¿Deben sufrir los justos también? - cursos bíblicos para obreros

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LAMENTACIONES
«¿Deben sufrir los justos también?»
3.1–21
James L. May
¿Ha sufrido alguna vez usted por causa del mal
proceder de otra persona? Si así le ha sucedido,
podrá identificarse con la angustia de Jeremías. Él
sufrió como parte de una nación infiel, sobre la
cual Dios hizo recaer juicio, a pesar de que él
mismo no era infiel a Dios.
Los diarios nos informan todos los días del
sufrimiento de personas inocentes: un niño
murió en un accidente causado por un conductor
ebrio, los niños de una guardería infantil fueron
secuestrados por un pistolero lleno de ira, gemelos
de diez meses fueron golpeados por el novio de la
madre de ellos, una bala cuyo fin era matar a cierta
persona se incrustó en el cuerpo de un transeúnte
que pasaba. Sucesos como los anteriores suscitan
una pregunta difícil de responder: «¿Por qué sufren
los justos, y los inicuos prosperan?».
Jeremías se planteó esta pregunta. Él no era tan
sólo un observador compasivo que contemplaba el
sufrimiento de Judá desde una distancia segura.
Sufrió el castigo divino juntamente con el resto del
pueblo de Dios, y le costó entender la justicia del
juicio de Dios. En cierto momento se acercó a Dios
para hablarle acerca de Sus juicios, preguntándole:
«¿Por qué es prosperado el camino de los impíos,
y tienen bien todos los que se portan deslealmente?»
(Jeremías 12.1b).
Habacuc, otro profeta del mismo período, se
preguntó: «[…] por qué ves a los menospreciadores,
y callas cuando destruye el impío al más justo que
él» (Habacuc 1.13b). Estaba tratando de entender
cómo era posible que Dios usara una nación pagana
como Babilonia, para castigar a Judá. El hecho de que
no sepamos todas las respuestas, es un testimonio
de la grandeza de Dios. Puede que jamás entendamos
Sus caminos, pero podemos reconocer y alabar Su
gran sabiduría, tal como Habacuc al final hizo:
Aunque la higuera no florezca, ni en las vides
haya frutos, aunque falte el producto del olivo,
y los labrados no den mantenimiento, y las
ovejas sean quitadas de la majada, y no haya
vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré
en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi
salvación. Jehová el Señor es mi fortaleza, el
cual hace mis pies como de ciervas, y en mis
alturas me hace andar […] (Habacuc 3.17–19).
Aunque no sepamos todas las respuestas, podemos
confiar en Aquel que sí las sabe. Esto fue lo que
Jeremías hizo, aunque sufrió gran angustia después
de la destrucción de Judá.
LA ANGUSTIA PRECEDE A LA VICTORIA
Las descripciones y metáforas del capítulo 3
describen vívidamente la angustia personal de
Jeremías.
Yo soy el hombre que ha visto aflicción bajo el
látigo de su enojo. Me guió y me llevó en
tinieblas, y no en luz; ciertamente contra mí
volvió y revolvió su mano todo el día. Hizo
envejecer mi carne y mi piel; quebrantó mis
huesos; edificó baluartes contra mí, y me rodeó
de amargura y de trabajo. Me dejó en oscuridad,
como los ya muertos de mucho tiempo […] ha
hecho más pesadas mis cadenas; aun cuando
clamé y di voces, cerró los oídos a mi oración;
cercó mis caminos con piedra, torció mis
senderos. Fue para mí como oso que acecha,
como león en escondrijos; torció mis caminos,
y me despedazó; me dejó desolado. Entesó su
arco, y me puso como blanco para la saeta.
Hizo entrar en mis entrañas las saetas de su
aljaba […] me llenó de amarguras, me embriagó
de ajenjos. Mis dientes quebró con cascajo, me
cubrió de ceniza; y mi alma se alejó de la paz,
me olvidé del bien, y dije: Perecieron mis
fuerzas, y mi esperanza en Jehová (3.1–18).
