A 19 años de la batalla del Monte Longdon, la más cruenta de la

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Interés general
La Plata, domingo 10 de junio de 2001
EL RECUERDO DE UN CABO QUE FUE FUSILADO TRAS EL ENFRENTAMIENTO
A 19 años de la batalla del Monte Longdon,
la más cruenta de la guerra de Malvinas
El Cabo José Carrizo participó de la batalla del 11 de junio de 1982. Resultó ileso, pero poco después, los británicos le dispararon a quemarropa. A
pesar de esto, sobrevivió. Partió con el Regimiento 7 de La Plata y fue el único sobreviviente que pudo explicar los actos criminales de esa guerra
El 11 de junio de 1982 se libró una de las batallas más cruentas que se recuerden en las últimas décadas. Fue en el Monte Longdon, una
elevación del territorio de las Islas Malvinas.
Frente a frente, soldados argentinos y británicos
se atacaron a punta de bayoneta. Unos y otros,
víctimas y victimarios, se vieron las caras mientras unos caían y los otros temblaban ante el temor de ser sorprendidos por la espalda.
Esa batalla -de la cual mañana se cumplen 19
años- significó mucho más que el control de las
tropas inglesas sobre la capital Malvinense. Es
que en ese enfrentamiento, se vivió uno de los
actos más crueles de una guerra: le dispararon a
sangre fría a un soldado perteneciente al bando
vencido. Se trató del Cabo José Carrizo.
Monte Longdon es un conjunto de cerros y
abruptas colinas que sobrepasan los ciento cincuenta metros de altura. Las pendientes rocosas
de poca vegetación, los profundos barrancos y
despeñaderos, convierten a la zona en un terreno casi inexpugnable para un ataque militar.
Allí, en trincheras y hasta en cuevas aguardaban
las fuerzas argentinas. 278 soldados, entre reclutas e infantes de marina, buscaban rechazar
la ofensiva inglesa. Las elevaciones del lugar se
interponían entre el avance británico y Puerto
Argentino.
En la noche del 11 de junio el Cuerpo 3 de paracaidistas británicos inició el avance. Esos 600
hombres estrictamente entrenados, muy bien
pertrechados y de espíritu combativo representaban la elite guerrera del Reino Unido. Entrada
la madrugada, y después de un intercambio de
artillería, la batalla de Monte Longdon se convirtió en una lucha cuerpo a cuerpo... Ese día, el
cabo Carrizo los vio avanzar. Gritaban, los argentinos también. La niebla apenas dejaba entrever al enemigo. Horas después, el combate
terminó. 52 soldados habían muerto y casi 100
estaban heridos.
Junto con uno de sus compañeros, Carrizo se
ocultó en un refugio. A las siete de la mañana
decidieron separarse y recorrer el campo de batalla en busca de algún herido. El cabo se topó
con dos patrullas inglesas, retrocedió unos metros y se escondió detrás de una roca. Dos ingleses lo sorprendieron, le quitaron el fusil, y tras
murmurar unas palabras le dispararon dos tiros
en la cabeza.
Cuando se despertó estaba rodeado de cadáveres. Su cabeza sangraba. Una patrulla escocesa
lo rescató y en helicóptero lo trasladó a un hospital de campaña. Tras una operación salvaron
su vida.
El testimonio de José Carrizo marcó irrefutable-
mente la existencia de ejecuciones de soldados argentinos en la batalla de Monte
Longdon.
El cabo, que provenía del Regimiento 7 de
La Plata, fue el único sobreviviente directamente involucrado que pudo explicar con
detalles una de las acciones criminales que
tuvieron lugar en la guerra.
Relato de un sobreviviente
“Un inglés me disparó
dos tiros en la cabeza”
El relato de un soldado argentino que fue víctima de una ejecución. Recibió
dos tiros, pero sobrevivió. Una vez recuperado aseguró que no guarda rencores
La batalla del Monte Longdon fueron 17
horas de duro combate. Allí, aunque la cima
del monte no supera los 150 metros
cuadrados, cientos de hombres peleaban
como lo hubieran hecho cien años atrás,
con bayoneta y mirándose a la cara.
El Cabo José Carrizo, un sobreviviente recordaría: “Para matar debíamos calcular donde
meter la punta de la bayoneta, ya que si
quedaba entre las costillas, estábamos
muertos. No podíamos perder tiempo,
metíamos la bayoneta y disparábamos
dejando un agujero en el otro cuerpo. Había
restos de hombres tirados por todas partes,
el olor a carne quemada era terrible”.
