PRIPYAT INSTANTES. En el rincón de una habitación oscura

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PRIPYAT
INSTANTES. En el rincón de una habitación oscura, cientos de clavos tirados en el piso
parecen un enjambre de gusanos. La imagen áspera de un juguete plástico al lado de una
máscara de gas ya oxidada. En un patio interno, dos arcos de fútbol de metal, enfrentados
con algunos centímetros entre sí. Una pelota de cuero y sus gajos en estado de
putrefacción. Una ventana rota. Instantes de vidas anónimas.
LOS VIEJOS I. La prohibición de habitar Pripiat y sus alrededores fue transgredida por
quienes ya no tenían nada que perder: los viejos. Aferrándose al sentido de pertenencia
que el Estado no pudo aplastar, varios matrimonios y algunos viudos y solitarios
decidieron regresar a sus hogares. La mayoría de ellos vivían en los alrededores de la
ciudad. No veían el sentido de abandonar sus miserables viviendas a esa altura de sus
existencias. Vivieron en los terrenos más radioactivos del planeta, sin luz ni gas, sin un
hospital cercano y prácticamente aislados. Ninguno ocupó una vivienda que no fuera la
que tenía antes del accidente, ni hizo uso de elemento alguno que no fuera suyo antes del
desalojo. Si no, ¿qué sentido hubiera tenido volver?
LA VUELTA AL MUNDO. El parque de diversiones de Pripiat sufre las lluvias y los
vientos a la intemperie. Los juegos se deterioran pacientemente. Los árboles crecen
aislando al parque de la ciudad. Los asientos amarillos de la rueda gigante resaltan ante los
diferentes tonos de verdes, semejan un ala de mariposa. Es la vuelta al mundo, rodeada de
árboles y vegetación, el juego más entero del parque de diversiones. Sin embargo la vuelta
al mundo se descompone cuando se la ve de cerca, se vuelve amenazante, el amarillo se
esfuma, se tiñe de sombra y muta en un metálico de muerte.
LOS VIEJOS II. Cada quince días llegaba un camión con provisiones. Tenía cuatro
paradas en lugares intermedios de las zonas pobladas. Las provisiones siempre eran
escasas, tal vez con intención de debilitar la voluntad de los viejos. Los dos hombres que
conducían y repartían las cajas llevaban trajes aislantes con escafandra y guantes.
Astronautas que interactuaban con campesinos. El presente por un lado, y el pasado que se
prestaba mansamente a desaparecer por el otro.
CHOCADORES. El domo de los autos chocadores no conserva su techo, solo la estructura
de vigas metálicas que lo sostenía. Los autitos fueron dejados en desorden, algunos
enfrentados en una colisión que nunca termina, otros volcados. En algunos sectores la
pista está invadida por la vegetación verde que se abre camino entre las tablas de madera
lustrada del piso. Incluso, dentro de algunos autitos también crece la vegetación. Las guías
metálicas que antes los conectaban con el techo están ahora todas quebradas y dobladas, a
excepción de una que aún se mantiene enganchada al techo inexistente, como un bebé y su
cordón umbilical. El domo de autos chocadores es lo más parecido a un cementerio de todo
el lugar.
PIANO. Contra una pared cuyo empapelado se cayó en algunos sectores, hay apoyado un
piano vertical sin frente, con las cuerdas y los martillitos de maderas obscenamente a la
vista. Sobre el teclado hay una partitura abierta. Al piano le faltan dos pedales. En
conjunto, el instrumento semeja un cuerpo abierto en una autopsia.
Juan José Burzi
Sacado de Sueños del hombre elefante (2012, Editorial Zona Borde)
Traducción : Renaud Bouc
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