04 EL RECHAZO AL TRATAMIENTO FUNDACIÓN Mariano Casado Blanco Ortega-Marañón Fundación José Ortega y Gasset y Gregorio Marañón 04 EL RECHAZO AL TRATAMIENTO Dr. Mariano Casado Blanco Dr. Mariano Casado Blanco Licenciado y Doctor en Medicina por la Universidad de Extremadura. Especialista en Medicina Legal y Forense. Médico Forense, por oposición al Cuerpo Nacional de Médicos Forenses, desde el año 1990. Experto en Toxicología por la Universidad de Sevilla. Máster en Comités de Ética por la UNED. Jefe de Servicio de Laboratorio Forense del Instituto de Medicina Legal de Badajoz. Profesor encargado y responsable del Área de Conocimiento de Medicina Legal y Forense de la Facultad de Medicina de la Universidad de Extremadura. Vocal del Comité Autonómico de Ética de Investigación Clínica de la Junta de Extremadura. Presidente de la Comisión de Deontología del Ilustre Colegio Oficial de Médicos de Badajoz. Vocal de la Comisión Central de Deontología de la Organización Médica Colegial desde el año 2007. 2 04 EL RECHAZO AL TRATAMIENTO Dr. Mariano Casado Blanco índice Introducción 4 Regulación legal y ética del Rechazo al Tratamiento 6 Respeto de las decisiones del paciente al rechazo del tratamiento 10 Límites al rechazo o negativa al Tratamiento 11 Rechazo al tratamiento en adultos mayores 13 Rechazo al tratamiento en menores 18 Situaciones problemáticas con respecto al menor 22 Información respecto al tratamiento 25 Excepciones a la obligación de información terapéutica 26 Rechazo al tratamiento por cuestiones religiosas 26 Textos de lectura preceptiva 28 Textos de lectura optativa 28 3 04 EL RECHAZO AL TRATAMIENTO Dr. Mariano Casado Blanco Introducción Analizado en capítulos anteriores tanto el consentimiento informado como la capacidad del paciente y sus limitaciones, en este vamos a tratar de abordar posiblemente una de los cuestiones problemáticas que con frecuencia afecta al médico durante su práctica diaria. Nos referimos a la situación que se genera o se puede generar cuando un paciente manifiesta no estar de acuerdo en aceptar el tratamiento propuesto o bien rechaza el tratamiento. Se trata de un tema que tiene implicaciones médico-asistenciales, legales y éticas que, además, no actúan como compartimentos estancos, sino que se encuentran recíprocamente implicadas, es decir que al deber ético se añaden las obligaciones legales y los compromisos asistenciales. Para comenzar y de una forma genérica, estas cuestiones hay que considerarlas como justas e incluso razonables, de modo que el paciente puede oponerse a cualquier propuesta de tratamiento que le proponga el médico. Pero aún teniendo esto muy presente, esta negativa, pone al médico ante un dilema ético y le enfrenta a cuestiones legales que no puede ignorar, pues de ellas depende la resolución del caso. Por ello en el presente capítulo trataremos de analizar los fundamentos legales y éticos de rechazo al tratamiento y cuál debe ser la conducta a seguir frente a estos casos. Otro hecho que debe igualmente estar presente es que en la medicina actual no basta sólo con dominar los aspectos técnicos y científicos de la medicina, hoy resulta fundamental también conocer, aplicar y cumplir los preceptos legales, que regulados por una serie de leyes y normas, nos obligan a su cumplimiento para de esta forma evitar, en lo posible, vernos inmersos en asuntos judiciales, que resultan tan temidos por todo el colectivo médico. Todo esto nos hace ser conscientes de la evidente necesidad de tener una formación en temas tanto legales como éticos, tan deficientes, en líneas generales e históricamente en los planes académicos de formación. Es preciso que durante el período formativo de pregrado, el alumno consiga captar la importancia y trascendencia que tiene el tener presente que al paciente le asisten una serie derechos. Pero es que en muchas ocasiones ocurre exactamente igual durante la etapa de postgrado, donde pocos profesionales sanitarios en general y médicos en particular se interesan y se forman sobre temas relacionados con el derecho médico y con la ética médica. Hemos de tener presente de que estos conocimientos son tan necesarios que resulta complicado poder desarrollar actualmente nuestra profesión si no nos mantenemos informados y formados en estas materias legales y éticas que resultan 4 04 EL RECHAZO AL TRATAMIENTO Dr. Mariano Casado Blanco de obligado cumplimiento y como lo establece el propio Código de Deontología de la Organización Médica Colegial en su artículo 7.2 indicando que: “la formación médica continuada es un deber ético, un derecho y una responsabilidad de todos los médicos a lo largo de su vida profesional” Hecha esta introducción, hemos de recordar que históricamente, el modelo social de que el hombre siempre ha estado gobernado y sometido por otro fue práctica generalizada. Del mismo modo este fundamento y en cierta forma podría aplicarse al mundo de la medicina, la cual se ejerció bajo la forma de una figura tan conocida como es la del “paternalismo médico”, basada esencialmente en el principio de beneficencia, donde el médico, en la mayoría de los casos, decidía de una forma aislada sobre la actitud terapéutica adecuada a cada paciente. Había la errónea tendencia en pensar que un paciente no era capaz de tomar una decisión libre ni consecuente. Tras muchos siglos e infinidad de desgracias humanas, el hombre consiguió ir cambiando esta tendencia, gracias a propuestas, hechos y circunstancias muy variadas. Entre estas podemos citar las llevadas a cabo en Estados Unidos con su declaración de Filadelfia, año 1774, que establecía “el derecho de las personas a la vida, a la libertad y a la propiedad” o como la misma revolución francesa del año 1789, donde se proclamaban los primeros derechos civiles y se reconocían los derechos del hombre y del ciudadano. A partir de aquel entonces se marcó el comienzo del cambio y que en el mundo de la medicina tuvo su reflejo y culminación en lo que hoy conceptualizamos como “principio de autonomía y libertad del paciente”, y que consecuentemente permite a éste tomar decisiones, junto a su médico, en un determinado proceso clínico. Desde el punto de vista jurídico, con respecto al “deber de información del médico” se comenzaron a hacer referencias a finales del siglo XIX, concretamente por parte de la doctrina alemana, alcanzando esta problemática un notorio desarrollo en la jurisprudencia de aquel país, así como en Francia y en Estados Unidos y donde se reconocía que en la relación médico-paciente era exigible algún tipo de consentimiento. A modo de ejemplo podemos citar como en 1914, en la causa Schoendorff versus Society of New Cork Hospital se sostuvo que “todo ser humano adulto y sano mentalmente, tiene derecho a determinar qué es lo que él hará con su propio cuerpo, debiendo responsabilizarse al cirujano que practique una operación sin el consentimiento de su paciente” Aunque bien es cierto y de forma muy anterior, Thomas Percival, año 1803, en su “Ética Médica” refería que “el médico debe informar periódicamente de las manifestaciones peligrosas de la enfermedad a los amigos del paciente. Debe asegurarse personalmente de que el paciente o sus allegados tengan el conocimiento del estado del enfermo que sea necesario para proteger los mejores intereses del paciente y de la familia”. 