La tabernera del puerto

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La tabernera
del puerto
Romance marinero en tres actos
Texto original de FEDERICO ROMERO y GUILLERMO FERNÁNDEZ SHAW
Música de PABLO SOROZÁBAL
PERSONAJES Y REPARTO
MAROLA .................................. CONCHITA PANADÉS
ABEL ........................................... ESTRELLA RIVERA
ANTIGUA ...................................... MARÍA ZALDIVAR
MENGA ...................................... TRINIDAD IGLESIAS
TINA ............................................. PEPITA FONTFRÍA
JUAN DE EGUÍA .......................... MARCOS REDONDO
LEANDRO .................................. FAUSTINO ARREGUI
SIMPSON .............................................. ANÍBAL VELA
CHINCHORRO .................................. JOAQUÍN VALLE
RIPALDA ................................... ANTONIO PALACIOS
VERDIER ....................................... ANTONIO RIPOLL
FULGEN ........................................ MANUEL MURCIA
SENÉN ..................................... MANUEL LOPETEGUI
VALERIANO ................................... FRANCISCO SANZ
.
Estrenada el 6 de mayo de 1936 en el Teatro Tívoli de Barcelona.
ACTO PRIMERO
La acción se desarrolla en Cantabreda, ciudad imaginaria del Norte de España, en época
del estreno. La escena presenta un suburbio de pescadores en donde está instalada la
taberna del Marola y Juan de Eguía, haciendo frente a un café llamado «Café del Vapor».
Al fondo se divisa la ría con sus pequeños vaporcitos pesqueros. En la otra ribera, la
Cofradía de los Mareantes y la iglesia, de traza gótica, unidas con el pueblo por un viejo
puente romano. Se oye el canto de unos marineros, que se supone en una embarcación
de la ría. Aparece Verdier, que le pide a Ripalda, dueño del «Café del Vapor», un café
caliente. Verdier ha atracado la noche anterior con su velero y hace seis años que falta
de Cantabreda, por lo que no conoce la novedad de que hay una nueva taberna en el
puerto, a la que, llevados por la belleza de Marola, la tabernera, acuden siempre todos
los marineros. Aparece Abel, un chico de catorce años, descalzo, pobre, pero limpiamente
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vestido o a medio vestir. Abel está enamorado de Marola y recita y canta una canción en
honor de ésta. Algunas mujeres regañan a Abel por cantar así a Marola, ya que todas
ellas están, hasta cierto punto, celosas. Se oye después la salve de los marineros que se
mezcla con la canción popular de los de la barca. Verdier se asombra de oír aquella
salve, ya que, según manifiesta, él no cree en Dios o, lo que es lo mismo, no cree en la
Justicia Divina.
MARINEROS
VERDIER
RIPALDA
VERDIER
RIPALDA
VERDIER
RIPALDA
VERDIER
RIPALDA
VERDIER
ABEL
2
«Eres blanca y hermosa
como tu madre;
morena salada
como tu madre.»
Buenos días, cafetero.
¿Estoy despierto o dormido?
Soy Verdier.
¿Cuándo ha venido?
Anoche atracó el velero.
Sírveme un café caliente,
que está la mañana fresca.
Menos mal que algo se pesca
y aún queda un hombre decente.
¿No hay nadie dentro?
Un borracho
que ha dormido aquí la mona.
Es que hay una lagartona...
¡El café! ¡Pronto, muchacho!...
En la taberna del puerto,
–¡qué joven la tabernera!,–
se bebe el mejor vinillo
que viene de extrañas tierras.
En la taberna del puerto,
–¡qué hermosa la tabernera!,–
se viven alegres horas,
bebiendo las horas muertas.
En la taberna del puerto,
–¡Dios salve a la tabernera!,–
los hombres parecen tigres
que buscan sabrosa presa.
¡Ay, que me muero
por unos ojos!
¡Ay, que me muero
de amores locos!
¡Ay, que me mire
aunque me muera!
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RIPALDA
ABEL
MENGA
ABEL
VERDIER
RIPALDA
TINA
ABEL
TINA
MENGA
ABEL
RIPALDA
HOMBRES Y MUJERES
VERDIER
ABEL
VERDIER
ABEL
VERDIER
RIPALDA
MUJERES
¡Ay, que me mire
la tabernera!
¡Vete al diablo, sinvergüenza!
Deme una perra, señor.
Tú eres un enredador.
¡Trovador! ¡Como en Provenza!
Toma, chico. Soy de allá.
Marsellés, aunque me pese.
¿Le da usted limosna a ese?
¡Pronto se la beberá!
¿Yo me emborracho?
Tú y todos
estáis borrachos por ella.
¡Y si fuese una doncella!...
Borrachos, dice.
¡Beodos!
¡Salve, Señora,
reina y madre
de misericordia!
¡Vida y dulzura
y esperanza nuestra!
¿Qué canto es ese?
Ese canto
es la salve marinera.
Cuando pasa una trainera
por frente del camposanto,
como vive en su capilla
la Virgen del Carmen, cantan.
¿Y así las olas espantan?
Sí, señor. ¿Le maravilla?
Está medio mundo loco.
Cóbrate de ese dinero.
¿Tú crees en Dios, cafetero?
Sí, señor...
...¡pero muy poco!
¡Madre!
Dios te escuche,
Dios te salve,
reina y madre.
¡Salve, Señora,
reina y madre
de misericordia!
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3
HOMBRES
«Eres blanca y hermosa,
como tu madre.»
Por la relación que Abel hace a Verdier nos enteramos de que Marola llegó a Cantabreda
apenas hace dos meses en compañía de Juan de Eguía, su marido. Verdier manifiesta
conocer muy bien a Juan de Eguía y le dice a Abel que le llame. Mientras tanto, aparecen
Chinchorro, un patrón maduro, casi viejo, con Fulgen y Senén, dos marineros jóvenes.
