LA VIEJA CLASE POLÍTICA Eligio Palacio Roldán No sé cuando comencé a escuchar hablar de la “Vieja Clase Política”; tampoco lo logré dilucidar al hablar con expertos o al consultar en Google. Tal vez el término se acuñó en la campaña de Cesar Gaviria, hace ya 25 años; quizás fue en su gobierno, con su famoso Kínder… En fin, lo cierto es que la frase buscaba y busca desprestigiar a los políticos tradicionales y asegurar que las nuevas generaciones de políticos, así fueran los descendientes directos de los primeros, no tenías sus mismos vicios. (Ver columna REPETIR, REPETIR Y REPETIR http://wp.me/p2LJK4-1es). La expresión, “Vieja Clase Política”, ha sido repetida, una y otra vez, por Andrés Pastrana, Alvaro uribe, Juan Manuel Santos, Sergio Fajardo, Aníbal Gaviria y todo cuanto político ha pretendido ser elegido y reelegido, al menos en el último cuarto de siglo, y no se dan cuenta que ya la vieja clase política está constituía por ellos mismos. Valdría la pena que escucharan con detenimiento aquella canción de Alberto Cortés que dice “…Y olvidamos que somos, los demás de los demás”, La “Vieja Clase Política”, dio paso a la “Nueva Clase Política” conformada por los delfines de la anterior, por los “nuevos ricos” de nuestra sociedad, por gentes llenas de ambición de dinero y poder, que han “evolucionado” hacia nuevas formas de aprovechamiento de los recursos del estado (¡Que tal los hijos del inmolado Luis Carlos Galán!), hacia nuevas formas de corrupción, hacia nuevas formas de gobierno, cada vez más alejadas de la realidad, de los pueblos que dirigen. Y, entonces, resultamos añorando la “Vieja Clase Política”, aquella de grandes personajes, de seres que, aunque llenos de defectos y pecados, generaban credibilidad, admiración y respeto. Y, entonces, extrañamos a un Alvaro Gómez, a Alfonso López Michelsen, a Misael Pastrana, a los Lleras; e incluso a Alvaro Uribe, en los inicios de su primer mandato… A los políticos les sucedió lo mismo que a los maestros, o a los médicos: se desprestigiaron. Ahora no generan ideas, no tienen ideologías y van de la derecha a la izquierda y de la izquierda a la derecha, sin siquiera ruborizarse, “caminan” por el mundo embadurnados de “mermelada” y a ninguno parece interesarle reivindicarse con la sociedad, con los gobernados; y entonces a falta de ideas y liderazgo acuden al marketing político, a una honestidad que se convirtió en solo empaque o moño, para venderse, o en simple y llanamente a la compra de votos. Y, entonces, los ciudadanos no creen en quienes los dirigen, no confían en sus gobernantes, no se ven representados por ellos, no sienten ninguna empatía, ningún respeto, y responden en consecuencia, con desidia o con la misma moneda, con la venta de su voto a cambio de alguna remuneración. Pero si por la clase política, candidatos y electores, llueve, por la sociedad colombiana no escampa; ésta perdió, también, su norte cuando el narcotráfico se mimetizó en ella y la corrompió. (Ver MI PATRIA CORRUPTA http://wp.me/p2LJK4-y5 y LA DEMOCRATIZACIÓN DE LA CORRUPCIÓN http://wp.me/p2LJK4-wL) ANTES DEL FIN Hace, algo más de un mes, en una conversación de un grupo de amigos, se encontraba un precandidato, a una alcaldía, para los comicios electorales de octubre próximo. Discutíamos sobre la corrupción que carcome nuestra sociedad, el aspirante a gobernar alguna ciudad de Colombia tomó la palabra y dijo: “Yo no entiendo por qué los alcaldes se corrompen, si con el porcentaje que le dan los contratistas tienen, más que suficiente, para hacerse a una buena fortuna. Es que no hay que robarle a nadie, ese dinero sale de los contratistas, no tiene sentido ensuciarse las manos”.