La angustia nos prepara para la sanidad. La
expresión «Yo soy el hombre […]» (vers.o 1) afirma
que Jeremías era el hombre idóneo para describir
el dolor de Judá. Hablaba de algo que había
1
experimentado personalmente. Sus escritos no se
basaban en información de segunda mano. Él
personalmente sintió todas las angustias descritas.
Él soportó lo más recio de la ira de Dios del mismo
modo que un hijo siente toda la fuerza de la vara de
castigo de su padre.
En Lamentaciones 1 y 2, Jeremías se centró en
la angustia de Jerusalén y de Judá. En el capítulo 3,
pasó a centrar su atención en su propia angustia.
No podemos decir con certeza si Jeremías hablaba
solamente de su propio dolor personal, o si
hablaba en primera persona como representante
de la nación. Debido a que el sufrimiento y la
aflicción experimentados por la nación también
los experimentó él, podría haber tenido el propósito
de hablar en nombre de la nación en términos de su
propia experiencia.1 Tal como Charles Swindoll lo
señaló, durante los momentos de intensa aflicción,
es natural que nos «centremos por un tiempo en
nosotros mismos y en nuestra desdicha».2
Las expresiones de Jeremías de dolor personal,
recuerdan las que describe Job. Si no consideramos
el contexto del capítulo en su totalidad, bien
podríamos creer que Jeremías está acusando a
Dios de tratarlo injustamente. En realidad, estaba
describiendo su propia angustia y la de la nación,
con el fin de preparar el escenario para explicar la
necesidad de ellos de invocar a Dios, y de esperar
Su intervención. El lamentoso clamor de los
versículos 1 al 18 es en el sentido de que no había
alivio. Jeremías sabía que Dios libraría a Su pueblo
en Su propio tiempo; el sufrimiento de ellos era
necesario para prepararlos para ese tiempo. La
ayuda que llega antes de que la angustia haya
madurado, y haya dado los frutos necesarios, es
ayuda que no se aprecia. Como seres humanos que
somos, a menudo no apreciamos la fuente de agua,
sino hasta que el pozo se seca. ¡Puede que ni aun en
este caso aprendamos a apreciarla, si hay otra
fuente de agua de fácil acceso!
El dolor y el sufrimiento por lo general revelan
que Dios es el único que puede otorgar sanidad.
Puede que Dios también otorgue la angustia que
nos enseña a volvernos a Él buscando la ayuda que
necesitamos. Jeremías prepara el escenario para la
sanidad, por medio de describir el sufrimiento de
su nación, en términos de su propio dolor personal.
Las tinieblas nos preparan para la luz. El autor usó
1
James E. Smith, Jeremiah and Lamentations (Jeremías y
Lamentaciones), Bible Study Textbook Series (Joplin, Mo.:
College Press, 1974), 879.
2
Charles R. Swindoll, The Lamentations of Jeremiah (Las
Lamentaciones de Jeremías) (Waco, Tex.: Insight for Living,
1986), 27.
2
las tinieblas (vers.os 2, 6) para describir el ambiente
que Dios le dio. Anduvo en las tinieblas de la vida,
y fue obligado a ver la inmundicia y a oler el hedor
del pecado. Eran éstas unas tinieblas sofocantes,
en las que la luz no podía morar. Eran como las
tinieblas que hay dentro del sepulcro de uno que
ha estado muerto por largo tiempo.
La mano castigadora de Dios nos prepara para la
mano auxiliadora de Dios. Según Jeremías lo percibía,
la mano de Dios se volvió en contra de él una y otra
vez, en el curso de un solo día (vers.o 3). En tiempos
normales, él se habría aferrado a la mano de Dios
como un niñito se agarra de la mano de un adulto
cuando anda por un sendero peligroso. En esta
situación, no obstante, a Jeremías le pareció que
Dios no solamente le negó Su mano, sino que
también la usó para bloquearle el sendero.