Todos llegan en busca de Leandro, un marinero robusto y simpático que se entretiene
más de lo debido en la taberna de Marola. Por culpa de Leandro, aquel día no sale la
barca de la que Chinchorro es patrono y todos le afean a Leandro el estar enamorado de
Marola y descuidar su trabajo. Luego Chinchorro y sus dos marineros jóvenes entran en
la taberna, mientras Leandro se marcha. Aparece después Simpson, marinero de origen
inglés, pero internacional a fuerza de rodar por todos los puertos. Simpson es un viejo
alcohólico, antiguo aventurero y hoy vagabundo, que vive y bebe de la caridad de los
pescadores. Simpson y Verdier se reconocen inmediatamente, como también Juan de
Eguía cuando sale de la taberna y se encuentra con ellos. Por Simpson nos enteramos de
que los tres son, en realidad, gente de mal vivir. Los tres amigos recuerdan sus días de
juventud, sus viajes y aventuras.
JUAN
VERDIER
JUAN
SIMPSON
VERDIER
JUAN
SIMPSON
JUAN
SIMPSON
JUAN
4
Hace días te esperaba.
El asunto se dio mal.
¡Hola, Simpson!
¡Mala peste
con vosotros! ¡Vaya un par!
Ese está con la ginebra
y a comprometernos va.
No le temas;
¡es un infeliz!
Le domino
como a un bergantín.
Obsérvale bien,
y ahora verás:
¡Ohé!
¡A sus órdenes,
mi capitán!
¡Qué días aquellos
de la juventud!
¡La luna, tan blanca
y el mar, tan azul!
Bajo otros soles,
por otros mares,
¡con qué bravura
bogó mi nave!
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JUAN Y SIMPSON
SIMPSON
LOS TRES
JUAN
Son otros tiempos
que ya no vuelven,
y el recordarlos
rejuvenece.
¡Aquellas noches
de borrachera,
durmiendo en bazos
de torpes hembras!
¡Y aquellas horas
de corto idilio,
que eran amores
para el olvido!
¡Y aquellas negras!...
¡Y aquellos vinos!...
¡Cuántos caminos
tiene la mar!
¡Cuántos escollos
ocultos hay!
Juega el velero
con el azar,
y nunca sabe
ni cuando llega,
ni adonde va.
Tan sólo obediente
navega en la mar,
¡sumiso al mandato
de su capitán!
¡¡Ohé!!
Para hablar con mayor seguridad de sus asuntos, los tres amigos se introducen en el
«Café del Vapor», y mientras tanto el dueño, Ripalda, sale al exterior y encuentra a
Antigua, la mujer de Chinchorro. Para vengarse de Marola, que le quita todos sus clientes,
debido a su belleza, Ripalda le dice a Antigua que su marido, Chinchorro, no ha salido
de pesca y se encuentra en la taberna. Como es natural, Antigua, que ha sido previamente
emborrachada por Ripalda, se irrita y entra en la taberna, de la que saca a Chinchorro
cogido de una oreja.
ANTIGUA
CHINCHORRO
ANTIGUA
CHINCHORRO
¡Ven aquí, camastrón!
¡Que me arrancas la oreja!
¡Si no fueras pendón!...
¡Qué demonio de vieja!
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5
ANTIGUA
CHINCHORRO
ANTIGUA
CHINCHORRO
ANTIGUA
CHINCHORRO
ANTIGUA
CHINCHORRO
ANTIGUA
CHINCHORRO
ANTIGUA
6
¡A esa guarra también
voy a darle garrote!
No te expongas, mi bien,
que te arranca el bigote.
Ven acá, tití:
¿qué le vistes a esa sinsorga,
que no me vieras a mí,
para siempre estar ahí?
Vengo aquí a beber,
y a olvidarme de que en mi casa
duermo con una mujer,
que parece un brigadier.
¡Ay, Señor!
¡Qué sufrir!
No me deja
ni vivir.
¡Ay, Señor!
¡Por San Blas!
¡Cuándo te la llevarás!
¡Ven aquí, bacalao!
¡Que me rompes la falda!
¿Dónde la has agarrao?
¡Es que me han convidao!
¡Ay, pobre de mí!
Mi vieja está borracha.
¡Ay, pobre de mí!
Que yo lo estoy también.
Una vieja
gorda y pelleja,
y un abuelete
como pareja,
se van del bracete
por la calleja,
cae una teja
¡y hay un belén!
¡Ay, pobre de mí!
Mi viejo está borracho.
¡Ay, pobre de mí!
¡Que yo también lo estoy!
Este viejo,
necio y pendejo,
se ha sacudido
más de un pellejo,
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CHINCHORRO
ANTIGUA
CHINCHORRO
ANTIGUA
LOS DOS
y a mí me ha ocurrido
lo mismo que al viejo.
No sé cómo ha sido,
ni sé ya quién soy.
Ven acá, mujer,
que te lleve pronto a la cama,
porque te vas a caer...
¡y te voy a sostener!
¡Eso sí que no!
Tú no puedes con lo que llevas.
¡Mira qué bien ando yo!
¡Más salada que Charlot!
¡Santo Dios!
¡Qué mujer!
De narices
va a caer.
Eso, tú;
que ya estás
que no ves
por donde vas.
¡Trumla, trumla,
trumla, la, la!...
