en Carta dirigida a los españoles americanos

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2012
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La construcción de la retórica emancipatoria
en Carta dirigida a los españoles americanos
de Juan Pablo Viscardo y Guzmán
María Carmen Kowalinski
A fines del siglo XVIII, cuando el despotismo hispano hizo que se
agudizaran los reclamos de los habitantes la colonia, las condiciones que
permitieron pensar la independencia americana se hicieron propicias. La
independencia había sido hasta entonces estrictamente inconcebible. Las
ideas que operaron como modelo en las revoluciones americanas
―quedaron formuladas sólo a partir de fines del siglo XVII, cuando en
Inglaterra, tras la revolución de 1688, se instauró la monarquía
parlamentaria‖ (Romero, 1977: 12). Las respuestas dadas a ese conflicto
inspiraron a los pensadores francesas que influyeron en la Revolución
Francesa y cuyas ideas, resignificadas y adaptadas al contexto local,
tuvieron una importancia decisiva en los pensadores de la emancipación
americana.
Si bien es cierto que tanto los reclamos de los criollos por derechos que
España no les reconocía, como las denuncias a las políticas del gobierno
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colonial contaban ya con una larga tradición, la dependencia de la Corana
había resultado hasta entonces incuestionada. Todavía la rebelión de los
comuneros en 1781 no estaba destinada a oponerse a la autoridad real,
sino a los malos funcionarios del rey que actuaban en contra de su
voluntad sagrada (Romero, 1977: 16).1
La Carta a los españoles americanos de Juan Pablo Viscardo y Guzmán
(1748-1798), escrita en 1791, constituye un antecedente del discurso de la
emancipación americana.
Viscardo, un ex jesuita peruano, comienza su carta estableciendo un
lugar de enunciación, un ―nosotros‖, que ya no incluye a los españoles
peninsulares. ¿Quiénes entran en ese ―nosotros‖? fundamentalmente los
españoles americanos, a quienes, como lo indica su título, va dirigida la
carta. Tal como lo señala Brading, Viscardo actúa como vocero de la
nobleza criolla y no logra, ―acaso no lo pretende―, generar ningún
concepto de una nación peruana (2004: 67). No hay lugar dentro de ese
―nosotros‖ para los indios, aunque los defienda y los llame ―nuestros
compatriotas‖ (Viscardo y Guzmán, [1791] 2004: 87).
La Carta se inicia evocando el ―establecimiento de nuestros
antepasados en el Nuevo Mundo‖ (73). Así reivindica a los colonizadores
como antepasados propios, apropiándose consecuentemente de la herencia
que se vuelve legítima: el Nuevo Mundo será en adelante ―nuestra patria‖.
1
Sólo el caso de Lope de Aguirre constituye una excepción. Luego de rebelarse contra el Rey de
España, Aguirre fundó en 1561 un reino independiente de la metrópoli al que llamó Marañón. Sin
embargo, este hecho fue visto por sus contemporáneos como una traición y condenado como tal. La
independencia de la Corona era entonces inconcebible.
Recién en el siglo XIX, visto retrospectivamente, Simón Bolívar califica la carta de desnaturalización de
España que Aguirre le escribió a Felipe II como ―el acta primera de la independencia de América‖, tal
como lo señala Miguel Otero Silva (1979: 259-260), quien lo ubica, de esta manera, como precursor de
Bolívar. Esa misma conexión había sido establecida ya por José Martí en 1893 y Teresa de la Parra en
1930 (Tieffemberg, 2011:130-131).
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Excluidos los españoles peninsulares del lugar de enunciación, la
historia española también se recorta y con ella se divide la patria:
El Nuevo Mundo es nuestra patria, su historia es la nuestra, y en
ella es que debemos examinar nuestra situación presente para
determinarnos, por ella, a tomar el partido necesario a la
conservación de nuestros derechos propios, y de nuestros sucesores.
