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ANIMACIÓN A LA LECTURA
ILUSTRA UN RELATO
CURSO 2014-2015
IES PRADO DE SANTO DOMINGO
DON QUIJOTE CONFUNDE MOLINOS CON GIGANTES
En esto descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo,
y así como Don Quijote los vio, dijo a su escudero:
-La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear;
porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o poco más
desaforados gigantes con quien pienso hacer batalla, y quitarles a todos las vidas,
con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer: que esta es buena guerra, y es
gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.
-¿Qué gigantes? dijo Sancho Panza.
-Aquellos que allí ves, respondió su amo, de los brazos largos, que los suelen tener
algunos de casi dos leguas.
-Mire vuestra merced, respondió Sancho, que aquellos que allí se parecen no son
gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas,
que volteadas del viento hacen andar la piedra del molino.
-Bien parece, -respondió Don Quijote,- que no estás cursado en esto de las
aventuras; ellos son gigantes, y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte en oración en
el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla.
Y diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que
su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que sin duda alguna eran molinos de
viento, y no gigantes aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran
gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho, ni echaba de ver, aunque
estaba ya bien cerca, lo que eran; antes iba diciendo en voces altas:
-Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.
Levantóse en esto un poco de viento y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo
cual visto por Don Quijote, dijo: pues aunque mováis más brazos que los del gigante
Briareo, me lo habéis de pagar.
Y en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora
Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su
rodela, con la lanza en ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante, y
embistió con el primer molino que estaba delante; y dándole una lanzada
en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos,
llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy
maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle a todo el
correr de su asno, y cuando llegó, halló que no se podía menear, tal fue
el golpe que dio con él Rocinante.
-¡Válame Dios! dijo Sancho; ¿no le dije yo a vuestra merced que mirase
bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no los podía
ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza?
-Calla, amigo Sancho, respondió Don Quijote, que las cosas de la guerra,
más que otras, están sujetas a continua mudanza, cuanto más que yo
pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón, que me robó el
aposento y los libros, ha vuelto estos gigantes en molinos
por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me
tiene; mas al cabo al cabo han de poder poco sus malas artes contra la
voluntad de mi espada.
Quijote 1ª parte, cap. IX
EN LA VENTA MANTEAN A SANCHO PANZA
Quiso la mala suerte del desdichado Sancho, que entre la gente que
estaba en la venta se hallasen cuatro perailes de Segovia, tres agujeros
del potro de Córdoba, y dos vecinos de la heria de Sevilla, gente alegre,
bien intencionada, maleante y juguetona; los cuales casi como
instigados y movidos de un mismo espíritu, se llegaron a Sancho, y
apeándole del asno, uno dellos entró por la manta de la cama del
huésped, y echándole en ella alzaron los ojos y vieron que el techo era
algo más bajo de lo que habían menester para su obra y determinaron
salirse al corral, que tenía por límite el cielo, y allí
puesto Sancho en mitad de la manta, comenzaron a levantarla en alto y a
holgarse con él como un perro por carnastolendas. Las voces que el
mísero manteado daba fueron tantas, que llegaron a los oídos de su amo,
el cual, deteniéndose a escuchar atentamente, creyó que alguna nueva
aventura le venía, hasta que claramente conoció que el que gritaba era su
escudero, y volviendo las riendas, con un penado golpe llegó a la venta,
y hallándola cerrada, la rodeó por ver si hallaba por donde entrar; pero
no hubo entrado a las paredes del corral, que no eran muy altas, cuando
vio el mal juego que se le hacía a su escudero. Vióle bajar y subir por el
aire con tanta gracia y presteza, que si la cólera le dejara, tengo para mí
que se riera.
Quijote 1ª parte cap. XVII
LA CABEZA MÁGICA
— Suspenso estaba don Quijote, esperando en qué habían de parar tantas
prevenciones. En esto, tomándole la mano don Antonio, se la paseó por la cabeza de
bronce y por toda la mesa y por el pie de jaspe sobre que se sostenía, y luego dijo:
—Esta cabeza, señor don Quijote, ha sido hecha y fabricada por uno de los mayores
encantadores y hechiceros que ha tenido el mundo, que creo era polaco de nación y
discípulo del famoso Escotillo, de quien tantas maravillas se cuentan, el cual estuvo
aquí en mi casa y, por precio de mil escudos que le di, labró esta cabeza que tiene
propiedad y virtud de responder a cuantas cosas al oído le preguntaren. Guardó
rumbos, pintó caracteres, observó astros, miró puntos, y, finalmente, la sacó con la
perfeción que veremos mañana; porque los viernes está muda, y hoy, que lo es, nos
ha de hacer esperar hasta mañana.