Cogidos del brazo y olvidándose de la banasta y de las sardinas, se dirige el viejo
matrimonio hacia la ría bailando alegre. Detrás salen los dos marineros mozos y queda
en la taberna solamente Marola. Juan de Eguía vuelve del café y aprovecha la ocasión
de hablarla sin testigos. Y aunque Juan no le da cuenta de los negocios en los que anda
metido, la utiliza para la realización de sus planes. Esta vez lo que necesita es la
colaboración de alguien que no despierte sospechas. Como Marola, por imposición del
propio Juan, coquetea con los pescadores, debe buscar uno fuerte y bravío que se decida
a salir a la mar a «dar un paseo». Ese mozo, según Juan, no puede ser otro más que
Leandro, que está enamorado de Marola. A ella, que también siente algo más que
simpatía por el joven, le parece abominable la proposición, pero la indicación de Juan
no deja lugar a dudas; no es un ruego, es una orden. Verdier y Simpson, que salen del
café, no están conformes con que Juan haya mezclado a Marola en el asunto. Y
Simpson, que tiene en gran estima a Leandro, tampoco aprueba que se intente obligar al
pescador a realizar algo con feos procedimientos. La llegada de Leandro, que viene
ansioso de hablar con Marola, hace que los tres amigos le dejen solo intencionadamente.
Leandro se sienta, llama a Marola y, sin poderse contener, le dice que la ama. Marola
lucha consigo misma, pues no sabe si aceptar o rechazar el amor de Leandro, que tan
peligroso puede ser para él.
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7
LEANDRO
MAROLA
LEANDRO
MAROLA
LEANDRO
MAROLA
LEANDRO
MAROLA
LEANDRO
MAROLA
LEANDRO
MAROLA
LEANDRO
MAROLA
8
¡Todos lo saben!
Es imposible
disimular.
No hay más caminos:
ella en mis brazos,
o renunciar.
¡Renunciar no puede ser!
¡Es mi vida esa mujer!
¿Qué quieres? ¿Qué te sirvo?
Marola, yo deseo...
Marola, yo quisiera...
una bebida tan rara,
tan dulce y tan buena,
que alumbre los sueños
y aplaque las penas.
No sueñes, marinero.
Si no existieran tus ojos,
radiantes y bellos,
no habría en mi alma
ni penas ni sueños.
Tengo los ojos radiantes
porque los miras al sol.
Verlos quisiera de noche,
que es el portal del amor.
Esa aventura es difícil.
Amo la dificultad.
Una mujer no es arena
que echa a la playa la mar.
Marola... No comprendes...
¡Te quiero con toda el alma!
Y he de luchar por lograrte,
–¡por verte en mis brazos!–,
con todos los vientos
que quieran en vano
tu amor apartar de mí.
No delires, soñador.
Sé piadosa con mi amor.
Marinero, vete a la mar;
que la tierra es mundo traidor,
y las rosas de mi jardín
envenenan, ¡ay de mí!,
con el olor.
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LEANDRO
MAROLA
LOS DOS
Marinero soy de la mar,
y en el puerto está lo mejor:
son los ojos de una mujer
que me hicieron, ¡ay de mí!,
soñar de amor.
Vete a la mar, marinero.
Ya no lo debes dudar.
Marinero
vete a la mar. (MAR.)
soy de la mar. (LEA.)
Se marcha Leandro ilusionado y queda Marola ensimismada. Aparece entonces Abel,
que ha observado el brillo alegre de los ojos de Leandro y tiene una bella escena con
Marola en la cual, sin pensarlo, le declara su amor. A Marola le hace gracia la declaración
del chico, que naturalmente no puede tomar en serio. Más en serio tiene que tomar al
grupo de mujeres que aparece, capitaneadas por Antigua y en son de motín. Vienen
contra Marola y le reprochan que atrae a sus maridos y éstos están más pendientes de
ella que de sus esposas. Marola asegura que su única falta es ser limpia y amable. La
reyerta entre mujeres la interrumpe Juan, apareciendo repentinamente. Pregunta qué pasa
allí, y las mujeres, indignadas, critican que emborracha y enreda a todos los hombres.
Aunque Marola niega furiosamente, Juan, violento, considera que en aquel momento lo
mejor es atacar a Marola y, cogiéndola de un brazo, la arroja al suelo con violencia.
Esto satisface a las mujeres, que abandonan el local contentas y alegres. Abel, que está
presente, protesta con rabia, pero Juan rompe en una burlona carcajada, extrae la pipa
del bolsillo, la carga tranquilamente y la enciende. Mientras tanto, a lo lejos suena la
voz de Leandro.
MUJERES
MAROLA
MUJERES
MAROLA
MUJERES
MAROLA
MUJERES
MAROLA
MUJERES
¡Aquí está la culpable!
¿De qué tengo la culpa?
De jugar con los hombres
y volverlos tarumba.
Yo no juego ni gano,
yo no salgo ni entro.
Pero los emborrachas
y los tienes revueltos.
¿Yo revuelvo a los hombres?
Bien revueltos los tienes.
Si ellos vienen a casa,
¡ya sabrán a qué vienen!
Si vosotras supierais
alegrarles la vida...
¡A que acaben borrachos
le llamáis alegría!
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ANTIGUA
MAROLA
ANTIGUA
MUJERES
MAROLA
MUJERES
MAROLA
MUJERES
MAROLA
MUJERES
MAROLA
MUJERES
10
A Chinchorro, mi marido,
que en mi casa no lo prueba,
lo mismito que una cuba
le saqué de la taberna.
Pero tú, que no te vimos
asomarte por mi casa,
has pescado una merluza
que parece un tiburón.
Cállate,
perdición;
que te doy un coscorrón.
Porque tú,
para hablar,
tienes mucho que callar.
Pues entonces hablaré.
¡Tienes mucho que callar!
Si vienen los hombres aquí,
vosotras la culpa tenéis;
que vais desgreñadas,
oléis a sardinas,
y estáis achicadas
en cuanto los veis.
Ninguno se puede alabar
de haber conseguido de mí
más que una sonrisa
y un aire atrayente,
que es el aliciente
que encuentran aquí.
Y no se devanen los sesos
pensando que soy Lucifer.
Ser limpia y amable
es indispensable
en una mujer.
¡Y encima se burla!
¡No hay quien lo tolere!
A mí no me hiere
ni asusta una voz.
¡Los tiene atontados!
¡Los ha embrutecido!
Veréis cómo ha sido.
Tomad la lección.
Y encima tendremos
que oír sus lecciones.