(73)
Así concluye el primer párrafo, con una evidente insistencia en el
pronombre posesivo, que, a la vez que reivindica la posesión, enfatiza la
distancia con el otro.
La historia y la patria americana les pertenecen. Son su herencia. Así
construido el propio lugar de enunciación, el lugar del otro pasa a ser el
del ―usurpador‖: ―Todo lo que hemos prodigado a España ha sido pues
usurpado sobre nosotros y nuestros hijos‖ (74). España queda desplazada.
Pero no sólo ocupa el lugar del ―otro‖, sino que ese ―otro‖ se constituye
como un ―otro‖ enemigo de América. Como tal, todo acto en su nombre
constituye un acto de traición a la patria:
(…) tanto empeño a favor de un país, que nos es extranjero, a
quien nada debemos, de quien no dependemos, y del cual nada
podemos esperar, es una traición cruel contra aquel en donde somos
nacidos (…). (74)
Vemos cómo queda invertido el lugar de la traición: la pretensión de
independencia que un siglo antes hubiera representado una traición a la
Corana, ahora no sólo queda justificada, sino que pone en el lugar del
traidor a quienes trabajan en nombre del rey. De este modo quedan
implicados aquellos funcionarios españoles que, en nombre de la corona,
ejercían cargos políticos o religiosos en América. Cargos que, por otra
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parte, los españoles americanos reclamaban para sí, como descendientes
de los conquistadores.
Nosotros solos somos declarados incapaces (…) de ocupar, aun en
nuestra propia patria, unos empleos que en rigor nos pertenecen
exclusivamente. Así la gloria, que costó tantas penas a nuestros
padres, es para nosotros una herencia de ignominia. (79)
No es casual que comience la carta reivindicado tanto la figura de los
conquistadores como el linaje del que se convierte en descendiente al
denominarlos ―nuestros antepasados‖. Tal como señala Brading:
Los españoles americanos resentían amargamente su exclusión de
los puestos más altos de la Iglesia y del Estado, pues si bien sus
antepasados habían conquistado Perú a costa de ―sudor y sangre‖, su
patria estaba ahora gobernada por españoles europeos que
ridiculizaban sus justas reivindicaciones de nobleza. (Brading, 2004:
19)
Esta situación es la primera que menciona cuando, al comienzo de la
Carta, reduce la historia americana a cuatro palabras: ―ingratitud,
injusticia, servidumbre y desolación‖ (73) Ingratitud e injusticia son los
primeros factores a los que dirige sus acusaciones y para justificarlas
recuerda el trabajo no recompensado que hicieron por la Corona sus
antepasados. Con lo cual su condición frente a España queda reducida a la
esclavitud.
Dadas estas condiciones, la Corona se convierte en tirana. Viscardo, a
partir de entonces, irá más allá de la denuncia para comenzar a exponer
los
argumentos
que
justifiquen
la
emancipación.
Estos
son,
fundamentalmente, de tres tipos: económicos, político-institucionales y
geográficos.
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Las razones económicas son el punto más fuerte de su argumentación.
Lo que está en juego en primer lugar son los intereses económicos que la
dependencia a la corona les impide defender. Sometidos a la ―tiranía
mercantil‖ (76) se ven obligados a establecer comercios perjudiciales:
―(…) somos los únicos a quienes el gobierno obliga a comprar lo que
necesitamos a los precios más altos, y a vender nuestras producciones a
los precios más bajos.‖ (75)
El comercio se vuelve ―violencia‖ y la patria una ―ciudad sitiada‖ que
justifican la guerra: ―Para que esta violencia tuviese el suceso más
completo, nos han cerrado, como en una ciudad sitiada, todos los caminos
(…)‖ (75). La situación se convierte en un ―robo, paliado con el nombre
de comercio‖ (78). Al ―más desenfrenado monopolio‖ (76) se suman ―los
horrores y las violencias del otro comercio exclusivo (conocido en el Perú
con el nombre de repartimientos)‖ (76), que beneficia a los corregidores y
alcaldes mayores, y la industria que la tiranía se encargó de encadenar.