5 04 EL RECHAZO AL TRATAMIENTO Dr. Mariano Casado Blanco Como podemos apreciar, el desarrollo tanto del Derecho y de la Ética Médica, a través del tiempo, ha sostenido esta histórica decisión, considerando que la relación médicopaciente requiere del consentimiento mutuo, unas veces entendido este de forma tácita y en otras ocasiones, se requiere que sea expresado de forma concreta, como ya se ha explicado en capítulos anteriores. En ese contexto, la exigencia de consentimiento no solo alude a una legalización de la relación médico-paciente, sino que representa en la perspectiva ética un máximo, como es la exigencia de reconocimiento de la dignidad, derechos y autonomía del paciente capacitado o competente, al que se le considera como un partícipe activo de las medidas que se le aplican y no como un simple destinatario de ellas. Regulación legal y ética del Rechazo al Tratamiento Si nos referimos a preceptos legales y éticos que reconocen estos derechos, de autonomía y libertad del paciente, nos fijaremos en primer lugar en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, que promulgada en el año 1948, nos decía en su artículo 2, “que el potencial paciente tiene derecho a recibir cuidados de su salud, sin distinción de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”. A partir de esta norma universal, podemos afirmar que se configura un cambio y encontramos como los derechos del paciente aparecen juntos a los derechos humanos, considerados como una propia extensión de éstos y específicamente relacionados con la salud del hombre. A raíz de esta y de forma secuencial fueron apareciendo un repertorio normativo que, entre otras cuestiones, han venido a fortalecer los referidos derechos. Sin lugar a dudas, es a partir de los años 60 y como consecuencia de diferentes circunstancias, entre las que podemos citar los cambios sociales o la aparición de movimientos reivindicativos, lo que hizo que se implantase un nuevo modelo de relación médico-paciente, con una perspectiva totalmente diferente a la seguida hasta aquel entonces y que vino a reemplazar la relación clásica que se establecía en el modelo médico denominado “paternalista”. Hay que entender que en estos cambios tuvo una gran influencia la filosofía y sobre todo los principios filosóficos expuestos y defendidos por John Locke con sus ideas sobre el empirismo moderno, o las de John Stuart Mill con su defensa del criterio de la utilidad aplicado a las normas morales más que a las acciones; así como todos los trabajos publicados en relación al principio de “autonomía de la persona”. 6 04 EL RECHAZO AL TRATAMIENTO Dr. Mariano Casado Blanco Es conveniente recordar lo que el Profesor Gracia indica al respecto: “la no maleficencia en una versión del clásico principio de justicia, y las cuestiones de no maleficencia y justicia son previas a la autonomía de las personas”. Este segundo nivel es un principio doble, que es autonomía-beneficencia, porque no se puede hacer el bien a nadie en contra de su voluntad, y por esa razón habría que decir que no hay beneficencia sin autonomía. Hay un tercer modelo de tipo intermedio, que plantea la relación como una asociación que convierte al médico en un consultor con la función de ayudar al paciente a ayudarse a sí mismo. El siguiente trámite era que todas estas normas y principios en torno a la autonomía y hasta ahora referidos, quedaran plasmadas en las leyes constitucionales de la gran mayoría de los países. Así en nuestra Constitución Española de 1978, la autonomía del paciente se fundamenta específicamente en el artículo 15 (derecho fundamental a la integridad física y moral) pero sin poder dejar de lado otros derechos fundamentales como los recogidos en los artículos 10.1 (derecho a la dignidad de la persona), artículo 16.1 (derecho a la libertad ideológica y religiosa y artículo 18.1 (derecho a la intimidad), todo ello dio paso a una mayor relevancia de la voluntad del paciente. Con ello, tras la Constitución la instauración progresiva, de la autonomía del paciente, al ordenamiento jurídico fue reafirmándose de una forma paulatina. La primera muestra la encontramos en la Ley 14/1986, de 25 de abril, General de Sanidad, la cual desarrollaba en su artículo 10 la “Carta de los Derechos de los Pacientes”. El objetivo de esta Ley aparte de implantar una nueva configuración del sistema sanitario público español también fue la de universalizar el derecho a la protección de la salud, haciendo así efectivo otro artículo constitucional como es el 43. Para hacerlo efectivo fue preciso instaurar un modelo asistencial que se estuviese basado en la humanización de los servicios y el respeto por la dignidad de la persona y la libertad individual. Todo esto supuso el comienzo del desarrollo progresivo de la autonomía del paciente en el ámbito sanitario a través del consentimiento informado. Con esta proposición, el consentimiento informado se concibe en sus inicios como un acto informativo, libre de toda coacción, relacionado tanto con el proceso clínico como los procedimientos terapéuticos, así como los riesgos y beneficios, para así poder obtener la aprobación por parte del paciente. De esta forma y como ya se ha explicado en el capítulo correspondiente al Consentimiento Informado este se entiende como un proceso deliberativo que precisa de una relación de reciprocidad entre el médico y el paciente. Todo lo anterior lo podemos calificar como inicios legislativos referidos al tema de la autonomía del paciente en nuestro ordenamiento jurídico. Pero cuando verdaderamente se presenta un cambio, digamos radical y donde aparecen cuestiones que hasta 7 04 EL RECHAZO AL TRATAMIENTO Dr. Mariano Casado Blanco entonces había una escasez de cobertura legislativa fue tras la aprobación del Convenio, del Consejo de Europa, para la Protección de los Derechos Humanos y la Dignidad del Ser Humano con respecto a las aplicaciones de la Biología y la Medicina, de fecha 4 de abril de 1997, conocido como “Convenio de Oviedo”, y cuya entrada en vigor en España no fue hasta el 1 de enero de 2000 y entre otros objetivos pretendía establecer un marco común legislativo en los países firmantes del referido Convenio. El “Convenio de Oviedo” contenía cuestiones innovadoras, relacionadas con la autonomía, entre las que podemos citar la posibilidad de revocar el consentimiento, la renuncia del paciente a la información, las voluntades anticipadas o la trascendencia de las opiniones de menores e incapaces en los procesos clínico-asistenciales. En este sentido y desde otra óptica citamos la Declaración de Lisboa de la AMM sobre los Derechos del Paciente adoptada por la 34ª Asamblea Médica Mundial Lisboa, Portugal, Septiembre/Octubre 1981 y posteriormente enmendada por la 47ª Asamblea General Bali, Indonesia, Septiembre 1995 y revisada su redacción en la 171ª Sesión del Consejo, Santiago, Chile, en Octubre de 2005. En ella, y entre sus Principios, se establecen cuestiones similares a las vistas hasta ahora, es decir el Derecho a la autodeterminación, indicando que “el paciente tiene derecho a la autodeterminación y a tomar decisiones libremente en relación a su persona. El médico informará al paciente las consecuencias de su decisión”. Del mismo modo, en el Congreso Mundial de Bioética del año 2000 celebrado en Gijón, se fijaron una serie de recomendaciones entre las que aparece el deber de garantizar el ejercicio de la autonomía de la persona y el respeto a la identidad y especificidad del ser humano y de su libertad para expresar su conocimiento tras una adecuada información. Por su parte la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea como documento, que contiene provisiones de derechos humanos, proclamado por el Parlamento Europeo, Consejo de la Unión Europea y la Comisión Europea, en fecha 7 de diciembre de 2000. Años más tarde se desarrolló una versión adaptada de la Carta que fue proclamada el 12 de diciembre de 2007, lo que implicaba que la Carta legalmente sea vinculante para todos los países. Pues bien en ella se consagran los derechos a la dignidad y a la libertad e incluso en el texto original se establecían una serie de previsiones específicamente relacionadas con el campo de la biomedicina tales como el respeto al el consentimiento libre e informado de la persona, la prohibición de las prácticas eugenésicas, y en particular las que tienen por finalidad la selección de personas, la prohibición de que el cuerpo humano o partes del mismo en cuanto tales se conviertan en objeto de lucro y la prohibición de la clonación reproductora de seres humanos. 