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ANTIGUA
MAROLA
MUJERES
MAROLA
MUJERES
MAROLA
MUJERES
MAROLA
MUJERES
MAROLA
MUJERES
JUAN
ANTIGUA
MAROLA
ANTIGUA
MAROLA
Tendrá sus razones.
Más claras que el sol.
Si a tu marido tú
le quieres agradar,
en vez de hacerle ¡fú!
déjate acariciar.
Y si de paso
hueles a flores,
esos olores
le cautivarán.
Con una esposa
como una rosa,
el hombre contento está.
A lo que hueles tú
yo nunca puedo oler,
que esos perfumes son
armas de Lucifer.
No son del diablo,
como presumes;
que mis perfumes
bien cristianos son:
agua de río
y un estropajo...
¡y un cacho de jabón!
¡Cállate! ¡Cállate!
¡Mira que eso
no lo aguanto yo!
Yo nada tengo
que callarme.
¡Cállate! ¡Cállate!
¡Cállate, ladrona!
¡Cállate, cochina!
Lo que queréis
es asustarme.
¡Cállate! ¡Cállate!
¿Por qué? ¿Por qué?
¡Que te vamos a zurrar!
Marola, ¿qué pasa aquí?
Que les sorbe los sentidos
y nos roba los maridos.
No es verdad.
¡Juro que sí!
¡Mentira!
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ANTIGUA
JUAN
ABEL
MAROLA
JUAN
ABEL
JUAN
ANTIGUA
JUAN
ANTIGUA
JUAN
ABEL
JUAN
LEANDRO
Tú sí que mientes;
que eres de mala ralea.
Y no está mal que lo sea,
sino que tú lo consientes.
¡Marola! ¡Siempre serás
la misma!
¿Qué?
¡Por favor!...
¡Calla y vete!
¿Queréis más?
¡Dame tu poder, Señor!
Los maridos complacientes
no son hombres de mi casta.
A las hembras imprudentes,
con un trato así las basta.
Ya podéis marcharos presto.
Ya nos vamos satisfechas.
Tú, ¿qué miras?
Yo, ¡protesto!
Tú, galán, ¡a tus endechas!
Marinero soy de la mar
y en el puerto está lo mejor;
son los ojos de una mujer,
que me hicieron, ¡ay de mí!,
soñar de amor.
ACTO SEGUNDO
Interior de la taberna. A través de una ventana se ve la arboladura de las embarcaciones
fondeadas en la ría, y al otro lado, el caserío y la iglesia. En la taberna hay animación;
Chinchorro, con Fulgen, Senén y otros juegan al dominó. En una de las mesas del fondo
hay cuatro marineros negros de la escuadra americana. En las demás mesas y en el
mostrador beben otros marineros, que pululan también de grupo en grupo. En una mesa,
solitario, Simpson. Algunos hombres cantan. Simpson propone a Marola que cante
también. Entra entonces Juan, y dispuesto a demostrar que en la taberna hay alegría,
pide a Marola que cante y él la acompañará a la guitarra. La tabernera canta y todos
escuchan. A continuación será el propio Eguía quien cante.
HOMBRES
12
Eres blanca y hermosa
como tu madre,
morena salada
como tu madre;
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SIMPSON
JUAN
SIMPSON
JUAN
SIMPSON
JUAN
MAROLA
JUAN
MAROLA
JUAN
MAROLA
JUAN
MAROLA
SIMPSON
eres como la rama
que al tronco sale,
morena salada
que al tronco sale.
Toda la noche estoy,
niña, pensando en ti.
¡Cuánto sufro de amores
desde que te vi,
morena salada
desde que te vi!
¿Quieres tú cantar
una canción?
Tabernera graciosa,
canta, ¡canta!
¿Quieres alegrar
mi corazón?
Tabernera graciosa,
canta, ¡canta!
Canta una canción
para achicar
a todo este orfeón.
Buenas tardes, señores.
Juan de Eguía, salud.
Muy alegres estamos.
Porque no estabas tú.
Ya se acabó la alegría.
Callad, callad,
porque el patrón
es un sauce llorón.
¡Marola!
¿Qué quieres?
Que cantes conmigo.
¿Que cante?
Pues claro.
¿Qué voy a cantar?
Tú sabes, Marola,
canciones muy lindas,
que yo, en la guitarra,
sabré acompañar.
Siempre será lo que tú digas.
La tabernera va a cantar.
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MAROLA
14
En un país de fábula
vivía un viejo artista,
que en una flauta mágica
tenía su caudal.
Tan pobre era, y tan rústico,
que el mísero flautista
dormía en copas de árboles
por falta de un hogar.
Y los pájaros de la selva
le venían a despertar;
y el viejo flautista
tocaba a su vez,
diciendo a los aires
con gran altivez:
«Yo también
soy un pájaro viejo
que lleno de trinos
el aire vernal.
Yo también
he volado en la vida
sin rumbo y sin nido
donde emparejar.
Vosotros cantáis
endechas de amor.
Yo canto amarguras
de mi corazón.»
Pero una noche trágica
durmióse el triste abuelo
sobre el pomposo vértice
de un árbol secular;
y, entre un fragor horrísono,
cayó una luz del cielo
y el miserable músico
durmió en la eternidad.
Ni los pájaros de la selva
consiguiéronle despertar.
Las aves cantaron
y el viento lloró:
el viento y las aves
copiaban su voz.
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Juan de Eguía, que se siente alegre, también canta.
JUAN
La mujer de los quince a los veinte
es más dulce que el pirulí;
de los veinte a los treinta emborracha
porque huele como el jazmín;
de los treinta a los treinta y cinco
es sabroso licor de anís.
Las mujeres de quince y de veinte,
de treinta y cuarenta me gustan a mí.
¡Chíbiri, chíbiri,
chíbiri, chíbiri!...
La, la, la, la,
la, la, la, la,...