La denuncia del monopolio comercial y a los obstáculos puestos al
desarrollo de la industria local será uno de los puntos fuertes retomados
por discurso emancipatorio de Simón Bolívar, que recurre también a la
figura del esclavo para dar cuenta de la condición en que se encuentran las
colonias:
Los americanos, en el sistema en el sistema americano que está en
vigor, (…) no ocupan otro lugar en la sociedad que el de siervos
propios para el trabajo, y cuando más, el de simples consumidores; y
aún esta parte coartada con restricciones chocantes: tales son las
prohibiciones del cultivo de frutos de Europa, el estanco de las
producciones que el rey monopoliza, el impedimento de las fábricas
que la misma Península no posee, los privilegios exclusivos del
comercio hasta de los objetos de primera necesidad (…). (Bolívar,
[1815] 2009: 75)
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El monopolio comercial constituía la causa principal de la miseria del
continente americano y por eso Viscardo pretendía abrir las rutas
comerciales, sobre todo con Inglaterra. Así, en una carta de 1781, le
sugería al cónsul británico John Udney que Perú sería un rico mercado
para los productos británicos. (Brading, 2004: 20)
Más tarde Bolívar retomará este argumento para instigar a los europeos,
pero más que nada a los ingleses, a luchar por su causa, la independencia
americana, que en definitiva les resultaría beneficiosa:
La Europa misma, por miras de sana política, debería haber
preparado y ejecutado el proyecto de independencia americana; no
sólo porque el equilibrio del mundo así lo exige; sino porque éste es
un medio legítimo y seguro de adquirirse establecimientos
ultramarinos de comercio (Bolívar, [1815] 2009: 71)
La segunda de las razones a las que Viscardo recurre para emanciparse
tiene que ver con las políticas institucionales llevadas a cabo por el
gobierno de la Corona. ―Sin esperanza de obtener jamás ni una protección
inmediata, ni una pronta justicia‖ (77), los habitantes de la colonia se ven
privados de todos sus derechos. Más aún, el gobierno alimenta la
ignorancia ―acerca de los derechos inalienables del hombre, y de los
deberes indispensables de todo gobierno‖ (82), pretendiendo así la ―ciega
obediencia a sus leyes arbitraria‖ (82). Él mismo se vio particularmente
afectado por el despotismo hispano cuando en 1767 Carlos III decretó la
expulsión de los jesuitas del territorio español. El gobierno, ―lejos de
cumplir con su indispensable obligación de proteger la libertad y
seguridad de nuestras personas y propiedades, ha puesto el más grande
empeño en destruirla‖ (90), dice, y recuerda que una de las leyes
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fundamentales de la Constitución Aragón sostenía que ―si el rey violaba
los derechos y privilegios del pueblo, el pueblo podía legítimamente
extrañarlo, y en su lugar nombrar otro‖ (83). Dadas estas circunstancias,
no cabe duda de que se debe romper con el gobierno español. Los excesos
de la Corte obligan a desconocer su autoridad así como la de quienes
ocupan cargos tanto políticos como religiosos en su nombre. Esos cargos,
entonces, les corresponden legítimamente.
La tercera razón es geográfica y remite a la distancia física que los
separa de la Península:
La naturaleza nos ha separado de la España con mares inmensos.
Un hijo que se hallara a semejante distancia de su padre sería sin
duda un insensato, si en la conducta de sus más pequeños intereses
esperase siempre la resolución de su padre. El hijo está emancipado
por derecho natural; y en igual caso, un pueblo numeroso, que en
nada depende de otro pueblo, de quien no tiene la menor necesidad,
¿debería estar sujeto como un vil esclavo? (90)
Esta distancia que ―por sí misma declara nuestra independencia
natural‖, justifica una vez más la independencia española: ―(…)
renunciemos a un gobierno, cuya lejanía tan enorme no puede
procurarnos, aún en parte, las ventajas que todo hombre debe esperar de la
sociedad de la que es miembro‖ (89-90).