8 04 EL RECHAZO AL TRATAMIENTO Dr. Mariano Casado Blanco Nuestro Código de Deontología, de la Organización Médica Colegial, aprobado en fecha de 9 julio de 2011, recoge los principios que deben guiar la conducta profesional que aunque no tienen fuerza jurídica, son normas autoimpuestas y obligan por ello a todos los profesionales, igualmente recoge principios éticos relacionados con el respeto a la libertad y a la autonomía del paciente. Así se establece, tanto en el artículo 5.1: “la profesión médica está al servicio del ser humano y de la sociedad. Respetar la vida humana, la dignidad de la persona y el cuidado de la salud del individuo y de la comunidad son los deberes primordiales del médico”, como en el artículo 12.1 “el médico respetará el derecho del paciente a decidir libremente, después de recibir la información adecuada, sobre las opciones clínicas disponibles. Es un deber del médico respetar el derecho del paciente a estar informado en todas y cada una de las fases del proceso asistencial. Como regla general, la información será la suficiente y necesaria para que el paciente pueda tomar decisiones”. Si avanzamos en este repaso legislativo, creo que es preciso reconocer que la regulación de los derechos del paciente en el ámbito médico-asistencial en el ordenamiento jurídico español se encuentra en la Ley 41/2002, de 14 de noviembre, Básica reguladora de la autonomía del paciente y de derechos y obligaciones en materia de información y documentación clínica. Con su aparición se derogaron materias, hasta entonces, contenidas en la Ley General de Sanidad y por supuesto que fue elaborada siguiendo el modelo y las obligaciones que había asumido el Estado español desde la firma y ratificación del “Convenio de Oviedo”. En líneas generales esta Ley si tuvo algo de novedoso fue la verdadera consolidación legislativa del derecho a la autonomía del paciente. A partir de ahí, al paciente se le considera parte activa de la relación clínico-asistencial, y se le reconoce la capacidad para tomar y asumir las decisiones relativas a su salud. En su articulado se declaran una serie de principios básicos. Así y relacionados con el objeto de exposición del presente capítulo podemos citar el artículo 2 que establece como regla general que “toda actuación en el ámbito de la sanidad requiere, con carácter general, el previo consentimiento de los pacientes” tras haber recibido “una información adecuada”. Este precepto se hace extensible al derecho a decidir libremente entre las opciones clínicas disponibles y a negarse al tratamiento “excepto en los casos determinados en la Ley”. Igualmente en el artículo 8.1, y referido al consentimiento informado, se establece que “toda actuación en el ámbito de la salud de un paciente necesita el consentimiento libre y voluntario del afectado, una vez que, recibida la información prevista en el artículo 4, haya valorado las opciones propias del caso” 9 04 EL RECHAZO AL TRATAMIENTO Dr. Mariano Casado Blanco En el mismo artículo 8.5 se reconoce la libertad del paciente para “revocar en cualquier momento posterior el consentimiento ya otorgado”, estableciendo la forma de llevarlo a cabo “se exige que dicha retirada se verifique formalmente por escrito”. Respeto de las decisiones del paciente al rechazo del tratamiento Como ya hemos podido analizar anteriormente, el médico debe guardar un respeto general a todos los aspectos y características personales del paciente, sus creencias, derechos, sentimientos, ideas, motivaciones… Se trata de un deber de tipo ético, pero además existe una tutela legal para velar por dicho respeto ya que hace referencias a derechos fundamentales de las personas, en concreto el derecho fundamental a la integridad física y moral permite al paciente reaccionar frente a todos aquellos comportamientos que le pudieran ocasionar un determinado daño, sufrimiento o padecimiento ya sea físico o psicológico así como el no consentir cualquier tipo de intervención, en este caso terapéutica, en su cuerpo. Por ello la voluntad del paciente, a elegir, rechazar o abandonar un determinado tratamiento propuesto por el médico, debe ser igualmente respetada, incluso cuando el inicio o continuación del referido tratamiento pudiera ser decisivo para evitar un mal mayor o incluso la muerte. De esta manera y de forma genérica, el médico no tiene la obligación ni puede lícitamente seguir tratando a un paciente en contra de su voluntad. El derecho al rechazo o negación al tratamiento viene recogido de forma explícita y queda inequívocamente reconocido en la Ley de Autonomía del paciente y en concreto en el apartado 4 del artículo 2 de la Ley 41/2002, la cual reconoce el ámbito y la extensión de este derecho de todo paciente a negarse al tratamiento, salvo en los límites materiales que determinan la propia Ley y que se recogen específicamente en el artículo 9.2, aunque esta negativa deberá hacerse constar por escrito. Se prevé un procedimiento para los casos generales de manera que queden garantizados los derechos del paciente como agente activo, respecto a su autonomía, en la toma de decisiones. De esta forma, la Ley 41/2002 regula el régimen de alta voluntaria (artículo 21) de manera que el paciente que se niegue a recibir un tratamiento estará obligado a firmar el alta voluntaria. Si el paciente se opone a la correspondiente firma se prevé el alta forzosa, “la dirección del centro, a propuesta del médico responsable, podrá disponer el alta forzosa en las condiciones reguladas por la Ley”. Sin embargo, en caso de que el centro pueda prestar tratamientos alternativos, aunque sean de carácter paliativo, aceptados por el paciente, no se producirá el alta forzosa. 10 04 EL RECHAZO AL TRATAMIENTO Dr. Mariano Casado Blanco Asimismo, en el artículo 21.2 se establece que si el paciente sigue sin aceptar el alta, la dirección del centro, tras comprobar el informe médico y oír las razones del paciente, pondrá la situación en conocimiento del juez, que será quien se encargue de decidir confirmando o bien revocando la decisión de alta forzosa. Con la finalidad de asegurar el ejercicio del derecho a rechazar el tratamiento, la Ley 41/2002 establece la alternativa en las denominadas «instrucciones previas” o «voluntades anticipadas» (art. 11). Es decir, aquellas voluntades expresadas con anterioridad en estado de plenitud de facultades para que tengan validez en el momento en que las facultades de conocimiento y voluntad se encuentren mermadas, sobre el tratamiento o la donación de órganos en caso de fallecimiento. Nuevamente y en referencia a la Declaración de Lisboa de la AMM sobre los Derechos del Paciente se establece que “el paciente adulto mentalmente competente tiene derecho a dar o negar su consentimiento para cualquier examen, diagnóstico o terapia. El paciente debe entender claramente cuál es el propósito de todo examen o tratamiento y cuáles son las consecuencias de no dar su consentimiento”. Y del mismo modo nuestro Código de Deontología reconoce como deontológica tal conducta según el artículo 12.2 “El médico respetará el rechazo del paciente, total o parcial, a una prueba diagnóstica o a un tratamiento. Deberá informarle de manera comprensible y precisa de las consecuencias que puedan derivarse de persistir en su negativa, dejando constancia de ello en la historia clínica”. Límites al rechazo o negativa al Tratamiento El reconocimiento del derecho al rechazo o negativa al tratamiento por el paciente comporta la inexistencia o desaparición de la posición de garante del médico, cuando el paciente ha tomado y manifestado a su médico la decisión en tal sentido. En este momento el médico no se encuentra legitimado para interferir en esa decisión personal del paciente que ha adoptado de una forma totalmente válida, lo cual desliga al médico de los deberes de salvaguarda respecto al bien jurídico reconocido en el artículo 15 de la Constitución. En virtud de lo anterior, la Ley 41/2002, establece una defensa clara acerca del derecho del paciente a negarse al tratamiento. Ahora bien, como indicábamos anteriormente existen límites materiales a este derecho y así la legislación sanitaria y de una forma genérica, hace referencia, a dos casos muy concretos en los que se exceptúa el principio general de autonomía del paciente y que son aquellos que afectan a la salud pública y los casos de “urgencia o emergencia vital”. 11 04 EL RECHAZO AL TRATAMIENTO Dr. Mariano Casado Blanco Así el artículo 9.2 de la Ley 41/2002, adaptándose a las exigencias doctrinales y siguiendo el principio de respeto a la libertad de voluntad, excepciona el derecho a negarse al tratamiento, afirmando que el personal médico podrá “llevar a cabo las intervenciones clínicas indispensables en favor de la salud del paciente, sin necesidad de contar con su consentimiento” en dos supuestos. En primer lugar, cuando exista riesgo para la salud pública “a causa de razones sanitarias establecidas por la Ley”. En segundo lugar, “cuando existe riesgo inmediato grave para la integridad física o psíquica del enfermo y no es posible conseguir su autorización”, supuesto en el que el legislador establece que, si las circunstancias lo permiten, se consultará “a sus familiares o a las personas vinculadas de hecho a él”. En el caso de que exista riesgo para la salud pública a causa de razones sanitarias establecidas en la Ley. En este caso debe actuarse conforme a lo dispuesto en la Ley Orgánica 3/1986, de 14 de abril, de Medidas Especiales en Materia de Salud Pública que sintéticamente, establecen que las autoridades sanitarias competentes podrán adoptar medidas de reconocimiento, tratamientos, hospitalización o control cuando se aprecien indicios