Jeremías, al igual que las demás personas de
Judá, envejeció más de la cuenta durante el sitio
impuesto a Jerusalén (vers.os 4–5). Debido a la falta
de alimentos y de agua, su carne se encogió y se
volvió como cuero. Su piel se arrugó como la de un
anciano. Estuvo rodeado de miseria y de fatiga.
El mirar a la espalda de Dios, nos prepara para
mirar a Su rostro. Puede que los versículos del 7 al
9 estén describiendo la grave situación del profeta
durante los dos años del sitio impuesto a Jerusalén
por el ejército babilónico, o puede que estén
relatando las experiencias de él en el calabozo.
Fue cercado, atado con cadenas y estorbado por
inmensas rocas trabajadas en cantera. Por más que
clamó y suplicó, Dios no pareció escuchar. Éste,
aparentemente, se había alejado del profeta así
como de Su pueblo.
Dios fue su apoyo y fortaleza, su Comandante
en Jefe, el que le daba la orden de ponerse en
marcha. Jeremías siempre trató de obedecerle, aun
cuando ello era más difícil que desobedecerle. En
este momento, Dios parecía comportarse más como
un oso o un león que lo acechaba para emboscarlo
y despedazarlo. Sentía como si fuera un blanco al
cual Dios le disparaba saetas (vers.os 10–13).
El ser escarnecido y ridiculizado por otros, nos
prepara para la aceptación de Dios. El propio pueblo
de Jeremías lo había ridiculizado a él, y había
compuesto canciones para burlarse de él. Su
amargura se describe como bebida de ajenjos, un
amargo brebaje que se elaboraba a partir de una
planta de intenso olor. La amargura de su alma se
describe como un amargo sabor en su boca (vers.os
14–15).
El hambre de Dios nos prepara para la llenura de
Dios. Los versículos del 16 al 18 se clasifican como
las más fuertes y más vívidas descripciones del
sufrimiento de Jeremías. Los hombres que están
privados de comida comen aserrín, hojas secas e
incluso tierra. ¿Estaba él tan hambriento que comió
tierra mezclada con piedras mientras estuvo en el
calabozo? Tal vez cuando fue encarcelado y sólo lo
alimentaban con pan y agua (Jeremías 37.21), su
pan le era arrojado al suelo de la prisión en la tierra
o en el barro. Si esto fue así, aparentemente, tuvo
que comer su pan, con tierra y demás, quebrando
o desmenuzando sus propios dientes. Estaba
cubierto de ceniza, o era obligado a arrastrarse en
los montículos de ceniza, indicando su situación
de humillación y quebranto.
No tenía paz, ni prosperidad, ni esperanza, ni
fortaleza: cuatro cosas que todo el mundo anhela
y necesita. Todas éstas habían perecido en la
destrucción enviada por el Señor. La más difícil de
soportar era la pérdida de esperanza. Uno puede
vivir sin las otras tres por un tiempo, mientras vea
un rayo de esperanza en el futuro. La esperanza es
la luz al final del túnel. La paz, la prosperidad y la
fortaleza pueden esperar mientras la esperanza
exista. Jeremías experimentó la desesperanza que
se suspendía como una nube de muerte sobre la
nación de Judá.
LA ESPERANZA ASOMA SU ROSTRO
Cuando parecía que Jeremías estaba a punto
de ahogarse en su angustia, cuando su fortaleza
y esperanza habían desaparecido, la esperanza
asomó su rostro por entre las nubes como un
rayo de sol: «Acuérdate de mi aflicción y de mi
abatimiento, del ajenjo y de la hiel; lo tendré aún en
memoria, porque mi alma está abatida dentro de
mí; esto recapacitaré en mi corazón, por lo tanto
esperaré» (3.19–21).
¿Cómo halló esperanza? Recordó a Dios. La
sola mención del nombre del Señor aparentemente
provocó su memoria. Llevó su caso delante de
Dios, clamando: «Acuérdate de mi aflicción y de
mi abatimiento, del ajenjo y de la hiel». Aun en la
más profunda angustia que temporalmente estorbó
su sendero, él pudo recordar a Dios y fue capaz de
postrarse delante de Él.
