52. El confesionario camina En septiembre de 1824, acompañado por don Bernardino Volpi, Gaspar fue a una Misión en Campoli Appennino, en la Región de Abruzzo. Esto es lo que escribió en las crónicas diocesanas el vicario Monseñor Cipriani: "Los frutos que derivaron fueron grandes y lo que más se admiraba fue que en subir al escenario no tenía voz y parecía tener asma, pero tan pronto como empezó a hablar su voz se hacía clara, y sus palabras eran tan penetrantes que eran escuchadas por todos, y su eco llegaba hasta los valles del pueblo". En Campoli Gaspar encontró al diácono don Domenico Silvestri, una de las figuras más simpáticas del institución. Siempre lo quiso cerca en aquellos días y lo recibió como sacerdote en la congregación. Don Domenico supo que el buen señor Giuliano Marrari estaba en fin de vida. Le avisó a Gaspar quién acudió a su cabecera: "Lo animó a la confianza y lo bendijo". El enfermo, resignado y listo para morir, por aquella bendición se sintió regresar las fuerzas y se levantó completamente recuperado. Fue justo después de la medianoche y una viejita, sin preocuparse de las primeras heladas de otoño, a veces rígidas en los pueblos de montaña, estaba ya acurrucada junto a la puerta de la iglesia para ser la primera en confesarse en la madrugada, cuando llegara el Santo. Tan pronto como se abrió la puerta, corrió a arrodillarse junto a la rejilla del confesionario. Cuando llegó Gaspar ya la multitud se había ampliado y todas querían ser las primeras… Algunas "concurrentes" más jóvenes y robustas, a pesar de las fuertes protestas de la viejita, la tomaron a la fuerza y la alejaron robándole el lugar. ¡Buen forma de ir a pedir perdón por los pecados, cometiendo otro! La anciana mujer se quedó en la espera y en la primera distracción de las prepotentes, que para matar el tiempo se entretenían en intercambiar los últimos chismes, saltó con la fuerza de una veinteañera y recuperó la posición. Tomó por sorpresa, y las locuaces señoras la agarraron quien de la ropa, quien de las piernas y empezaron a tirarla. ¡Ni pensarlo! La viejita parecía clavada al confesionario, y con este Gaspar, empezó a… ¡caminar! El Santo, sorprendido por el “viaje extra programático”, intuyó lo que estaba sucediendo. Salió y sonriendo, tomó a la anciana por el brazo: "¡Venga, abuelita…" – le dijo – y, llevada a un rincón del templo, la escuchó pacientemente hasta que no se hubiera bien desahogado. Había en Campoli un cierto cavaliere Corelli, rico terrateniente y gran señor. Gaspar fue a visitarlo y le comenzó a hablar de los pobres del pueblo. El Caballero de inmediato puso sus manos en el saco de las monedas, pero Gaspar lo detuvo. "No, no, cavaliere, yo sólo quería ofrecerle un trato. Hemos recaudado, como limosna, unas 250 toneladas de trigo. Le propongo que lo compre a un precio generoso, porque es más fácil distribuir las monedas a los pobres, en lugar de pequeñas cantidades de grano". El Caballero cordado El cavaliere aceptó y comenzó a hacer llover monedas tras monedas entre las manos de Gaspar, que nunca decidía retirarlas. Por fin tomó el dinero y le dio las gracias: - “¡Dios lo bendiga!”- dijo, y se fue. Pronto, sin embargo, envió a don Silvestri donde el cavaliere con una nueva propuesta. – “El canónigo del Búfalo, en el temor de que los pobres se fueran todos a gastar las monedas de la caridad en las tabernas, le pide el favor, revenderle el trigo, pero a mitad del precio, porque la mitad de la suma ya ha sido distribuida”. El cavaliere, un verdadero caballero de corazón, se echó a reír, hizo moler el grano a su cargo, añadió dos quintales del propio y le dijo a don Silvestri: - ¿Cómo decir que no a don Gaspar? ¡Ay, que tan ingenioso es este santo para sus pobres! La crónica de la Misión de este modo cierra su narración: "Muchos otros prodigios acontecieron en esta tierra, para los cuales Gaspar del Búfalo se hizo famoso". Nosotros también necesitamos añadir algo. Los ciudadanos de Campoli erigieron una capilla en las afueras del pueblo, donde todavía es venerada la cruz puesta por Gaspar con ocasión de la Misión y, junto a la cruz, la estatua de la Virgen Dolorosa, que él llevó en procesión. La fiesta de San Gaspar se celebra solemnemente todos los años en Campoli y se repite la solemne procesión con las estatuas de la Cruz, de la Virgen Dolorosa y del Santo. Fue durante esta procesión que, el 19 de mayo de 1929, en la persona del joven Francesco Campana, aconteció uno de los dos sensacionales milagros aprobados por la Iglesia para la canonización del Santo, y que nosotros reportaremos con mayores detalles al final del libro.