Es la rubia cabello de ángel,
aunque el ángel sea Luzbel;
la morena rosquilla caliente
con almíbar de vino y miel;
la trigueña es jalea pura,
la castaña marrón glasé;
y no siendo rubita o trigueña,
morena o castaña, me chiflan también.
¡Chíbiri, chíbiri,
chíbiri, chíbiri!...
La, la, la, la,
la, la, la, la,...
Siempre el amor,
siempre el amor anda por el mundo
bogando a nuestro alrededor,
y es la mujer cebo que nos brinda
tan peligroso pescador.
De sobra sé que la red tendida está
y que el amor me pescará.
Dulce es caer en sus finas redes,
si el rico cebo es la mujer.
La mujer de los quince a los veinte
es más dulce que el pirulí;
de los veinte a los treinta emborracha
porque huele como el jazmín;
de los treinta a los treinta y cinco
es sabroso licor de anís.
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Las mujeres de quince y de veinte,
de treinta y cuarenta me gustan a mí.
¡Chíbiri, chíbiri,
chíbiri, chíbiri!...
La, la, la, la,
la, la, la, la,...
Sigue el bullicio en la taberna. Lo interrumpe un momento Valeriano, el sargento de
carabineros que vigila siempre. Simpson se alarma un poco temiendo que haya podido
saber algo de los planes de Juan, pero éste le tranquiliza y le ordena guardar silencio.
Una vez que se ha ido el patrón entra Abel, que informa a los presentes de cómo Juan ha
maltratado a la tabernera delante de las mujeres, lo que conlleva una gran indignación de
los marineros, y salen en busca de Leandro para pedir explicaciones a Juan de Eguía a
pesar de las protestas de Marola. La taberna queda semivacía. Sólo están en ella el
grupo de marineros negros medio dormidos, para los que Simpson entona una canción.
SIMPSON
16
Despierta, negro,
que viene el blanco.
Desde el navío
te está mirando.
Son dos cucuyos
sus ojos claros;
no son luceros
que van de paso.
El blanco tiene
la nave al pairo
y está despierto
como un alano.
La luna es blanca,
muy blanca.
La noche es negra,
muy negra.
El negro, drumi
que drumi,
y el blanco, vela
que vela.
Noche: que sale la luna.
Negro: despierta, ¡despierta!
Ya sabes, negro,
cómo es el blanco:
se finge ecobio,
te sube el santo,
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collares cambia
por nenes guapos,
y al otro día
te lleva al barco,
te soba el cuero,
te quita el mando,
te da la pega,
¡y engorda el amo!
La luna es blanca,
muy blanca.
La noche es negra,
muy negra.
El negro, drumi
que drumi,
y el blanco, vela
que vela.
Noche: que sale la luna.
Negro: despierta, ¡despierta!
Los marineros han ido despertando poco a poco fijando una expresiva mirada en Simpson,
pero al final han quedado nuevamente adormilados. Aparece en una ventana un oficial
del crucero. Toca un pito y los marineros se ponen en pie, como movidos por un resorte,
y se marchan marcando el paso militar. Cuando está Simpson solo aparece Leandro, y
Simpson, que le quiere bien, le pone en antecedentes de todo lo que contra él se proyecta.
«¿Te habló Marola de un bulto –le dice– que en un peñón de la costa, en una cueva, a
diez millas, está escondido entre rocas?» Nada sabe Leandro, pero Simpson le asegura
que se trata de cocaína. Se precisa una persona que no despierte sospechas, que sea
diestra y que tenga algún motivo para callarse. El cebo es una mujer hermosa: Marola.
Leandro lo niega. No puede pensar que el amor de Marola no sea cierto. Simpson se
marcha y queda Leandro solo con sus pensamientos.
LEANDRO
¡No puede ser!
Esa mujer es buena.
¡No puede ser
una mujer malvada!
En su mirar,
como una luz singular,
he visto que esa mujer
es una desventurada.
No puede ser
una vulgar sirena
que envenenó
las horas de mi vida.
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17
¡No puede ser!
Porque la vi rezar,
¡porque la vi querer,
¡porque la vi llorar!
Los ojos que lloran
no saben mentir.
Las malas mujeres
no miran así.
Temblando en sus ojos
dos lágrimas vi,
¡y a mí me ilusiona
que tiemblen por mi!
¡Viva luz de mi ilusión!
¡Sé piadosa con mi amor!
Porque no sé fingir,
porque no sé callar,
¡porque no sé vivir!
Sale Marola y se encuentra a Leandro, que le pregunta enseguida si no tiene algo que
contarle. Ella dice que no. Él insiste, pero ella nada dice porque no quiere ser cómplice
de Juan, y menos exponer a un peligro a Leandro, que vuelve a declararle su amor y la
abraza. En esto asoma Antigua, agradándole la actitud del muchacho hacia la tabernera,
pues así las librará de que sus maridos anden tras de ella. Por la mujer de Chinchorro se
entera Leandro de la paliza que le propinó Juan de Eguía a Marola. La mala intención de
la sardinera da sus resultados, porque ello encoleriza al marinero, que quiere saber cómo
cayó en manos de Juan. Marola, a solas con Leandro, le cuenta su verdadera historia.
MAROLA
18
Yo soy de un puerto lejano
donde el amor es un torvo
contubernio de mujeres,
que ponen precio al tesoro
de sus caricias, y de hombres
que las buscan, al retorno
de sus cruceros tan largos,
que el olvido es fruto propio.
Y allí nací de mi madre
y de un marino bisoño.
Crecí tirada en el muelle,
como un pájaro gallofo
de esos que apenas consiguen
lo que les sobra a los otros;
pero que cantan, no sé
si de alegres o de tontos.
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De tarde en tarde, venía
al puerto un velero corso
y el capitán me buscaba
y, en hallando mi acomodo,
ponía un beso en mi mano,
me daba unos luises de oro
y a navegar, días, meses,
¡años tal vez! ¡Siempre hosco,
siempre callado, hasta un día
que volvió... ¡tan cariñoso!