racionales que permitan suponer la existencia de peligro para la salud de la población debido a la situación sanitaria concreta de una persona o grupo de personas o por las condiciones sanitarias en que se desarrolle una actividad. Por su parte en las situaciones de urgencia, con riesgo inmediato y grave para la integridad física o psíquica del enfermo y que no sea posible conseguir su autorización, El ejercicio del derecho al rechazo o negativa al tratamiento regiría estrictamente por el período de tiempo en que concurra tal situación, de modo que, tan pronto como se haya superado la situación de urgencia, debe informarse al paciente de forma inmediata o a sus familiares o personas vinculadas de hecho con el propio paciente. Además de las dos situaciones señaladas, existe, una tercera excepción al consentimiento informado: es el determinado como “estado de necesidad terapéutica” (artículo 5.4) y hace referencia a un supuesto de información claramente perjudicial para la salud del paciente y en este caso resulta imprescindible la valoración de los intereses en conflicto. Por ello esto permitiría limitar la información que se le facilita y de esta manera se autoriza al facultativo aplicar un específico tratamiento, sin previa información. Esta regulación nos muestra una vez más la evidente determinación legislativa a favor de incluir cualquier actividad médica asistencial dentro del respeto de los principios del consentimiento del paciente, por supuesto que informado y libre, respetando tanto la dignidad como la autonomía del paciente. 12 04 EL RECHAZO AL TRATAMIENTO Dr. Mariano Casado Blanco Si analizamos un poco más lo anteriormente expuesto, podemos apreciar que si bien es cierto que las previsiones que establece la legislación pueden suponer o de hecho suponen el reconocimiento de un límite o restricción, al derecho fundamental a la integridad física y moral, a pesar de ello, la jurisprudencia española y en particular la del Tribunal Constitucional, ha considerado estas actuaciones como legítimas en cuanto a que satisfacen una serie de requerimientos formales encaminados a preservar otro bien jurídico, con protección constitucional, como es la vida humana. Además este planteamiento es similar a lo establecido en el “Convenio de Oviedo”, cuando en el artículo 26 se reconoce como regla general, que los derechos que consagra no admitirán más restricciones “que las que previstas por la ley, constituyan medidas necesarias, en una sociedad democrática, para la seguridad pública, la prevención de las infracciones penales, la protección de la salud pública o la protección de los derechos y libertades de las demás personas”. Pero la cuestión de los límites no queda ahí y aunque no hagamos referencia a cuestiones ya analizadas en otros capítulos como puede ser la problemática relativa a las múltiples hipótesis acerca de la prestación del consentimiento por representación, sí que parece oportuno recordar que si el paciente no está en condiciones de prestarlo, deberán prestar el consentimiento al tratamiento sus representantes. Incluso en ese caso el paciente participará, en la medida de lo posible, en la toma de la decisión. Este apartado quedaría incompleto si no analizamos de una forma detallada las implicaciones éticas y legales que se pueden establecer en dos grupos de edad muy específicos, como son los “adultos mayores” y los “menores”. Rechazo al tratamiento en adultos mayores En la actualidad, el 60% de personas mayores de 65 años viven en países desarrollados y se espera que en poco más de una década este porcentaje supere el 75%, esto es así entre otras cuestiones gracias a los avances en los distintos campos de la medicina, los cuales han determinado unas expectativas de vida hasta ahora sin precedentes. Desde el punto de vista conceptual resulta complejo el llegar a un consenso en cuanto a la terminología. En líneas generales se entiende que un “anciano”, “adulto mayor” o “persona de la tercera edad” es aquella que tiene 65 años o más. Siguiendo con lo anterior, una mayor longevidad lleva pareja una mayor prevalencia de patologías, agudas y sobre todo crónicas y tanto físicas como mentales. Cualquiera de estos procesos puede generar problemas de tipo clínicoasistencial, en cuanto al diagnóstico y tratamiento, pero junto a ellos aparece un sinfín de implicaciones éticas y legales. 13 04 EL RECHAZO AL TRATAMIENTO Dr. Mariano Casado Blanco Como ya hemos expuesto anteriormente, la autonomía de una persona implica de forma simple y genérica su capacidad para comprender y elegir, es lo que desde el derecho civil conocemos como capacidad para obrar y por ello la persona puede ejercer por sí misma sus propios derechos y desenvolverse con autonomía en la vida jurídica. Ahora bien cuando las capacidades y aptitudes se ven afectadas, se comprometen en virtud del grado de afectación tanto de la inteligencia como de la voluntad. En esta etapa y en los casos de asistencia médica, el médico debe extremar y mucho tanto las cuestiones legales como las éticas, pues en muchas ocasiones los adultos mayores corren el peligro de convertirse en víctimas al ser marginados y con ello privados del ejercicio de sus derechos. La relación de los adultos-mayores con su médico se encuentra inserta en la genérica relación “médico-paciente” y por tanto posee el mismo carácter legal y son de aplicación todos los derechos y deberes contenidos en la Ley 41/2002 Básica reguladora de la Autonomía del paciente…. No se puede obviar que los derechos humanos fundamentales no pueden sufrir mermas ni desaparición con la edad ni por otras circunstancias, como establece el propio Código de Deontología cuando indica que “el médico debe fomentar y promover la atención integral…evitando estigmatizar al paciente psiquiátrico…” (art. 13.4). De esta forma nuevamente aparece la relación médico-paciente como la piedra angular de la práctica médica y, por lo tanto, de la ética médica, donde la información resulta primordial. A este respecto indica la Ley que “el paciente será informado, incluso en caso de incapacidad, de modo adecuado a sus posibilidades de comprensión, cumpliendo con el deber de informar también a su representante legal” (art. 5.2). De ahí que debamos seguir considerando en estas situaciones el deber de informar como un deber de carácter general y además con un plus como es que el médico deba estar en posesión de conocimientos suficientes como para poder efectuar una valoración relativa al nivel de comprensión y juicio así como de la integridad de la voluntad de estos pacientes, para que tanto su consentimiento como la toma de decisiones sobre las alternativas a los tratamientos que se le propongan sean válidos tanto desde el punto de vista legal como ético. En el Código de Deontología y de directa aplicación a estos pacientes, se contempla la exigencia que debe cumplir el médico basada en “una relación plena de entendimiento y confianza entre el médico y el paciente.” (art. 8.3) así como que “el médico deberá ser especialmente cuidadoso para que estos pacientes participen en el proceso asistencial en la medida que su capacidad se lo permita” (art. 13.2). Pero a pesar de lo anterior, es común que la evidente asimetría en la relación médico-paciente se haga más palpable en el denominado grupo de los “adultos mayores”. 14 04 EL RECHAZO AL TRATAMIENTO Dr. Mariano Casado Blanco Extendiendo los fundamentos normativos respecto a este apartado nos encontramos con la Declaración de Hong Kong de la Asociación Médica Mundial sobre el maltrato de los ancianos, septiembre, 1989, y sus revisiones posteriores tanto la de mayo de 1990 como la de mayo de 2005, donde se recogen una serie de principios generales relativos a la protección de los ancianos. Estos principios son: - Los ancianos deben tener los mismos derechos a atención, bienestar y respeto que los demás seres humanos. - El médico tiene la responsabilidad de ayudar a evitar el maltrato físico y psicológico de los pacientes ancianos. - El médico que constate o sospeche de maltrato, como se define en esta Declaración, debe discutir la situación con los encargados, sea la familia o el hogar de ancianos. Si se confirma que existe maltrato o si se considera una muerte sospechosa, el médico debe informar a las autoridades correspondientes. Por su parte la Asociación Médica Mundial también presenta una serie de recomendaciones, a los médicos que tratan a los ancianos, indicando que los médicos deben: - hacer mayores esfuerzos para crear una relación de confianza con los pacientes ancianos, …. - proporcionar una evaluación y tratamiento médico por los daños producidos por el abuso y/o abandono. - intentar establecer o mantener una relación terapéutica con la familia y mantener en la máxima medida posible la confidencialidad del paciente. Desde el punto de vista práctico, existen circunstancias tan genéricas y extendidas como son la presencia de determinados procesos patológicos, que conllevan deterioros de tipo cognitivos o bien enfermedades crónicas e incapacitantes así como la pérdida del autogobierno…, que en definitiva lo que hacen es impedir o dificultar la comunicación entre médico y paciente. En estos casos se hace preciso apelar a los derechos de los adultos mayores como pacientes, a la hora de informar sobre determinados procedimientos en este caso terapéuticos, manteniendo o incluso mejorando tanto su autonomía y calidad de vida, para favorecer la toma de decisiones. La conducta médica en cuanto a la información, consentimiento y posibilidad de rechazo a un determinado tratamiento variará en relación con el nivel de deterioro que el paciente adulto mayor tenga. 