En este tiempo podrá vuesa merced revenirse de lo que querrá preguntar; que por
esperiencia sé que dice verdad en cuanto responde.
…
Otro día le pareció a don Antonio ser bien hacer la experiencia de la cabeza
encantada, y con don Quijote, Sancho y otros dos amigos, con las dos señoras que
habían molido a don Quijote en el baile, que aquella propia noche se habían quedado
con la mujer de don Antonio, se encerró en la estancia donde estaba la cabeza.
Contoles la propiedad que tenía, encargoles el secreto y díjoles que aquel era el
primero día donde se había de probar la virtud de la tal cabeza encantada. Y si no eran
los dos amigos de don Antonio, ninguna otra persona sabía el busilis del encanto, y
aun si don Antonio no se le hubiera descubierto primero a sus amigos, también ellos
cayeran en la admiración en que los demás cayeron, sin ser posible otra cosa; con tal
traza y tal orden estaba fabricada.
El primero que se llegó al oído de la cabeza fue el mismo don Antonio, y díjole en
voz sumisa, pero no tanto que de todos no fuese entendida:
— Dime, cabeza, por la virtud que en ti se encierra, ¿qué pensamientos tengo yo
agora?
Y la cabeza le respondió, sin mover los labios, con voz clara y distinta, de modo
que fue de todos entendida, esta razón:
— Yo no juzgo de pensamientos.
Oyendo lo cual todos quedaron atónitos, y más, viendo que en todo el aposento
ni al derredor de la mesa no había persona humana que responder pudiese.
— ¿Cuántos estamos aquí? — tornó a preguntar don Antonio, y fuele respondido
por el propio tenor, paso:
— Estáis tú y tu mujer, con dos amigos tuyos, y dos amigas della, y un caballero
famoso llamado don Quijote de la Mancha, y un su escudero que Sancho Panza
tiene por nombre.
— ¡Aquí sí que fue el admirarse de nuevo; aquí sí que fue el erizarse los cabellos
a todos, de puro espanto! Y, apartándose don Antonio de la cabeza, dijo:
— ¡Esto me basta para darme a entender que no fui engañado del que te me
vendió, cabeza sabia, cabeza habladora, cabeza respondona, y admirable
cabeza! Llegue otro y pregúntele lo que quisiere.
Quijote, 2ª parte, cap. LXII
DON QUIJOTE ACUCHILLA CUEROS DE VINO CONFUNDIÉNDOLOS CON
GIGANTES
Poco más quedaba por leer de la novela, cuando del caramanchón donde
reposaba don Quijote salió Sancho Panza todo alborotado, diciendo a
voces:
-Acudid, señores, presto y socorred a mi señor, que anda envuelto en la
más reñida y trabada batalla que mis ojos han visto. ¡Vive Dios, que ha
dado una cuchillada al gigante enemigo de la señora princesa
Micomicona, que le ha tajado la cabeza cercen a cercen como si fuera un
nabo!
-¿Qué decís, hermano? -dijo el cura, dejando de leer lo que de la novela
quedaba-. ¿Estáis en vos, Sancho? ¿Cómo diablos puede ser eso que
decís, estando el gigante dos mil leguas de aquí?
En esto, oyeron un gran ruido en el aposento, y que don Quijote decía a
voces:
-¡Tente, ladrón, malandrín, follón; que aquí te tengo, y no te ha de valer tu
cimitarra!
Y parecía que daba grandes cuchilladas por las paredes. Y dijo Sancho:
-No tienen que pararse a escuchar, sino entren a despartir la pelea, o a
ayudar a mi amo; aunque ya no será menester, porque, sin duda alguna,
el gigante está ya muerto, y dando cuenta a Dios de su pasada y mala
vida; que yo vi correr la sangre por el suelo, y la cabeza cortada y caída a
un lado, que es tamaña como un gran cuero de vino.
-Que me maten -dijo a esta sazón el ventero- si don Quijote o don
diablo no ha dado alguna cuchillada en alguno de los cueros de vino
tinto que a su cabecera estaban llenos, y el vino derramado debe de
ser lo que le parece sangre a este buen hombre.
