Estética y Praxis en el Renacimiento María Francia Fonseca El Renacimiento fue una época artísticamente afortunada, siendo cuna de algunos de los hombres más influyentes en la Historia del Arte como Leonardo Da Vinci, Miguel Angel, Rafael y Tintoretto, por mencionar algunos de los nombres que, hasta el día de hoy, siguen siendo reconocidos por su grandiosidad. Sin embargo, no sólo la Fortuna ubicó específicamente en Italia a estos grandes pintores que se encargaron de embellecer la ciudad, sino que también se dio mucho soporte al arte por parte del Estado italiano; cuando Los Médicis favorecieron e impulsaron el desarrollo del arte renacentista en Florencia. La palabra “renacimiento” significa “volver a nacer”, y al parecer, este era un sentimiento que se venía aflorando en los hombres de la época. Para prueba de ello, he aquí un fragmento de una epístola escrita por el sacerdote y filósofo Marsilio Ficino al obispo Pablo de Middelburgo, en 1492: Este siglo, como una edad dorada, ha restablecido la luz de las artes liberales, que estaba casi totalmente extinguida: Gramática, poesía, retórica, pintura, escultura, arquitectura, música, los antiguos cantos de la lira de Orfeo, y todo ello en Florencia. Las cuales realizaciones habían sido honradas entre los antiguos, pero casi olvidadas desde entonces, (…) ha rescatado las enseñanzas platónicas sacándolas de la oscuridad a la luz… (Carta de Marsilio Ficino a Pablo de Middelburgo, 1492, cp. Murray, 1964, p.7) Lo que es importante destacar de la carta es, principalmente, que los elementos mencionados fueron retomados de la Antigüedad, mas no de la Edad Media. Incluso, se puede notar el reconocimiento de la “oscuridad” del Medioevo por parte del escritor. Sin embargo, no quiere decir entonces que el Renacimiento haya surgido como contraposición de lo Medieval. Sino, que –dice Murray- “el Renacimiento se entendió tanto como un resurgir de la buena literatura latina como el de las artes figurativas” (1964, p.8) Tener la pretensión de hablar del Renacimiento y no decir palabra alguna de su arte sería ignorar una gran parte de lo que caracterizó a esta época, y además, sería resistirse a su más bella expresión. Pero, ¿qué es lo bello? ¿Qué hace que el arte renacentista sea bello? ¿Fue realmente bello? A lo largo de la historia del arte la belleza ha sido uno de los temas más tratados, sobre todo en la pintura. Desde la Antigüedad hasta la actualidad la belleza ha dado vueltas en la cabeza de los grandes pensadores y artistas. Muy especialmente, para expresar la belleza de la mujer. Sin embargo, los cánones estéticos han cambiado con el tiempo y cada época tiene sus propias “reglas”. Como consecuencia, no sería posible asegurar cuál mujer es más bella, entre un icono de la belleza femenina actual y una mujer del Renacimiento, por ejemplo. Muy prudentemente decía Hegel que “los gustos varían al infinito. Es imposible fijar reglas generales aplicables al arte” (Hegel, 1835, p.21). Sería anacrónico igualar a sendas mujeres de épocas tan distantes, pues cada una expresa y responde a las necesidades de su momento histórico. Si recordamos las diferentes mujeres de la historia del arte, tendremos un camino abundante en recursos para observar el paseo estético que ha dado el mundo. En la Edad Media, cualquier Virgen pintada por Giotto di Bondone, simbolizaba a “La Mujer”, en tanto que era la Sagrada, la Divina, la Única. En otras palabras, parece que era la única mujer digna de ser pintada. Dice Durán Arnaudes (2011) que el arte sobre temas de los clásicos griegos y latinos sólo coexistió como un arte profano, oculto, que era representado clandestinamente, algunas veces en las cortes y en colegios, y otras al aire libre en las plazas, pero nunca como parte de La Academia. Umberto Eco comenta en su libro Arte y Belleza en la Estética Medieval que San Bernardo, Alejandro Neckham y Hugo de Fouilloi arremeten con vehemencia contra todas aquellas cosas que distraen a los fieles de la piedad y de la concentración en la oración. No es secreto para nadie, sino sólo para aquel que sienta comodidad en la ignorancia, que en la Edad Media el pensamiento, la filosofía y la educación de la sociedad estaban bajo la directriz de la religión cristiana (Bengoechea, 2005). Entonces, como dice Marx en La Differenz (1841, p.50): “Lo que fue luz interior, deviene llama devoradora, vertida hacia lo externo”. El hombre, siempre en su necesidad de exteriorizarse, logra expresar lo que él es internamente a través de la obra de arte. Consiguió con ella la manera de expresarse, de sacar lo interno de sí y volverlo externo, en otras palabras, el hombre encontró en la naturaleza un medio material para reflejar sus ideas. El arte es un trabajo hecho por el hombre, con la naturaleza, y de la naturaleza. Es decir, el hombre trabaja “con” ella en tanto que “la exterioridad es el material sensible del cual el arte se sirve para sus representaciones” (Hegel, 1842, p.228); Y por otro lado, es un trabajo “de” la naturaleza en tanto que es una imitación de ella, o mejor dicho, un reflejo de ella. No obstante, definir el arte no sería una labor tan fácil como para completarse en unas pocas líneas. De hecho, algunos teóricos estéticos como Adorno (1983) sostienen que “el puro concepto del arte no sería un ámbito asegurado de una vez para siempre, sino que continuamente se estaría produciendo a sí mismo en momentáneo y frágil equilibrio” (p.16). Sin embargo, al menos una cosa queda clara, y es que el arte surge como una forma de expresión del hombre, tomando en cuenta que el término “expresar” proviene del latín expressum, que quiere