15 04 EL RECHAZO AL TRATAMIENTO Dr. Mariano Casado Blanco Además ocurre que en los pacientes de esta edad se suele aplicar el clásico “modelo médico-biológico”, entendido como una desviación observable de la normalidad bio-médica de la estructura y función corporal/mental que surge como consecuencia de una enfermedad, trauma o lesión, y ante la que hay que poner en marcha medidas terapéuticas o compensatorias, generalmente de carácter individual. En otras palabras implica centrarse únicamente en la cuestión orgánica individual y olvidando el tratamiento de causas psicológicas así como de los efectos de las políticas sociales y económicas sobre su salud. En los casos de rechazo del tratamiento de pacientes que han perdido su capacidad de obrar, como ocurre con el típico caso de las demencias en grados severos y que generan una dependencia total, la solución resulta sencilla pues está determinado que el “representante legal o las personas vinculadas por razones familiares o de hecho” deben ser quienes tomen las decisiones. En el mismo sentido se manifiesta el Código de Deontología indicando que “cuando el médico trate a pacientes incapacitados legalmente o que no estén en condiciones de comprender la información, decidir o dar un consentimiento válido, deberá informar a su representante legal o a las personas vinculadas por razones familiares o de hecho”. (art. 13.1) En cambio, esa situación se transforma en un conflicto ético cuando los pacientes presentan una dependencia de carácter funcional no severa, pero mantienen un nivel cognitivo calificado como válido desde el punto de vista médico y legal. La conducta deontológica es que “el médico deberá ser especialmente cuidadoso para que estos pacientes participen en el proceso asistencial en la medida que su capacidad se lo permita”. (art. 13.2) A este tipo de pacientes mayores de edad y con plena capacidad de obrar y por ende de recibir información suficiente y necesaria acerca de una propuesta de tratamiento y así poder prestar su preceptivo consentimiento se les debe aplicar las reglas generales analizadas en su momento. Estas reglas se centran en asegurar que su voluntad sea consciente y libre, evitando siempre la presencia de situaciones que lo pudieran viciar. Una vez efectuada la decisión por parte del paciente “adulto-mayor”, si el médico considera que la elección efectuada por el paciente no es adecuada, bien por falta de conocimiento e información, está obligado a facilitar información aún más completa y actualizada. Únicamente se deberá recabar la toma de decisiones del representante legal o las personas vinculadas por razones familiares o de hecho si se determina tras la preceptiva valoración médica una carencia de capacidad de obrar suficiente para entender la información y relevancia del problema médico. 16 04 EL RECHAZO AL TRATAMIENTO Dr. Mariano Casado Blanco En este mismo sentido se manifiesta el Convenio Europeo de Bioética, cuando en su artículo 6.3 sobre Protección de las personas que no tengan capacidad para expresar su consentimiento, dice “cuando, según la ley, una persona mayor de edad no tenga capacidad, a causa de una disfunción mental, una enfermedad o un motivo similar, para expresar su consentimiento para una intervención, ésta no podrá efectuarse sin la autorización de su representante, una autoridad o una persona o institución designada por la ley”. Por tanto y resumiendo lo anteriormente expuesto, la actuación práctica con estos pacientes está íntimamente relacionada con la capacidad para comprender acerca de los beneficios, riesgos, alternativas y complicaciones que puede conllevar el rechazo a un tratamiento determinado. Es preciso tener en cuenta los denominados criterios de capacidad: - Conciencia, es decir la capacidad de darse cuenta, de asentir, de expresar un acuerdo o desacuerdo. - Comprensión, lo que da la posibilidad de elegir entre diferentes opciones. - Razonamiento, lo que supone una capacidad de crítica que le permita optar racionalmente por una determinada decisión, valorando y ponderando los riesgos y las alternativas. Para considerar que la toma de decisiones ante actuaciones terapéuticas son válidas, se han establecido diferentes métodos estandarizados. Quizás uno de los de mayor aceptación sean los que describieron Appelbaum y Grisso y que fueron publicados en 1988: 1. El paciente valora correctamente la situación en la que se encuentra. Es decir que el paciente es capaz de darse cuenta de la enfermedad que padece y de cómo progresará ésta sin tratamiento en comparación a cómo lo hará con tratamiento. 2. El paciente comprende realmente los problemas más relevantes del estudio y por tanto es capaz de entender la naturaleza del tratamiento, sus riesgos y beneficios. 3. El paciente maneja racionalmente la información de forma adecuada. Supone la capacidad de utilizar procesos lógicos para comparar beneficios o riesgos, sopesándolos y considerándolos para llegar a una decisión. 4. El paciente expresa una decisión. El paciente debe poder comunicar las decisiones al médico y mantener dicha decisión durante un período de tiempo. 17 04 EL RECHAZO AL TRATAMIENTO Dr. Mariano Casado Blanco Igualmente resulta interesante la propuesta de la Canadian Psychiatric Association que incluye los siguientes criterios para la valoración de la competencia para consentir en relación a los tratamientos: 1. ¿Comprende el paciente la enfermedad para la que se propone el tratamiento? 1. ¿Comprende el paciente la naturaleza y el propósito del tratamiento? 1. ¿Comprende el paciente los beneficios y los riesgos de seguir el tratamiento? 1. ¿Comprende el paciente los beneficios y los riesgos de no seguir el tratamiento? Otra cuestión ética interesante es la que se deriva del hecho de que el médico no tiene obligación de prescribir un tratamiento elegido libremente por un paciente con capacidad plena, cuando este tratamiento puede poner en riesgo su salud, como ocurre con relativa frecuencia en los casos en que el paciente acude a su médico en demanda de un tipo de medicación que no está prescrita por el propio médico, es el típico asunto de la automedicación tan extendido en la actualidad. Nuevamente la comunicación médico-paciente puede resolver el asunto, pero en caso de que no se llegue a un consenso, el médico puede retirarse del caso, siempre y cuando haya examinado los riesgos y beneficios de las opciones terapéuticas. De esta manera, el médico cumple con las normas sobre práctica e integridad profesional y se permite al paciente ejercer su autodeterminación. Esta conducta se recoge en el Código de Deontología en el artículo 12.3: “si el paciente exigiera del médico un procedimiento que éste, por razones científicas o éticas, juzgase inadecuado o inaceptable, el médico, tras informarle debidamente, quedará dispensado de actuar”. Sin lugar a dudas para solventar la complejidad de dilemas que se plantean con estos pacientes y poder dar cumplimiento a sus derechos es preciso que estos sean atendidos por médicos competentes, es decir, profesionales con algún grado de conocimiento de la fisiología, patología y psicología del adulto-mayor, que permitirán más fácilmente desarrollar habilidades empáticas. Rechazo al tratamiento en menores Los menores de edad son otra de las etapas fisiológicas y evolutivas de la vida que condicionan notablemente la actividad asistencial, planteando situaciones conflictivas y sujetas a diferentes interpretaciones. 