Y con esto entró en el aposento, y todos tras él, y hallaron a don
Quijote en el más extraño traje del mundo. Estaba en camisa, la cual
no era tan cumplida, que por delante le acabase de cubrir los muslos,
y por detrás tenía seis dedos menos; las piernas eran muy largas y
flacas, llenas de vello y no nada limpias; tenía en la cabeza un
bonetillo colorado grasiento, que era del ventero; en el brazo
izquierdo tenía revuelta la manta de la cama, con quien tenía ojeriza
Sancho, y él se sabía bien el porqué, y en la derecha, desenvainada
la espada, con la cual daba cuchilladas a todas partes, diciendo
palabras como si verdaderamente estuviera peleando con algún
gigante. Y es lo bueno que
no tenía los ojos abiertos, porque estaba durmiendo y soñando que
estaba en batalla con el gigante; que fue tan intensa la imaginación
de la aventura que iba a fenecer, que le hizo soñar que ya había
llegado al reino de Micomicón, y que ya estaba en la pelea con su
enemigo; y había dado tantas cuchilladas en los cueros, creyendo
que las daba en el gigante, que todo el aposento estaba lleno de vino.
Quijote 1ª parte cap. XXXV
BANDOLEROS MUERTOS Y BANDOLEROS VIVOS
Prometióselo don Quijote, y juró por vida de sus pensamientos no tocarle en el
pelo de la ropa y que dejaría en toda su voluntad y albedrío el azotarse cuando
quisiese. Levantose Sancho y desviose de aquel lugar un buen espacio y, yendo
a arrimarse a otro árbol, sintió que le tocaban en la cabeza, y, alzando las manos,
topó con dos pies de persona, con zapatos y calzas. Tembló de miedo, acudió a
otro árbol y sucediole lo mesmo; dio voces llamando a don Quijote que le
favoreciese. Hízolo así don Quijote y, preguntándole qué le había sucedido y de
qué tenía miedo, le respondió Sancho que todos aquellos árboles estaban llenos
de pies y de piernas humanas. Tentolos don Quijote y cayó luego en la cuenta de
lo que podía ser, y díjole a Sancho:
— No tienes de qué tener miedo, porque estos pies y piernas que tientas y no
vees sin duda son de algunos forajidos y bandoleros que en estos árboles están
ahorcados; que por aquí los suele ahorcar la justicia cuando los coge, de veinte
en veinte y de treinta en treinta, por donde me doy a entender que debo de estar
cerca de Barcelona.
Y así era la verdad como él lo había imaginado.
Al partir, alzaron los ojos y vieron los racimos de aquellos árboles que eran
cuerpos de bandoleros. Ya en esto, amanecía y, si los muertos los habían
espantado, no menos los atribularon más de cuarenta bandoleros vivos que de
improviso les rodearon, diciéndoles en lengua catalana que estuviesen quedos y
se detuviesen hasta que llegase su capitán.
Quijote, 2ª parte, cap. LX
UN CÓMICO VESTIDO DE BOJIGANGA
ASUSTA A ROCINANTE Y SE LLEVA EL ASNO
Estando en estas pláticas, quiso la suerte que llegase uno de la compañía, que venía
vestido de bojiganga, con muchos cascabeles, y en la punta de un palo traía tres
vejigas de vaca hinchadas; el cual moharracho, llegándose a don Quijote, comenzó a
esgrimir el palo y a sacudir el suelo con las vejigas, y a dar grandes saltos, sonando
los cascabeles, cuya mala visión así alborotó a Rocinante, que, sin ser poderoso a
detenerle don Quijote, tomando el freno entre los dientes, dio a correr por el campo
con más ligereza que jamás prometieron los huesos de su notomía. Sancho, que
consideró el peligro en [que] iba su amo de ser derribado, saltó del rucio, y a toda
priesa fue a valerle; pero, cuando a él llegó, ya estaba en tierra, y junto a él,
Rocinante, que, con su amo, vino al suelo: ordinario fin y paradero de las lozanías de
Rocinante y de sus atrevimientos.