En Dios siempre hay esperanza. El recuerdo
del Señor reavivó los fuegos de esperanza que
había dentro de Jeremías. La esperanza se convirtió
en el puerto al cual su golpeada nave de la vida se
pudo sujetar mientras las reparaciones se podían
llevar a cabo.
¿En qué consiste el mensaje?
¿Ha sufrido usted alguna vez, con una sensa-
ción de desesperanza? ¿Se ha angustiado en medio
de la sensación de hundimiento en la impotencia
por causa del sufrimiento de un ser querido? ¿Ha
puesto en duda la justicia del sufrimiento de los
inocentes?
Jeremías emprendió dos acciones que le ayudaron a hacerle frente a la angustia, y a ver la
esperanza en el horizonte. En primer lugar, expresó
su aflicción. El Dr. Bill Flatt enumeró diez pasos
para superar la aflicción. Incluida en la lista está la
necesidad de hablar de ésta, de expresarla.3 En los
primeros dieciocho versículos del capítulo 3,
Jeremías expresó su aflicción. El expresar cómo
nos sentimos mediante el hablar con un amigo o
mentor nos permite desahogar los sentimientos de
hostilidad y de amargura. Una vez que se ha hecho
lo anterior, podemos comenzar a ver el sol de la
restauración levantándose en el horizonte distante.
Si usted está tratando de ayudarle a alguien a
superar un período de sufrimiento, una de las
mejores técnicas que podemos poner en práctica es
la de simplemente escuchar. Permítale exteriorizar
sus sentimientos. A menudo, no es necesario
decir nada, excepto expresar nuestra compasión y
demostrarle nuestro amor y cuidado de él.
En segundo lugar, Jeremías le presentó su
angustia a Dios. Recordó que Dios está siempre
presente. En el sufrimiento se siente soledad
porque son pocos los que parecen comprender.
Tenemos a Uno que comprende. Él ha sufrido la
angustia y la soledad que cualquier persona puede
experimentar. «Pues en cuanto él mismo padeció
siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que
son tentados» (Hebreos 2.18). Hebreos 4.16 nos
invita, por lo tanto, a «[acercarnos] confiadamente
al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y
hallar gracia para el oportuno socorro».
A Dios le preocupa más el alma eterna que la
vida corporal. Su consejo acerca del sufrimiento ha
sido dado en Su Palabra:
Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando
os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la
prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas
tenga la paciencia su obra completa, para que
seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa
alguna (Santiago 1.2–4).
Las tribulaciones, las pruebas y el padecimiento
producen algo de valor eterno que nos perfecciona
y nos hace cabales. Tal vez esto suceda porque
3
Bill W. Flatt, From Worry to Happiness (De la ansiedad
a la felicidad) (Nashville: Christian Communications, 1979),
80–82.
3
nos ayuda a identificarnos con el sufrimiento de
Cristo, que nos había de presentar perfectos y
cabales delante de Dios. Estamos destinados, como
cristianos que somos, a participar de Su sufrimiento.
Ni siquiera el sufrimiento de los inocentes
se queda sin producir beneficio, aunque tales
beneficios pueden no resultarnos manifiestos de
inmediato. No llegaríamos a estar preparados para
las pruebas de la vida si se nos protegiera y se nos
hiciera inmunes a todo dolor, excepto al dolor que
nos producimos nosotros mismos por nuestras
malas acciones. El sufrimiento nos reafirma, nos
prepara, nos perfecciona para la siguiente batalla
de la vida.
Dios está al mando, y él sabe lo que está
haciendo. Uno que conocía el gran cuidado que
tiene Dios de nosotros, dijo: «Humillaos, pues,
bajo la poderosa mano de Dios, para que él os
exalte cuando fuere tiempo; echando toda vuestra
ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de
vosotros» (1 era Pedro 5.6–7). El saber por qué
debemos sufrir no lo necesitamos tanto como
el tener a alguien en quien apoyarnos cuando
sufrimos.
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