18 04 EL RECHAZO AL TRATAMIENTO Dr. Mariano Casado Blanco Como ya se ha expuesto anteriormente, la edad no puede suponer, por sí misma, una restricción de derechos. El menor tiene derechos que no deben ser conculcados por la mera circunstancia de su minoría de edad y esto es una cuestión que el médico y el resto de profesionales sanitarios deben tener muy presente. Desde la óptica práctica dos son los principales problemas que se pueden plantear a la hora de tomar decisiones. Por un lado la determinación de la capacidad del menor y la segunda la existencia de la patria potestad que obliga a tener en consideración la opinión de los padres o tutores. En nuestro País, la Constitución de 1978 recoge en su capítulo III, Título I, artículo 39 “la obligación de los poderes públicos de asegurar la protección social, económica y jurídica de la familia y de los menores” Tanto el Convenio, del Consejo de Europa, para la Protección de los Derechos Humanos y la Dignidad del Ser Humano con respecto a las aplicaciones de la Biología y la Medicina como la Ley Orgánica 1/1996 de protección jurídica del menor, recogen nuevas tendencias de conceder al menor un nuevo status jurídico y social y así reconocerle la titularidad de derechos y una capacidad progresiva para poder hacerlos efectivos. Por su parte el Código Civil se refiere en sus artículos 154 y 162 a que “los hijos no emancipados están bajo la potestad de sus progenitores. La patria potestad se ejercerá siempre en beneficio de los hijos (…) Los padres podrán en el ejercicio de su potestad recabar el auxilio de la autoridad” y que ”los padres que ostenten la patria potestad tienen la representación legal de sus hijos menores no emancipados (…)”. Se introduce el interesante término de “emancipados”, que según establece el Código Civil en su artículo 314, garantiza al sujeto, aunque sea menor, el libre y pleno ejercicio de sus derechos y, a tal efecto puede decidir por él mismo y no caben consentimientos subrogados. La Ley 41/2002 “Básica reguladora de la autonomía del paciente y de derechos y obligaciones en materia de información y documentación clínica” reconoce explícitamente la autonomía en los menores de edad y en virtud de los artículos 5.2 y 9.3 del citado texto, a partir de los 12 años el consentimiento lo dará el representante legal del menor después de haber escuchado la opinión del menor. Pero esta capacidad de decisión para representar, es evidente que queda subordinada a que las decisiones adoptadas lo sean en interés del menor. Además queda establecida una nueva mayoría de edad sanitaria, para recibir información y consecuentemente otorgar el consentimiento, a los 16 años, con lo que a partir de esta edad los padres no pueden tomar decisiones sobre la salud de sus hijos independientemente de estos, a no ser que se trate de menores incapaces ó incapacitados, en cuyo caso tendría que intervenir la autoridad judicial. 19 04 EL RECHAZO AL TRATAMIENTO Dr. Mariano Casado Blanco Sin embargo para otorgar el consentimiento en casos de práctica de ensayos clínicos y la práctica de reproducción humana asistida se mantiene la mayoría de edad fijada en los 18 años. Y por último entre los 16 y 18 años y en caso de actuación de grave riesgo, según el criterio del facultativo, los padres deben ser informados y su opinión tenida en cuenta. Igualmente la propia Convención de los Derechos del niño aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 20 de noviembre de 1989 y que entró en vigor el 2 de septiembre de 1990 es considerado como el primer instrumento internacional que reconoce a los niños y niñas como agentes sociales y como titulares activos de sus propios derechos. Así establece en el artículo 12. 1. “Los Estados Partes garantizarán al niño que esté en condiciones de formarse un juicio propio el derecho de expresar su opinión libremente en todos los asuntos que afectan al niño, teniéndose debidamente en cuenta las opiniones del niño, en función de la edad y madurez del niño”. 12.2. “Con tal fin, se dará en particular al niño oportunidad de ser escuchado, en todo procedimiento judicial o administrativo que afecte al niño, ya sea directamente o por medio de un representante o de un órgano apropiado, en consonancia con las normas de procedimiento de la ley nacional”. En referencia a los aspectos éticos y deontológicos, en el Código de Deontología podemos leer en el artículo 14 que “el mayor de 16 años se considera capacitado para tomar decisiones sobre actuaciones asistenciales ordinarias” (art. 14.1) y que “la opinión del menor de 16 años será más o menos determinante según su edad y grado de madurez; esta valoración supone para el médico una responsabilidad ética”. (art. 14.2). “en los casos de actuaciones con grave riesgo para la salud del menor de 16 años, el médico tiene obligación de informar siempre a los padres y obtener su consentimiento. Entre 16 y 18 años los padres serán informados y su opinión será tenida en cuenta” (art. 14.3) y que “cuando los representantes legales tomen una decisión que, a criterio del médico, sea contraria a los intereses del representado, el médico solicitará la intervención judicial”. Como se puede apreciar en todas las referencias expuestas, nuevamente se vuelve al tema del consentimiento como cuestión básica en la relación médicopaciente. Ya hemos visto en varias ocasiones que en el mundo del Derecho, el consentimiento se define como “el acuerdo de dos o más voluntades sobre un mismo objeto jurídico” y que exige por tanto dos fases, por un lado el planteamiento, por parte del médico, de una determinada acción y secuencialmente la aceptación, por parte del paciente, de dicho planteamiento. 20 04 EL RECHAZO AL TRATAMIENTO Dr. Mariano Casado Blanco De este mismo tenor ya se manifestaba el denominado “Convenio de Oviedo”, cuando en su artículo 6 sobre Protección de las personas que no tengan capacidad para expresar su consentimiento en su punto 2 establecía que “cuando, según la ley, un menor no tenga capacidad para expresar su consentimiento para una intervención, ésta sólo podrá efectuarse con autorización de su representante, de una autoridad o de una persona o institución designada por la ley. La opinión del menor será tomada en consideración como un factor que será tanto más determinante en función de su edad y su grado de madurez” Revisadas las normativas tanto legales como éticas en torno a la capacidad y consentimiento de los menores, se determina la existencia de una amplia justificación con respecto al derecho de rechazar un determinado tratamiento, por parte de los menores, todo ello basado en lo que podríamos denominar “autonomía creciente o gradual” y que siguiendo las teorías evolutivas de Piaget y Kohlberg consideran que la madurez y la conciencia moral se adquieren durante el proceso de maduración y no aparecen en un momento puntual como se determina legalmente. Esto dio lugar a la teoría del “menor maduro”, en la que se reconoce la existencia de determinados derechos en los niños y la posibilidad de que los menores sean capaces de tomar decisiones y evaluar sus consecuencias y puedan decidir en temas relativos a su salud y este debe estar directamente relacionado con el nivel de madurez observado. Estos dos cambios en la visión de los menores, es decir la legislación en torno al menor como un bien social inapreciable en el que se van a depositar todas las expectativas futuras de la sociedad y el reconocimiento de la capacidad de participación en el proceso de decisión sobre la salud del propio menor, generan una serie de peculiaridades relacionadas con su atención sanitaria. Al igual que indicábamos en los “adultos-mayores” los criterios de madurez de los menores deben estar en relación con la capacidad para: - comprender adecuadamente (es decir que entienda la información dada o la situación en que se encuentra). De forma genérica, antes de los 12 años es difícil esta comprensión ya que el niño pequeño vive la enfermedad como algo externo, no capta la idea de proceso ni atribuye su causa a la disfunción del propio organismo. - dar motivos razonables que fundamentan su decisión al rechazo al tratamiento. Es a partir de los 12 años cuando se desarrolla el pensamiento abstracto, la posibilidad de realizar hipótesis, prever consecuencias futuras y entender el concepto de probabilidad. - ponderar los riesgos y beneficios de las diversas opciones que se le plantean. 