Queridos sacerdotes Sr. Vicario General Sres Vicarios Episcopales

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Queridos sacerdotes
Sr. Vicario General
Sres Vicarios Episcopales
Sr. Rector del Seminario Mayor Seminaristas
Familiares de los ordenandos Hermanos todos,
En esta fiesta solemne de la Inmaculada Concepción, después de casi cinco años sin el
Orden del Diaconado en la Diócesis, damos gracias al Señor y nos revestimos de gozo por
Abel, que recibirá hoy el Ministerio de Acólito, en su proceso hacia el sacerdocio y por
Juan Alberto, que recibirá la Ordenación de Diácono. La alegría es grande porque el
Seminario tiene como patrona a la Inmaculada Madre de Dios.
La Santísima Virgen María es el icono de lo que debemos ser cada uno de los
cristianos, el modelo de un Sí incondicional a Dios, por eso es siempre punto de referencia.
Qué mejor ejemplo para vosotros seminaristas y para los que hoy os comprometéis con una
vida entregada al Señor, como Acólito o Diácono, que la Santísima Virgen María. El Papa
Benedicto XVI, en su última Encíclica, Spe Salvi, dice de ella que es la estrella de
esperanza para todos. El Santo Padre explica muy bien el papel de María, como mediadora de
gracia y esperanza para el hombre de hoy: La vida es como un viaje por el mar de la historia,
a menudo oscuro y borrascoso, un viaje en el que escudriñamos los astros que nos indican la ruta.
Las verdaderas estrellas de nuestra vida son las personas que han sabido vivir rectamente. Ellas
son luces de esperanza. Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre
todas las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta Él necesitamos también luces cercanas,
personas que dan luz reflejando la luz de Cristo, ofreciendo así orientación para nuestra travesía.
Y ¿quién mejor que María podría ser para nosotros estrella de esperanza, Ella que con su « sí »
abrió la puerta de nuestro mundo a Dios mismo; Ella que se convirtió en el Arca viviente de la
Alianza, en la que Dios se hizo carne, se hizo uno de nosotros, plantó su tienda entre nosotros (cf.
Jn 1,14)?. María ofrece un camino de luz para llegar a Cristo, con su sí fiel y entregado, nos
anima a seguir sus pasos sabiendo que es posible dialogar con Dios, conocerle y descubrir
la gracia que está dispuesto a regalarnos, a su propio Hijo. Podemos ser candidatos al gozo
y a la alegría total con sólo escuchar la Palabra, acogerla en nuestro corazón y cumplirla.
Llama la atención, que el Papa insista en que "necesitamos también luces cercanas,
personas que dan luz reflejando la luz de Cristo". ¿Quienes son o pueden ser estas luces
cercanas? La respuesta no se deja esperar en la Encíclica, porque explica que son: las
personas que dan luz reflejando la luz de Cristo. Creo que también este es un motivo de
esperanza, es decir, cada uno de nosotros podemos ser una de esas una persona-luz, todos
lo podemos ser, bastaría con dar el paso, decidirte con una generosa entrega y el Señor nos
hace partícipes de la maravillosa obra de salvación. La cosa está clara, la Luz es la de
Cristo, nosotros sólo somos reflejo de Él, pero si somos fieles a esta confianza que Dios
pone en nosotros seremos portadores de la Luz de Dios, ¿os imagináis hasta dónde llegará
la Luz de Dios?.
Abel y Juan Alberto, de una manera muy especial, estáis llamados a ser hombres luz
en esta sociedad apagada y oscura, que ha abandonado a Dios y busca soluciones lejos de Él.
Vuestra misión no será otra que brillar cada vez más, pero recordad que la luz no es vuestra,
sino de Cristo, que vosotros sólo seréis un reflejo. Cuidad que vuestras manchas de pecado
no obstaculicen, debilitándola, la luz del Señor. Al llamado al sacerdocio se le exigen unas
condiciones de entrega fiel muy grandes, porque no sólo ha de cuidar de sí mismo, sino que
tiene la responsabilidad de los que se le confían. A este propósito escuchad las palabras
de San Agustín sobre los pastores: "Lo que toca a los malos pastores, no hacen sino matar. ¿Y
cómo matan?, me preguntarás. Matan viviendo mal, dando mal ejemplo... la mayor parte de las
veces, aún la oveja sana, cuando advierte que su pastor vive mal, aparta sus ojos de los mandatos
de Dios y se fija en el hombre, y comienza a decirse en el interior de su corazón: " si quién está
puesto para dirigirme vive así, ¿quién soy yo para no obrar como él obra?. Así, el mal pastor mata
a la oveja sana. Y, si mató a la que estaba fuerte, ¿qué va a ser lo que haga con las otras, si con el
ejemplo de su vida acaba de matar a la que él no había fortalecido, sino que la había encontrado
ya fuerte y
robusta?" (San Agustín, Sermón 46,9; CCL41,535-536).
Querido Juan Alberto, mediante la Ordenación de Diácono, te vas a incorporar al
estado clerical y vas a ser incardinado en esta Diócesis de Teruel y de Albarracín, como
tu familia, y por la libre aceptación del celibato ante la Iglesia te consagrarás a Cristo de
un modo nuevo.
Fortalecido con el Don del Espíritu Santo, ayudarás al Obispo a su presbiterio en el
anuncio de la Palabra, en el servicio del altar y en el ministerio de la caridad, mostrándote como
servidor de todos.
Conocéis cual es el oficio propio del Diácono, administrar solemnemente el Bautismo,
reservar y distribuir la Eucaristía, asistir al Matrimonio y bendecirlo en nombre de la Iglesia,
llevar el Viático a los moribundos, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al
pueblo, presidir el culto y oración de los fieles, administrar los sacramentales, presidir el rito de
los funerales y de la sepultura. Dedicado al servicio de la caridad y de la administración, debes
recordar el aviso del bienaventurado Policarpo a los diáconos: "compasivos, diligentes,
actuando según la verdad del Señor, que se hizo servidor de todos".
Juan Alberto, esta Iglesia se goza en este día por tu decisión de consagrarte al Señor,
acepta con ilusión las gracias derramadas sobre tí al imponerte las manos, porque es Dios
mismo el ha ha venido a esta cita, ya que te ha elegido y te envía como testigo de su Luz.
Dale gracias y bendícele y revisa todos los días en la oración cómo está siendo tu vida en la
entrega y en la caridad pastoral.
Enhorabuena Abel, por este paso, camino del sacerdocio. Todo lo dicho en estas
palabras al candidato al diaconado valen también para tí. Ya te queda poco para poder
servir, como sacerdote a todos los hermanos, pero abre bien los ojos y pídele a Nuestro
Señor la fortaleza de la fe, el regalo de la esperanza y vivir la caridad, que el amor de
Cristo nos apremia.
A los familiares y amigos, a esta Iglesia Diocesana, a todos los que han participado
en este feliz acontecimiento, muchas felicidades y gracias por las oraciones.
Queridos seminaristas, vosotros sois la esperanza de esta Iglesia, que os espera con
los brazos abiertos y con un llamativo ritmo de corazón, porque ya sois tan queridos. Animo
a las familias a potenciar y suscitar vocaciones entre vuestros hijos para que Dios siempre
sea amado y no falten nunca en su Iglesia testigos- Luz de Nuestro Señor Jesucristo.
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