Homilía en la Santa Misa de acción de gracias por el ministerio episcopal de Mons. Gerardo Melgar Viciosa S. I. Concatedral de Soria – 14 de mayo de 2016 Queridos Vicarios: General, de Pastoral, Judicial y de Patrimonio; Queridos delegados episcopales y equipos de las Delegaciones; Muy queridos sacerdotes de nuestro presbiterio diocesano, especialmente queridos sacerdotes mayores o ancianos que no habéis podido estar presentes en esta celebración pero que sé que estáis con el corazón y la oración; Queridos religiosos y religiosas de la CONFER diocesana; queridas comunidades de vida contemplativa que, sin estar físicamente presentes hoy aquí, estáis rezando por mí y por mi nueva Diócesis; Queridos diocesanos que habéis querido participar en esta Santa Misa de acción de gracias: En el Evangelio que acabamos de escuchar San Juan muestra a Jesús despidiéndose de sus amigos, de sus apóstoles, y les deja un mensaje muy claro: “Como el Padre me ha amado así os he amado yo; permaneced en mi amor”. Permanecer en el amor de Cristo nos exige vivir en nuestra vida el estilo de vida del Señor. Ese estilo peculiar de vida que Cristo nos ha enseñado tiene una doble cara, por así decir: Él y los demás. Él es nuestro Maestro, nuestro modelo a imitar, Aquél al que debemos dejar entrar en nuestras vidas para que las transforme. Cristo nos llama “amigos” porque conocemos lo que ha hecho por nosotros; el Señor no ha tenido secretos con nosotros: somos sus amigos. La amistad entre dos personas, para que sea verdadera, debe ser correspondida por ambas partes. Por ello, la amistad de Cristo con nosotros pide nuestra amistad con Él; también nosotros tenemos que ser amigos suyos. Ser amigos de Jesús pide de nosotros que Él sea lo más importante de nuestra vida. Ser amigos de Jesús es dejarle que entre de lleno en nuestra existencia, dejándonos transformar por Él para vivir su estilo de vida. Ser amigos de Jesús pide de nosotros hacer lo mismo que Él hizo: ser capaces de amar a los demás hasta el punto de entregar nuestra vida por ellos. Ha sido Cristo el que nos ha elegido para que nos pongamos en camino, para que demos fruto abundante amándole a Él y amando a los hermanos, siendo amigos suyos y hermanos de los demás. Jesucristo, que está despidiéndose de los suyos, les deja este mensaje nuclear; el mismo mensaje que yo quisiera volver a recalcar al despedirme de vosotros como tantas veces lo he hecho a lo largo de estos ocho años como vuestro Obispo. Hermanos: necesitamos actualizar nuestra fe y nuestros compromisos como seguidores de Cristo. No podemos vivir nuestra fe de cualquier forma como si todo valiese para ser seguidor de Cristo. El mundo, especialmente los que no creen, tienen puestos sus ojos en nosotros, los que nos decimos creyentes y seguidores de Cristo; por eso, debemos ser un auténtico testimonio en medio del mundo. La gente espera ver en nosotros coherencia, a personas que se han tomado en serio al Señor, a personas que vivencialmente están demostrando ser de los íntimos de Cristo encarnando los valores, los sentimientos y la forma de obrar del Señor. Cada uno de nosotros debe sentirse miembro vivo del Cuerpo de Cristo, corresponsable de la evangelización del mundo, encargado de llevar a Cristo y su mensaje al corazón del mundo sirviendo en la Iglesia allí donde Dios nos necesite. Esta es mi experiencia en estos momentos, queridos hermanos: estoy dispuesto a seguir la llamada del Señor para servir a la Iglesia donde me necesite; sin embargo, como ser humano, siento que me cuesta desprenderme de mis cosas, de mis costumbres, de mis gentes con las que he trabajado hasta ahora para ir a otro lugar en el que se necesita mi entrega y mi trabajo. Dicen que la primera Diócesis para un Obispo es como el primer amor en la vida de una persona: algo de lo que cuesta separarse y algo que no se olvida. Os decía el día que se hizo público mi nombramiento como Obispo de Ciudad Real, y ahora os lo repito con todo el corazón, que albergo en mi corazón sentimientos encontrados: Por una parte tengo muy claro que un Obispo debe estar siempre al servicio