Emergencias y estructura productiva: el caso de las retenciones1 Aldo Ferrer2 El campo argentino enfrenta una situación crítica provocada por la sequía. La emergencia reclama el apoyo de la sociedad y las políticas públicas para ayudar a los productores y compensar, en la mayor medida posible, las consecuencias del siniestro. En este escenario, deben replantearse los problemas y evaluar el marco regulatorio del sector agropecuario y la cadena agroalimentaria. Es, entonces, comprensible la reciente propuesta de los gobernadores de Santa Fe y Córdoba de suspender el cobro de las retenciones a las exportaciones agropecuarias por un período, mientras dure la emergencia. La necesidad de recurrir en apoyo del campo es incuestionable. El interrogante es si suspender el cobro de las retenciones es o no la forma más eficaz de hacerlo atendiendo, al problema puntual, en el contexto de los intereses de toda la economía nacional y su pleno desarrollo en la actualidad y el largo plazo. La respuesta es no porque la emergencia del campo debe resolverse sin desatender los problemas estructurales preexistentes, que es lo que sucedería si se suspenden las retenciones y establece un tipo de cambio único. Por lo tanto, si se decide que el ingreso fiscal de las retenciones vuelva al campo para paliar las consecuencias de la sequía, no debería ser a través de su eliminación o suspensión, sino por medio de la transferencia de los fondos involucrados a los programas de ayuda, con la mayor participación posible de los gobiernos provinciales. Debe evitarse que esta situación de emergencia se convierta, en otra vía, de la apreciación del tipo de cambio y el desaliento a la inversión y transformación de la estructura productiva. Los países que sustentan su desarrollo básicamente en sus recursos naturales abundantes (petróleo, cobre, tierras fértiles, etc.), nunca llegan a ser naciones integradas avanzadas ni, por lo tanto, superar el subdesarrollo. Argentina debe contar con una estructura integrada agro-industrial, entre otras razones, para gestionar el conocimiento. La ciencia y la tecnología son los motores fundamentales del desarrollo y solo se despliegan plenamente en las economías integradas industriales complejas. Si además ellas cuentan, como sucede en los Estados Unidos, Canadá y Australia, con grandes recursos naturales, amplían sus posibilidades de crecimiento. Argentina puede también lograrlo. 1 2 Artículo publicado en BAE, el 9 de febrero de 2009 Profesor Emérito de Estructura Económica Argentina. UBA. 1 Es, por lo tanto, indispensable ubicar el problema de la emergencia agropecuaria en su debido contexto y tener en cuenta que los precios relativos en la economía argentina son distintos a los internacionales. En nuestro país, los productos del campo son relativamente más baratos que los industriales por dos razones. Por un lado, la extraordinaria dotación de recursos naturales del país fortalecida, en los últimos lustros, por la capacidad de buena parte del empresariado rural de aplicar las tecnologías de frontera. Por el otro, el todavía insuficiente desarrollo industrial del país debido a las turbulencias políticas y económicas que signaron nuestra historia. Esa asimetría entre los precios relativos internos y los internacionales, implica que, para otorgarle competitividad, en el mercado interno y en el mundial, a la totalidad de la producción nacional de bienes sujetos a la competencia internacional, tiene que haber tipos de cambio diferenciales para los diversos sectores productivos. Esto es válido con o sin sequía y emergencia agropecuaria y es la consecuencia inevitable de lo que Marcelo Diamand llamó la “estructura productiva desequilibrada”. Por ejemplo, si, para que la producción de soja sea rentable es necesaria, digamos, una paridad de dos pesos por dólar, para que lo sea la de textiles, productos químicos, maquinarias, etc., es necesaria una paridad, supongamos, de cuatro. Si el tipo de cambio se fija en dos pesos por dólar, no hay retenciones pero desaparece buena parte de la producción manufacturera. Al mismo tiempo, por diversos mecanismos, como sucedió en tiempos de la ¨tablita¨ y de la convertibilidad, se termina castigando también al campo. Si la paridad se fija en cuatro pesos sin retenciones, se genera una renta excesiva en la soja que profundiza los desequilibrios en la estructura productiva del país. Todos los estados modernos, administran las señales de precios del mercado internacional, para acomodarlas a las características de sus precios relativos y estructuras productivas internas, con vistas a su pleno desarrollo económico y social. Este es el sentido de los subsidios de la Política Agrícola Común de la Unión Europea, sin los cuales, no existiría el agro ni seguridad alimentaria en Europa. La sequía ni la emergencia que atraviesa el campo modifican las características estructurales de la economía argentina. En consecuencia, si se suspendieran las retenciones existiría un tipo de cambio único e, inevitablemente, sobrevaluado. Vale decir, un tipo de cambio de equilibrio de mercado (TCEM) que torna no competitiva, en el mercado interno y en el mundial, la producción interna, no basada en los recursos naturales. Además, para evitar el impacto de los precios internacionales sobre los alimentos en el mercado interno, bajo un régimen de tipo de cambio único sin retenciones, el Gobierno estaría impulsado a apreciar la moneda aún más. Al mismo 2 tiempo, esa política cambiaria fomentaría las entradas de capitales especulativos, que son atraídos por las altas tasas de interés prevalecientes en economías con paridades sobrevaluadas. Este enfoque genera desequilibrios macroeconómicos insostenibles y escenarios inestables, por la volatilidad de los mercados financieros y las fuertes variaciones a que están sujetos los precios internacionales de los productos primarios. Esto siempre es fatal y, mucho más, lo sería en el actual contexto internacional. En sentido contrario, una política cambiaria orientada a dar respuestas a los desequilibrios de la estructura productiva, promover la competitividad de la producción interna de bienes y servicios transables y desalentar los movimientos de capitales especulativos, opera con tipos de cambio de equilibrio desarrollistas (TCED). Tal política cambiaria supone que el tipo de cambio conveniente es aquel que persigue cuatro fines principales. A saber: 1. Privilegiar el compre nacional en las decisiones de gastos de consumo e inversión de las empresas, las familias y el gobierno, 2. Estimular la diversificación de las exportaciones incorporando bienes y servicios de creciente contenido tecnológico y valor agregado y, por lo tanto, impulsando la gestión del conocimiento y la transformación de la estructura productiva, 3. Lograr que el lugar mas rentable y seguro para invertir el ahorro interno sea el propio país, y 4. Desalentar los movimientos de capitales especulativos creando incertidumbre en los especuladores y previsibilidad en los tomadores de decisión de inversión productiva. El TCED contribuye al crecimiento del comercio exterior y a generar un superavit en la cuenta corriente del balance de pagos, con el consecuente aumento de reservas del Banco Central. Por lo tanto, fortalece la estabilidad macroeconómica y los mecanismos de defensa frente a las turbulencias internacionales. Este es uno de los dilemas centrales que tiene que resolver actualmente la política económica. A saber, como sostener un TCED con tipos de cambio diferenciales, en el marco de una crisis internacional de vasto alcance y la emergencia agropecuaria planteada por la sequía. 3 En consecuencia, lo que debería discutirse no son las retenciones sino las medidas para enfrentar la emergencia incluyendo la asignación, para tales fines, de los ingresos fiscales originados en las mismas. Es también imprescindible resolver la emergencia atendiendo a las situaciones diferentes dentro del complejo sector que, para simplificar, llamamos campo, tanto por tamaño de empresas, producciones, regiones cuanto en la dimensión social involucrada en la agricultura familiar y las condiciones de empleo y retribución de los asalariados rurales. 4