21 04 EL RECHAZO AL TRATAMIENTO Dr. Mariano Casado Blanco Situaciones problemáticas con respecto al menor Debemos recordar que los menores valorados como incompetentes tienen el mismo derecho a decidir sobre situaciones clínicas que los competentes, aunque este derecho queda limitado por su propia incompetencia. En los casos en que por parte del médico se determine esta falta de madurez y consecuentemente una falta de capacidad para decidir, sobre la aceptación o rechazo de un tratamiento, se aplicarán las denominadas “decisiones de sustitución, decisiones de representación o decisiones subrogadas”. De esta forma se designa a una persona que toma la decisión, de autorizar la intervención clínica (aceptación o rechazo del tratamiento) sobre el menor y apoyando su decisión en lo que considera será mejor para su representado. Se ha considerado que alguien próximo, generalmente los padres, tutores o quienes ejerzan la patria potestad van a ser quienes decidan de una forma más aproximada a como lo haría el propio menor, si este pudiera hacerlo. Se pueden establecer las siguientes excepciones a lo anterior: 1. estos no sean competentes, 2. existan diferencias irreconciliables entre ellos, 3. hayan renunciado a esta responsabilidad y exista otro tutor. En cuanto a la toma de decisiones de los menores maduros, según hemos reseñado en las referencias legales y éticas, después de que el médico escuche su opinión, habrá de informar de la actitud adoptada por parte del menor (favorable o contraria a la decisión médica) a sus padres o representantes legales. Genéricamente, se acepta tanto en ámbitos judiciales como sanitarios que el médico podría aceptar la decisión dada por el menor maduro, siempre que tanto la aceptación como el rechazo del tratamiento sea favorable a éste, aunque desde el punto de vista ético se hace conveniente involucrar a los padres en la toma de la decisión. Si aparecen discrepancias entre el menor maduro y sus padres, la primera cuestión que debe abordar el médico es asegurarse la capacidad válida del menor, después debe buscar las causas del conflicto por si pueden ser solucionadas, y de esta forma llegar a acuerdos aceptables entre las dos partes. 22 04 EL RECHAZO AL TRATAMIENTO Dr. Mariano Casado Blanco Si no se llega a una solución y el conflicto persiste puede consultarse al Comité de Ética Asistencial del centro sanitario o a la propia Comisión de Deontología del Colegio de Médicos. Si aún así continúa el conflicto será preciso poner el caso en conocimiento del juez para que dictamine sobre el caso. Hay casos excepcionales como el que ocurre en los Trastorno de conducta alimentaria, donde el rechazo a los tratamientos médicos por parte de los menores son muy frecuentes y donde la información terapéutica facilitada por parte del médico resulta prácticamente imposible en la mayoría de los casos. En casos graves, el ingreso hospitalario es lo más frecuente, como consecuencia de los riesgos tanto orgánicos como psíquicos que la menor presenta y donde igualmente el rechazo a tal propuesta es lo más frecuente, lo cual nos demuestra la incompetencia de la menor. Este tipo de ingreso, calificado como de involuntario ya sea urgente o no urgente, es evidente que atenta contra la autonomía y la intimidad del menor, pero la situación y la necesidad de preservar su vida aportan unas peculiaridades de tipo excepcional. La normativa del ingreso en menores está regulada por la Ley Orgánica 1/1996, de 15 de enero, de Protección Jurídica del Menor que señala que ante el ingreso involuntario de un menor, se debe poner siempre en conocimiento del Fiscal, aunque los padres o tutores den su consentimiento. Igualmente interesante resulta determinadas peculiaridades con respecto a la participación de los menores en procesos de investigación clínica. El Código de Deontología reconoce que “la investigación médica es necesaria para el avance de la medicina, siendo un bien social que debe ser fomentado y alentado” (art. 59.1). pero también establece que se “debe tener especial cuidado en la protección de los individuos pertenecientes a colectivos vulnerables” (art. 59.2). Como principio regulador hay que considerar de forma escrupulosa el balance de riesgos-beneficios antes de iniciar cualquier ensayo clínico. Existe una amplia regulación legal acerca de la investigación clínica: - La Ley 29/2006, de 26 de julio, de Garantías y Uso Racional de los Medicamentos y Productos Sanitarios. - Real Decreto 223/2004, de 6 de febrero, por el que se regulan los ensayos clínicos con medicamentos, que desarrolla de la Directiva 2001/20/CE - Ley 14/2007, de 3 julio, de investigación biomédica. 23 04 EL RECHAZO AL TRATAMIENTO Dr. Mariano Casado Blanco - Orden SCO/256/2007, de 5 de febrero, modificada por Orden SCO/362/2008, de 4 de febrero, se incorporó al ordenamiento jurídico español la Directiva 2005/28/CE de la Comisión, de 8 de abril de 2005, por la que se establecen los principios y las directrices detalladas de las buenas prácticas clínicas respecto a los medicamentos en investigación en uso humano, así como los requisitos para autorizar la fabricación o importación de dichos productos. De forma resumida y en referencia al tema que nos ocupa, la legislación indica que en los casos de sujetos menores de edad, el consentimiento lo otorgará siempre por escrito su representante legal, tras haber recibido y comprendido la información mencionada. Cuando las condiciones del sujeto lo permitan y, en todo caso, cuando el menor tenga doce o más años, deberá prestar además su consentimiento para participar en el ensayo, después de haberle dado toda la información pertinente adaptada a su nivel de entendimiento. El consentimiento del representante legal y del menor, en su caso, será puesto en conocimiento del Ministerio Fiscal, previamente a la realización del ensayo. Como podemos comprobar, son los padres o tutores los que otorgan el consentimiento en la participación de ensayos clínicos. Si se trata de un menor maduro, se debe recabar, también, su consentimiento. En los casos en que el menor se niegue a participar en una investigación clínica, no sería válido el consentimiento de los padres, sobre todo si es dado en contra de los intereses del menor. En los casos de investigación clínica, la información debe ser detallada, comprensible y completa. Con respecto a lo anterior igualmente el Código de Deontología aclara de forma precisa todo lo relacionado con la defensa de los derechos del menor, indicando que “el médico investigador debe adoptar todas las precauciones posibles para preservar la integridad física y psíquica de los sujetos de investigación”.(art. 59.2), así como “se deberá obtener siempre su consentimiento explícito. La información deberá contener, al menos: la naturaleza y finalidad de la investigación, los objetivos, los métodos, los beneficios previstos, así como los potenciales riesgos e incomodidades que le puede ocasionar su participación. También debe ser informado de su derecho a no participar o a retirarse libremente en cualquier momento de la investigación, sin resultar perjudicado por ello”. (art. 59.3) 24 04 EL RECHAZO AL TRATAMIENTO Dr. Mariano Casado Blanco Información respecto al tratamiento Con todo lo expuesto anteriormente es evidente, tanto legal como ético y deontológico, que el médico debe informar al paciente acerca de determinadas peculiaridades antes de la aplicación de un determinado tratamiento para que de esta forma, el paciente, pueda decidir sobre su aceptación o rechazo, salvo determinadas excepciones. La relación comunicativa que se debe establecer entre el médico y su paciente no debe quedarse únicamente en la explicación aportada por parte del médico respecto al tratamiento, sino que debe ser algo más, ya que la información hay que considerarla como una exigencia específica en referencia a un tratamiento óptimo, es lo que se conoce como “información terapéutica”, que en definitiva no es más que la información que ha de aportar el médico al paciente dentro del contexto de un tratamiento médico o dicho con otras palabras es la obligación que tiene el médico de informar al paciente en referencia a las necesidades de un tratamiento concreto. De esta forma el “deber de información terapéutico” constituye una verdadera exigencia que debemos encuadrar dentro de la lex artis como compromiso deontológico estableciéndose que “el médico respetará el derecho del paciente a decidir libremente, después de recibir la información adecuada, sobre las opciones clínicas disponibles. Es un deber del médico respetar el derecho del paciente a estar informado en todas y cada una de las fases del proceso asistencial. Como regla general, la información será la suficiente y necesaria para que el paciente pueda tomar decisiones” (art. 12.1). En base a ello, la “información terapéutica” que de forma obligatoria debe ser facilitada al paciente debe contener una serie de especificaciones: 1. La información terapéutica se ha de comunicar preferentemente al paciente, informando sobre los posibles efectos secundarios que se pueden derivar del tratamiento, en cuestiones como información acerca de la dosis, incompatibilidades y efectos secundarios. 