de la Iglesia y donde la Iglesia lo necesite. Por eso, y así se lo expresé al Sr. Nuncio, desde el primer momento mi razonamiento ha sido éste: yo estoy al servicio de la Iglesia y si la Iglesia me necesita en este momento en Ciudad Real, estoy plenamente disponible para lo que se me pide. Agradezco al Santo Padre la confianza depositada en mi pobre persona para pastorear la Diócesis de Ciudad Real a la que me envía y le expreso nuevamente mi más sincera comunión y obediencia a su persona y a sus decisiones. Por otra parte, en este momento se acumulan en mi mente y en mi corazón todos los buenos momentos que he vivido en esta amada Diócesis de Osma-Soria durante los ochos años en que he ejercido el ministerio episcopal. Doy gracias a Dios, en primer lugar, por haberme sentido muy acompañado por Él y por todos vosotros. Mi gratitud va dirigida particularmente hacia las personas con las que he trabajado codo a codo y muy a gusto: mis Vicarios, con los que he compartido inquietudes, proyectos y dificultades, que tanto me han apoyado y ayudado en todo momento; los delegados episcopales con sus equipos que han animado cada uno de los sectores pastorales. A todos los oxomense-sorianos os agradezco el cariño y la acogida que siempre me habéis dispensado en estos años así como lo mucho que he aprendido de vosotros, las respuestas tan cercanas, cariñosas y generosas que he recibido de tantos. Especialmente quiero agradecer el trabajo pastoral de los sacerdotes que, en este tiempo, me habéis demostrado de lo que sois capaces. Seguid entregando lo mejor de vosotros al servicio de la evangelización misionera. Hay mucho que hacer y nuestra sociedad espera mucho de vosotros. Gracias por vuestra entrega y que el Señor os lo premie. Gracias también a los laicos, que habéis participado de los planteamientos pastorales de la Diócesis y habéis estado presentes en todo momento en los grandes acontecimientos y celebraciones. Seguid sintiéndoos corresponsables de la evangelización de nuestro pueblo y seguid ofreciendo lo mejor de vosotros mismos a su servicio. Gracias a los monasterios de religiosos/as de clausura que, desde la oración, han inyectado fuerza y vigor a los que luchamos en el mundo; también gracias a las comunidades religiosas de vida activa que habéis estado siempre apoyando y participando en todo lo diocesano. Hermanos: todos y cada uno de vosotros, en el día a día, en los grandes o pequeños proyectos pastorales que hemos ido desarrollando, hace que hoy, al despedirme de vosotros, sienta que algo se desgarra dentro de mi corazón al tener que abandonar esta Diócesis que me ha enseñado a ser Obispo y Pastor. Éste es también el momento propicio para pedir perdón a todos los que haya podido ofender con mis actuaciones o mis palabras; por todos aquellos aspectos en los que no haya sabido dar respuesta a lo que esperabais de mi como Pastor y Obispo; por todas aquellas actuaciones en las cuales no haya sabido pastorearos como debía. Por gusto personal seguiría entre vosotros pero no soy Obispo para seguir mi gusto sino para servir a la Iglesia donde me necesite. Ahora el Santo Padre me envía a la Diócesis de Ciudad Real donde espero encontrar con el apoyo, el cariño, la cercanía y la colaboración que siempre encontré en vosotros. Voy lleno de ilusión y esperanza. Os pido que sigáis rezando por mí y por el buen cumplimiento de la nueva misión que el Señor me ha encomendado. Yo sé que el Señor no sólo nos envía sino que nos acompaña siempre. Sé que Él se compromete a que, en la misión que nos encomienda, no nos falte su gracia. Que el Señor siga a vuestro lado y junto a mí; que me acompañe en esta nueva tarea que, por medio de la Iglesia, me encomienda, y que sea Él quien haga fructificar las obras de nuestras pobres manos. Que Santa María, que acompañó a los Apóstoles en la espera de la Resurrección de Cristo, nos proteja con su intercesión poderosa para que seamos capaces de responder con generosidad a lo que Cristo espera de nosotros y la Iglesia necesita en este momento. Mons. Gerardo Melgar Viciosa Administrador diocesano de Osma-Soria