Mas, apenas hubo dejado su caballería Sancho por acudir a don Quijote, cuando el
demonio bailador de las vejigas saltó sobre el rucio, y, sacudiéndole con ellas, el
miedo y ruido, más que el dolor de los golpes, le hizo volar por la campaña hacia el
lugar donde iban a hacer la fiesta. Miraba Sancho la carrera de su rucio y la caída de
su amo, y no sabía a cuál de las dos necesidades acudiría primero; pero, en efecto,
como buen escudero y como buen criado, pudo más con él el amor de su señor que
el cariño de su jumento, puesto que cada vez que veía levantar las vejigas en el aire
y caer sobre las ancas de su rucio eran para él tártagos y sustos de muerte, y antes
quisiera que aquellos golpes se los dieran a él en las niñas de los ojos que en el más
mínimo pelo de la cola de su asno.
Quijote 2ª parte, cap. XI
LOS GATOS ATACAN A DON QUIJOTE
Aquí llegaba don Quijote de su canto, a quien estaban escuchando el
duque y la duquesa, Altisidora y casi toda la gente del castillo, cuando de
improviso, desde encima de un corredor que sobre la reja de don Quijote
a plomo caía, descolgaron un cordel donde venían más de cien
[cen]cerros asidos, y luego, tras ellos, derramaron un gran saco de gatos,
que asimismo traían cencerros menores atados a las colas. Fue tan
grande el ruido de los cencerros y el mayar de los gatos, que, aunque los
duques habían sido inventores de la burla, todavía les sobresaltó; y,
temeroso, don Quijote quedó pasmado. Y quiso la suerte que dos o tres
gatos se entraron por la reja de su estancia, y, dando de una parte a otra,
parecía que una región de diablos andaba en ella. Apagaron las velas que
en el aposento ardían, y a[n]daban buscando por do escaparse. El
descolgar y subir del cordel de los grandes cencerros no cesaba; la
mayor parte de la gente del castillo, que no sabía la verdad del caso,
estaba suspensa y admirada.
Levantóse don Quijote en pie, y, poniendo mano a la espada, comenzó a
tirar estocadas por la reja y a decir a grandes voces:
–¡Afuera, malignos encantadores! ¡Afuera, canalla hechiceresca, que yo
soy don Quijote de la Mancha, contra quien no valen ni tienen fuerza
vuestras malas intenciones!
Y, volviéndose a los gatos que andaban por el aposento, les tiró muchas
cuchilladas; ellos acudieron a la reja, y por allí se salieron, aunque uno,
viéndose tan acosado de las cuchilladas de don Quijote, le saltó al rostro
y le asió de las narices con las uñas y los dientes, por cuyo dolor don
Quijote comenzó a dar los mayores gritos que pudo. Oyendo lo cual el
duque y la duquesa, y considerando lo que podía ser, con mucha
presteza acudieron a su estancia, y, abriendo con llave maestra, vieron al
pobre caballero pugnando con todas sus fuerzas por arrancar el gato de
su rostro. Entraron con luces y vieron la desigual pelea; acudió el duque
a despartirla, y don Quijote dijo a voces:
–¡No me le quite nadie! ¡Déjenme mano a mano con este demonio, con
este hechicero, con este encantador, que yo le daré a entender de mí a él
quién es don Quijote de la Mancha!
Pero el gato, no curándose destas amenazas, gruñía y apretaba. Mas, en
fin, el duque se le desarraigó y le echó por la reja.
Quedó don Quijote acribado el rostro y no muy sanas las narices, aunque
muy despechado porque no le habían dejado fenecer la batalla que tan
trabada tenía con aquel malandrín encantador.
Quijote, 2ª parte, cap. XLVI
DON QUIJOTE SE ENCUENTRA CON UN MOZO AL CUAL ESTÁN AZOTANDO Y LO
DEFIENDE
No había andado mucho, cuando le pareció que a su diestra mano, de la espesura de
un bosque que allí estaba, salían unas voces delicadas, como de persona que se
quejaba; y apenas las hubo oído, cuando dijo: gracias doy al cielo por la merced que
me hace, pues tan presto me pone ocasiones delante, donde yo pueda cumplir con
lo que debo a mi profesión, y donde pueda coger el fruto de mis buenos deseos:
estas voces sin duda son de algún menesteroso o menesterosa, que ha menester mi
favor y ayuda: y volviendo las riendas encaminó a Rocinante hacia donde le pareció
que las voces salían; y a pocos pasos que entró por el bosque, vio atada una yegua
a una encina, y atado en otra un muchacho desnudo de medio cuerpo arriba, de
edad de quince años, que era el que las voces daba y no sin causa, porque le estaba
dando con una pretina muchos azotes un labrador de buen talle, y cada azote le
acompañaba con una reprensión y consejo, porque decía: la lengua queda y los ojos
listos. Y el muchacho respondía: no lo haré otra
vez, señor mío; por la pasión de Dios, que no lo haré otra vez, y yo prometo de tener
de aquí adelante más cuidado con el hato. Y viendo Don Quijote lo que pasaba, con
voz airada dijo:
- Descortés caballero, mal parece tomaros con quien defender no se puede; subid
sobre vuestro caballo y tomad vuestra lanza, (que también tenía una lanza arrimada
a la encina, adonde estaba arrendada la yegua) que yo os haré conocer ser de
cobardes lo que estáis haciendo.