2. En caso de prescripción de tratamientos farmacológicos que pudieran modificar las facultades para conducir vehículos a motor, el médico debe informar al paciente sobre tal circunstancia. 3. Si existe una negativa por parte del paciente a someterse a una intervención de diagnóstico o terapéutica necesaria, el médico debe informar al paciente acerca de los riesgos que supone tal negativa e informarle sobre las consecuencias derivadas de su no aplicación en el momento preciso. 25 04 EL RECHAZO AL TRATAMIENTO Dr. Mariano Casado Blanco 4. Extensión de la obligación de información terapéutica. En principio se puede considerar como válida la información dada anteriormente para un tratamiento similar. El alcance de la información dependerá especialmente de la gravedad de los efectos potenciales del tratamiento o de los efectos secundarios. Excepciones a la obligación de información terapéutica La importancia primordial de la “información terapéutica” se encuentra en determinar si es preciso que el médico informe siempre y en todo momento al paciente, o si existen supuestos en los que puede prescindir total o parcialmente de esta información. A este respecto el Código indica que “deberá informarle de manera comprensible y precisa de las consecuencias que puedan derivarse de persistir en su negativa, dejando constancia de ello en la historia clínica” (art. 12.2). Los dilemas suelen surgir en aquellos casos en los que es necesaria una concreta información para posibilitar al paciente la óptima realización de un tratamiento, pero como consecuencia de tal comunicación existe la probabilidad de que se produzcan daños en su salud, especialmente en la de carácter psíquico, por alteraciones de tipo emocional. En estos casos se produce un conflicto entre dos obligaciones del médico: la obligación de proporcionar la información necesaria para el tratamiento adecuado del paciente, y la obligación de no causar ninguna lesión en su salud. La solución de estos casos está en función de la cantidad de información necesaria para que el paciente adopte las medidas adecuadas tendentes a conseguir un tratamiento óptimo de su padecimiento. Rechazo al tratamiento por cuestiones religiosas Si partimos del hecho de que todos los seres humanos son libres tanto de creer como de pensar lo que quieran y dada la importancia del denominado hecho religioso como fenómeno que ha impregnado todas las áreas sociales desde los tiempos más lejanos, parece interesante hacer mención a la problemática tanto ética como legal que se puede plantear por parte de un paciente que manifiesta su rechazo a un tratamiento, escudándose precisamente en estas cuestiones religiosas. 26 04 EL RECHAZO AL TRATAMIENTO Dr. Mariano Casado Blanco Aunque en otros pasajes de este texto ya lo hemos mencionado, es bueno recordar una vez más que desde la óptica del ordenamiento jurídico, cada uno puede hacer de su vida lo que quiera, para ello el Derecho le concede la libertad de hacer. Pero, también hay que tener presente que nadie puede exigir de los demás el cumplimiento de una pretendida obligación de colaborar en su muerte. Para comenzar, la Constitución Española, en su artículo 16.1 garantiza “el derecho a la libertad ideológica y religiosa”, consecuentemente el Tribunal Constitucional, “garantiza la existencia de un claustro íntimo de creencias y, por tanto, un espacio de autodeterminación intelectual ante el fenómeno religioso, vinculado a la propia personalidad y dignidad individual”, pero “junto a esta dimensión interna, esta libertad, ideológica y religiosa, incluye también una dimensión externa de agere licere que faculta a los ciudadanos para actuar con arreglo a sus propias convicciones y mantenerlas frente a terceros”. Pero del mismo modo la protección de la vida encuentra su fundamento en el artículo 15 (“derechos fundamentales a la vida y a la integridad física y moral”) de la Constitución, en el bien entendido de que la protección de la vida no tiene carácter absoluto. Mucho se ha discutido acerca de si el derecho que los pacientes ejercen de rechazar un tratamiento lo pueden hacer en virtud del artículo 15 o del 16.1. Parece ser que el puro y simple rechazo del tratamiento por parte del paciente libremente manifestado tiene aplicación directa en el propio contenido normativo del derecho a la integridad física y moral, con independencia de cuales sean las razones o motivos esgrimidos para ello. (v. SSTC 120/1990, Pleno, 27.6.1990) Libertad religiosa y libertad de conciencia, dos derechos fundamentales en torno a los cuales gira el tema del rechazo a un determinado tratamiento médico. Quizás sea el derecho a la libertad de conciencia la base que ampara esta negativa, por razones morales, a recibir un determinado tratamiento médico y en base a ello debe ser respetado. En principio un médico, en determinadas circunstancias, no podrá aplicar un específico tratamiento y si lo hace, ha de saber que puede estar causando un atentado contra la libertad religiosa del paciente, que se puede hacer extensible a las autoridades ya sean sanitarias o incluso judiciales que en una determinada situación y de forma eventual solicite o autorice u ordene al médico la práctica del citado tratamiento. Nos estamos refiriendo al caso en que el paciente, haya hecho declaración de su voluntad en sentido contrario a la aplicación o administración del tratamiento y además habiéndolo hecho constar de una forma expresa, No se puede incluir en este supuesto aquellos casos en que pueda inferirse de forma tácita la pertenencia del paciente a una confesión religiosa y esto haga que se rechace un determinado tratamiento. 27 04 EL RECHAZO AL TRATAMIENTO Dr. Mariano Casado Blanco Por ello, si la voluntad del enfermo no puede ser consultada, como consecuencia de encontrarse inconsciente por algún proceso de tipo patológico o traumatológico y si no existe constancia de una manifestación explícita contraria al tratamiento, el médico puede aplicarlo y además estará obligado a utilizar los medios terapéuticos que estime convenientes para preservar la salud del paciente. Esto nos lleva a considerar que un tratamiento no puede ser aplicado cuando ha sido expresamente rechazado por el paciente con base en sus convicciones morales. Por tanto, sí se debe considerar como válida una manifestación de voluntad de tipo antecedente y de forma genérica, y llegado el momento no sería preciso que el paciente expresase su rechazo ante la aplicación del tratamiento. En realidad, en una situación de urgencia, la información y consecuentemente el consentimiento ante la aplicación de un tratamiento no pueden ser obstáculo ni prohibición a la decisión unilateral del médico de hacer efectiva la administración del tratamiento. Desde el punto de vista estrictamente profesional parece oportuno que prevalezca la preeminencia de la decisión científica y médica sobre la voluntad del paciente. A este respecto el Código de Deontología también parece claro en sus aportaciones indicando que “el médico debe atender con la misma diligencia y solicitud a todos los pacientes, sin discriminación alguna” (art. 5.2). Textos de lectura preceptiva Llovet Haya JM. La competencia mental: concepto y evaluación. Selecciones de Bioética 2003; 4: 28-40. Recomendaciones del Comitè de Bioètica de Catalunya ante el rechazo de los enfermos al tratamiento Texto aprobado en la 70ª sesión plenaria del 9 de marzo de 2010 del Comitè de Bioètica de Catalunya. Textos de lectura optativa Appelbaum PS, Grisso T. Assessing patients’ capacities to consent to treatment. N Engl J Med 1988; 319: 1635-1638. Appelbaum PS, Roth LH. Clinical issues in the assessment of competency. Am J Psychiatry 1981; 138: 1462-1467 28 04 EL RECHAZO AL TRATAMIENTO Dr. Mariano Casado Blanco Draper RJ, Dawson DD. Competence to consent to treatment: A guide for the psychiatrist. Can J Psychiatry 1990; 35: 285-289 AMA. 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