Había muerto mi madre...
en un hospital... El logro
de aquella vida tan triste
era un fin tan desastroso.
Y el marino me llevó
con él a un puerto y a otro
hasta varar en el tuyo,
y aquí estamos... y eso es todo.
Marola relata a Leandro que Juan de Eguía no es su marido, como todo el mundo cree,
sino su padre. La felicidad de Leandro no tiene límites. Ahora es él quien por su gusto
irá a recoger el fardo de cocaína para arrojarlo a la mar; es un testigo engorroso y hay
que deshacerse de él. Marola le ruega que la lleve con él. Los dos jóvenes demuestran
entonces que se aman y quedan citados. Cuando se marcha Leandro entran Abel y Ripalda,
el cual quiere que Abel confeccione un anuncio de reclamo para el «Café del Vapor» y
Abel se niega porque la inspiración solamente es posible merced a la belleza de Marola.
ABEL
RIPALDA
MAROLA
Marola
resuena en el oído
como una caracola
que tiene dentro el mar.
Marola
por fin me ha convencido.
Me explico su aureola
brillante y popular.
Marola
jamás les dio motivos
para esos adjetivos
que escucha por doquier.
Si tiene
su casa nombre y fama,
será que sirve el ama
de beber.
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RIPALDA
ABEL
MAROLA
ABEL
RIPALDA
ABEL
RIPALDA
ABEL
RIPALDA
ABEL
RIPALDA
ABEL
RIPALDA
ABEL
RIPALDA
MAROLA
ABEL Y RIPALDA
MAROLA
20
En la mía sirve el amo
y no van ni con reclamo.
En la tuya lo que ocurre
es que el público se aburre.
Pues cualquiera pensaría
que hay conciertos en la mía.
No hay orquesta ni gramola
porque basta con Marola.
Si fuera soltera,
podría Marola
ser la cafetera
del vapor.
Si fuera soltera,
sería Marola
dulce carcelera
de mi amor.
Macaco.
Bellaco.
Pobrete.
Zoquete.
¡Mocoso!
¡Baboso!
¡Cretino!
¡Pingüino!
¡Vamos a jugarla
a cara o cruz!
Marola
no es una lotería
que sale en una bola
premiada o sin premiar.
Marola
su gusto escogería
si fuese libre y sola
y hubiera de opinar.
Marola:
si un día te decides,
te pido que no olvides
que estamos a tus pies.
Si un día
de hacerlo no me asusto,
tendrá que ser a gusto
de los tres.
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RIPALDA
ABEL
RIPALDA
ABEL
MAROLA
RIPALDA
ABEL
RIPALDA
ABEL
MAROLA
RIPALDA
ABEL
RIPALDA
ABEL
RIPALDA
ABEL
RIPALDA
ABEL
MAROLA
ABEL Y RIPALDA
MAROLA
LOS TRES
¡Bonita!
¡Salada!
¡Rosita!
¡Monada!
¡Eso es derrochar
el buen humor!
¡Gitana!
¡Graciosa!
¡Barbiana!
¡Preciosa!
¡Van a enrojecerme
de rubor!
Macaco.
Bellaco.
Pobrete.
Zoquete.
¡Mocoso!
¡Abel!
¡Cretino!
¡Pingüino!
¡Sálganse a la calle,
por favor!
Marola
merece la aureola
que tiene en Cantabreda
su hechizo singular.
Marola
no sabe a qué obedece
que cada día crece
su fama popular.
Marola
jamás les dio motivos
para esos adjetivos
que escucha por doquier.
Si tiene
su casa nombre y fama,
será que sirve el ama
de beber.
Vuelve Juan a la taberna y llama a Marola. Ésta le pregunta si encontró a los marineros,
pues sabe que le buscan para desafiarle. Juan la tranquiliza y le pregunta si ya dio el
encargo a Leandro. Marola no se atreve a decirle lo que ha fraguado con Leandro y se
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disculpa diciendo que no debe de exponer a ese muchacho. Su padre insiste explicándole
los motivos por los que desea obtener aquel contrabando.
MAROLA
JUAN
MAROLA
JUAN
MAROLA
JUAN
MAROLA
JUAN
MAROLA
¡Padre, yo no te comprendo!
¿Qué es lo que pretendes, padre?
En mi vida aventurera
he perdido mil caudales.
¡Ayúdame tú a ganar
el último!
Un caudal así ganado,
¿para qué lo quieres, padre?
Para vivir a la orilla
de tu cariño inefable
y envejecer a la sombra
de tus caricias filiales;
para morirme tranquilo
de que mañana, por hambre,
¡no te consiga un pirata
como logré yo a tu madre!
Yo tantas veces sumisa,
no puedo hablar a Leandro
de una aventura arriesgada
cuyo ideal no es honrado;
porque no quiero perderle,
porque le pierdo y no vivo,
¡porque me quiere y le quiero
como jamás he querido!
Si ya lo sabía.
¿Por eso quisiste
que yo le buscara?
Por eso, Marola.
¡Qué infamia!
Llegan los marineros en busca de Juan, trayendo a Leandro para que éste sea el que hable
en nombre de todos. Están indignados con él por haber maltratado a Marola. Entonces
Leandro pide explicaciones al tabernero, y le advierte que si vuelve a ponerle la mano
encima a Marola se las tendrá que ver con él; pero en cuanto éste dice que no le parece
de valientes que haya tantos contra uno, pide el muchacho a sus compañeros que le dejen
solo con Juan. Ya a solas, sabiendo Leandro que el otro es el padre y no el marido de
Marola, y ofreciendo Juan al marinero la mano de su hija si va a buscar el fardo al sitio
determinado, llegan los dos a un acuerdo.
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MARINEROS
LEANDRO
MARINEROS
LEANDRO
MARINEROS
LEANDRO
MARINEROS
LEANDRO
MARINEROS
LEANDRO
ABEL
LEANDRO
SIMPSON
No se puede consentir.