Todas estas razones fundamentan la emancipación de la Corona
española. Viscardo exhorta con ellas a los españoles americanos a actuar
en efecto. La intensidad retórica que caracteriza a esta Carta se debe a
que, como señala Brading, ―A diferencia de sus otros escritos de aquellos
años, (…) fue escrita como un manifiesto público, diseñado para su
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distribución durante las expediciones de la marina británica en el caso de
que arribaran a la América española.‖ (2004: 42-43)
La Carta ―diseñada para inflamar la opinión pública y predisponer a los
criollos a la rebelión‖ (Brading, 2004: 51) no incluye dentro de sus
destinarios a los indios, cuya rebelión representaba una amenaza para los
intereses que él defendía. El linaje que construye los deja excluíos, desde
la primera línea, al referirse al ―establecimiento de nuestros antepasados‖
(73) y más adelante cuando puntualiza el recorte histórico: ―nuestra
historia de tres siglos acá‖ (73) 2.
Por eso Viscardo reivindica la conquista americana y la figura del ―gran
Colón‖ (79) incluso actualiza su valor: ―Descubramos otra vez de nuevo
la América para todos nuestros hermanos‖ (91).
Así también Bolívar la reivindicará y construirá a partir de ella la
identidad del continente americano al que denomina el ―hemisferio de
Colón‖ (Bolívar, [1815] 2009: 71).
No obstante, la Carta no ubica al indio en el lugar del otro, ese lugar
queda reservado exclusivamente para los españoles europeos, pues, como
observa Brading ―El ―recíproco celo‖ de las razas que vivían en el Perú
era superado por su odio cada vez mayor al régimen colonial y sus
incontables tiranías‖ (2004: 19).
La revolución puede verse así, retrospectivamente, en parte como el
resultado de una lucha de intereses de grupos criollos dominantes que
veían limitado su poder y sus ganancias por la tiranía española que los
2
Esto marca un claro contraste con el discurso de Fray Servando Teresa de Mier, quien lleva el pasado
de México más allá de la conquista española y reivindica de esa forma el lugar de los indios en
América.
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privaba de mejores cargos públicos y cuyo monopolio les quitaba ventajas
comerciales. El caso de la revolución de Haití, que concluyó con su
independencia en 1804, fue una excepción dentro del contexto americano,
ya que fue llevada a cabo por los esclavos que se hicieron eco de los
principios de igualdad de la Revolución Francesa.
Viscardo construye un linaje a partir de los conquistadores que legitima
el discurso de la revolución en nombre de los intereses criollos que
continúa en gran parte del pensamiento emancipatorio del siglo XIX.
Bibliografía
Bolívar, Simón, [1815] 2009, Doctrina del libertador. Caracas, Biblioteca
Ayacucho.
Brading, David, 2004, Introducción: ―Juan Pablo Viscardo y Guzmán,
patriota y ‗philosophe‘ criollo‖ en Carta dirigida a los españoles
americanos. México, Fondo de Cultura Económica.
Otero Silva, Miguel. 1979,
Lope de Aguirre, príncipe de libertad.
Caracas, Biblioteca Ayacucho.
Romero, José Luis, 1977, ―Prólogo‖ en Pensamiento político de la
emancipación (1790-1825). Caracas, Biblioteca Ayacucho.
Tieffemberg, Silvia, 2011, Literatura latinoamericana colonial. Hacia las
totalidades contradictorias. Buenos Aires, Editorial de la Facultad
de Filosofía y Letras. Universidad de Buenos Aires.
Viscardo y Guzmán, Juan Pablo, [1791] 2004, Carta dirigida a los
españoles americanos. México, Fondo de Cultura Económica.
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