A pesar de todo, Carrizo esa noche durmió.
Cuando se despertó todo era silencio. Los
cuerpos acribillados estaban esparcidos por
todo el monte. La batalla había terminado y
el cabo y su compañero no sabían qué había
sucedido con el resto.
El Cabo se paró y emprendió una recorrida
por el terreno. Tomó su arma y acomodó su
casco.
“En un momento me reclino hacia la pen-
diente, miró para abajo y veo a un grupo de
ingleses. Estaban recorriendo el lugar. Me fui
a esconder atrás de una roca y cuando me
voy a dar vuelta alguien me toca”, recuerda.
Eran dos soldados británicos. Le ordenaron
tirar el arma y uno de ellos le arrancó la
insignia.
“Uno me dijo American Boina Verde y me
disparó”. Hace algunos años Carrizo contó
así su fusilamiento. “Al rato me desperté, no
sé cuanto tiempo había pasado. Sólo sentía
una molestia, un poco de mareo. Cuando
me toqué el ojo, me di cuenta que estaba
fuera de su órbita. También toqué mi casco,
que estaba perforado y una pasta gris, que
después me dijeron que era masa encefálica”, contó.
Una patrulla de rescate lo encontró. De
inmediato lo internaron en un barco sanitario. Estuvo cinco meses en esa embarcación. Allí lo curaron y operaron.
Después de esa terrible escena, el ex cabo
no guardó rencor. “Se cree que un enemigo
vivo trae problemas”, dijo en oportunidad de
ser consultado.
Son muy pocos los hombres que pueden
decir que burlaron a la muerte, y menos aún
los que, fusilados, pueden contar su historia. Carrizo es uno de ellos. En su rostro
guarda las marcas de la guerra: una cicatriz
de cinco centímetros en el lado izquierdo de
su cara. Es la marca que pone en evidencia
al impacto de bala que le dispararon a sangre fría.
“Para nosotros era un honor ir a defender
la soberanía nacional, ir a defender el patrimonio del país”, contó exaltado en oportunidad de ser consultado. “A mi me llenó de orgullo...”, reconoce. Y aclara: “llegué a Malvinas el trece de abril, un martes”. El ex combatiente recuerda que algunos compañeros
de viaje no querían viajar ese día por temor a
la mala suerte.
“Desde el principio notamos desorganización en nuestro ejército. El descontento
era muy grande. Apenas arribamos no encontrábamos a ninguno de nuestros compañeros. Hacía mucho frío y las mochilas pesaban demasiado”, contaría varios años después del combate.
Al cabo le asignaron un puesto en el Monte Longdon. En ese lugar, Carrizo y su gente
enfrentarían poco tiempo después a los ingleses en una de las batallas más crueles y
sangrientas. Una batalla cuerpo a cuerpo, entre la tiniebla y la oscuridad. “Era un monte
desde donde se podía dominar todo el panorama. Desde su cima se podía ver Puerto Argentino”, explicaría el sobreviviente. Era “el
lugar”. El punto estratégico. Y los ingleses lo
sabían.
“El que ganaba aquella batalla, ganaba la
guerra”. En la noche del 11 de Junio, el Reino Unido lanzaba la ofensiva final. Un gran
bombardeo desde sus naves.
“La pelea fue cuerpo a cuerpo. La neblina
era tan intensa que pasé a dos metros de
unos soldados ingleses y no me vieron. No se
veía nada. Lo que sí, se escuchaba de todo:
gritos, lamentos, llanto”, rememoraría el cabo que volvió de la muerte.
La afirmación de los derechos
La Cancillería argentina ratificó ayer la “irrenunciable determinación” del “pueblo y
Gobierno argentinos” a recuperar la soberanía sobre las islas Malvinas, Georgias del
Sur y Sandwich del Sur, y reiteró la “permanente disposición al diálogo con el Reino
Unido”.
En un comunicado oficial, el ministerio de
Relaciones Exteriores recordó que hoy, 10 de
junio, se conmemora el “Día de la afirma-
ción de los derechos argentinos sobre las
Malvinas, Islas y Sector Antártico”.
Además, señaló acerca de la usurpación de
las islas por parte de fuerzas británicas el 3
de enero de 1833 que “el pueblo y
Gobierno argentinos nunca consintieron
este acto de fuerza y ratifican hoy, al igual
que en el pasado, su permanente e irrenunciable determinación de recuperar el ejercicio de la soberanía” sobre esas jurisdicciones.
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