El labrador, que vio sobre sí aquella figura llena de armas, blandiendo la lanza sobre
su rostro, túvose por muerto, y con buenas palabras respondió: señor caballero,
este muchacho que estoy castigando es un mi criado, que me sirve de guardar una
manada de ovejas que tengo en estos contornos, el cual es tan descuidado que cada
día me falta una, y porque castigo su descuido o bellaquería, dice que lo hago de
miserable, por no pagarle la soldada que le debo, y en Dios y en mi ánima que
miente.
- ¿Miente, delante de mí, ruin villano?- dijo Don Quijote. Por el sol que nos alumbra,
que estoy por pasaros de parte a parte con esta lanza: pagadle luego sin más réplica;
si no, por el Dios que nos rige, que os concluya y aniquile en este punto: desatadlo
luego. El labrador bajó la cabeza, y sin responder palabra desató a su criado, al cual
preguntó Don Quijote que cuánto le debía su amo. Él dijo que nueve meses, a siete
reales cada mes. Hizo la cuenta Don Quijote, y halló que montaban sesenta y tres
reales, y díjole al labrador que al momento los desembolsase, si no quería morir por
ello.
Respondió el medroso villano, que por el paso en que estaba y juramento que había
hecho (y aún no había jurado nada), que no eran tantos, porque se le había de
descontar y recibir en cuenta tres pares de zapatos que le había dado, y un real de
dos sangrías que le habían hecho estando enfermo.
- Bien está todo eso, -replicó Don Quijote-; pero quédense los zapatos y las sangrías
por los azotes que sin culpa le habéis dado, que si él rompió el cuero de los zapatos
que vos pagásteis, vos le habéis rompido el de su cuerpo, y si le sacó el barbero
sangre estando enfermo, vos en sanidad se la habéis sacado; así que por esta parte
no os debe nada.
Quijote, 1ª parte, cap. IV
DON QUIJOTE LIBERA A LOS GALEOTES
Cuenta Cide Hamete Benengeli, autor arábigo y manchego, en esta gravísima,
altisonante, mínima, dulce e imaginada historia que, después que entre el
famoso don Quijote de la Mancha y Sancho Panza, su escudero, pasaron
aquellas razones que en el fin del capítulo veinte y uno quedan referidas, que
don Quijote alzó los ojos y vio que por el camino que llevaba venían hasta doce
hombres a pie, ensartados, como cuentas, en una gran cadena de hierro por los
cuellos, y todos con esposas a las manos. Venían ansimismo con ellos dos
hombres de a caballo y dos de a pie; los de a caballo, con escopetas de rueda, y
los de a pie, con dardos y espadas; y que así como Sancho Panza
los vido, dijo:
– Ésta es cadena de galeotes, gente forzada del rey, que va a las galeras.
– ¿Cómo gente forzada? – preguntó don Quijote –. ¿Es posible que el rey haga
fuerza a ninguna gente?
– No digo eso – respondió Sancho –, sino que es gente que, por sus delitos, va
condenada a servir al rey en las galeras de por fuerza.
– En resolución – replicó don Quijote –, comoquiera que ello sea, esta gente,
aunque los llevan, van de por fuerza, y no de su voluntad.
– Así es – dijo Sancho.
– Pues desa manera – dijo su amo –, aquí encaja la ejecución de mi oficio:
desfacer fuerzas y socorrer y acudir a los miserables.
– Advierta vuestra merced – dijo Sancho– que la justicia, que es el mesmo rey,
no hace fuerza ni agravio a semejante gente, sino que los castiga en pena de sus
delitos.
Quijote 1ª parte cap. XXII
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