¡Ese es un pirata!
Tú lo debes comprender.
¡No me deis la lata!
Sin piedad la maltrató.
Puede ser un cuento.
Por el suelo la tiró.
¡Eso es un invento!
No es una impostura;
lo ha contado Abel.
Esa criatura
cumple su papel.
Es un romancero
de imaginación.
Esta vez infiero
que tiene razón.
¡Aquí está!
¡Míralo!
¡Ven aquí!
¡Cuéntalo!
Cuéntalo...
Las mujeres llegaron
y a Marola acusaron
de encender en vuestros ojos
llamaradas de pasión.
Lo escuchó Juan de Eguía
y, en presencia de todos,
con modales descompuestos
a Marola maltrató.
La tiró por el suelo,
la pegó sin clemencia,
y Marola, llorando,
le pedía perdón.
¡Basta!
De él me encargo yo.
Pero, ¡a ver si os sentáis
y con él me dejáis!
Siempre llego en buena hora
¡y aquí estoy yo,
a ver qué pasa!
¿Quién convida, caballeros?
¿No hay quien sirva en esta casa?
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JUAN
LEANDRO
JUAN
LEANDRO
JUAN
SIMPSON
JUAN
LEANDRO
JUAN
LEANDRO
JUAN
LEANDRO
JUAN
LEANDRO
MARINEROS
SIMPSON
LEANDRO
JUAN
LEANDRO
JUAN
LEANDRO
JUAN
LEANDRO
24
¡Marola! ¡Marola!
Esta dama remolona
va a tenerme que escuchar.
Cuidadito, Juan de Eguía,
¡no la vayas a pegar!
¿Qué te importa a ti, muchacho,
si la pego o no la pego?
¡Quien la pegue o la maltrate,
se verá conmigo luego!
No me vengas con desplantes.
¡Humos de la mocedad!
Me dan ganas de zurrarla
para ver si eso es verdad.
¿Cuál es tu derecho
para maltratarla?
¿Cuál es, pues, el tuyo
para dar la cara?
¡La quiero!
¡Sí! ¡La quiero!
Estamos en mi casa
dos hombres frente a frente.
No creo que esos vengan
contigo a defenderte.
¡Marchaos y dejadme!
El hombre es un valiente.
¡Fuera!
¡Vamos!
¡Calla!
¡Vete!
Yo no soy un cobarde.
Ya lo sé, Juan de Eguía.
Pero estoy esta tarde
que ni yo me comprendo.
Yo, en cuestión de mujeres,
soy un poco corsario,
y la logras, si quieres,
porque yo te la vendo.
(Si supieras, Juan de Eguía,
que yo sé que no es tu amante.)
(Eso no lo esperaría
este joven mareante.)
Si el precio me conviene
¡yo compro a esa mujer!
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JUAN
LEANDRO
JUAN
LEANDRO
JUAN
LEANDRO
JUAN
MAROLA
JUAN
HOMBRES
SIMPSON
ABEL
MAROLA
JUAN
ABEL
SIMPSON
ABEL
JUAN
El precio de la venta
lo vas a conocer.
Si sale tu barca
de noche la mar,
y en ella, tú solo,
me vas a buscar
un fardo en un punto
que yo te diré,
¡delante de todos
te la entregaré!
¿Delante de todos?
¡Palabra de honor!
Pues, esta es mi mano.
Muchacho: valor.
¡Marola!
¿Qué quieres?
Que cumpla
con su obligación.
¿Me llamas?
Patrona:
dos copas de ron.
¡Quién había de pensar
que se entenderían!
Algo debe aquí pasar
cuando se confían.
Este granuja
le conquistó;
pero no sabe
que aquí estoy yo.
¿De esa manera
la has defendido
de los ataques
de ese bandido?
¡Muchacho!
Calla;
déjale hablar.
¡Granuja!
¡Chico!
¡Te va a matar!
¡Bravo! ¡Que venga!
¡Le desafío!
¿Sabes que tiene
coraje el crío?
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ABEL
SIMPSON
MAROLA
ABEL
SIMPSON
JUAN
ABEL
¡Ríete, infame;
pero contesta!
Y tú, gallina,
¿qué farsa es esta?
¡Diablo de chico!
¡Cállate, loco!
¡Suéltame, conchis!
¡No bregas poco!
Es un valiente.
¿Quieres un vaso?
Soy un muñeco.
¡No me hacen caso!
ACTO TERCERO
CUADRO PRIMERO.– En el mar navega una barca de vela que gobierna Leandro. Le
acompaña Marola. Es de noche. Estalla una fuerte tormenta y la embarcación parece
hundirse azotada por las olas.
MAROLA
LEANDRO
MAROLA
LEANDRO
MAROLA
LEANDRO
MAROLA
LEANDRO
MAROLA
LEANDRO
MAROLA
LEANDRO
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¿No escuchas un grito
que suena lejano?
Son rachas de viento
que vienen volando.
¿No ves que no brillan
luceros ni estrellas?
Será que murieron
de envidia y de pena.
De vagos temores
el alma se llena.
Si estás a mi lado
no sufras ni temas.
¿Qué miedo me puede asaltar
si estoy a tu lado y a ti me confío?
No temas al viento y al mar,
porque hace ya tiempo que son mis amigos.
Me das confianza.
La vida te diera.
¡Ay, mi marinero!
¡Ay, mi tabernera!
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LOS DOS
MAROLA
LEANDRO
MAROLA
LEANDRO
MAROLA
LEANDRO
MAROLA
LEANDRO
Por el ancho mar, en la noche,
suena mi canción.
En mi corazón
canta la juventud;
y en mi juventud
canta el amor.
¡Dios mío! ¡Leandro!
¡Maldito sea el huracán!
¡Un rayo!
Brotó del fondo de la mar.
¿No ves que vamos a volcar?
