la misma
especie que ha de formarse con la calle del Barquillo
y su prolongación á la Ronda para enlazarla con las
obras de ensanche.
Para todos estos proyectos se cuenta con el apoyo
y actividad del Excmo. señor duque de Sesto.
Al decir de El Btíno, se hacen grandes esfuerzos
por algunas personas para que se dignen concurrir
los señores Huelbes, Fuente Andrés, Prim, Gómez
de la Serna, Roda, Cantero, Alvarez (don Cirilo), y
marqués de Perales, senadores del reino, al d ^ ayuno, almuerzo, comida ó banquete que celebrarán los progresistas el dia 3 de mayo próximo en los
Campos Elíseos. Se asegura con este motivo que
cuantas súplicas y consejos se les han dirigido han
sido hasta ahora inútiles, por no serles posible vencer la natural repugnancia que les producen, esta
clase de maaifestacion&s ruidosas, mas propias de
la juventud que de hombres graves y serios que
ün sudor frío inundó mi frente: ya no podía dudar, era víctima de una alncinacion, la locura iba á
caer sobre raí!
Yolvió Fritz trayéndome la comida y me dijo:
—La señora condesa ha quedado con mucha inquietud; queria venir...
—Cierra todas las puertas, esclamé: ¡que no pueda entrar!
—Ya la he tranquilizado repitiéndole que no teníais mas que mucho cansancio.
—Está bien, déjame, pues tengo que trabajar.
—Pero tendréis hambre; voy á serviros.
—¡No, no; nada necesito, ¡vete!
Salió Fritz y me quedé solo.
La noche y el silencio reinaban en el castillo.
Uno á uno analizaba los terribles síntomas, y me
asustaba la lucidez con la cual se presentaban á mi
espíritu las trágicas historias de personas á quienes
la maldad de sus avaros parientes habia hecho perder el juicio...
Dominado completamente por el terror, cogí de
mi biblioteca las obras de Esquirol, de Briere, da
Boismont, de Willis, y volví á leer sus estudios sobre los alucinados; pero no encontré en ellos mas
que nuevos motivos de desaliento.
Cada retrato de loco se rae figuraba un espejo en
donde me veia á mí propio, y como un anatómico
que sintiese sobre su pecho los cortes de su escalpelo, pasaba por los trasportes, las atonías, los espantos cuyo lúgubre relato seguía.
Quise rechazar aquellos infernales augurios: ¡imposible!
Una irresistible fascinación fijaba mis ojos sobre
las páginas del libro que devoraba, anhelante.
Ignoro cuánto tiempo permanecí asomado á aquel
abismo
Una vez me sorprendí gesticulando como
cualquiera de los frenéticos de Kaulbach...
Me levanté, y cayó el libro al suelo; me precipité
sobre él, y lo pisoteé con rabia....
(Csnítffuard.)
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