El Reino: Llamados a ser hijos en el Hijo. “Cuando miro el viaje desde el cielo a la tierra... Desde el amor del Padre a la cruz, ¡algo muy grande debe haber pretendido! No se explica tamaña humillación sino por un motivo muy grande. ¿Por qué el Padre nos ha dado su Hijo? Por algo muy grande: Para darnos la vida... Pero ¿qué vida? La vida divina: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Juan 10, 10). Vino a hacernos sus hijos, verdaderos hijos de Dios, hijos verdaderos de Dios y, por tanto, herederos del cielo” (Disparo, 62). "La vida de la gracia, la única que merece llamarse vida" (47,8,63). "Jamás de los jamases perderla; es el gran tesoro, para eso ha venido Dios a la tierra. N. York será destruida, el mundo desaparecerá, las cosas humanas pasan muy luego a segundo plano, pero la vida es eterna" (47,8,64). "Ser cristiano es ser incorporado a Cristo, imitar a Cristo, ser otro Cristo, poder decir con verdad: ya no vivo yo... Y ¿en qué consiste la imitación de Cristo? No en hacer lo que El hizo, sino lo que haría si estuviese en mi lugar. No fue mujer, ni viejo, ni religioso bajo obediencia, y sin embargo modelo para todos ellos" (33,27,6). “Miro la noche plácida, serena… Las estrellas envían su luz serena… Y resuena en mis oídos: así amó Dios al mundo que le dio a su Hijo unigénito [Jn 3, 16]. ¡Me amó a mí, también a mí! ¿Quién? ¡Dios! El Dios eterno, creador de toda la energía, de los astros, de la tierra, del hombre, de las quizás dos mil generaciones de hombres que han pasado por la tierra, y millones que quizás aún han de venir… Ese Dios inmenso ante quien desaparece el hombrecito minúsculo. ¡Cuánto más grande es que el hombre! “¿Qué piensa Él del hombre? ¿de la vida? ¿del sentido de nuestra existencia? “¿Condena Él esos inventos, ese progreso, ese afán de descubrir medicinas eficaces, automóviles veloces, aviones contra todo riesgo? No. Más aún, se alegra de esos esfuerzos que nos hacen mejor esta vida a nosotros, bendice a esos obreros de la caridad, porque hay una caridad en la civilización. “Pero para los que en medio de tanto ruido guardan aún sus oídos para escuchar nos dice: ¡Ego veni ut vitam habeant et abundantius habeant! “ (...) Oye, hijo: Ego [“Yo”]. ¿Quién? Yo, Jesús, Hijo de Dios y Dios verdadero. Yo, el Dios eterno: en el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios y el Verbo… por Él fueron… y nada sin Él [Jn 1, 1-3]. (...) Yo, Hijo, igual al Padre. Fuente de todo ser. Piénselo y repiénselo. “Veni [“vine”]: he hecho un viaje… viaje real, larguísimo. De lo infinito a lo finito, viaje tan largo que escandaliza a los sabios, que desconcierta a los filósofos, que horroriza a Kant. ¡Lo infinito a lo finito! Continúo luego mi existencia por este viaje: ¡lo eterno a lo temporal! ¿Dios a la criatura? Sí. Así es. Ese viaje es mi viaje realísimo. “(...) Por el hombre, única razón de ese viaje: el hombre. Ese minúsculo y mayúsculo. Porque si bien es pequeño, es muy grande, es lo más grande del universo. Mayor que los astros. Por ellos. Nunca he viajado ni menos sufrido. Por el hombre sí… Por el hombre. Quizás no me entiendes: por ti, negrito; por ti, pobre japonés; por ti, chilenito de mis amores; por ti, liceano de Curicó. Yo no amo la masa: amo la persona: un hombre, una mujer… Veni, por ti. “Ut vitam habeant [“para que tengan vida”]. ¿Vida? ¿pero de qué vida se trata? ¡Yo vivo en buena salud! No, no es ésa la vida. ¡Yo vivo la vida de la ciencia! Tampoco. ¡Yo, la vida intelectual… la filosofía… la metafísica! La vida, la verdadera vida, la única que puede justificar un viaje de Dios es la vida divina: ut filii Dei nominemur et simus. Nos llamemos y lo seamos de verdad [cf. 1 Jn 3, 1]. “No hace un viaje lejano el Dios eterno si no es para darnos un don de gran precio: nada menos que su propia vida divina, la participación de su naturaleza que se nos da por la Gracia. “El que esto tiene, tiene lo que el mundo vale. El que esto no tiene, [no tiene] nada. Podrá brillar, reír, gozar un segundo con bienes perecederos, pero si no tiene Gracia aquí, no posee a Dios, no podrá poseerlo después de muerto. Y no tenerlo a Él significa la muerte, la muerte eterna (...) “¿Creemos en esta vida? Hay materialistas que abiertamente niegan el alma, Dios, todo lo espiritual (...) Hay católicos, como un compañero de viaje que me decía: “¿otra vida? No, pues Padre, córtela”. Hay católicos que nunca han pensado en esta vida… ¡Los más no se preocupan de ella! Prescinden. Y ésta es la única vida verdadera: quien la tiene vive. Y quien no la tiene, rozagante, rico, sabio, con amigos: es un muerto. “ (...) A pensar en esta vida vinimos a ejercicios: en paz, serenidad. Éste es el gran negocio. [“¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida” Mt 16, 26]. “El que quiera salvar su vida la perderá y el que la perdiere por mí la hallará” [Mt 16, 25]. “ (...) La vida es vida en la medida que se posee a Cristo, en la medida que se es Cristo. Por el conocimiento, por el amor, por el servicio. ¡El camino es infinito en perspectivas! “¡Dios quiere hacer de mí un santo! Quiere tener santos estilo siglo XX: estilo Chile, estilo liceo, estilo abogado, pero que reflejen plenamente su vida. ¡Esto es lo más grande que hay en el mundo! “(...) Per Christum Dominum nostrum [“Por Jesucristo Nuestro Señor”]. Danos, Señor, vivir: vivir plenamente. Y tan alta vida espero, que muero porque no muero”. “Dios me hace oír su llamamiento a trabajar con Él, a luchar con Él, a seguirlo a Él en la pena y después en la gloria”. “Todavía nada está acabado: todo está por hacer. Y en verdad – dice el Señor – he entregado mi obra a los hombres: en sus manos la dejo. Yo estoy y estaré siempre con ellos, pero la Iglesia cuidará de sus pasos. Lo que se ha hecho es mucho y es poco (...) ¡Cuánto trabajo! Y el Señor me convida a su Viña. ¿Desaliento?”. “Todo es muy difícil, me dice Cristo. Extirpar el mal es una labor terrible. Cargamos con la herencia de nuestros yerros, la falta de medios, el peso de los prejuicios. Hay quienes trabajan por el mal, y lo hacen con astucia, con medios... Compañeros que se desalientan... ¡Mis debilidades, mis fracasos!”. “Para ello – dice el Señor – necesito tu cooperación. No puedo hacerlo solo. He escogido un plan en que el mundo está en las manos de mis Apóstoles, y me he entregado a ellos... Pero necesito tu cooperación” (Disparo, 125-126). “El cristianismo no es una doctrina abstracta: un conjunto de dogmas que creer, preceptos y mandamientos... ¡El cristianismo es El! (...) Persuadámonos bien: Cristo en el cristianismo no es una devoción. No es la primera devoción, ni la más grande. Verdad básica: el cristianismo es Cristo” (Disparo 64). "La perfección sobrenatural y aun natural consiste en incorporarse más y más vitalmente a Cristo, en dejar que la gracia que viene de El se apodere de mí, que mis pensamientos, deseos, aspiraciones sean las suyas. Que pueda yo decir con S. Pablo: mi vivir es Cristo. Vivo yo, ya no yo (...) Aquí está la verdadera grandeza, la suprema ambición que puede tener un hombre: llegar a ser como Dios (...) Asimilarse vitalmente a la divinidad, dar valor divino a cada una de sus acciones" (34,1,1-2; Disparo 64-65). " Nada es pequeño en la vida de Jesús, pues no hay acción en toda ella que no mire el Padre con mayor agrado aun que a todo el universo junto" (34,12,3). "Si miramos la vida de Cristo dos ideas centrales parecen dominarla: la glorificación de su Padre y la salvación de los hombres, o si se quiere la glorificación del Padre en la salvación de los demás" (56,11,2) "Hambre de santidad, de santidad a imitación de Cristo... de santidad pobre, humilde, dolorosa, siervos de Cristo Redentor. ¡Crucificado! (...) Que no busca sus comodidades, en honra, ni la fortuna, con estos hombres ir a la conquista del mundo, conquista que será más que el fruto de sus palabras, de la Gracia de Dios que se transparentará en estas vidas que no tienen nada de lo que el mundo ama y abraza, sino de lo que Cristo amo y abrazó" (34,1,8). "¿Qué haría Cristo en mi lugar, en mi parroquia, en cada uno de sus problemas, con mi prelado, con mis hermanos, con los pobres...? Y esta actitud es fundamentalmente la santidad sacerdotal. Puedo ser santo, todo lo santo que Dios quiere que sea si soy fiel a esa consigna" (PLATICA FINAL AL CLERO DE SAN FELIPE 41,21).