¡Oh, santo Dios!
¡Virgen mía!
¡La he de salvar!
¡Es mi vida!
¡Leandro, ven!
Calma, mujer.
CUADRO SEGUNDO.– Estamos en el mismo lugar del acto primero. La taberna aparece
con la puerta cerrada y la ventana abierta. En el muelle, los grupos de marineros dan una
impresión de aburrimiento y nostalgia: las manos en los bolsillos; las espaldas apoyadas
en las paredes o en el pretil de la ría. Abel, sentado a la puerta del café, toca tristemente
su acordeón y canta. Los hombres, a boca cerrada, corean o armonizan su romance.
ABEL
En la taberna del puerto,
desde que no hay tabernera,
los marineros asoman
y no hay cuidado que beban.
En la taberna del puerto,
los vinos saben a ausencia,
las horas huelen a envidia,
los hombres... si los hubiera,
maldecirían la noche
de un sábado de galerna
que un marinero corsario
se llevó a la tabernera.
¡Ay, que me muero
por unos ojos!
¡Ay, que me muero
de amores locos!
¡Ay, que me mire
aunque me muera!
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¡Ay, que me mire
la tabernera!
Llegan Fulgen, Senén y Chinchorro y todos comentan con Abel el hecho extraordinario
de que Marola saliera con Leandro en la barca, imaginando ellos que así intentaban
burlar a Juan de Eguía. Temen que ambos perecieran en el mar, cuando la galerna. El
único contento ahora es Ripalda, porque cerrada la taberna, espera que su café sea por
fin negocio. Pero, ¿y el tabernero? Sólo se sabe que, medio loco, anda errante por el
pueblo. Llega después Juan de Eguía, decaído, pálido, con la mirada perdida. Le siguen
mujeres y hombres, que le miran intrigados y no se atreven a acercarse a él con
supersticioso temor. Juan se dirige en silencio a la puerta de la taberna y la abre... Antes
de entrar retrocede, como si viera un fantasma. Entonces Juan de Eguía dice a todos que
él era el padre, y no el marido de Marola, y que fue el culpable, como hombre infame y
padre corrompido, de todo lo que ha pasado.
JUAN
HOMBRES Y MUJERES
JUAN
28
No. ¡No! ¡No!
No te acerques;
no me persigas.
¡Apártate! ¡Perdona!
No me acuses. ¡No me maldigas!
Perdóname, Marola.
Mujeres: miradme,
huidme, ¡matadme!
O, al menos prestadme
los ojos para llorar.
Mis ojos de hiena
no lloran la pena
con tanta ternura,
ni tienen vuestro mirar.
¡Era Marola hija mía!
¡Su hija! ¡Quién lo pudo pensar!
Los ojos de Juan de Eguía
ya saben lo que es llorar.
Vosotros, marineros,
¿sabéis en dónde está?
No me guardéis rencor.
Mis culpas perdonad.
Yo he sido un hombre infame,
un padre envilecido.
Y hoy sé cuánto la quiero
después que la he perdido.
¿Tú sabes, marinero,
en dónde acaso está?
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¡Marola! ¡Marola! ¡Marola!
¡Piedad! ¡¡Piedad!! ¡¡Piedad!!
El pueblo comenta horrorizado la información de que Marola es hija de Juan de Eguía.
Pero la voz de Simpson se oye desde lejos gritando: «¡Juan de Eguía!». Todos se vuelven
y entonces es cuando Simpson dice: «¡Viven Leandro y Marola!». Simpson relata a todo
el mundo el motivo de que Leandro y Marola se hubieran marchado juntos a retirar la
canasta de contrabando, que era el esfuerzo exigido por Juan de Eguía para entregarle a
su hija. El grito de «Juan de Eguía es culpable» surge de todas las gargantas. Poco después,
entre el silencio de la gente, interrumpido por algunos comentarios sueltos, van apareciendo
primero un grupo de hombres y mujeres que se unen a los de escena. Luego, un marinero
de la ayudantía del puerto. Detrás, Marola y Leandro, y por último, los carabineros. Todos
está horrorizados porque consideran que Juan de Eguía ha buscado la perdición a los dos
jóvenes; pero Juan de Eguía, sin poderse contener más, abraza frenéticamente a Marola,
pidiéndole perdón, al mismo tiempo que ante los carabineros se declara solo y exclusivo
culpable y solicita que le traten sin piedad.
HOMBRES Y MUJERES
SIMPSON
LEANDRO
JUAN
MAROLA
JUAN
¡Son ellos!
Era verdad.
¡Salvados!
Aquí están.
¡Muchacho!
La perdición
ese hombre
te buscó.
Nada se pierde en la vida
cuando se encuentra un amor.
¡No! ¡No!
¡Perdóname, Marola!
¡Padre mío!
Yo solo fui culpable.
¡Tratadme sin piedad!
No me guardéis rencor.
¡Mis culpas perdonad!
Yo he sido un hombre infame,
un padre envilecido.
Y hoy sé cuánto te quiero...
¡después que te he perdido!
Los carabineros le apartan de los jóvenes y parten con Juan de Eguía. Marola quiere
seguirle, pero Leandro la retiene en sus brazos. La gente, curiosa, ve marchar al detenido
y algunos le siguen. Ripalda aparece por el fondo cruzándose con Juan. Simpson se dirige
al cafetero.
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SIMPSON
RIPALDA
SIMPSON
RIPALDA
SIMPSON
¡Guísame una purrusalda!
¿Para quién?
Para los dos.
Pues, ¿qué sucede?
Ripalda:
¡ya voy creyendo que hay Dios!
Leandro conduce a Marola a la taberna, en la que entran ambos. Abel, sentado en el
pretil del muelle, les ve pasar con desilusión. Toma el acordeón en las manos, lo besa y
lo arroja a la ría. Simpson se sienta a la mesa de la puerta del café y, entretanto, va
lentamente cayendo el telón.
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