decir “exprimir” o “sacar”. Es decir, es una forma que tiene el hombre para sacar de sí su interioridad, es decir, para exteriorizar su mundo interno. De acuerdo con las palabras de Adorno, el arte es una manera del hombre de producir y producirse a sí mismo. Así, los hombres de la Edad Media se dedicaron a pintar únicamente entidades divinas, obras de arte dedicadas y destinadas a las iglesias, pues este no era otro sino el único y auténtico reflejo del hombre medieval, este era el hombre medieval, es decir, un hombre identificado con lo religioso. Posteriormente, en el Renacimiento ocurre algo parecido. Como se venía diciendo, esta época se caracterizó por una sociedad que quiso recuperar parte de su historia, la cual había sido opacada por los textos sagrados del Medioevo. Toda la literatura antigua, la mitología griega y la cultura filosófica de la antigüedad, que había sido relegada durante la Edad Media, fue retomada posteriormente en el Renacimiento (Bengoechea, 2005). De igual manera, ocurrió en el arte, pues en esta época los artistas retomaron sus raíces, reivindicando las figuras de la Antigüedad y con ello sus ideas, como resultado Tiziano pinta Flora, Botticelli realiza su obra maestra El Nacimiento de la Venus, y Leonardo Da Vinci pinta La Mona Lisa. En los tres casos, ya no se trata de la virgen, ni nada relacionado con la iglesia católica. En la Venus de Botticelli se recupera parte de la mitología griega. Flora, en cambio, a pesar de no ser una entidad mitológica, logra retomar de los antiguos aquella Idea platónica de lo bello, pues esta pintura –según Durán (2011)- es una representación del ideal de la belleza renacentista. Además, en Flora y Venus se pueden observar que los rasgos y la etnia de ambas mujeres son bastante parecidos, y por supuesto, es apreciable la inserción de un nuevo factor en el arte: la desnudez. Aunque en Flora sólo se muestra un preponderante escote en el pecho, en el caso de la Venus la desnudez es total, cosa que hubiese sido inconcebible pintar en el arte gótico de la Temprana Edad Media. En relación con esto, Hegel dice lo siguiente: “A cualquier época que pertenezca una obra de arte, lleva en sí siempre particularidades que la diferencian de las características de otros pueblos y siglos” (Hegel, 1842, p.246). Por ejemplo, había algo característico del arte de la época barroca que lo hace barroco y no renacentista. El arte refleja el espíritu de la época en que se vive. Por ello, se puede considerar al arte como el reflejo de las sociedades. Además, dice Hegel (1842) que el poeta crea para un público y ante todo para su pueblo y su tiempo, que deben exigir poder comprender la obra de arte y así sentirla como algo propio. De este modo, las obras de arte renacentistas muestran el reflejo de un hombre que quiso reivindicar su pasado histórico. Entonces, tanto el hombre renacentista como el medieval, convierten su trabajo artístico en la expresión material y externa de su interioridad. Para Hegel esto no es otra cosa más que la propia belleza, o en sus propias palabras: “La belleza no es más que una forma determinada de exteriorización y representación de lo verdadero…” (Hegel, 1842, p.22). La belleza es la idea que conlleva la relación, o dicho más correctamente, la “correlación” entre lo “real” y lo “conceptual” (Hegel). Entonces, la idea de lo Bello además de ser correlativa en sí misma, también resulta “absolutamente concreta en sí” (Hegel, 1842, p.41), pues, en tanto que es la unión del concepto con su realidad, y de la realidad con su concepto, no contempla solamente al objeto real como un en sí; como si pudiese extraerse de la realidad y pensarse abstractamente. Por otro lado, tampoco es sensato pensar que las ideas, en su condición conceptual, comprenden únicamente contenidos de pensamiento subjetivo que nada tienen que ver con los objetos reales, sino que, más bien, como considera Herrera (2009): Queda claro pues, el hecho de que tanto el pensamiento, como la acción –tanto el sujeto como el objeto, tanto la teoría como la práctica- son una producción continua, un hacer incesante, en tanto que los hombres poseen la facultad de juzgar, esto es: de pensar lo que hacen y de hacer lo que piensan (p.42). El objeto del arte es el trabajo hecho y pensado por el hombre. Dicho de otro modo, es la cosificación del trabajo artístico, es decir, su objeto. Por otro lado, el trabajo de creación y/o recreación de dicho objeto es la parte activa del arte, en tanto que es lo subjetivo, la parte en la que el hombre trabaja, o modifica lo objetivo de la realidad. Entonces, el objeto del arte es el resultado del pensamiento del hombre, y el arte es el pensamiento en su hacerse. Cuando los hombres -de un determinado lugar, como lo es una ciudad, por ejemplo, Florencia, y un determinado tiempo, por ejemplo, el Renacimiento- trabajan y modifican su entorno, entonces producen y reproducen en dicha ciudad y en dicho tiempo un reflejo de sus ideas. En otras palabras, cuando el Zeitgeist se determina en un tiempo y un espacio, lo hace según “las leyes de la belleza” (Marx, 1844, p.107). No por otra razón cuando se quiere estudiar el Zeitgeist de una ciudad o un país, es fundamental remitirse al arte de la ciudad, en tanto que -como dice Hegel- “…los diversos pueblos, estamentos, etc., manifiestan en su forma externa la diferencia de sus tendencias y actividades espirituales. En todas estas relaciones lo externo, como penetrado por el espíritu y efectuado por él, aparece ya como idealizado frente a la naturaleza como tal” (Hegel, 1842, p.122). De esta manera, una ciudad es el espejo del ser social.